Uno de los desafíos más grandes de viajar en bicicleta es mantener la mente ocupada mientras pedaleas.
Son horas y horas cada día en las que estás sentado/a en ese sillín rompeculos, sufriendo el cruce de una montaña o tratando de apreciar un desierto inapreciable.
Tantas horas de ejercicio e incomodidad pueden llegar a transformarse en una tortura china.
Por eso mismo, es común escuchar a leyendas del cicloturismo que recomiendan escuchar música, o un podcast, o un audiolibro mientras pedaleas.
Suena como una buena alternativa. No sólo distraes la mente, ¡puedes incluso aprender algo nuevo!
Imagínate la cantidad de libros que puedes escuchar a lo largo de quinientas horas de pedaleo. Para cuando terminas tu viaje, eres un sabio.
No pretendo llevarle la contra a gente que le ha dado la vuelta al mundo en bicicleta. Ellos saben más que yo. Pero considera esta alternativa:
No escuches música cuando pedalees.
Exacto. Elige el camino del sufrimiento.
Gracias a tu viaje en bicicleta, por primera vez en tu vida te estás dando una oportunidad para entrenar tu mente por varias horas al día.
¿El objetivo? No necesitar tener la cabeza ocupada en algo para estar bien.
Encontrar la calma dentro de nosotros.
Imagínate lo fuerte de cabeza que serías si fueras capaz de controlar esa voz negativa que aparece cada vez que no tienes distracciones.
Imagínate la paz que sentirías si fueras capaz de pasar horas cada día disfrutando de tu entorno, sin necesitar ponerte los audífonos y distraerte con música o un podcast.
Aprender a disfrutar de la realidad, sin distracciones.
Ser amigos de nuestra propia mente.
Con tantas series de Netflix, y redes sociales, y videos de youtube, y música en Spotify, nos hemos convertido en una sociedad adicta a la distracción.
Hemos perdido esa capacidad de sentarnos a no hacer nada, y estar bien.
«El extinto arte de sentarse bajo un árbol y no hacer nada».
Tan sólo piensa en tu día a día.
¿Cuándo fue la última vez que te sentaste solo/a y en silencio, sin distracciones?
¿Cuándo fue la última vez que saliste a caminar por un parque sin escuchar música ni revisar tu teléfono, disfrutando de la naturaleza?
Si eres como el resto de nosotros, no lo haces nunca. No eres capaz de pasar un solo minuto sin la cabeza ocupada. No eres ni siquiera capaz de ir al baño sin tu teléfono, o de almorzar sin revisar Instagram.
Apenas nos dejan solos y sin entretenciones, empezamos a sentir ansiedad. Nos sentimos aburridos, solos. ¡Es desesperante!
Somos adictos a la entretención. Adictos a consumir contenido.
¿Cómo puede ser que no seamos capaces de pasar tiempo apreciando nuestro entorno sin distracciones?
Durante la pandemia, me volví un obsesionado con aprovechar mi tiempo libre para aprender.
Cada vez que hacía ejercicio, o manejaba, o almorzaba solo, tenía que estar con los audífonos puestos escuchando algún libro o un podcast de desarrollo personal.
«La vida es una sola, ¡hay que aprovechar cada segundo para aprender!», pensaba.
No voy a negar que aprendí mucho. ¿Pero a qué costo? Al cabo de unos meses me empecé a sentir…vacío.
Tenía la sensación de que estaba destinando mucho tiempo a aprender de la vida a través de consejos que dan otras personas, y poco tiempo realmente viviendo.
¿Cuántos libros de salud y deporte tenemos que leer para salir de la casa de una vez por todas y empezar a movernos?
¿Cuántos libros de meditación tenemos que leer para sentarnos en silencio a respirar por la nariz?
¿Cuántos libros de viaje tenemos que leer para salir a darle la vuelta al mundo en bicicleta?
Me di cuenta que no quería ver pasar mis veinte con los audífonos puestos escuchando un podcast que te revela «las siete claves para ser feliz».
Quería descubrir esas claves para ser feliz yo mismo. A prueba y error. Sin importar cuánto tiempo eso pudiese tomar.
En otras palabras: en vez de pasar la mayoría de mi tiempo consumiendo contenido, dedicarme a hacer, hacer, y hacer.
Estar 100% en el momento presente.
Antes de empezar mi viaje en bicicleta, me hice una promesa:
«Sin importar qué tan aburrido sea el paisaje, o qué tan duras sean las condiciones, o qué tan cansado esté, no puedo escuchar música o audiolibros mientras pedaleo».
Llegó la hora de enfrentar la mente. Pasar de ser alguien que se distrae todo el día, a ser una persona que está obligada a aprender a disfrutar de su entorno, ya que no tiene opciones para distraerse.
Al principio no fue fácil.
Resulta que, cuando no hay distracciones, la mente desentrenada es un chimpancé que salta de una rama hacia otra tirando mierda con sus manos a los niños del zoológico.
Es un desastre.
Una mente que lleva distrayéndose 25 años es tan débil como una babosa. Frente a la primera señal de incomodidad, se queja y busca rendirse. Descubrí que tengo una voz negativa dentro de mi cerebro que dedica su vida a tratar de destruirme. La llamé Calamardo, y escribí un artículo sobre ella.
Con el paso del tiempo, todo empezó a mejorar.
Dejé de sentir síntomas de abstinencia que me suplicaban escuchar un poco de música.
Poco a poco fui aprendiendo cómo controlar a Calamardo, lo cual permitió abrirle espacio a la voz positiva en mi cabeza.
Al no estar sufriendo todo el tiempo, tenía la oportunidad para apreciar mi entorno. Al mismo tiempo, mis sentidos se fueron agudizando. Me empecé a fijar en detalles del paisaje que jamás habría notado con mi mente distraída, y empecé a escuchar sonidos placenteros que no habría podido escuchar con los audífonos puestos.
Nada más bonito que el canto de un pájaro o el sonido del viento.
El gran salto ocurrió a los tres meses de pedalear sin música. Hubo una noche en la que estaba en mi carpa elongando. La regla de no escuchar música es solo para cuando pedaleo, así que al final del día suelo ponerme los audífonos por unos minutos antes de dormir. Sin embargo, esta vez no me los puse. Me di cuenta que prefería seguir escuchando mis pensamientos por sobre cualquier otra canción, incluído al grupo «Ráfaga».
Por un momento, sentí paz absoluta.
«Aaaaah, así que así de bien se siente cuando tienes una mente que no es adicta a pasar todo el tiempo distraída», pensé.
Por favor, no creas que soy un maestro Buddha que tiene paz interior y pensamientos positivos las veinticuatro horas del día. Me faltan décadas de meditación y entrenamiento mental para eso.
Pero al menos puedo afirmar que, gracias a ya siete meses de pedalear sin música, he logrado entrenar mi cabeza para pasar largas horas sin sentir la necesidad de hablar con otras personas ni distraerme con música. Y créeme cuando te digo que no depender de distracciones externas para estar bien se siente increíble.
La música es buena. ¡Es uno de los grandes placeres de la vida!
Pero que no nos pase que tengamos que escuchar música sólo para escapar de nuestras mentes.
Evitemos esa adicción a la distracción.
Aprovechemos nuestros viajes en bicicleta para aprender a estar bien sin distracciones.
Dediquemos tiempo a entrenar nuestras mentes para estar en paz.
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