Juan Pablo Toro, rey de víctimas

Esta historia tiene dos personajes principales. Uno soy yo, Juan Pablo Toro (el burro va por delante), y el otro es George.
Cada uno tiene su propia parte, pero eventualmente sus historias se entrelazan.

Juan Pablo Toro

Sábado 5 de Marzo de 2022. Después de considerables trámites burocráticos, revisión de cada uno de los bolsillos de mis bolsos, una interrogación, y un test PCR que demoró tres horas en dar un resultado negativo, los oficiales me permiten salir de Uganda para entrar al noveno país de este viaje en bicicleta: Rwanda.

Haber podido cruzar la frontera me tiene en estado de éxtasis. Teniendo en cuenta que la frontera entre estos dos países está oficialmente cerrada para turistas hace más de tres años, y que para haber llegado a ella tuve que pedalear por 400 kilómetros de interminables colinas en Uganda, mi entrada a Rwanda es uno de las metas más difíciles que he logrado. Está cerca de ser comparada con haber terminado un retiro de silencio de diez días en la India.

Como siempre, sé poco y nada del país que estoy visitando.
¿Cómo será el paisaje natural de Rwanda? ¿Su comida? ¿Sus pueblos? ¿Su música? ¿Su gente?
¿Será Rwanda un país especial, o será similar a lo que viví en Kenya y Uganda?

Sé que a Rwanda le dicen «la tierra de las mil colinas», lo cual de antemano provoca que mis piernas sientan cansancio. Cruzarlo exigirá toda mi energía y atención.

Sé también que hay gente que le dice «la Dubai de África», por el boom económico que ha tenido los últimos años. ¿Será que iré a ver rascacielos y autos lujosos entre medio de todas esas colinas?

Por último, sé que hubo una especie de matanza años atrás. Parece que las dos tribus que habían en ese entonces no se llevaban tan bien.

No sé nada más. Empiezo a pedalear.

Post cruce fronterizo, no avanzo ni un kilómetro y empiezo a ver gente caminando a orillas del camino. Mucha gente. Demasiada gente. ¿Por qué hay tanta gente caminando? ¿A dónde van? ¿No deberían estar manejando autos lujosos, siendo que Rwanda es la Dubai de África?

Saludo a la primera persona que adelanto. Un niño.

«Hello!». Tengo una sonrisa de cumpleaños por estar teniendo la oportunidad de conocer a los rwandeses.

«Mzungu! Mzungu! GIVE ME MONEY!», me responde. Más que pedir plata, parece como si fuera una orden que tengo que cumplir.

No le respondo, y sigo pedaleando.

Saludo a la segunda persona con el mismo entusiasmo. Esta vez es un adulto.

«Hello!».

«GIVE ME MONEY!»

«No, sorry».

Sigo saludando a cada persona que veo. Hombres, mujeres, adultos mayores, niños. Todo lo que escucho de vuelta es «GIVE ME MONEY Mzungu!».

A veces cambian la frase por «GIVE ME DOLLARS!» o «MONEY! MONEY! MONEY!» o tan sólo «GIVE ME», pero siempre mantienen esa misma actitud de como si fueran tus jefes dándote una orden.

Niños corren al lado mío por kilómetros. «Money! Money! Money!»

Jóvenes en bicicleta se adaptan a mi velocidad para seguirme hasta la muerte. «Money!  Money! Give me Money! Give Me!»

Paro a mear apenas encuentro un mínimo de espacio personal entre medio de unos arbustos, y mientras hago pipí escucho más niños a pocos metros de distancia. «Give me!!!!!»

«¿Qué está pasando?», me empiezo a preguntar.

No soy una persona que se caracteriza por tener paciencia, pero este día es una excepción. Continúo saludando a cada persona que veo como si fuera una especie de famoso que tuviera que cumplir con sus fans, sabiendo que ninguna de ellas me devolverá el saludo.  Tanta gente pidiendo plata me desgasta, pero logro mantener buena cara.

Al parecer, para los rwandeses un hombre blanco es una billetera andante, y si ha venido a Rwanda, es porque quiere repartir su infinita riqueza con los más vulnerables.

Eventualmente llego a un pueblo llamado Musanze, notoriamente más desarrollado que lo que venía viendo en Kenya y Uganda. Hay edificios de varios pisos y restoranes de buena calidad.
¿Qué es lo que me dice la gente de Musanze cuando me ve pasar? Aaah, sí. «GIVE ME MONEY!»

Encuentro una pensión barata, y me encierro en mi pieza tratando de olvidar a toda esa gente que me pidió plata. Creo que si vuelvo a escuchar «GIVE ME MONEY!» una vez más, me dará una úlcera. Pero no puedo aislarme del mundo para siempre. Al rato me da hambre, y tengo que salir de la pensión.
En la entrada de la pensión hay gente esperándome para pedirme plata. Post comida, vuelvo a mi pieza tan rápido como puedo, cubriendo mi cabeza con el gorro de la chaqueta para intentar que los rwandeses no vean que soy un Mzungu. Pero igual me notan. Es como si tuvieran un radar de blancos.

Me acuesto con una pregunta dando vueltas por mi cabeza: «¿En qué mierda de país me metí?

Segundo día.

Pedaleo 73 kilómetros por las colinas de la tierra de las mil colinas en dirección a la orilla del Lake Kivu, en la frontera con la República Democrática del Congo.

Land of a thousand hills.

El camino es lindísimo. Uno de los beneficios de cruzar tantos cerros es que tienes unas vistas panorámicas fenomenales. Pero es difícil disfrutar del entorno cuando en todo momento hay alguien a tu lado diciéndote «GIVE ME MONEY!».

Lo peor es cuando tienes que hacer una subida. Ahí, mientras jadeas y sufres por tanta inclinación, los niños tienen mayor facilidad para seguirte el paso trotando. No hay forma de perderlos de vista. «Money Money Money!!!!!!!».

Tanta subida me está destrozando, pero no quiero parar. Parar significa darles una invitación a los rwandeses a que me pidan plata sin dejarme respirar. Pero nuevamente tengo hambre, así que me detengo en un puesto de frutas a comprar plátanos.

Extrañamente, la señora de las frutas me cobra el valor de los plátanos, sin pedirme nada más. Por dentro pienso «¿No se te está olvidando algo? ¿No deberías decirme «GIVE ME MONEY»?

Le doy las gracias por no tratarme como una cajero automático.

Puesto de plátanos que me dio esperanza

Llego a orillas del maravilloso Lake Kivu. Lamentablemente el aire no está tan limpio, así que no puedo ver la República Democrática del Congo al otro lado del lago. Encuentro un restorán con una hermosa vista a la orilla del lago, y convenzo al dueño para que me deje acampar ahí.

Una vez armada mi carpa, me siento en un banco a contemplar el atardecer. Decir que estoy deprimido es poco. Tengo un rencor profundo hacia los rwandeses. Es la primera vez en mi vida que me siento como un ser humano de segunda categoría.

¿Cómo no van a ser capaces de responder un saludo sin pedirme plata?

Cuando le preguntas a un viajero ¿Qué fue lo mejor de (insertar país)?, es muy típico que te responda «la gente».
En mi caso, casi siempre respondo eso. Rwanda, en cambio, es el primer país que conozco en el cual la gente no es lo mejor. Todo lo contrario. Los rwandeses son los que arruinan este paisaje tan maravilloso.

Duermo diez horas sin interrupción, intentando restaurar mi capacidad emocional necesaria para interactuar con otros seres humanos.

Tercer día.

Paso toda la mañana empujando la bicicleta por un camino rural empinadísimo, intentando llegar a la cima de las montañas que bordean el Lake Kivu. Hace un calor infernal que me está deshidratando como nunca. Cada diez metros tengo que parar a descansar, ya que mis brazos no dan más por el esfuerzo de tanto empujar. Reviso con obsesión la ruta que tengo en mi celular, tratando de calcular cuánto me falta por empujar para llegar a la cima.

Mientras tanto, hay niños acompañándome todo el tiempo. «Give me money, give me money, money, money, GIVE ME MONEY!».

Noto cómo mi cabeza se va cayendo más y más cada vez que escucho esta frase, a tal punto de que no levanto la vista del suelo y no saludo a nadie, porque sé que me pedirán plata.
La paciencia se agotó hace rato. No me enojo ni les pido que se vayan, pero lo único que quiero es crear un campo de fuerza de cien metros de diámetro alrededor mío, con tal de que ningún humano se me acerque. Nunca he tenido un ataque nervioso, pero estoy seguro que estoy cerca de tener el primero. ¿Cómo irá a ser? ¿Me tiraré al suelo a llorar de desesperación?

Quedan tan sólo doscientos metros para la cima, pero con lo desgastado que estoy, me parecen imposibles de lograr. Permanezco varios segundos de pie, observando con terror los últimos metros que me faltan por empujar. Me tiemblan las piernas por la deshidratación.

De repente, siento que mi bicicleta se hace liviana. Me doy la vuelta para entender qué está pasando. Hay seis niños empujando la bici con todas sus fuerzas. Casi me pongo a llorar por la sorpresa. No sólo no me están diciendo «GIVE ME MONEY», ¡Me están ayudando! Con ese empujón, me invade una ola de energía que me hace terminar esos últimos doscientos metros corriendo junto a mi caballería.

¿De a dónde salieron esos ángeles? ¿Quién los envió? No importa. Lo único que importa, es que estos niños me demostraron que no todos los rwandeses son un desagrado. Quizás el 90%, pero no todos.

niños angelicales

Me encantaría decirte que desde ese momento en adelante todo fue mejor, pero te estaría mintiendo. Pasé los siguientes dos días pedaleando rumbo a la capital de Rwanda, Kigali, sufriendo como nunca. Horas y horas subiendo montañas que exigieron todo de mí.

Para que tengas un punto de comparación, subir desde mi casa en Santiago hasta la curva 40 de farellones son 1700 metros de desnivel. Subí eso mismo cada uno de los días que pedaleé hasta llegar a Kigali, pero con una bicicleta que, junto a los bolsos, pesa cincuenta kilos. Agrega a ese trabajo descomunal el constante «GIVE ME MONEY», y obtienes a un chileno destruido.

De repente aparecía una que otra persona gentil como esos niños caídos del cielo que me ayudaron, pero lamentablemente esa bondad no era suficiente como para contrarrestar lo mal que me hacía interactuar con el rwandés promedio.

Y por último, agregar a toda esa miseria unos ciclistas que se pegan a mí a lo largo de toda la ruta. No me dicen nada ni me piden nada, pero si yo paro, ellos paran. Y si yo avanzo, ellos avanzan. ¿Qué quieren de mí? ¿Me querrán asaltar? ¿Por qué no hablan?

Estos tipos son lo último que me faltaba para perder la cordura. Estoy desesperado. Les pido una y otra vez que me dejen tranquilo, pero no hacen caso. Finalmente, apoyo mi bicicleta en un árbol, los encaro y les digo en inglés: «¿Qué mierda les pasa? ¡¡VAYANSE!!».

creo que se nota el desgaste emocional

Ellos no hablan inglés, pero entienden que los quiero matar, y se alejan.

Cómo te explico el estado físico y mental en el que llegué a Kigali. Mis piernas y brazos no funcionan. Mis ojos están hundidos en el cráneo, y cuando pedaleo tengo la mirada perdida en el horizonte. Es como si el resto del mundo no existiera. Aislarme del resto es mi único mecanismo de defensa para lograr que el «GIVE ME MONEY» no me quiebre por completo. Soy un zombie.

creo que se nota el agotamiento físico y mental

Me encierro en un hostal tal como si fuera un ermitaño. Si hay algo de lo que estoy seguro, es lo siguiente:
1)Rwanda es uno de los países más bonitos que he visto, pero su gente es lo peor.
2)Nunca he estado tan cansado emocionalmente. Necesitaré varios días de reposo en el hostal sólo para dignarme a continuar el viaje.

Con todo lo que leíste,

¿Logré darte pena?

¿Logré que pienses «pobre Juan Pablito, lo trataron tan mal en Rwanda»?

¿Logré convencerte de que fui víctima del mal trato de los rwandeses?

Si no logré esos objetivos, me falta mejorar mi habilidad para contar historias. Pero es importante que tengas claro que, hasta ese momento, si hay una víctima en toda esta historia, sin lugar a dudas soy yo. No los rwandeses.

Juan Pablo Toro, el pobre jovencito al que los rwandeses deshumanizaron pidiéndole plata sin control.

Juan Pablo Toro, el rey de las víctimas.

Ah, pero casi se me olvida contarte sobre George.

George

George es un rwandés de teinta y cinco años. George sabe que su país tiene hartas colinas, pero si le dices que su país es la Dubai de África debido a su riqueza, se ríe en tu cara.

Verás, George no tiene una vida fácil. Junto a su mujer y sus cinco niños viven en una choza de barro situada a orillas del Lake Kivu, con unas pocas horas de electricidad al día, y sin agua.

la casa de george

George no tiene plata ni para mantenerse a sí mismo, pero al igual que los demás africanos, con su mujer han concebido tantos hijos como fuera posible. No importa cómo los alimentarían. Ese era un problema del futuro que lamentablemente ya llegó. ¿Preservativos? ¿Planificar una familia según la capacidad financiera? ¿De qué están hablando? ¡No hay nada más bonito en la vida que tener una familia enorme!

Entonces, George se encuentra en medio de un lío. De alguna forma, él y su mujer tienen que alimentar a estos cinco niños. Más aún, los tienen que educar con tal de que quizás, algún día, su familia logre salir de la pobreza.

Lo primero es lo primero: conseguir agua. George decide que la encargada de conseguir agua será su mujer. Así que parte ella caminando kilómetros todas las mañanas con tal de llegar a un pozo y conseguir suficientes litros de agua para satisfacer la sed de toda la familia, cocinar y lavar la ropa. Esos son varios litros de agua, que ni te imaginas cómo pueden llegar a pesar cuando caminas cargándolos.

Para cuando su mujer vuelve a casa con el bidón, está agotada. Quiere tomar un vaso con agua, pero no es tan fácil. Primero tiene que hervir el agua para matar las bacterias. De otro modo, ella y sus hijos pueden morir de diarrea o alguna enfermedad al estómago.

Entonces, necesita prender fuego. Para eso necesita que uno de sus niños vayan a conseguir ramas al bosque, o que George compre carbón. ¿Pero cómo van a comprar carbón si no tienen plata?

Mientras tanto, George está encargado de ganar un sueldo para conseguir comida y carbón, y pagar la educación de sus hijos. Pero dado que George no se educó, así como muchos otros rwandeses, tiene opciones limitadas:

1)Puede trabajar de moto-taxi. Es un trabajo típico en cada pueblo por el que pasas en África. El problema es que son muchos los que trabajan en eso, y pocos los civiles que necesitan que los lleven a algún lado. Así que lo normal es ver a estos moto-taxi sentados sobre sus motos todo el día, sin hacer nada más que conversar entre ellos. Ah, y para eso necesita comprar una moto, que obviamente está lejos de su alcance.

2)Puede trabajar transportando cargas pesadas en su bicicleta. Considerando que las bicicletas que usan son precarias y las cargas ridículamente pesadas, este debe ser el trabajo más difícil del mundo. Súmale además las colinas de la tierra de las mil colinas.

3)Puede trabajar en el campo. Es duro, pero no es tan demandante físicamente como el trabajo de la bicicleta, El problema es que de sueldo se gana entre poco y nada. No es suficiente para alimentar a cinco niños.

Hay otros trabajos, tales como servir cervezas en el bar que hay en cada pueblo, tener una tienda, etc. Pero son menos comunes y más difíciles de conseguir.

George elige la opción n°2: cargar cosas pesadas en su bicicleta varias horas al día todos los días de su vida. Con eso consigue una que otra moneda para comprar maíz, arroz, porotos y carbón. Gracias al esfuerzo descomunal que hacen él y su mujer, podrán hervir agua, cocinar y alimentar a los niños. Olvídate de comprar cosas para la casa, o ropa para los niños, o pagar el colegio.

George en un día normal de trabajo

Espero que estés pensando «¡George tiene una vida dura!». Si no es así, ¡mírate al espejo maldito bastardo insensible! Esta gente lo pasa mal.

Casi se me olvida la peor parte.

En 1994, cuando George tenía tan sólo siete años, Rwanda pasó por un tiempo «complicado».

En ese entonces existía en el país dos grandes tribus: los Hutus (84% de la población), y los Tutsis (15%). Estas dos tribus se odiaban una a la otra con todo su ser. Antes de este inolvidable año habían tenido guerras civiles, revoluciones y matanzas de cientos de miles de Tutsis. Suficientes malos antecedentes como para que el gobierno Hutu, determinado a terminar con el problema de una vez por todas, organizara un genocidio sistemático. Objetivo: eliminar a los Tutsis de una vez por todas.

A inicios de Abril de 1994, un misil destruyó el avión en el cual iba viajando el presidente de Rwanda. Esa misma noche, miles de Interahamwe (un ejército hutu sádico entrenado para matar 1.000 Tutsis cada veinte minutos), salieron a las calles a lo largo de toda Rwanda con machetes buscando torturar, violar y matar a cada Tutsi que encontraran.

El genocidio ha empezado.

Periodistán - Parte II on Twitter: "19) Los tutsis dominan la mitad del  país pero no avanzan más. Los hutus resisten en la otra mitad, y nadie se  mueve de eso. Se
Interahamwe

Durante cien días, soldados y civiles hutus desataron el apocalipsis contra los Tutsis. No importaba qué tan cercano era tu vecino, mejor amigo o familiar. Si eras Tutsi, eras torturado y asesinado con un machete por tu gente cercana. ¡Un machete!

No había dónde esconderse ni cómo escapar del país.

100 días. Un millón de muertos.

Lamentablemente, George era Tutsi. Él tuvo suerte. Logró esconderse durante los cien días en una iglesia, pero el resto de su familia y seres queridos no tuvieron tanta suerte. Todos fueron torturados y asesinados.

Para cuando el ejército Tutsi derrotó a los asesinos dando fin al genocidio y George pudo salir de su escondite, no vio nada más que cadáveres y casas destruidas. Él no lo sabía, pero se había convertido en uno de las decenas de miles de huérfanos del genocidio. Acababa de sobrevivir uno de los episodios más sangrientos de la historia de la humanidad, pero ya no había nada por lo que valiera la pena vivir. Todos sus seres queridos estaban muertos.

On anniversary, Ban honours victims and survivors of Rwanda genocide | | UN  News
George después del genocidio

Con los años saldría adelante como para llegar a los 35 con una familia que mantener, pero jamás olvidaría lo que pasó en 1994.

Supongo que te quedó claro que George ha tenido una vida dura.

Entonces, estamos en Marzo del 2022. George está en un día normal andando en su bicicleta camino a buscar la carga infernal que tiene que transportar.

De repente, sorpresa. Pasa al lado suyo un hombre blanco viajando en bicicleta. Comparada con la bici de chatarra que usa George, la Trek de montaña que usa el Mzungu parece nada más y nada menos que un Ferrari.

«¿Un Mzungu? ¿Aquí? ¿Y en bicicleta? ¿Acaso ha venido a ayudarme?», piensa George. Este Mzungu es la salvación que estaba buscando. George quiere decir algo para que el Mzungu le dirija su atención. El problema es que George no sabe hablar inglés. George sólo sabe una frase, y no piensa dos veces en decirla.

«Mzungu! Mzungu! GIVE ME MONEY!!!!».

El Mzungu le dirige una cara de desprecio, y a continuación hace como que no existe.

«GIVE ME MONEY!!!!», insiste George. Pero no recibe respuesta. No sabe qué hace ese mzungu aquí, pero definitivamente no ha venido a ayudar a George. Al rato lo pierde de vista.

George sigue con su vida. Una vida de sufrimiento y trauma desde sus primeros años de vida.

La vida más dura que se puede concebir en este planeta.

George es un personaje ficticio que representa la vida normal de un rwandés. Si una persona nació en Rwanda antes del año 1994, muy probablemente ha tenido una vida como la de George. El genocidio afectó a cada una de las personas de este país, sin importar si eran Hutus o Tutsis. Y en el campo, que es la gran mayoría de Rwanda, el trabajo infernalmente duro y las familias grandes que mantener son la norma.

Yo me enteré del pasado de George cuando visité el memorial del genocidio en Kigali. Es el primer museo en el cual me detengo a leer cada detalle que había disponible. Sólo en ese momento, después de seis días en Rwanda, se me abrieron los ojos.

¿Me están diciendo que yo, un chileno que nació con todas las facilidades del mundo, me di el privilegio de visitar Rwanda en bicicleta e ignorar a su gente que me pedía ayuda? ¿Esa misma gente que vivió el genocidio más sangriento de la humanidad?

Y no sólo eso, ¿Me están diciendo que me di el gusto de contar mi experiencia en Rwanda de forma tal en la que yo era la víctima sólo porque me pedían plata? ¿Una víctima entre medio de verdaderas víctimas?

Después del memorial del genocidio, volví al hostal con el corazón en las manos. Pocas veces me he sentido tan mal con mi propio actuar.

¿Cómo pude perder la paciencia con esta gente? ¿Cómo pude victimizarme? ¿Qué derecho tengo a hacer algo así?

Juan Pablo Toro, rey de víctimas.

Haciendo las paces con los rwandeses.

Mi paso por Rwanda no termina tan mal. Lo bueno, es que Kigali está en el centro de Rwanda. Para ir a Burundi estoy obligado a salir de mi escondite y volver a enfrentar los Give Me Money. Pero esta vez será distinto.

Antes de salir del hostal, me prometo una sola cosa:
No importa cuánta plata te pidan, o cómo te traten, o cuánta gente te siga. Tú no tienes derecho a perder la paciencia con los rwandeses. Jamás serás capaz de entender todo el sufrimiento por el cual ha pasado esta gente, así que si viniste a Rwanda por tu propia voluntad, más te vale que aguantes.

Y eso es exactamente lo que hago. Apenas salgo de Kigali, paso por al lado de un niño.
«GIVE ME MONEY!!!»
En vez de seguir, me detengo. Por un momento, él y yo nos miramos a los ojos y sonreímos. El niño no dice nada, ni siquiera repite GIVE ME MONEY. En ese momento entiendo que él y mucho de los otros niños que decían esta maldita frase lo hacían de una manera automática y compulsiva, sin necesariamente buscar que yo les diera plata. Lo único que querían era mi atención, y para eso gritaban con todas sus fuerzas la única frase en inglés que sabían.

Los siguientes dos días pasan a ser uno de los mejores del viaje. Disfruto de estar con cada rwandés/a que me dirige su atención, sin importar si me pide plata o no. Recuerda: no tengo derecho a perder la paciencia. Con algunos nos reímos. Con otros bailamos. Con otros simplemente nos saludamos. Salgo del camino principal, y exploro un área rural llena de campos de arroz y pantanos bellísimos, justo un día Domingo donde la gente se reúne en las iglesias Gospel para cantar y bailar como nunca.

Quizás no puedo volver al pasado y tratar mejor a la gente que vi antes de Kigali, pero al menos encontré redención camino a Burundi.

Rwanda es bonito.

La gente de Rwanda es buena.

La vida es buena.

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Juan Pablo Toro
Juan Pablo Toro

Autor Deportista Nómade

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2 comentarios

  1. Ooooh qué tremendo, casi me dio un ataque de risa! jajajaja Muy buena historia. Te recordaba más positivo. Tu estilo de redacción me gusta, me sorprende a veces con cierta agresividad que no esperaba …

    Lo anterior lo escribí habiendo leído solo la primera parte del artículo. Desde la descripción de George y a la redención que llegaste, volvió a escribir el JP Toro que conozco. Lograste sobreponerte a la situación muy bien, intentando entender la razón de por qué todos decían lo mismo e interiorizándote con su historia. Pudiste tener un análisis externo de las circunstancias para poder ver con objetividad el contexto, sería ideal que todos fuésemos capaces de hacer eso, el mundo sería más comprensivo.

    Muy sorprendente la historia de Rwanda, una realidad durísima. Muy ingenioso haber personalizado la historia en un personaje ficticio para relatar la vida de un Ruandés.

    Un abrazo Mzungu!
    A tu regreso te estaré esperando y lo primero que te diré será:
    «Give me money JP Bull, give me money!»

    1. Gracias amigo mío!!
      Uff, los primeros días antes de Rwanda fueron toda una experiencia. Al no conocer en detalle el pasado de esta gente, era difícil tener la paciencia que necesitaba par el momento. Llegué a Kigali exprimido emocionalmente.
      Sé que eres un hombre ocupado, pero te puedo recomendar un libro? Left to tell, de Immaculee Ilibagiza. Una mujer extraordinaria que sobrevivió al genocidio.
      Un abrazo!!

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