Esta historia viene con meses de atraso, pero mi excusa es que fue especialmente difícil de escribir, por dos motivos:
1)A ratos pienso que lo que vi no debería haberme afectado tanto.
Pero lo hizo, y no hay nada que hacer al respecto.
2)Tengo 26 años. Soy demasiado joven como para escribir sobre la muerte. ¿No debería estar pensando en vivir? Cualquier pensamiento que salga sobre mi cabeza sobre este tema será algo básico.
Finalmente, decidí compartir lo que he pensado sobre la muerte porque, gracias a tanto pensar y leer sobre ella, he encontrado paz que nunca antes había sentido.
Además, quizás tu leerás esto y me ayudarás con nuevos puntos de vista sobre el tema.
Acá vamos:
23 de Febrero de 2022.
Me encuentro pedaleando por Uganda, rodeando el famoso lago Victoria.
No puede ser, ¿Otra subida más? ¿Cuántas llevo? ¿Quién carajo diseñó la geografía de este país? ¿No pensó en hacer alguna parte plana? ¿Y por qué tengo tan irritado el culo? ¿Será por pedalear con tanta humedad?
Hasta el momento, Uganda se ha sentido como un puñetazo en la guata.
Llevo tres días subiendo y bajando lomas. Es siempre lo mismo. Te demoras diez a quince minutos en subir hasta la cima, donde encuentras un pueblo diminuto, desabastecido y lleno de gente que cuando te ve pasar, te grita «¡Mzungu!»(hombre blanco en swahili), y luego toca bajar por dos minutos para llegar al comienzo de la siguiente subida, que es igual a la anterior.
Una loma está bien. ¿Dos? No hay problema. ¿Pero veinte? ¿Treinta? Me estoy volviendo loco. A ratos echo de menos el paisaje plano y desértico de Irán. Echo de menos también a su gente simpática. Aquí en Uganda una de cada tres mujeres me mira con cara de culo, y los conductores de mototaxi que están de pie en cada esquina me tiran besitos para llamarme la atención.
Las piernas me están fallando. Lo único que me causa ilusión, es saber que queda poco para llegar a Kampala, la capital. Quizás podré encontrar un hostal con otros viajeros y señal de internet, y descansaré. ¿O estoy pidiendo mucho?
Son las seis de la tarde, y llego a un pueblo llamado Lugazi. No sé qué tiene este lugar, pero se siente una energía maligna. Es un pueblo triste, decadente. Hay gente que me mira feo.
Tengo ganas de pasar de largo, pero me costaría muchísimo encontrar un lugar para acampar. Lamentablemente tengo que pasar la noche aquí.
Por favor, señor taxista, ¿Podría dejar de tirarme besitos?
Encuentro un Bar-Motel llamado «Pentagon» donde me atiende una señorita que me trata pésimo. Mi instinto me dice «¡Sal de aquí! Nada bueno puede salir de un Motel que además es un bar». Pero la pieza privada cuesta $3.500 pesos chilenos, así que acepto quedarme.
Por lo general yo soy de esos que puede dormir en cualquier lado, pero el Bar-Motel Pentagon es mi límite. La pieza es sucia, el baño no tiene agua ni para lavarse los dientes, y la ampolleta que alumbra todo es roja. Ya sabes, para que los que se hospeden aquí tengan una experiencia sexual con buena iluminación.
Me cambio de ropa tan rápido como puedo, y escapo del lugar. Necesito comer algo.
De comida, un pollo que se quedará dentro de mi el resto de mis días, ya que nadie puede digerir algo así. Lugazi, maldito Lugazi.
Salgo del restaurant, y a los pocos metros veo cómo una niña de unos catorce años cae al suelo con un ataque de epilepsia. Se retuerce de un lado a otro como si estuviese poseída.
Nadie sabe qué hacer para ayudarla, así que todos nos quedamos de pie manteniendo tres metros de distancia. Paralizados. Al rato, una señora (su madre?) se arrodilla para ayudarla.
¿Sabes lo que hice después de ver esta escena por cinco minutos? No fui a llamar una ambulancia, ni fui en búsqueda de alguien que pudiese ayudar. No. Fui a un puesto de frutas, me compré un mango, y volví al Bar Motel.
Me acuesto en la cama, vacío por dentro. Me calmo a punta de meditación, y me quedo dormido a pesar de la música a fondo que tiene el bar.
A la mañana siguiente despierto urgido. Necesito salir de este pueblo tan rápido como pueda. Además, si es que soy eficiente, podré llegar a Kampala a almorzar.
Voy pedalenado a toda velocidad subiendo y bajando lomas. El camino está lleno de autos y camiones. Cuento los kilómetros para llegar a descansar. De repente, veo a unos cincuenta metros un grupo grande de gente de pie en la mitad de la calle. No quiero meterme a la otra pista, así que reduzco la velocidad, y paso lentamente entre ellos a medida que van abriendo el paso.
Esquivo a dos personas más, y veo en el piso a un hombre muerto. Un riachuelo de sangre fresca sale de su cráneo. Lo único que el resto de los presentes hizo para cubrirlo, fue poner un paño sobre su cabeza. A duras penas logro esquivarlo, pero mis ruedas se manchan con su sangre.
Esto fue la gota que rebalsó el vaso. Una niña con epilepsia, un hombre muerto…No estoy preparado para esto. No, señor. Sigo pedaleando, pero con la mente en otro universo. Quiero escapar de este lugar. Llego a Kampala sintiéndome menos humano que hace veinticuatro horas.
Esta fue la descripción de los eventos. Ahora vienen las reflexiones.
Lo que creo actualmente, es que ver a ese muerto me afectó mucho porque no estaba preparado para verlo. Me pilló totalmente por sorpresa. Además, entre las innumerables subidas y el mal rato en Lugazi, no estaba fuerte de mente.
Es difícil ver un cuerpo inerte en la mitad de la calle, y no pensar «Este podría ser yo».
Somos seres tan frágiles… ¡Podemos morir en cualquier momento!
Desde ese momento, la imagen de este fallecido ha entrado y salido de mi cabeza cientos de veces . Pensar en la muerte se ha convertido en un ejercicio recurrente mientras estoy sobre la bicicleta.
Era tanta la obsesión en un minuto, que me propuse lo siguiente: «Si voy a pensar tanto en este tema, al menos lleguemos a una conclusión sobre ella que me traiga paz».
En otras palabras, buscar alguna forma de estar tranquilo con el hecho inevitable que, haga lo que haga, puedo morir en cualquier momento.
Hay gente que se da cuenta de la inevitabilidad de la muerte, y actúa como si no le tuviera miedo. No piensan en ella. Viven pasando por riesgos ridículos. ¿Has escuchado de los trajes ardilla?
Personalmente, creo que vivir así es un error. Con este regalo de vida que se nos dio, es un deber por parte de cada uno de nosotros hacer lo posible por conservarla y aprovecharla al máximo.
Hay otro grupo de gente que, al darse cuenta que la muerte es inevitable, se ve completamente invadida por el miedo. Viven sus vidas con un nivel de precaución excesivo, que no les permite hacer aquellas cosas que eran bastante seguras y les harían sentirse vivo/as.
También creo que es un error. Una vida en la que tienes miedo constantemente por cosas relativamente seguras es difícil de disfrutar.
Me gusta pensar que existe un punto intermedio entre los dos extremos anteriores.
Un punto intermedio en el que no nos invade el miedo a la muerte, pero a la vez, le tenemos respeto y estamos consciente de ella en cada momento.
Un punto en el que aprovechamos tanto nuestras vidas, que al momento de morir, aceptamos nuestro fin con tranquilidad.
Después de tanto leer y reflexionar, he llegado a un resumen de tres partes que me ayuda a encontrar tranquilidad. Es una especie de guía práctica que me recuerda lo que realmente es importante.
Cuando me veo gobernado por el miedo a morir, repaso estos tres puntos para volver al balance.
Estos son:
1)¿Qué es lo que me da miedo de morir?
Lo primero es lo primero. Llegar a la raíz de nuestro miedo.
Una vez que decimos nuestro verdadero miedo sin vergüenza, podemos empezar a hacer algo para combatirlo.
Es como cuando un alcohólico va a AA y empieza diciendo «Hola, me llamo Juan Pablo, y soy alcohólico».
Es el primer paso.
Son muchas las opciones que pueden ser la verdadera raíz de nuestro miedo.
Puede ser que crees en un cielo y en un infierno, y te da miedo ir al segundo.
Puede ser que no crees en la vida después de la muerte, y te da miedo dejar de existir.
Puede ser que estás casado/a y tienes hijos, y te da miedo dejar a tu familia.
O simplemente te da miedo el sufrimiento físico que te dará la enfermedad/accidente que terminará contigo.
En mi caso, no es ninguna de las anteriores. Esos miedos están ahí, pero no son nada comparado con el padre de los temores:
Morir, sabiendo que desperdicié mi vida.
Llegar al final de mis días, y saber que pude haber vivido mucho, mucho mejor.
Saber que se me dio un cuerpo sano capaz de hacer esfuerzos físicos impensables, y en vez de cuidarlo y aprovecharlo, pasé la gran mayoría de mis horas despierto sentado y envenenándome con comida chatarra.
Saber que se me dio una mente sana y sin límites para aprender, y en vez de aprovecharla, nunca dediqué el tiempo necesario a pensar y aprender.
Saber que no cuidé mis relaciones cercanas.
Que no ayudé a otras personas, a pesar de que tuve miles de oportunidades para hacerlo.
Que no conocí este mundo maravilloso en el que vivimos, lleno de paisajes paradisíacos, animales extraños y gente increíble.
Que no aproveché las oportunidades que se me presentaron, porque me dio miedo tomar riesgos.
Que seguí el camino que otros querían de mí, y no el que realmente sentía que era correcto para mí.
Creo que se entiende el punto.
Quizás a ti no te da tanto miedo como a mí desperdiciar tu vida. Quizás otro de los miedos que mencioné (o alguno que no mencioné) ocupa más tu cabeza. Y está bien. Todos somos distintos. Pero creo que es importantísimo detenernos por un minuto, no engañarnos a nosotros mismos, y ser capaz de decir con claridad qué es lo que realmente nos da miedo.
Sólo así se puede encontrar un poco de paz.
2)Memento Mori: Recuerda que vas a morir
Uno de los pilares de la filosofía estoica es recordarnos constantemente que vamos a morir.
Lo sé. Suena como algo retorcido. Pero si lo miras desde cierto ángulo, esto puede llegar a ser muy útil.
Saber que podemos morir en cualquier momento es el mejor recordatorio que podemos llegar a tener para salir a aprovechar nuestras vidas. Nuestro tiempo en este planeta es demasiado corto. ¡No podemos seguir perdiéndolo!
Dejar de juntarnos con gente que nos hace infelices, y dedicar más tiempo a estar con aquellos que realmente queremos.
Dejar de hacer aquello que sólo hacíamos por status social, y salir en búsqueda de lo que realmente queremos hacer.
Dejar de desperdiciar tiempo viendo memes y videos en tik tok.
¿Alguna vez has intentado enderezar tu espalda?
Para lograrlo, tienes que recordar cientos de veces y a lo largo e todo el día que debes tener la espalda recta.
Al principio es incomodísimo. Tienes que forzarlo una y otra vez.
Con el paso del tiempo empiezas a sufrir menos.
Y ya luego de mucha práctica, no necesitas recordarte que debes enderezar la espalda. Lo haces inconscientemente.
Recordar que vas a morir funciona de la misma forma.
Al principio, debes forzarlo. No vendrá naturalmente. Y será incómodo.
Pero si insistes en hacerlo una y otra vez, Memento Mori estará presente contigo en todo momento.
Saldrás a hacer deporte, y recordarás «Puede ser la última vez». Y la aprovecharás al máximo.
Te juntarás con amigos, y conversarás como si nunca más los fueras a ver.
Tomarás un café, y lo disfrutarás como nunca. No puedes dar por sentado el último café de tu vida.
3)¿Qué quiero ser capaz de decirle a San Pedro?
Sin importar si creo o no en la vida después de la muerte, me imagino este escenario a modo de ejercicio:
Muero. Llego a la típica puerta del cielo que aparece en tantas películas y dibujos animados. Hay un guardia custodiándola. Es ruso, serio, y lleva consigo una metralleta AK-47. Me mira de pies a cabeza con desprecio, y sin saludarme, hace una sola pregunta.
«¿Mereces entrar aquí?»
Yo lo miro a los ojos sin miedo, y le respondo:
«La verdad, no sé si merezco entrar al cielo o no. Pero te puedo asegurar lo siguiente:
Se me dio un cuerpo sano, y agradecido por este regalo, decidí aprovecharlo al máximo. Me moví tanto como pude e hice esfuerzos físicos inimaginables. Y al mismo tiempo, lo cuidé para que funcionase como corresponde. En otras palabras, no pude haberle sacado más jugo.
Se me dio una mente sana, y agradecido por este regalo, decidí aprovecharla al máximo. Leí centenares de libros y aproveché cada medio que estaba disponible para aprender tanto como fuera posible. Y al mismo tiempo, utilicé esa mente para crear todo tipo de rarezas y expresar mis ideas. En otras palabras, no pude haberla aprovechado más.
Se me dio una familia y amigos que me querían en sus vidas, y fui capaz de expresar ese cariño de vuelta y dedicarles tiempo. Porque se merecían todo lo mejor.
Se me dieron ciertos privilegios, y fui capaz de agradecer por ellos y aprovecharlos cada día. Porque sabía que eran valiosos, y que otros no los tenían.
Se me dieron ciertas limitaciones, y fui capaz de aprender a vivir con ellas y estar bien. Sin una mentalidad de víctima.
Nací en un mundo impresionantemente hermoso e interesante, lleno de gente increíble, paisajes paradisíacos, y animales extrañísimos, y dediqué el tiempo debido a contemplar este regalo.
Tuve oportunidades para ayudar a otros, y las aproveché.
Me equivoqué mil veces, y fui capaz de aprender de esos errores.
Mi vida no fue perfecta, pero nunca quise que lo fuera. Para mí, bastaba con hacer todo lo que estuviera a mi alcance por no desperdiciarla.»
El ruso se queda mudo. Al cabo de unos segundos, me dice:
«Un poco cursi tu respuesta. Pero me ablandaste el corazón. Pasa».
Eso es todo por ahora. Como dije anteriormente, cuando me encuentro a mi mismo teniendo mucho miedo sobre la muerte, vuelvo a estas tres reflexiones. Especialmente la tercera.
Es difícil de explicar, pero últimamente he encontrado una tranquilidad inmensa sólo por saber que estoy intentando aprovechar mi vida al máximo. Siguiendo mi propio camino.
Sin embargo, me recuerdo constantemente que tengo 26 años, y que me falta mucho por aprender. Estoy seguro de que hay muchas cosas que no sé de este tema. Dicho esto, quiero terminar este artículo haciéndote un par de preguntas a ti, querido/a lector/a:
1)¿Has pensado alguna vez sobre la muerte?
2)Si es así, ¿Qué le agregarías/ cambiarías a las tres reflexiones que escribí?
¿Te gustaría apoyarme en mi viaje por el mundo? ¡Regálame un café!
Muy buena reflexión! Sobre morir habiendo desperdiciado la vida, pienso que esto no es posible, entendiendo que somos humanos y tratamos de hacer lo mejor para nosotros mismos con los recursos que tenemos disponibles, y sobre la muerte creo que está siempre llega cuando tiene que llegar. Me gusta creer que todo tiene un sentido y tiempo perfecto. Lamento mucho ambas situaciones, espero estén en un lugar mejor que Lugazi.
Soy tu fan!! He encontrado una fuente de inspiración en este blog. Gracias soy la hermana de coto lavin, me sugirió que te siguiera y aquí estoy jajaja. También soy amante del deporte y de conocer otras culturas!