Después de pasar seis meses recorriendo Medio Oriente y otros seis meses recorriendo África en bicicleta, estuve cuatro meses viajando por 15 países de Europa antes de volver a Chile.
Acá va un resumen:
Llego en avión a Bucharest, la capital de Rumania. Dejo mi bicicleta en la bodega de la ex asistente de Pieter, el sudafricano que me alojó en Cape Town. El plan es volver por ella en dos meses.
Tres días de descanso en Bucharest. Voy a conocer el edificio administrativo más grande del mundo, que al día de hoy está un 70% vacío. Me alimento de pizza y kebap todos los días.
Tren a Putna, pueblo situado a doce kilómetros de la frontera con Ucrania. Me alojo gratuitamente en un monasterio de cristianos ortodoxos.
Una semana de caminata por Vía Transilvánica, uno de los trekkings más famosos de Rumania. Me duele la espalda por la mochila. Las piernas se van acostumbrando de a poco a volver a caminar después de tanto pedaleo.
Bus nocturno a Budapest, Hungría. No duermo en toda la noche. Llego a las siete de la mañana a bañarme por primera vez en siete días a Szechenyi bath, la piscina más bonita que he visto.
Cuatro noches durmiendo poco y nada en Budapest, la capital de la vida nocturna en Europa. Salgo a bailar todas las noches.
El segundo día en Budapest, me llama uno de mis mejores amigos de Chile. Me dice que se casa en cuatro meses, en Diciembre de 2022. Corto la llamada, y me doy cuenta de inmediato que tengo que volver a Chile. Si no, me arrepentiré por no haber estado en un momento tan importante. Por primera vez sé que mi viaje tendrá un fin.
El cuarto día despierto de una siesta con el siguiente pensamiento: ¿Por qué los exploradores de National Geographic son capaces de ir a lugares remotos en el ártico, y yo no? ¿Cuánto cuesta ir al ártico? Reviso los pasajes, veo que vale poco más de cien dólares, y me compro uno para Octubre.
Bus nocturno a Ljubliana, la capital de Slovenia.
Una semana de trekking por Triglav National Park, uno de los parques más bonitos que he visto. Está prohibido acampar, pero yo no hago fogatas ni boto basura, así que lo hago de todos modos. Me enamoro por un día de una brasilera.
En Triglav se me pierde mi tenedor. Lo reemplazo por uno de madera que me dieron en un restorán, que se puede romper en cualquier momento. Necesito un tenedor nuevo. El tema es que voy a un supermercado, y venden bolsas de diez tenedores. ¿Para qué quiero diez? La otra opción es robarme uno en un restorán, pero sentiría un remordimiento tremendo. Dicho esto, apenas se me rompa el tenedor de madera, tendré comer con la mano.
Hago dedo para viajar al norte de Italia. Una semana de caminata por la región de las Dolomitas. El alojamiento aquí es carísimo, impagable. Se podría decir que es primera vez en todo el viaje que estoy acampando por obligación, y no sólo por gusto. Todas las noches me meto al bosque y me escondo para acampar sin que otras personas me vean.
Dos días de descanso en Milán, la ciudad que menos me gusta en todo el mundo. No sólo es fea y llena de gente fanática del lujo y el consumismo, súmale también que te compras un helado, y los conchsumadres no te dejan sentarte en la cafetería para comértelo. Odio esta ciudad.
Vuelo a Reykiavik, capital de Islandia. Me aloja en su casa una señora que está enojada porque pensó que yo llegaría con la bicicleta. Se siente engañada. El ambiente está tenso.
Cuatro días de caminata por Laugavegur Trail. La idea era pasar siete días caminando, pero un amigo americano llamado Steven me dice que se viene una tormenta, y que tenemos que apurarnos para salir de la montaña antes de quedar atrapados por varios días. Steven es músico, y pasa la mitad de su tiempo en Los Ángeles, y la mitad en Nueva York. Me cuenta que una vez trabajó con Katie Perry, y que es una perra. También me cuenta que una vez comió demasiados hongos, y tuvo una conversación esclarecedora con un dios Azteca.
Una semana de viajar a dedo sin rumbo por Islandia. Entre los muchos personajes que me acarrean, hay:
Un político islandés.
Dos alemanes que estudian un doctorado de química en Suiza, y que me cuentan sobre las teleseries que se arman en el mundo de los doctorados, y por qué Henry Kissinger es la peor persona de todos los tiempos. ¿Peor que Katy Perry?
Un islandés que pasó toda su vida matándose para llegar a un alto cargo en una constructora, y se aburrió, y ahora trabaja cuidando niños difíciles. Gana mucho más, y trabaja la mitad, y no le llegan correos estresantes.
En esa semana de viajar a dedo por Islandia:
Veo auroras boreales por primera vez en mi vida.
Conozco una cascada impresionante.
Toqué todas las puertas de la casa de un pueblito para pedir que me alojen, y todas las personas me dijeron que no, y acampé en un terreno vacío en pleno centro.
Pasé tres días intentando hacerme amigos de la gente de un pueblo remoto llamado Isafjorur. No hubo resultado.
Vuelo desde Islandia a Estocolmo. Me aloja por una noche Carlos Pérez, un amigo de mi papá. Me lleva a jugar tenis por primera vez desde Turquía.
Me encuentro con mi papá, mi mamá y mi hermano por primera vez en trece meses. Al minuto, parece como si nunca los hubiera dejado.
Dos semanas de viaje con mi familia. Conocemos Estocolmo, Oslo, los fiordos de Noruega, y Coppenhagen. En Coppenhagen hay una fábrica donde generan energía quemando basura. Sobre esa fábrica hicieron una cancha de ski. ¿No te parece increíble?
Me despido de mi familia. Tren de vuelta a Oslo, porque tengo que tomar mi avión a Svalbard, en el círculo polar Ártico.
Svalbard es una isla que es parte de Noruega. Está en el paralelo 78, dentro del círculo polar ártico. Ahí está el pueblo más al norte del planeta, Longyerbyen.
Algunos datos curiosos de Svalbard:
Hay más osos polares que personas.
Los locales caminan con escopetas, por lo anterior.
Está prohibido ser enterrado en la isla, porque tu cuerpo no se descompone.
Hay un ex—pueblo soviético abandonado llamado Pyramiden. En su momento floreció, y puedes ir a conocerlo, e impresionarte de cómo gente pudo haber llegado a vivir tan bien en un lugar así.
Acá está la bóveda mundial de semillas. Alberga millones de semillas a modo de plan B en caso de que haya un apocalipsis.
Voy a una fiesta local, y me enamoro por un día de una noruega. Yo también le gusto a ella, pero no hacemos nada al respecto porque tiene novio.
Vuelo de vuelta a Oslo. Tengo que esperar dos días para tomar un vuelo a Bucharest y así empezar a pedalear por los Balcanes. Para aprovechar el tiempo, compro un bidón con cinco litros de agua y me voy a la orilla de una laguna (en pleno bosque) a hacer un retiro de ayuno y meditación solitario de 36 horas.
Vuelo a Bucharest. Recupero mi bicicleta. Me tomo un bus a Sofía, en la capital de Bulgaria.
Desde Sofía comienzo a pedalear haciendo una vuelta por la región de los Balcanes. Es pleno otoño. Todavía hay buen tiempo, y las hojas de los árboles tienen una mezcla de colores otoñales increíbles. Se siente bien volver a la bicicleta. La vida es buena.
Desde Bulgaria, cruzo a Norte de Macedonia. Me encuentro con Stella y Linus, una pareja de alemanes que también lleva un año viajando por el mundo en bicicleta. Acaban de rescatar a un perrito a orillas del camino, y ahora no saben qué hacer con él. Lo nombran “Little Pablo” en mi honor.
Al día siguiente llego a Ohrid, uno de los lugares más lindos de Norte de Macedonia. Me encuentro con Pete Gost, un británico que ha pedaleado más de 130.000 kilómetros por todo el mundo. Él fue una de las personas que me inspiró a hacer esto. Es increíble poder conocer en persona a uno de tus ídolos.
Desde Macedonia, cruzo a Kosovo. La mitad del mundo dice que es un país, y la otra mitad dice que es parte de Serbia. La gente de ahí probablemente piensa “Déjense de webiar y déjennos vivir tranquilos”.
Desde Kosovo, cruzo a Montenegro. Una montaña al lado de la otra me deja completamente agotado, pero pleno por haber visitado uno de los países más bonitos que he visto.
Desde Montenegro, cruzo a Bosnia. En Bosnia hay una línea de tren abandonada que pavimentaron para convertirla en ciclovía. ¡Maravilla! Esta ciclovía me deja en Mostar, donde me quedo a descansar y aprovecho de hacerle mantención a mi bicicleta.
Desde Bosnia, cruzo a Croacia. En Croacia sigue habiendo buen tiempo como para bañarse en el mar y estar en camisa, pero al mismo tiempo ya no hay un solo turista. Tengo todas las islas y playas para mí sólo. Timing perfecto. Soy inmensamente feliz.
Desde Croacia, cruzo de nuevo a Montenegro. Esta vez recorro el país por la Costa, en dirección Sur.
Desde Montenegro, cruzo a Albania. Paso una semana recorriendo este hermoso país lleno de gente simpática en dirección Sur, camino a Grecia.
Cruzo a Grecia. El paisaje es increíble, la gente es simpática, la comida es rica, y no hay turistas. Todos los días acampo en una playa distinta. Lo único malo es que hay una serie de lluvias y tormentas brutales que me destrozan y me tienen constantemente observando el cielo con preocupación.
En Grecia visito una isla llamada Zakyntos. Aquí está Navagio Beach, una de las payas más bonitas del mundo. Para verla hay que subir y subir cerros en bicicleta, y llegas a un mirador que está en la orilla de un precipicio, desde donde se tiene una vista panorámica inigualable. La voy a ver. No hay nadie. El sol calienta a la temperatura perfecta. Me siento en un escalón de piedra a disfrutar del atardecer. Ahí, en plena solitud en uno de los lugares más bonitos que he visto, me doy cuenta de lo afortunado que he sido por todo este viaje. Ha salido muchísimo mejor que cualquier plan que habría podido llegar a imaginar. Soy feliz.
A la mañana siguiente me tomo un ferry a Cefalonia. Aquí vive el papá de Jason, el griego que conocí en el hostal de Rwanda. El papá de Jason me recibe durante dos días. Juntos nos dedicamos a tomar y comer. En una de esas comidas, le digo: “Usted parece ser una persona muy relajada. ¿Alguna vez ha sentido estrés?”. Me responde “Claro que no”, como si fuese una estupidez estresarse. Los griegos saben vivir.
Al finalizar la estadía, le pregunto si no le molestaría si puedo dejar la bicicleta aquí, para que la use el que quiera. Ya no la necesito. Me dice que sí.
Bus a Atenas. Visito el Pantenon, rodeado de cientos de turistas aburridos.
Vuelo desde Atenas a los Alpes Franceses. Le había prometido a Remi y Chiara y sus tres hijos (la cyclofamily con la que viajé en Irán y Omán, por si no te acuerdas) que los iría a ver.
Paso cinco días con ellos. Dedicamos nuestro tiempo a jugar y hacer trekking y comer rico. Me enamoro del estilo de vida que la gente tiene por estos lugares. Saben disfrutar. Le dan importancia al trabajo, pero no tanta. Si hay alguien que está trabajando más de la cuenta, la critican. Saben que hay cosas mucho más importantes, tales como la familia, los amigos, y disfrutar de hacer lo que a uno le gusta en el tiempo libre. Y saben aprovechar al máximo la montaña. Para ello, usan esquís de randonée, esquís normales, trineos, bicicletas, raquetas, y mucho más. Y si salen a la montaña se llevan consigo pan, queso, jamón serrano, y vino. Picnic de calidad.
Tomo un bus a Madrid, porque desde ahí salen vuelos “baratos” a Chile. He estado aquí antes, así que no tengo ansiedad por turistear. De todos modos, paso un día entero recorriendo la ciudad para matar el tiempo. Visito el Museo del Prado. Después, caminando por una de las avenidas principales, veo a una señora de unos setenta años desnuda tendiendo ropa en su balcón. Después de tantas cosas que he visto en este viaje, no me llama la atención.
Me tomo un avión a Chile. Mi mamá no sabe que yo llego de vuelta.