Para tener dos días extraordinarios en Isla Hormuz se tienen que cumplir varios pasos.
Lo primero es lo primero. Te tienes que tomar un bus nocturno a Bandar Abbas, ya que estás corto de tiempo. En cinco días tienes que tomar un ferry a Dubai, y quieres aprovechar de recorrer la Isla Hormuz con tiempo.
El bus es de esos que se mueven tanto, que te cuestionas a cada rato si las maletas de los otros pasajeros estan destruyendo tu bicicleta allá abajo en el maletero. Problema del futuro.
A las 12 de la noche, el bus tiene que parar en un restorán para que todos se bajen a comer. Eso te corta el sueño profundo en el que estabas.
Para tratar de alegrarte, te compras un chocolate que, medio segundo después de que entra a tu boca, tu estómago dice que cometiste un error.
Tu compañero de asiento tiene que ser un imbécil monumental. Cada vez que se queda dormido, levanta su brazo y lo apoya sobre su cabeza. Pero a los cinco minutos lo deja caer y te pega un codazo en la frente.
El resto del viaje en bus consiste en tí tratando de quedarte dormido, mientras que el pelotudo de al lado te despierta con un segundo codazo. Y un tercero. Y un cuarto.
Al quinto codazo, tú lo encaras. Le agarras el brazo y le dices en español que se lo meta por la raja, como si él entendiera. Justo ahí, el bus llega a Bandar Abbas, y te tienes que bajar.
Mientras armas tu bicicleta, te das cuenta de dos cosas:
1) Se te quedó la botella Nalgene en el bus, lo cual duele a un nivel ridículo.
2)Tu rueda delantera está desinflada.
Entonces, son las cinco de la mañana, está oscuro, y tú estás sentado en una vereda, arreglando tu rueda y bostezando. Se te acerca un iraní de unos cincuenta años y te empieza a grabar con el teléfono por varios minutos haciendo te preguntas, lo cual te pone incómodo. Pero el viejo es simpático, asi que sigues con lo tuyo.
Son las seis de la mañana, y sigue oscuro. Esperando a que abran las oficinas del ferry, aprovechas de ir a tomar té a un kiosko. No has dado un solo sorbo, y se te acercan tres mujeres iraníes a conversar. Cada una más guapa que la otra.
Te cuentan que se despiertan todos los días a las 5 am a andar en bici, lo cual te deja boquiabierto ya que que tú no eres capaz de abrir un ojo antes de las 7, y te piden una foto. No te das cuenta que tenías una mancha enorme de aceite en el mentón.
Entras al puerto, y pagas 3 dólares por el ferry a Hormuz. Te sientas a esperar. Tienes sueño. Poco a poco, empiezan a aumentar los retorcijones en la guata. Maldito chocolate.
Como todo evento extraordinario, tiene que haber una mujer. Una mujer que te mueva el piso, que desate el desastre.
En este caso, esta damicela es iraní. Se para al frente tuyo mirándote a los ojos, te sonríe, y te dice «hola».
Es linda. Demasiado linda. Suficientemente linda como para que asumas que no te está hablando a ti. Mujeres así de lindas jamás te han dado bola. Giras la cabeza a un lado y a otro, y compruebas que te está saludando a tí. Se sienta al lado tuyo, y empieza una conversación.
La iraní te cuenta de su vida. Te dice que le encanta la fotografía, viajar, y muchas otras cosas. Pero tu no la escuchas. Estás desconcentrado pensando por qué te saludó. «¿Acaso le gusto? ¿O le pareció interesante que estoy viajando con una bicicleta llena de bolsos?», piensas. Si es el segundo caso, la bicicleta te está dando en pocos meses lo que pasear por la universidad con una mochila llena de raquetas de tenis no te dio en cinco años.
Te subes al ferry, y te sientas con la iraní. El ferry no ha salido del puerto, y tú ya estás mareado, tal como tu madre que siempre se marea en los botes. La iraní te ofrece su audífono derecho, el cual aceptas, y ella usa el izquierdo. Te muestra música iraní del sur, extremadamente relajante. La situación es romántica, pero te quedas dormido.
Al llegar a Hormuz, van directo a la casa de un amigo de la iraní, que los puede alojar gratis a ambos. Abres la puerta, y aparece un hippie con rasta que se presenta como Farid. Te cae bien, pero su casa está llena de gente, y es diminuta. ¿Dónde te va a dejar dormir?
Pasas toda la mañana con la iraní. Van a tomar un café a su lugar favorito, y van a conocer un fuerte portugués de color rojo. En todo momento, tú estás tanteando la situación. Analizando a esta fantástica mujer. Todavía no sabes si le gustas o no.
Al par de horas, encuentras la respuesta. Esta iraní es la mujer más sociable del mundo. Habla varios minutos con el barista del café, le mete conversa a un noruego que entró a la cafetería por un expresso, y hasta se ríe con el guardia del fuerte.
En otras palabras, te metió conversa porque es así con todo el mundo. No le gustas.
Lo bueno, es que no te decepcionas. Ya te has dejado llevar por pistas falsas anteriormente, así que sabes que lo mejor es seguir con lo tuyo. Además, te sientes liberado al saber que no necesitas tratar de conquistarla.
El único problema, es que en cualquier momento tu estómago puede desatar el apocalipsis. Suena y suena tratando de asustarte, y tú aprietas los glúteos, sólo por si acaso.
Almuerzas en la casa de Farid, conociendo a todos los demás. Hay otras dos hippies de Tehrán, un hippie de Shiraz, y un motociclista ucraniano que no se viste como hippie, pero que hace ejercicios de respiración esotéricos.
Tipo cuatro, decides que es momento de ir a conocer la isla con tu querida bicicleta. Obviamente dejas todos tus bolsos donde Farid, para ir más liviano. Sólo llevas contigo un par de plátanos, un litro de agua, y un rollo de comfort.
En vez de darle la vuelta a la isla, pedaleas hacia el centro de esta por un camino de tierra que se ve bonito.
Por suerte no hay nadie, ya que es ahí cuando te llega la primera cagadera. Te escondes detrás de una roca. ¡Menos mal trajiste comfort!
Sigues pedaleando. El paisaje es lindísimo. Hormuz parece de otro planeta. Vas por encima de un «Río de azufre», que más que río, es una especie de suelo filoso.
Tres kilómetros adentro de este camino, escuchas un fuerte Tsssssss. Era obvio. El suelo filoso rajó tu rueda delantera. Y claro, no trajiste nada para arreglarla.
Empiezas a caminar devuelta al camino principal, empujando una bicicleta completamente desinflada.
Te demoras una hora en llegar devuelta al camino principal.
Estás débil por la cagadera, cansado por caminar, desanimado por la iraní, y de mal humor por tu pinchazo.
Empiezas a hacer dedo.
Después de media hora en la que varias camionetas vacías pasan sin llevarte, se detiene una con cuatro hombres iraníes. «¡Súbete!», te dicen.
Se presentan. Los cuatro forman una banda de música pop iraní. ¡Van en camino a volverse famosos! Es imposible que estés de mal humor con gente tan simpática. Decides pasar el resto de la tarde con ellos. Van juntos a conocer un valle paradisiaco de la isla, los escuchas cantar, y te llevan a un taller a arreglar tu pinchazo por menos de un dólar.
Vuelves a casa de Farid muy feliz, a pesar de que la cagadera no se te ha pasado. En un minuto, todo tu día había sido un desastre. Cinco minutos después, te rescatan unos cantantes iraníes. Le dices buenas noches a todos, tratando a la iraní como si no fuera para nada especial, y te vas a acostar en un rincón de la pieza compartida.
Segundo día:
Durante la noche fuiste al baño entre cinco y dieciocho veces. Suficiente como para haber dormido poco. Pero no importa, no estás tan cansado. Eso sí, más te vale que no comas, porque lo que sea que entre a tu boca saldrá de tu cuerpo por otra vía en pocos minutos.
Llegan amigos de Farid a visitarlo, y todos juntos pasan la mañana conversando sobre la vida. Hippies profundos.
Resulta que los amigos de Farid son fanáticos de la salsa, y asumen que tú, por ser sudamericano, eres bailarín de salsa profesional. ¿Cómo les explicas que eres lo más parecido a un robot oxidado cuando bailas? Te piden que les enseñes, y aceptas. De música de fondo pones «Una cerveza» del grupo Ráfaga porque crees erróneamente que es un grupo chileno, y te dedicas a hacer el ridículo.
Lo bueno, es que al verte bailar todos se ríen, y de reojo ves que la iraní te está escaneando de pies a cabeza. Pero sigues sin darle mucha atención.
En la tarde estás débil. No tienes fuerza como para andar en bicicleta por la isla. Le pides a Val, el motociclista ucraniano, que te lleve a dar una vuelta en moto or toda la isla justo al atardecer. En la mitad del paseo, mientras gritas por lo rápido que va la moto, te das cuenta de que estás en la cita más romántica que has tenido con otro hombre.
Vuelves a casa de Farid después de haber comido algo por primera vez en todo el día. Ya te sientes mejor. Son las once de la noche, y estás a punto de acostarte porque te estás quedando dormido.
De repente, suena un toc toc en tu puerta.
Abres. Es la iraní.
«Hola», te dice con seriedad.
«Hola», le respondes con más seriedad.
«¿Me podrías acompañar a caminar a la playa? Me da miedo ir sola, y quiero ver las estrellas».
«Obvio. ¡Vamos!», le dices, pero por dentro estás celebrando ya que te acabas de enterar que le gustas.
¿Paseo en la playa a ver las estrellas? Supera el romanticismo del paseo en moto de la tarde.
Van lentamente caminando por la playa. Haces como que disfrutas de ver la luna y las estrellas, pero estás nervioso. No te atreves a darle la mano. ¿Hay algo más difícil que darle la mano a una mujer? Ah, sí, darle un beso. ¿Querrá un beso? Es iraní. Las iraníes vienen de una cultura muy conservadora. Quizás un beso es mucho para ella. ¡Mierda!
Llegan al final de la playa, y se quedan de pie. Sin hablar. Quién sabe lo que está pensando ella, pero tú estás evaluando trescientas formas distintas de acercarte a darle un beso.
Al rato piensas «el mundo es de los valientes», y te paras frente a ella. No te mira a los ojos. Está nerviosa.
Te acercas más aún. La rodeas con tus brazos, y ella te mira. Le das un beso.
Uno de los mejores besos de tu vida. La iraní transmite una sensación de que lo que están haciendo está prohibidísimo. Si la vieran, se metería en problemas. Eso hace que sea mejor aún.
A los dos minutos, ella detiene el beso. Te sonríe. Te dice que hay que volver donde Farid, y te explica todo un plan para que, al volver, nadie en la casa descubra lo que acaba de pasar. Tú tienes que entrar primero, haciendo como que fuiste a comprar algo a la tienda. Ella entra unos minutos después, haciendo como que envía una nota de voz por Whatsapp.
A pesar de que el beso fue corto, y que no te gustó eso de tener que hacer como que no pasó nada, te acuestas con una sonrisa, pensando en los dos días extraordinarios que tuviste.
Duermes como rey.
A la mañana siguiente despiertas, y ella ya se ha ido.
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Qué tremenda historia!!! Creo que ha sido la que más risa me ha dado jajaja Notable, me mantuvo interesado durante todo el relato. Estás 100% seguro que fue el chocolate lo que te cayó mal? Qué terrible tener que pedalear con cagadera!
El final fue muy brusco e inesperado, quería seguir leyendo!
Un abrazo JP, sigue disfrutando!
Hola Cristobal! Me hiciste el día con tu comentario. Me encantó escribir esta historia, pero al parecer sólo tu la leiste. Mi lector favorito!