El otro día estaba caminando en la playa de Nature’s Valley (Sudáfrica) con un amigo que me estaba alojando en el pueblo, Pieter.
De repente, vemos a lo lejos un objeto irreconocible, distinto de una roca. A medida que nos acercamos podemos distinguir que es un pingüino. Huele horrible, como si todos los animales del océano le hubiesen cagado encima. ¿Las anguilas cagan?
Un pingüino aquí es extraño. En Sudáfrica hay colonias de pingüinos, pero están en Simonstown, a cientos de kilómetros de este lugar. Nuestro amigo aquí presente está más perdido que el teniente Bello.
Una cosa llevó a la otra, y dos horas después estoy yo y Pieter en una camioneta en dirección a un santuario de animales, con el pingüino hediondo a mar dentro de un basurero. Me pregunto qué estará pasando dentro de su cabeza. ¡Debe sentirse como si lo hubiesen abducido unos aliens!
Cuando menciono santuario de animales, me imagino una granja con uno que otro antílope, y quizás otro pingüino. No se me ocurre qué más podría haber ahí.
Apenas entramos al santuario y nos bajamos del auto, nos saluda un leopardo desde el otro lado de una reja. Yo no lo puedo creer. ¿¡Un leopardo?! ¡Nunca había visto uno! ¿De a dónde lo habrán rescatado?
El dueño del santuario nos agradece por traer al pingüino, y viendo mi cara de asombro, se ofrece a darnos una vuelta por el lugar. Nos explica que la mayoría de los animales que cuidan fueron rescatados de granjas privadas en donde crían depredadores para que después «cazadores» puedan venir a matarlos. Nada mejor que la cabeza de un león en la pared de tu living, ¿no?
Aparte del leopardo, vemos gatos salvajes, una hiena, y…un león albino.
¿Sabías que existían los leones albinos? Yo tampoco. Está demás decir que es blanco, pero dejando de lado su color, lo que más me llama la atención es su tamaño. ¡Mansa ni que bestia! Ahora uno entiende por qué estos gatos son tan dominantes. Es muchísimo más grande que los leones que vi en Suazilandia. No estoy exagerando cuando te digo que es el animal más impresionante que he visto.
Mientras Pieter conversa con el dueño del santuario, el león albino y yo nos miramos a los ojos. Intento inutilmente descrifrar qué está pasando por su cabeza. Tiene una cara estoica que no revela la más mínima emoción.
Al rato, la situación empieza a cambiar. Debería estar disfrutando de ver a un animal tan especial. Sin embargo, no puedo evitar sentir que hay algo malo con este león. Al verlo descansando satisfecho dentro de su reja junto a la compañía de otra leona, no puedo evitar sentir que vivir en un santuario le ha quitado parte de su esencia.
Lo comparo con los leones salvajes que vi en Suazilandia, y me pregunto lo siguiente:
¿Qué animal es más feliz? ¿Un león libre que tiene que luchar cada día para sobrevivir en la naturaleza, o un león que vive en un santuario y tiene todo lo que necesita para estar seguro y satisfecho?
No es una pregunta fácil de responder. Nunca vamos a saber qué pasa por la cabeza de cada león con tal de evaluar cuál es más feliz. Pero revisemos los datos.
Ambos casos tienen pros y contras que hacen difícil responder cuál vida es mejor. Una vida libre y dura en la naturaleza, o una vida restringida y fácil en un santuario.
El león que vive en la naturaleza no tiene una vida fácil.
Junto a su manada, gran parte de su día va dirigido a cubrir las necesidades básicas para vivir. Comida, agua, reproducción.
Tienen que pelear con hienas, y fracasar una y otra vez tratando de derribar una presa. Despiertan cada día con la incertidumbre de si cazarán algo o no. Toda la atención debe estar dirigida en el momento presente.
Quizás en primera instancia no suena como una vida atractiva. Pero es esta misma naturaleza infernal lo que saca lo mejor de cada animal.
Si quieres sobrevivir como un león salvaje, tienes que ser impresionantemente fuerte y ágil, y tener los sentidos sensibles en todo momento, y enfocarte en tu objetivo, y cubrir grandes distancias en tu hábitat, y aguantar los malos momentos, y trabajar en equipo. ¡Y rugir!
En otras palabras, tienes que ser un león en todo su esplendor. No hay espacio para debilidad y flojera.
Tan sólo intenta ponerte en la piel de un león o una leona. Imagínate la euforia que sentirías si, después de decenas de intentos, logras derribar a un búfalo que luchaba por su vida. Imagína la adrenalina que debes sentir cuando estás rodeado por hienas hambrientas, y logras espantarlas a través de tus rugidos.
Seguramente has visto esas escenas en documentales donde muestran a un león dando lo mejor de sí para sobrevivir. ¡Es un espectáculo!
La naturaleza es dura, pero da grandes recompensas. Exige de cada animal el mayor de los esfuerzos.
El león albino, quien vive en un santuario, tiene en cambio una vida más fácil.
Despierta, y puede quedarse echado todo el día, sabiendo que, sin importar lo que haga, tendrá comida. Tiene todas sus necesidades básicas cubiertas. No tiene que pasar noches de largo, ni luchar contra hienas, ni cubrir largas distancias, ni aguantar los malos momentos, ni preocuparse por pasar hambre.
No tiene que hacer ninguna de las actividades que hace un león en la naturaleza para aseguarse de que estará bien al final del día.
Suena como la mejor opción, ¿no? ¿Quién no elegiría una vida en un santuario, sin preocupaciones?
Suena como una vida increíble, pero está lejos de serlo.
Al vivir una vida llena de comodidades, el león albino se convierte en un animal débil y alejado de la naturaleza. Flojo. Incapaz de cazar su propia comida. Con sus sentidos desactivados por falta de uso.
Quizás nunca le faltará comida, pero a la vez nunca sabrá cómo se sentirá derribar a un búfalo después de horas y horas de esfuerzo.
Nunca sabrá qué surge de él cuando hay hambre y miseria y tiene que dar lo mejor de su esencia para vivir un día más.
Y acá va la parte más trágica de este león albino. Supongamos que un día este león ve desde su reja a otro león viviendo libremente en la naturaleza. Nota que este león libre es fuerte y ha sido endurecido por el reino animal, y siente envidia. Sabe que ser un león en todo su esplendor debe sentirse increíble. Está a punto de intentar escaparse del santuario, pero es ahí cuando se arrepiente de la locura que está a punto de hacer. Se da cuenta que, sin importar cuánto esfuerzo haga de aquí en adelante, jamás será capaz de ser un león salvaje.
Este león albino, y los animales en cautiverio en general, no pueden volver a la naturaleza, porque nunca aprendieron a vivir en ella.
En otras palabras, son prisioneros de la comodidad de un santuario en donde tienen todo lo que necesitan. Se tienen que contentar con una vida alejada de la naturaleza y sin esfuerzo. Siempre estarán satisfechos. ¿Pero estarán felices con esa libertad limitada?
Hoy en día, cuando nos empieza a ir bien en nuestros trabajos, tendemos a buscar más y más comodidad.
Una casa que tiene todo lo que necesitamos, que hace que no nos dé ganas de salir al exterior. Un auto para que no tengamos que caminar. Comida rica al alcance de tu teléfono.
Me pregunto si, con tanta comodidad, nos estaremos convirtiendo en ese león albino.
¿Te gustaría apoyarme en mi viaje por el mundo? ¡Regálame un café!
Está muy bueno tu relato y muy bien escrito😍😍
Después de leer tu historia del “Leon Albino” me mire en el espejo y vi con sorpresa algunos pelos blancos en mi melena de Leóna.
😥