Viajar en moto o auto es una buena opción. Pero podría ser mejor. Se recorren largas distancias y se visitan muchos lugares, pero se disfruta menos el camino. El problema es que uno va demasiado rápido.
Si has andado antes en moto, sabes de lo que hablo. Se disfruta la experiencia, pero tienes que estar todo el rato concentrado en el suelo con tal de evitar caerte. Levantar la vista para disfrutar de una cascada mientras andas a 100km/h puede significar un accidente fatal. Además, no se escucha nada más que la corriente de viento pasando por tus orejas.
Lo mismo con el auto. Uno va demasiado rápido. Es muy común pasar cientos de kilómetros sin parar a disfrutar de la vista. Imagínate la cantidad de detalles que puedes estar perdiéndote en cien kilómetros por ir demasiado rápido.
Además, uno va encerrado dentro de una caja en la que no puedes escuchar ni oler lo que hay afuera. Ni sentir el frío, ni sentir el calor. Te limitas sólo a la vista.
Viajar caminando o trotando también es una buena opción. Y también podría ser mejor.
Se va con calma, y disfrutas del camino con todos tus sentidos. Tienes todo el tiempo del mundo para apreciar los detalles. Además, estás haciendo actividad física.
El problema es que uno va exageradamente lento.
En un día bueno, uno camina treinta kilómetros. No es suficiente. Puedes pasar varios días cruzando una región con un paisaje que no cambia.
Llegar a ser desesperante.
Viajar en bicicleta es el punto intermedio entre viajar caminando y viajar en moto/auto.
Es el ritmo perfecto.
Vas suficientemente lento para disfrutar de los detalles del camino, y a la vez vas suficientemente rápido como para que el paisaje vaya cambiando cada ciertos kilómetros.
De vez en cuando, puedes disfrutar de los otros dos extremos. Cuando cruzas una montaña, vas avanzando casi tan lento como alguien que camina. Y cuando bajas esa montaña, te sientes rápido como una moto.
Otro beneficio, es que no estás encerrado en una caja ni tienes tanto viento en las orejas, así que disfrutas del entorno con todos los sentidos. Hueles los campos de ají, escuchas a los pájaros en los árboles, y pasas por todo el rango de temperatura.
Por último, el hecho de estar haciendo un esfuerzo físico incentiva a querer parar por la más mínima sorpresa.
¿Un paisaje que te gustó? ¿Una cafetería? ¿Alguien que te saludó? ¿Un perro que pide cariño? Si o sí vale la pena parar.
Serendipity es cuando vas moviéndote por la vida, con tus propias preocupaciones y tus propios deseos, y accidentalmente encuentras algo nuevo que no sabías que estabas buscando.
Puede ser un objeto material o un servicio que soluciona ese problema que tanto te molesta, y que creías que no tenía solución.
Puede ser ese plato de comida que te hace sentir tan bien como Anton Ego en el final de Ratatuille.
Puede ser una canción que te ayuda a expresar todas tus emociones.
Puede ser un libro, que te entregó justo la recomendación o idea que necesitabas para mejorar tu vida.
Puede ser una película que pasa a convertirse en tu favorita.
Puede ser una nueva oportunidad de trabajo o voluntariado que te hace sentir más motivado que nunca por tu futuro.
Puede ser un nuevo deporte o pasatiempo, que no sólo le da sentido a tu vida, sino que también te lleva a ser parte de una comunidad a la que jamás habrías pensado unirte.
Puede ser un nuevo amigo/a que te hace compañía. O hasta incluso un perro que encontraste en la calle.
Puede ser el amor de tu vida.
Pueden ser miles de cosas. Mi imaginación no es lo suficientemente grande para pensar en todas las manifestaciones de Serendipity que pueden haber en nuestras vidas.
Piensa en lo valioso que es el serendipity en nuestras vidas. Piensa en lo aburridos que estaríamos si nunca nos sorprendiéramos encontrando algo que no sabíamos que estábamos buscando. Estaríamos todos moviéndonos de un lado para otro como zombies, sin esa motivación de quizás, algún día, encontrar un tesoro.
Es importante fomentar el Serendipity en nuestras vidas, y creo que la gente no habla tanto de este tema como debería hablarse. Creo, también, que deben existir estrategias para ayudar a que nuestras vidas tengan más y más serendipity. He pensado en varias, pero hay una estrategia que es la reina de todas. Hasta el momento, de todas las que he probado, ninguna la supera:
Viajar en bicicleta.
¿Por qué tiene que ser en bicicleta para fomentar el serendipity? ¿Por qué no sólo viajar? Te explico. El sólo hecho de viajar ya es una buena estrategia para fomentar el serendipity, pero viajar en bicicleta es mejor aún por tres razones:
1)Al no poder recorrer largas distancias ya que te potencias por tus piernas y no un motor, estás obligado a detenerte a dormir en lugares que jamás habrías parado. Sea acampando, con una familia que te acoge, o en un hotel barato. Y créeme cuando te digo que muchos de esos lugares terminan siendo inolvidables, lo mejor de tu viaje.
2)Cuando te mueves de un lado para otro con una bicicleta cargada de equipaje, llamas la atención. La gente se pregunta qué tan loco tienes que estar para preferir moverte en una bicicleta en vez de un bus. Quieren acercarse a ti para preguntarte de a dónde vienes, y pedirte que les cuentes sobre alguna de tus aventuras en el camino. Sin darte cuenta, y con el mínimo esfuerzo posible, estás conociendo a gente que jamás habrías conocido, por el sólo hecho de parecer un turista interesante.
3)Al ir relativamente lento en bicicleta, con todos tus sentidos enfocados en lo que pasa en el camino, te fijas en detalles que jamás habrías notado, y que son lindos de apreciar. Descubres detalles que no sabías que te provocaban tanto asombro por el mundo.
Viaja en bicicleta para fomentar el Serendipity en tu vida.
En Diciembre del 2019 tuve la suerte de conocer el norte de la India.
El viaje fue muy especial. Llegaba a una ciudad, me quedaba unos días en un hostal o en Couchsurfing, y luego me movía a mi siguiente destino en tren o bus. Lo estaba pasando increíble, y sentía que se me estaban abriendo los ojos al ver cómo era este lado del mundo.
Sin embargo, sentía constantemente que podía hacer algo para que el viaje fuera mejor.
Verás, la India es enorme. Las distancias en tren/bus para llegar a otra ciudad son larguísimas, algunas veces de hasta diez horas. Y durante esas diez horas, me dedicaba a mirar por la ventana, pensando en todo lo que me estaba perdiendo al no poder bajarme del tren/bus.
Pensaba en todos esos pueblos que veía en el camino, que no visité. Pensaba en toda esa gente que veía en los campos, que no pude conocer. Pensaba en todos esos paisajes que me llamaban la atención, y que no podía parar a disfrutar
Había todo un mundo entre ciudad y ciudad que me estaba perdiendo.
En otras palabras, con tal de llegar al destino lo más rápido posible, me estaba perdiendo lo mejor del viaje: disfrutar el camino.
Viajar de una ciudad a otra en bus/tren/auto/avión es el equivalente a instalarse a ver una película en Netflix, leer una sinopsis antes de iniciarla, y saltar toda la trama hasta llegar a los últimos cinco minutos. No tiene sentido.
Decidí que tenía que hacer algo al respecto. Buscar algún método que me ayudara a enfocarme en el camino, y no en el destino. Encontré la respuesta en una bicicleta.
Pasemos a Septiembre del 2021. Estoy en Capadocia, en el Centro de Turquía, y ya habiéndolo recorrido todo, mi nuevo objetivo es llegar a Trabzon, una ciudad del Mar Negro que queda a 700 km al noreste de Capadocia.
Si estuviera viajando como lo hice en la India, esos 700 km serían un chiste. Es tan sólo cosa de comprar un ticket de bus que me lleva directamente de Capadocia a Trabzon. A lo largo de una noche, mientras yo duermo y el chofer maneja, me trasladaría mágicamente a mi nuevo destino.
Pero no. Esta vez estoy viajando en bicicleta. Reviso la ruta, y no puedo evitar sentir miedo. No sé nada de lo que hay a lo largo de esos 700 km. ¿Qué pasa si no encuentro comida uno de esos días? ¿O agua? ¿Qué pasa si me pierdo en un desierto, o en las montañas? ¿Qué pasa si me pilla una tormenta de nieve, o si me encuentro con un oso mientras acampo? ¿Qué pasa si se me rompe la bicicleta, y no veo a nadie que me pueda ayudar en días?
Ni siquiera he empezado a pedalear, y ya este nuevo estilo de andar en bicicleta me está entregando mucho más de lo que me podría llegar a dar viajar en un bus. Me está obligando a enfrentar mis miedos, a planificar, a pensar en cómo solucionar cada uno de los escenarios problemáticos que estoy imaginando. Me está obligando a ser más duro de mente.
Junto a Alex, un francés de treinta años que conocí en Capadocia y también está viajando en bicicleta, partimos pedaleando para recorrer juntos los primeros 300 km de este desafío.
Todavía no hemos salido de Göreme (el pueblo donde dormí en Capadocia), y ya todos mis miedos han desaparecido. Sé que estoy haciendo lo correcto. Sé que estoy haciendo todo lo posible para disfrutar del camino, y no pensar en el destino. Estoy siendo parte de una aventura.
Los primeros tres días son un éxito. El camino consiste en paisajes desérticos con mucho desnivel, pero que nos llevan a conocer gente increíble. El segundo día, distintos locales nos invitan a comer o tomar café un total de siete veces. ¡Siete veces! Es para no creerlo. Y las aceptamos todas. Y para cuando ya estamos acostados cada uno en su carpa, listos para hibernar después de tener tanta comida en proceso de digestión, unos campesinos se acercan y nos piden que salgamos de nuestras carpas para obsequiarnos un par de melones y más comida.
Después de 300 km llegamos a Sivas, la ciudad en donde nos separaríamos. Alex y yo estamos sucios, cansados, y de muy buen humor. Nos comemos un Kebap para celebrar la victoria, y en vez de ir a ducharnos a la pensión que encontramos, dejamos las bicicletas y vamos directamente a un Hammam (baño turco). Pasamos dos horas entre baños de vapor, sauna, piscina, masajes, y bebidas. Todo eso por menos de $5.000 pesos chilenos. Es difícil explicar cómo uno se siente después de una experiencia tan relajante.
Al día siguiente, Alex y yo nos separamos. Estoy triste y ansioso. Y el sólo hecho de pensar que tengo que hacer los 400 km más difíciles solo, provoca que vuelva ese miedo que sentía al principio. Pero no importa, sé que el miedo se irá una vez esté andando en la bicicleta, así como pasó cuando dejé Capadocia.
Preparo todo para partir, y apenas salgo de la pensión, comienza el diluvio. Primera lluvia fuerte que tengo en todo el viaje. No pasan ni cinco minutos, y ya estoy empapado de pies a cabeza. Me abrigo tanto como puedo, pero no hay caso con tratar de conservar el calor. Pero me siento bien. Pincho rueda en medio de la carretera, y después de arreglarla (mientras me sigo mojando), llego a tomar café a una bomba de bencina donde ¡sorpresa! los trabajadores tienen mesa de pool. Obviamente dejo la bici, y juego un par de partidas de bola ocho con un viejo que me destroza, y dice que le debo plata porque perdí. Yo le respondo que por ningún motivo le pago, y la discusión termina con nosotros dos riéndonos.
Los siguientes tres días son más lluvia, más frío, y más cruces montañosos. Poco a poco noto cómo me voy desgastando físicamente. Por más que quiero pedalear, siento como que me falta fuerza en las piernas. Y me cuesta levantarme en las mañanas, sabiendo que estaré todo el día pasando frío y mojándome más aún.
Para cuando termino la primera semana, estoy notoriamente destrozado. Persona que veo me invita tomar té, a tomar café, o a comer algo, sin que yo se lo pida. Quizás es la ropa extremadamente embarrada. Quizás es la cara con ojos hundidos por el cansancio.
Lo más extraño de todo, es que lo estoy pasando bien. Me siento desafiado, explorando cómo funciona mi mente cuando estoy absolutamente incómodo y cansado.
A pesar de llevar siete días pedaleando en dirección a Trabzon, todavía tengo dos montañas más que cruzar. No es fácil tratar de mantenerse positivo, sabiendo todo el esfuerzo que todavía queda por delante.
Casi terminando la penúltima montaña, en el día 8, después de más de 45 km de subir sin parar, un camionero se detiene en la orilla de la carretera, y ofrece llevarme a mi destino. Hace tanto frío, que estoy a poco de dejar de sentir mis mejillas. Pero a pesar de estar congelándome, no me lo pienso dos veces, y le respondo en Inglés «¡Gracias, pero prefiero seguir andando en bicicleta!»
«¿Seré weon?», pienso una vez que se va el camionero. «¡Acaban de ofrecer llevarme al final del camino!». Si me subía al camión, me habría saltado la última montaña, que es por lejos la más difícil.
La decisión de decirle que no al camionero parece una estupidez, pero al poco rato me doy cuenta que se siente bien. Haberme subido a ese camión habría sido exactamente lo mismo que andar en bus. Justo lo que quiero evitar.
Cruzo la penúltima montaña, acampo en el bosque a 2000 metros de altura, y al día siguiente me despierto temprano para completar el último paso de montaña antes de llegar a Trabzon.
Al poco rato de empezar la subida, veo que las cosas no andan bien. Tengo tan poca fuerza en las piernas, que voy a un ritmo insoportablemente lento. Tan así, que a ratos pienso que algo le está pasando a la bicicleta. Pero por más que reviso las ruedas y la cadena, la bicicleta está funcionando perfectamente. Soy yo quien está mal.
Y no es sólo la falta de fuerza. Tengo además un roce con el pantalón que provoca una herida en mi entrepierna, y que al poco rato me hace cojear cuando tengo que empujar la bicicleta.
Son las cinco de la tarde, y estoy a más de diez kilómetros de la cima. En una hora se esconde el sol. Decido seguir empujando la bici hasta llegar al siguiente pueblo de montaña, Ugurtasi. Está a tan sólo un kilómetro, pero debido a mi cansancio y a la pendiente, ese kilómetro parece una maratón.
Congelado y muy, muy irritado en la entrepierna, llego a la entrada de Ugurtasi. Y con sólo un vistazo, todo el cansancio se me va. El pueblo es un paraíso. Una vista increíble, y un silencio capaz de calmar a Donald Trump. Lo único que se escucha es el viento, y un ocasional mugido de una vaca. Casas bien construídas, pasto de un color verde intenso, árboles otoñales, huertas con papas, montañas. Siento un relajo enorme.
Me acerco a la primera persona que veo, un campesino, y le pregunto si hay algún lugar donde instalarme con mi carpa. No me dice nada (porque no hablamos el mismo idioma), y me lleva a la casa de una familia del pueblo.
Al principio no aparece nadie, pero al cabo de un minuto abre la puerta la dueña de casa, Halime. Una de las mujeres mas encantadoras que he llegado a conocer, con una sonrisa de oreja a oreja y una risa que contagia. Me echa una mirada de pies a cabeza, y me invita a sentarme en una mesa para servirme comida. Yo le digo que lo único que necesito es un poco de pasto donde poner mi carpa, pero ella insiste.
Me sirve dos platos enormes de sopa, arroz y pastel de berenjenas. Estoy tan agradecido, que no soy capaz de expresar mis palabras. Lo único que siento es la felicidad más intensa que he llegado a tener, saliendo desde lo más profundo de mi estómago.
Halime llama a todo el resto de su familia, y al poco rato estamos todos comiendo y riéndonos mientras disfrutamos de más comida y del calor de una estufa.
Lo que comienza siendo un «pasar la noche en Ugurtasi», termina en alojarme tres noches con la familia de Halime. Tres de los mejores días de mi vida. Aprender a ordeñar vacas, cultivar papas, comer asados de cordero y comida local, noches de jugar Ruminó, y muchas, muchas risas.
Para cuando acaban los tres días, todos estamos tristes. Me quiero quedar ahí por meses, pero a la vez sé que debo seguir avanzando. Me despido con un fuerte abrazo, y sigo subiendo los últimos diez kilómetros de la montaña mientras no puedo controlar los llantos.
El camino es durísimo, muy empinado. Tengo que empujar la bicicleta durante los diez kilómetros. Pero estoy tan descansado, que en ningún momento me encuentro sufriendo.
A la mañana siguiente, después de aguantar un poco más de frío y de mojarme con la lluvia, llego a mi destino, Trabzon.
He completado los 700 kilómetros.
Quizás te estás preguntando por qué estoy contando en detalle todo esto. Acá va mi explicación:
Piensa en todo lo que me pasó en esos 700 kilómetros. Ahora, compara esa aventura con un viaje en bus nocturno en donde habría hecho esos mismos 700 kilómetros. Piensa en todas aquellas experiencias que habría perdido, si hubiese decidido subirme a un bus. Si hubiese decidido no disfrutar del camino, y llegar rápidamente al destino. Piensa en todas aquellas experiencias que habría perdido si hubiese decidido «saltarme la película» para ver qué pasa al final. Todos esos miedos que tuve que enfrentar para darme cuenta que sólo existían en mi cabeza. Todas esas horas en la bicicleta. Todas esas horas de luchar contra el cansancio y buscar entender cómo funciona mi mente cuando estoy al límite, las cuales me acercan un poco más a conocerme a mí mismo. Todas esas noches de acampar a orillas del camino y en distintos pueblos, con cielo estrellado y luna llena. Todos esos paisajes impresionantes que me obligaban a buscar una excusa para parar. Todas esas veces que me invitaron a comer o a tomar café. Toda esa gente amable que conocí. Mi estadía en Sivas, con baños turcos y buena comida. Mi estadía en Ugurtasi con Halime y su familia, en donde tuve mi primera experiencia de vida en el campo. En donde exploté de alegría, y lloré de pena.
No es posible comparar ese trayecto en bicicleta con una noche de bus.
Viaja en bicicleta para ir a lugares que jamás habrías visitado.
Viaja en bicicleta para disfrutar del camino, y no preocuparte por el destino.
Parte importante de una vida extraordinaria es saber disfrutarla al máximo. Y saber disfrutarla se podría reducir a sentir más intensamente toda la gama de emociones. Me explico.
Tan sólo piensa en eventos de tu pasado. Aquellos que mejor recuerdas son los mismos en donde sentiste más intensamente.
Piensa en los momentos buenos. Esa vez que solucionaste un problema que te tenía ahogado, y pudiste respirar con alivio por primera vez en días. Esa vez que por fin pudiste comer algo después de todo un día sin comer. Esa vez que al fin te pusiste a pololear con la mujer que te gustaba, después de meses de incertidumbre. Esa vez que por fin pudiste sentarte a descansar, después de días de trabajo agotador. Esa vez que lloraste de felicidad por algo que te pasó a ti o a un ser cercano. Esa vez que entraste a la carrera que querías, o encontraste el trabajo que siempre soñaste.
Piensa en todos los otros momentos que estoy dejando de lado. Esos donde te sentiste vivo. Esos que nunca jamás se te olvidarán. Todos ellos tienen algunos factores en común. Factores que, si hacemos las cosas bien, podemos usarlos para disfrutar más la vida.
Factor 1: el principio de contraste.
Los mejores momentos/sensaciones vienen justo después de un mal momento/sensación.
¿Quién crees que disfruta más de una pizza recién salida del horno: una persona que lleva todo el día sentado en una mesa comiendo, o alguien que por diversas razones no ha comido nada? Para la primera persona, esa pizza es marginal. Aporta poco o nada a qué tanto está disfrutando su día. Para la segunda persona, esa pizza es la mejor pizza que se comerá en su vida. Disfrutará cada mordisco, cada segundo que tiene un pedazo de peperoni con salsa de tomate en su lengua.
La segunda persona disfruta más de la pizza, porque antes de comerla pasó hambre. Pasó por un mal momento. Generó contraste entre lo malo y lo bueno. Y ahora que sabe por experiencia propia cómo es pasar hambre, tiene la capacidad de disfrutar más de lo bueno.
Para saber disfrutar del cielo, hay que pasar por el infierno. ¿No disfrutas de dormir en tu cama? Sal a acampar por unas semanas usando sólo un aislante para protegerte del frío. ¿No disfrutas de lo que estás comiendo? Pasa algunas horas sin comer (obviamente sin llegar a un exceso dañino). Otra forma es salir a hacer mucho deporte. ¿No disfrutas de una ducha caliente? Sal a mojarte a la lluvia, o dúchate con agua fría antes de encender el agua caliente. ¿No disfrutas de estar con tu gente? Pasa algunos días solo, o lejos de ellos.
El principio de contraste es una de las principales razones por la cual hay personas que corren maratones, o van al gimnasio, o suben montañas, o hacen ayuno, o cualquier otra actividad que te ayuda a explorar tus límites. Pasar por el infierno para disfrutar del cielo.
Pero ojo, podemos usar el principio de contraste para disfrutar la vida, pero hay un límite: hacerse daño. Si por alguna u otra razón te estás haciendo daño físicamente, en ese caso estás tan sólo siendo estúpido.
Factor 2: estar en el momento presente.
Si uno no mantiene la atención en lo que está pasando alrededor, es imposible disfrutarlo.
Es como cuando te sientas a ver una película, y te pasas la primera media hora desconcentrado mirando Instagram. Nunca le diste una chance a la película.
Para disfrutar más de lo que haces, es necesario el 100% de tu atención en todo momento. Hay una frase que me gusta mucho: «Sit, sit. Walk, walk». Se refiere a concentrarse en lo que sea que estés haciendo. Cuando estés con amigos o familia, tu atención está en ellos. Cuando estés comiendo, tu atención está en comer. Cuando estés haciendo deporte, tu atención está en el deporte. Etc.
Hay muchos métodos para generar más contraste y disfrutar más del presente, a la vez sin hacer nada que sea dañino para tu cuerpo o tu mente. Acá van algunos buenos:
Hacer deporte: cánsate para disfrutar más de tus horas de descanso, de dormir, y de la comida.
Ayuno intermitente: para disfrutar más de la comida.
Duchas frías: para disfrutar más del agua caliente.
Meditación: para disfrutar más del momento presente.
Tiempo en solitud: para disfrutar más de estar con tu gente.
*Ojo, que por ejemplo no estoy mencionando dejar de dormir para disfrutar más el momento en el que te tiras a la cama. Si bien efectivamente uno disfruta más de dormir cuando no ha dormido antes, deprivarte de sueño es malo para la salud.
Los cuatro puntos que mencioné son algunos de los mejores métodos que he probado para generar contraste y estar más en el presente.
Pero hay un quinto método que es el mejor que he encontrado hasta el momento. No sólo mantiene las puertas abiertas a los otros cuatro, sino que entrega mucho más beneficios.
Viajar en bicicleta. Preferiblemente solo y durmiendo en carpa.
Viajar en bicicleta es un método perfecto para generar contraste y mantenerte en el momento presente. Es un método perfecto para disfrutar de la vida.
Es tanto el esfuerzo físico que uno hace, tantas las horas de pedaleo en solitud, tanta la incomodidad por la que uno pasa, y tanta la distancia con tus seres cercanos, que cualquier mínimo detalle bueno en tu día a día se aprecia como nunca.
La comida tiene un sabor indescriptible. Acostarte en una cama de un hostal barato se siente como dormir en la cama de un rey. Una ducha caliente, para qué decir. Cualquier persona que te habla se convierte en alguien interesante. Cualquier ayuda que recibes en el camino se siente como si te hubieses encontrado con un ángel. Poco a poco, esos pequeños detalles se van sumando hasta crear días extraordinarios, cada día que pedaleas.
Y una buena cantidad de días extraordinarios, crean una vida extraordinaria.
Viaja en bicicleta para disfrutar más los pequeños detalles.