Me dio apendicitis…en Armenia

Si hay algo que me daba miedo antes de partir mi viaje en bicicleta, era tener alguna enfermedad que me dejara hospitalizado en un país extranjero.

Y bueno, pasó.

Jueves 4 de Noviembre. Llevo ya una semana en Yereván, la capital de Armenia, esperando que la Embajada de Irán me de mi visa.

Lo bueno es que no tengo apuro. La gente del hostal es muy simpática, y logro hacerme buenos amigos de distintos países. Todos los días hacemos algún tipo de paseo, y en las noches tomamos cerveza y jugamos ajedrez.

Lo único que me tiene preocupado, es un dolor de estómago. No es fuerte, pero constante. Estoy pensando si ir o no a la clínica a revisarme. A ratos creo que si voy sería un poco paranoico.

Me decido por hablar con los del seguro. En pocos minutos, consiguen que una doctora hable conmigo vía Whatsapp. Me hace varias preguntas, y yo le respondo que no tengo otros síntomas además que dolor. A todo esto, no puedo evitar sentir que hacer una consulta médica por Whatsapp es la actividad más negligente en la que he participado.

Al final de la conversación, la doctora me dice que no tengo nada. Pero no le creo.

Mi «atención médica» por Whatsapp fue la doctora enviándome esta imagen y pidiéndome que dibuje dónde me duele

Al día siguiente voy caminando al hospital más cercano. Durante todo el trayecto me siento como la persona más exagerada del mundo. Nadie va al hospital por un dolor tan suave. Lo bueno, es que una vez que me hagan un examen, podré volver a mi vida tranquilo.

Me atiende un doctor pelado y con cara de villano ruso de las películas, que se niega a mirarme a los ojos. Además, no habla inglés. Me manda a hacer un ultra sonido, y ya con los resultados en mano, y con otro doctor que ayuda a traducir, me explican las malas noticias.

Apendicitis.

Mierda.

¿Puede ser peor? Sí.

Hablo con los del seguro, y me dicen que si bien ellos supuestamente cubren $75.000 dólares de operaciones por enfermedades graves, no protegen contra apendicitis. La operación sale $500.000 pesos chilenos, el equivalente a un mes de viaje.

No tengo tiempo ni para pensar, ni para decidir. Me llevan a hacer todos los exámenes necesarios, y en menos de una hora una pobre enfermera de avanzada edad me está afeitando las bolas y las piernas para poder operarme (totalmente innecesario). Y treinta minutos después de eso, me están operando mientras estoy dormido. Con suerte alcanzo a avisarle a mi familia, que obviamente están de infarto.

Despierto en la sala post operación. Desorientado. Asustado. Tengo un dolor terrible en el abdomen. A ratos pienso que se aprovecharon de mí y me sacaron un riñón. ¿Cómo puede ser que la operación del apéndice duela tanto? Seguramente habían hecho algo más.

Me llevan a mi pieza. Hay dos camas, pero estoy solo. Estoy tan cansado, que me paso todo el resto de la tarde durmiendo. Van 24 horas sin comer nada.

Yo post operación

Al día siguiente se pone más emocionante. Primero me dan un yoghurt luego de 37 horas sin comer. Luego, llega a mi pieza un armenio de 43 años, que tiene un problema en la rodilla y lo van a operar. Lo acompaña su señora. Son simpáticos, pero no hablan inglés.

Nuevamente paso la tarde solo, esperando a que vuelva mi compañero de pieza después de la operación. Levantarse de la cama para ir al baño es todo un desafío, y cada vez que camino con esa bata de operados siento que ya no tengo respeto por mí mismo. La enfermera que me trata viene poco y nada a verme, y cada vez que hace algo con jeringas me duele y me hace sangrar. Es tanto lo nervioso que me pone, que empiezo a desarrollar un miedo por las agujas (espero que con el tiempo se me pase).

Vuelve mi compañero, y nos pasamos el resto de la tarde haciéndonos compañía, pero sin hablar. Intentamos comunicarnos precariamente con las manos, y lo poco que logramos entender se aprecia mucho. Su señora se queda sentada en una silla que mira hacia mí, lo cual me pone nervioso, ya que estoy hecho un desastre.

Tipo 9 de la noche, me dan ganas de ir al baño. Hago el mismo movimiento de siempre para ponerme de pie, pero esta vez, no sé por qué, no logro pararme a la primera. En resumen, quedo con las piernas abiertas y al aire por al menos diez segundos, apuntándolas en dirección a la señora del armenio.

¿El problema?

Que no llevo calzoncillos.

La pobre mujer (y probablemente también el armenio) pasaron al menos diez segundos viéndolo todo. Tuvieron suficiente tiempo para analizar en detalle y medir al ojo cuál de mis dos testículos cuelga más bajo.

A duras penas logro pararme y me tapo de inmediato con la bata, pero sé que no hay vuelta atrás.

He perdido mi dignidad.

Entro al baño, y no paro de reírme. Siento un dolor terrible en el abdomen debido a la agitación. Trato de pensar en eventos tristes de mi pasado sólo para parar de reírme, pero no hay caso. Tengo miedo de que mis tripas exploten y me muera ahí, en el baño del hospital de armenia, de la risa.

Una vez calmado, vuelvo a la cama y me quedo dormido. No me atrevo a mirar a los otros dos debido a la vergüenza.

A la mañana siguiente despierto de un salto por un ruido demasiado fuerte. Fue como un escopetazo. Pero resulta no ser un escopetazo; es la flatulencia más potente de todos los tiempos. Miro hacia el lado intentando entender lo que está pasando, pero veo que mis compañeros habían puesto una sábana para taparse.

No hay mucho que adivinar. El armenio, a falta de poder caminar, se vio obligado a cagar en su propia cama.

Pobre tipo. Yo estoy mal, pero al menos puedo ir al baño en privado. Ni me imagino lo difícil que debe ser cagar en tu cama, con un desconocido en tu pieza y con tu señora ayudando a que te limpies el culo.
Y por cierto, ¿Hay otra demostración más grande de amor que limpiarle el culo a tu pareja?

El resto del día pasa volando. Me dan de alta, y preparo mis cosas para irme.

Antes de salir de mi pieza, me despido por última vez del armenio. Nos miramos a los ojos, y sonreímos.
Soy capaz de leerle la mente.
Hay más que amistad entre nosotros.
Existe un lazo extremadamente potente entre dos hombres que perdieron toda su dignidad en menos de un día.
Ya no hay nada que ocultar entre nosotros, literalmente.

¿Te gustaría apoyarme en mi viaje por el mundo? ¡Regálame un café!

Juan Pablo Toro
Juan Pablo Toro

Autor Deportista Nómade

¿Te gusta lo que lees? ¡Ayúdame compartiendo este blog a algún cercano/a!

11 comentarios

    1. Grande Juan Pablo. Que buen blog, cuando leo tus aventuras y puedo mirar las fotos que las acompañan parece que también las estoy viviendo.

Los comentarios están cerrados.