Mi primer retiro Vipassana

5 de Febrero de 2020. Llevo ya dos meses viajando por el norte de la India y Nepal. Hace calor, tengo aventuras todos los días, y casi ni se escucha del coronavirus. La vida es buena.

Son las seis de la tarde. Voy viajando en un Tuk Tuk para alcanzar a llegar a mi nuevo desafío: mi primer retiro Vipassana. Voy atrasado, así que estoy feliz de que el conductor vaya manejando a toda velocidad. ¿Cómo puede ser que le saque tanta potencia a esa chatarra?

En India no necesitan montañas rusas para sentir adrenalina. Tienen Tuk Tuks

No sé nada de lo que es un retiro Vipassana. No sé qué tipo de gente va, ni qué es lo que se hace cuando se está ahí. No sé si es un retiro esotérico, o más cercano a lo que sería el Mindfulness. Sólo sé que dura diez días, y que se medita mucho. Y eso es justo lo que estoy buscando: aprender más de meditación.

Empecé a meditar un año atrás, a principios de 2019. Mi práctica más larga hasta el momento ha sido de diez minutos en un día. Cuando me dicen que en el retiro tendré que meditar varias horas cada día, pienso que es una broma. Es imposible que sea capaz de algo así.

Nos alejamos de la ciudad más cercana, Hoshiarpur, y empezamos a cruzar hectáreas y hectáreas de campos. Lindos, pero llenos de basura. En India uno no puede caminar diez metros sin pisar basura.

Llego a las siete de la tarde. Debería haberme presentado en la entrada a lo largo de la mañana. No sé qué me van a decir.

El retiro quedaba en medio de una zona rural cercana a Hoshiarpur, en el norte de la India

Entro a la recepción. Es parecida a una sala de clase del colegio. Hay tres tipos en un banco principal ordenando distintos papeles, y setenta indios sentados cada uno en una silla. 35 hombres y 35 mujeres.

Silencio absoluto. Todos me miran al unísono. Un par de viejos se ríen. Seguro se están preguntando «¿Qué hace un extranjero aquí?». Yo me pregunto lo mismo.

Me llaman al banco principal. El organizador del retiro me dice que sabe quién soy, y que no puedo entrar al retiro. Que llegué tarde. Yo le explico que mandé al menos tres correos avisando que llegaría tarde, y gracias a  eso deja que me quede.

Nos explican las reglas del retiro. Durante los diez días:

  • Está prohibido usar el celular o cualquier tipo de electrónicos. Está prohibido, también, escribir en un diario, leer o escuchar música. Hay que dejar todos los electrónicos en una caja fuerte que abriremos el último día.
  • Está prohibido hablar con otras personas.
  • Está prohibido mirar a los ojos a otras personas.
  • Está prohibido todo tipo de contacto físico.
  • Está prohibido hacer deporte, incluido yoga. Se puede caminar dentro del recinto.
  • Está prohibido comer carne.
  • Se pide vestir con ropa simple. Sin colores llamativos.
  • Se pide abandonar todo tipo de práctica religiosa, con tal de darle una oportunidad a la técnica Vipassana (que, al parecer, no es perteneciente a ninguna religión).
  • Por último: no mentir, no matar a ningún ser vivo, no tener ningún tipo de actividad sexual, no robar, y no tomar sustancias intoxicantes.

Fácil.

Nos explican también temas básicos de organización:

Hay dos recintos. Uno para hombres, y otro para mujeres. Así se previene cualquier distracción.

Hay un comedor que servirá desayuno, almuerzo y té.

Hay un Hall Central, en donde todos nos reuniremos para meditar.

El Profesor estará a cargo de nuestro aprendizaje. Al inicio de cada meditación, hará rodar una grabación de S.N Goenka (el fundador de la organización, que ya está muerto), quien nos dará alguna lección. Y una vez al día nos llamará para conversar y resolver dudas.

Terminan de decir las reglas y el horario. Se me atraganta la garganta. No sólo es una locura todo lo que hay que meditar, sino que también anticipo que me dará mucha hambre. ¿Cómo puede ser que la última comida sea a las 17.00?
Compadezco a los que están en el retiro por segunda vez, ya que a ellos les toca peor: a la hora del té, sólo pueden tomar agua con limón.

El organizador dice unas últimas palabras para calmarnos. Dice que estemos tranquilos; que el retiro es duro, pero que mucha gente lo completa. Y cuando lo logran, se sienten increíbles.
Nos advierte, también, que es muy común que a la gente le dé una crisis el tercer y el sexto día, y que pidan irse para la casa. Si las superamos, estaremos bien.

Eso me sube el ánimo. Si es un hecho que tendré una o dos crisis, entonces lo único que puedo hacer es enfrentarlas y esperar que con el tiempo pasen. ¿O no?

Termina el discurso, y a continuación vamos en grupo al Hall Central a hacer una meditación de una hora pre-retiro. ¿Me están diciendo que haré la meditación más larga de mi vida sin ni siquiera haber empezado el retiro?

Me asignan el puesto que tendré toda la semana. Consiste en unos cuantos cojines para que no duela tanto el culo. Me siento sobre los cojines con los pies cruzados, al igual que todos los demás. Al frente de todos nosotros, también sentado sobre cojines, está el Profesor; un indio ya con sus años de edad, y que con sólo mirarlo te hace sentir calmado. Por lo que cuentan los organizadores, lleva años practicando el Vipassana.

Silencio absoluto. Estamos todos expectantes de lo que vaya a decir el Profesor. Pero este se queda callado.

De repente, se escucha por los parlantes la voz de un hombre cantando. Es tan desafinado, que no controlo la sorpresa y abro los ojos para comprobar si alguien está tan impresionado como yo. Soy el único desconcentrado. Los vuelvo a cerrar. La canción dura varios minutos, y después vuelve el silencio.

Por si te preguntas cómo era el canto

El Profesor abre la boca por primera vez. Habla por un buen rato, pero en resumen, nos dice que nos concentremos en la respiración, que entra y sale por la nariz. Olvidarnos de todo lo demás. Y si llega un pensamiento, observarlo sin juzgar.

Mientras tanto, lo único en lo que estoy pensando es en el dolor que tengo en las caderas. Nunca antes había pasado tanto rato con las piernas cruzadas. Pienso que, si me hacen pasar diez días sentado así, saldré del retiro inválido. O al menos caminando como vaquero.

Termina la meditación, y nos mandan cada uno a sus piezas. Pero antes de ir a dormir, veo que los organizadores consiguen unos respaldos con un poco más de altura para que algunos tipos con problemas médicos puedan estar más cómodos. Yo les digo que tengo las caderas malas, y me entregan un respaldo.

Voy a mi pieza.
Deberían haberme asignado una pieza individual como a casi todos los demás, pero como llegué tarde, tengo que compartir una pieza doble con un indio de unos cincuenta años que hace aproximadamente treinta y siete escupitajos para aclarar la garganta antes de acostarse, y que ronca como si de eso dependiera su vida.
Lo peor de todo, es que ronca irregularmente. Algunas veces pasan dos segundos entre ronquido, y otras veces diez. Si fuera regular sería mejor. Podría acostumbrarme y quedarme dormido con mayor facilidad.
Pero no tengo problemas con él, ya que muchas veces yo también ronco. Eso sí, tengo que admitir que no es fácil compartir una pieza diminuta con un tipo que no conoces, no puedes mirar a los ojos, y no puedes decirle nada.

Me voy a dormir. La cama es de piedra, literalmente. Tengo hambre.

Día 1:

4.00. Suena la campana. Soy chileno, y parte de mis raíces me lleva a pensar que por ningún motivo la primera meditación empezará a la hora. Trato de seguir durmiendo. Mi compañero de pieza empieza a arreglarse a toda velocidad.

4.25. Quedan cinco minutos para que empiece la meditación, y yo sigo en mi cama. Hace frío y está oscuro. ¡No quiero salir! Uno de los organizadores se para afuera de nuestra pieza, y toca la puerta hasta que le abro.
Al parecer, también está prohibido saltarse una de las meditaciones. Si no llegas a tu puesto a tiempo, te van a buscar donde sea que estés.

Me pongo las zapatillas y voy al Hall Central. A las 4.29 am, soy el último en llegar.

La primera meditación resulta ser un éxito. O casi. Yo estoy despierto y concentrado, pero a varios otros se les hace difícil esto de madrugar. Hay un tipo que no para de roncar, a tal punto que uno de los organizadores tiene que sacudirlo cada cinco minutos.

6.30. El tan esperado desayuno. Soy el primero en llegar al comedor. Uno de los organizadores está detrás de un puesto sirviendo todo tipo de platos vegetarianos. Me sirvo tanta comida como puedo y me voy a sentar, sin darle las gracias ni mirarlo a los ojos.

El resto del día fluye bien. Al inicio de cada meditación se escucha por algunos minutos al tipo desafinado cantando, que resulta ser el famoso S.N Goenka. Ahora que sé que el cantante es el fundador de Vipassana, se sufre un poco menos la melodía.

Aparte de eso, se nos repite una y otra vez que nos concentremos en la respiración, que entra y sale por la nariz. Toda nuestra atención debe estar en el triángulo formado por nuestra nariz y la boca. Y si aparece un pensamiento, debemos observarlo sin catalogarlo como bueno o malo. «Observar la realidad tal como es».
Suena fácil, pero es todo un desafío. Mi mente es un monstruo fuera de control, y por más que trato de seguir las instrucciones, no hay caso. Supongo que iré mejorando.

Una de las mejores partes del día es cuando nos dan cinco minutos de descanso entre rondas de meditación. Podemos salir a caminar por el recinto, y tratar de distraernos un rato observando las hojas de un árbol o algo por el estilo.

17.00. Última comida del día. Tengo un hambre terrible, así que espero que nos den un plato contundente parecido al almuerzo. Pero cuando llego al comedor, me decepciono al ver que sólo hay té con leche, y crutones. Despierta mi instinto de supervivencia, y guardo en mis bolsillos tantos crutones como puedo. Si esa es la comida que nos darán todos los días, moriré de hambre.

19.00. Primera Video Clase de S.N Goenka. Resulta que el tipo que fundó la organización es una leyenda. Un sabio. Da una lección valiosa tras otra, y cada cierto rato lanza chistes que nos hace reír a todos. Para cuando volvemos a la última meditación antes de dormir, me siento más motivado que nunca a meditar.

Antes de dormir, me como los crutones.

Un ejemplo de las lecciones de S.N Goenka

Día 2:

El principio de la mañana concurre similar al día anterior. La única diferencia es que sufro cada vez menos escuchando cantar a Goenka, y las meditaciones se me hacen cada vez más largas. Y tengo hambre.

10.00. Llega la primera crisis. ¿No era que la crisis llegaba el día tres y seis?

«Quiero dormir. Quiero comer. Quiero leer. Quiero escuchar música. Quiero hacer deporte. Quiero hablarle a cualquier ser humano. ¡Quiero llamar a mi mamá! El retiro es demasiado duro. ¿Cómo puede ser que el tiempo pase tan lento? ¡Siento que llevo una semana aquí! ¡Y quedan ocho días! No voy a aguantar, es imposible. Esto no es para mí. ¿Cómo le digo al Profesor que me quiero ir?»

Abro los ojos, y miro a mi alrededor. Están todos con los ojos cerrados, meditando apaciblemente. ¿Acaso soy el único pasando por un infierno? ¿Cómo puedo ser tan débil?

Me fijo, también, que están todos los puestos ocupados. Eso significa que nadie se ha retirado. Despierta mi parte competitiva; no puedo ser el primero en irme. Recuerdo, también, lo que me dije al principio: si es un hecho que llegará una crisis, lo único que puedo hacer es esperar a que pase. Sigo meditando, esperando a que pase.

12.00. Rompo mi primera regla en el retiro. Aprovecho que mi compañero de pieza está dando vueltas por ahí, y me encierro con llave a hacer flexiones y abdominales. Necesito hacer algo que no sea enfrentar la mente.

Vuelvo a meditar de buen humor. Pasó la crisis.

El Profesor me llama por primera vez, y me pregunta que cómo estoy. Yo le respondo que bien, concentrándome en la nariz.

Día 3:

El horario es el siguiente:

  • 4.00: Suena la campana para despertarse.
  • 4.30-6.30: Primera meditación en el Hall Central.
  • 6.30-8.00: Desayuno
  • 8.00-9.00: Segunda Meditación en el Hall Central.
  • 9.05-11.00: Tercera meditación en el Hall Central.
  • 11.00-12.00: almuerzo
  • 12.00-13.00: descanso
  • 13.00-14.30: Cuarta meditación en el Hall Central
  • 14.35-15-30: Quinta meditación en el Hall Central
  • 15.35-17.00: Sexta meditación en el Hall Central
  • 17.00-18.00: Hora del té. Última comida del día.
  • 18.00-19.00: Séptima meditación.
  • 19.00-21.00: Video Clase de S.N Goenka
  • 21.00-21.30: última meditación en el Hall Central.
  • 21.30: se apagan las luces en el recinto. A acostarse.

Total de meditación al día: cerca de diez horas.

Hay un tipo que lleva tres días seguidos roncando. Me cuesta controlar la risa cuando lo escucho.

Después de tres días concentrándonos en la respiración que entra y sale por la nariz, toda esa área de mi cara se sensibiliza. Por primera vez logro sentir el aire frío que fluye por sobre mis labios. No estoy seguro de si es algo placentero o no. Se siente raro.

Ya no sufro por las canciones de Goenka, y extrañamente ya no tengo hambre. ¿Acaso me acostumbré a la escasez de comida?

Lo mejor de todo, es que me asignan a una pieza individual. No tengo que aguantar más ronquidos ni escupitajos.

A las 21.30, sin distracciones, ni luces, ni comida en el estómago, y habiendo observado mi respiración por horas y horas, caigo dormido como si la cama de piedra en realidad estuviese hecha por algodón.

Otra historia de S.N Goenka. Sobre cómo trabajar

Día 4:

¿Qué día es? ¿El cuarto? No puede ser. Llevo al menos dos semanas en este lugar. Ya se me olvidó cómo era la cara de mi mamá.

La meditación se pone más interesante. En vez de concentrarnos sólo en la respiración, ahora empezaremos a «escanear» nuestro cuerpo. Eso significa dirigir la atención a cada una de las partes de nuestros cuerpos, partiendo por la cabeza, hasta llegar a los pies.

Lo sé. Quizás no suena tan interesante. Pero después de tres días concentrado en la respiración, lo único que quieres es que te permitan pensar en otra cosa. Los latidos del corazón, aunque sea.

Esto de escanear el cuerpo tiene lo suyo. Te das cuenta que tienes dolores muy leves, y a medida que te concentras más en ellos, duelen más. También te das cuenta que otros lugares de tu cuerpo están bien, y eso se disfruta. Y la ropa se siente incómoda.

Me voy a dormir con la melodía de Goenka en mi cabeza.

Día 5:

10.00 am. Llega la segunda crisis. ¿Por qué me dan antes que a todos los demás?

«No puede ser que recién haya llegado a la mitad del retiro. ¡Llevo un mes en este lugar! ¡Maldito Einstein y su tiempo relativo! ¡Sáquenme de aquí!».

Trato de repetir el mismo proceso de la crisis pasada. Termino la meditación de la mañana, almuerzo, hago flexiones en mi pieza, y vuelvo a meditar. Pero es lo más desconcentrado que he estado en todo el retiro.

Es como si hubiesen hecho un tajo en mi cabeza. Del fondo de mi subconsciente empiezan a salir todas las inseguridades. Todos esos recuerdos incómodos. Todas esas veces que me dijeron algo que me dolió. Las veces que le hice daño a otra persona. Las veces que pasé vergüenza. Y todas esas cosas que no hice, y que me arrepiento por no haberlas hecho.

Me invade un pensamiento que estaba seguro que había resuelto meses atrás: el hecho de que mi ex está con otro. ¿Por qué está con él, y no conmigo?

Trato de pensar en otra cosa. Trato de recordar que no tiene sentido pensar en esas cosas. Pero no hay caso.

Estoy sufriendo, así que dejo de combatir contra mi mente.
Decido dedicar el resto de la hora de meditación para llegar a la raíz del pensamiento de mi ex. Sólo así podré volver a meditar con tranquilidad.

«¿Por qué me duele que mi ex esté con otro?», me pregunta una voz dentro de mi cabeza.

«Porque quiero estar con ella», respondo.

«¡Mentira! Por algo terminaron», dice la voz.

«Pero es que…»

«Di la verdad, Rosa. No hay nadie a quien engañar», insiste la voz.

Pasan unos segundos.

«Me molesta que esté con otro, porque si lo eligió a él, significa que este tipo es mejor que yo. Que lo prefiere a él».

«¡Ka-Boom! Eso estaba esperando que digas», dice la voz, celebrando. «Maldito perro egocéntrico»

«¡Ey! No hay para qué insultar» le digo. Pero tiene razón.

«Es verdad. Perdón. ¿Pero te das cuenta del ego que tienes? Está tan fuera de control, que no te permite disfrutar de meditar tranquilamente. ¿Por qué tienes que demostrarle al mundo que eres mejor que otra persona?»

«Si lo dices con esas palabras…no tiene sentido»

«Muy bien. Y otra cosa más: supongamos que, de alguna forma, es posible medir qué persona es mejor que otra», continúa la voz. «Supongamos que, en un escenario ideal, el actual pololo de tu ex es mejor que tú en todos los aspectos de tu vida. Es más inteligente, más divertido, mejor pareja, y más hábil en todas las habilidades que tienes. Si juegan un partido de tenis, te gana 6/0 6/0»

«No sé a qué quieres llegar…», le digo, sintiéndome insultado.

«Déjame terminar. Supongamos que este tipo es una versión mejorada de ti mismo. Es claro que es mejor que tú, así como lo estás afirmando. ¿No sería eso algo bueno? ¿No sería tu ex más feliz con él?
El mundo está mucho mejor ahora: ella con su actual pololo. Y tú solo, meditando en el norte de la India «, termina la voz.

«No lo había pensado de esa forma…»

«Lo sé. Yo soy la parte sabia de tu cabeza. Pero tranquilo. Ahora que ya sabes que tienes un ego enorme, al menos puedes hacer algo para combatirlo. Es como cuando los alcohólicos dicen ‘Hola, soy X, y soy alcohólico’. Sólo así se puede empezar a sanar».

«Ya veo».

«Di ‘Hola, soy Juan Pablo, y soy un egocéntrico'»

«Hola, soy Juan Pablo, y soy un egocéntrico».

«¡Muy bien! Acabas de cumplir el primer paso para eliminar el ego».

Se termina la conversación.

Vuelvo a meditar, pero esta vez me siento en paz. Tengo una sonrisa de oreja a oreja.
Nunca lo había pensado así: en vez de andar por el mundo negando que tengo ego, aceptarlo, y aprender a vivir con él.

Escucho por milésima vez la canción de Goenka. Ahora la disfruto.

Día 6

¿Cómo puede ser que antes comía tanto en la noche?
¿Y cómo se llaman mis hermanas?
¿Y qué tiene S.N Goenka que canta tan, pero tan bien?

Lo mejor del día es que ahora nos dan una hora de meditación en privado a lo largo de la tarde. Hay una Pagoda (una especie de templo) con piezas similares a las que tiene una cárcel para aislar a los más malos, donde podemos estar solos.

Nunca había participado en un evento tan puntual. Cada una de las meditaciones empieza exactamente a la hora. Es una delicia.

S.N. Goenka es un sabio

Día 7

Me duele todo. Mi cuello es un desastre, y mi espalda debe tener nudos en veinte lugares distintos. Y cada parte duele más aún cuando nos dicen que «escaneemos nuestro cuerpo».

Todo mi cuerpo se está volviendo más sensible. Es tanto lo que dirijo mi atención a él, que empiezo a sentir cosas que no sabía que se podían sentir. Más que nada, me llaman la atención mis pies y el contacto que tengo con la ropa. Es rarísimo.

A ratos, vuelvo a concentrarme en la respiración sólo para olvidarme del dolor. Menos mal tengo este respaldo elevado. ¿Cómo puede ser que los demás aguanten sentados en el piso tantas horas?

Día 8

14.00. Llego a un nivel de concentración absoluto. No escucho ni siento nada de lo que está pasando a mi alrededor. Respiro lento, aprovechando este momento.

De repente, me fijo en algo raro que pasa en mi cabeza. Hace un par de días, me había fijado en los latidos de las venas del cráneo. Pero esta vez está pasando algo distinto.
Es como si hubiera un río de sangre recorriendo todo mi cerebro. Y yo puedo sentirlo. Escucharlo. Se siente muy parecido a cuando uno se pone una concha de mar en la oreja. Es un placer absoluto. Trato de alargar la sensación tanto como puedo, pero a lo más dura dos minutos.

Esta técnica Vipassana es poderosa.

Sobre la fé ciega

Día 9

Nací, crecí, me reproduje, y moriré en este lugar. Llevo toda una vida en el centro de meditación. Mis viajes por la India y Nepal parecen haber ocurrido hace años.

El tiempo pasa más lento que nunca, pero ya no sufro por ello. No hay razón para sufrir. Siento que me estoy volviendo más duro de mente, y a la vez soy más capaz de disfrutar detalles en los que antes no me fijaba.

Por ejemplo, resulta que la hoja de un árbol puede llegar a ser todo un espectáculo si la analizas bien.

Y para qué hablar de las hormigas. Ver cómo caminan de un lado a otro buscando comida es tan entretenido como ver la trilogía del Señor de los Anillos.

Día 10

Nos enseñan una última técnica de meditación. Esencialmente, consiste en que nos hacen pensar en nuestros seres cercanos y desearles felicidad.
Es extrañamente poderosa; dos tipos que se sientan al lado mío tienen lágrimas en los ojos.

Después de una última mañana en silencio, nos permiten mirar a los ojos y conversar con otras personas por primera vez en diez días.

Hay algunos que actúan como si fuera el mejor día de sus vidas. Hablan y hablan sin parar.

Yo, en cambio, tengo un gusto agridulce. Obvio que estoy feliz por volver a escuchar mi voz, pero a la vez sé que extrañaré el silencio. Nunca me había sentido tan enfocado en el momento presente.

No puedo creer que hayan pasado sólo diez días. Sonará como que soy un exagerado, pero me atrevo a afirmar que terminar este retiro es el desafío más difícil que he logrado completar. Más que el colegio. Más que la universidad. Más que cualquier esfuerzo físico que haya hecho antes.

Me siento en un círculo a escuchar historias de mis compañeros.

Uno que vino con su tío cuenta que, tres días atrás, su tío le tocó el hombro mientras pasaban cerca, y que todavía era capaz de sentir el peso del brazo en su hombro. Así de sensible está por tanto escaneo.

Otro se las da de Buddha. Afirma que ahora es capaz de sentir todo su cuerpo al mismo tiempo. Incluido los órganos.

Un tercero afirma que su depresión ha desaparecido en un 70%. Ahora entiende más cómo funciona su mente.

Un anciano cuenta que este es su quinto retiro Vipassana. Yo no lo puedo creer. ¿Ha completado cinco de estos?

Y un último tipo me cuenta que hay gente que hace retiros Vipassana de hasta sesenta días. Ni me imagino lo iluminado que uno sale después de terminar algo así.

El día 10 aproveché de sacar una foto a mi pieza

¿Qué cómo se siente hablar por primera vez en diez días? Bien y mal. Bien, porque al fin uno puede comunicarse con otros.

Mal, porque cuesta mucho hablar. Las cuerdas vocales pierden fuerza cuando no se usan. No alcancé a hablar ni media hora, y estaba agotado.

Día 11

Última meditación. Se siente como cuando uno está en la última recta de una carrera.

El día 11 saqué una foto desde mi puesto. No podía quedarme sin un recuerdo.

Antes de partir, hacemos una fila para hacer aportes voluntarios a la organización. ¿Acaso se me olvidó mencionar que el retiro era gratis?

Nos despedimos del Profesor, y nos vamos cada uno de vuelta a lo suyo en Tuk Tuk, cantando las canciones de S.N Goenka a toda voz.
Si hay un momento en el que me he sentido completamente en paz, es este.

Parece que haré un segundo retiro.

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Juan Pablo Toro
Juan Pablo Toro

Autor Deportista Nómade

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2 comentarios

  1. Tremenda experiencia JP, muy interesante! Puedo imaginar lo difícil que debe haber sido el retiro en un comienzo. Totalmente un desafío, no cualquiera es capaz de completarlo. Me alegro mucho de que estés creciendo como persona y trabajando día a día para ser la mejor versión de ti.

    Un abrazo grande, sigue disfrutando y compartiendo tus aventuras!

  2. Mi niño querido cada vez que leo algo de ti me emociono y siento que te conozco un poco más te deseo lo mejor, sigue escribiendo haces un gran aporte, te quiero ?❤️?

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