Crecimiento espiritual en…¿¿Un viaje en bus??

31 de Marzo de 2021.

Estoy en Uvinza, un pueblo situado al oeste de Tanzania.
¿El plan? Pedalear mil kilómetros en dirección sur para llegar a la frontera con Malawi.

El plan

Decirte que estoy sufriendo es poco. Se nota la angustia en mi cara y en el lenguaje corporal cabizbajo que tengo. Tengo una mirada  que se pierde en el vacío una y otra vez porque estoy pensando demasiado en mis temores.

La raíz del problema no es el lugar donde estoy ni la gente que me rodea, sino más bien el pronóstico de mi futuro cercano. Los mil kilómetros que tengo que pedalear no son cualquier desafío.

Para empezar, estamos en temporada de lluvias. Eso, combinado con el camino de tierra, provoca un barro que se pega en cada engranaje de la bicicleta, y hasta ahí llegaste. Puedes estar en la mitad de la nada, y quedarte en pana ya que no hay caso con desatascar la bicicleta.

Barro atasca bicicletas

Segundo: esta es una de las regiones más inhóspitas de Tanzania. Entre el pueblo donde estoy y el siguiente hay doscientos kilómetros sin gente. Y la comida en cada pueblo es limitada. Difícil, por no decir imposible, encontrar una lata de atún o porotos para tener reservas en caso de que pase algo en un tramo sin gente.

Tercero: animales salvajes. En la mitad de esos mil kilómetros tengo que cruzar el parque nacional Katavi, que tiene leones, hipopótamos, y otras bestias que feliz me usan de postre. Además, está prohibido cruzar el parque en bicicleta. Si me pillan, estoy en problemas.

Por último, tse tse flies. Unas moscas parecidas a los tábanos que tenemos en el sur de Chile, pero mil veces más malignas. Según mucha gente, son los peores bichos del planeta. Y están a lo largo de cientos de kilómetros que tengo que cruzar.

Entonces, tengo acumulados muchos posibles problemas que, combinados, forman un futuro terrible.

Por primera vez en el viaje, tengo adelante un desafío que no quiero llevar a cabo. No sé a qué le tengo más miedo: a morir, o a ser recordado como el pelotudo que se lo comió un león.

A pesar de todo lo que acabo de decir, hay una voz en mi cabeza que insiste en que vaya al peligro. Esta voz es un viejo enemigo. Es mi ego.
Este enorme ego que tengo me recuerda una y otra vez que tengo que hacer todo mi viaje en bicicleta. De otro modo, no le podré decir al resto del mundo lo aventurero que soy.
Es muy distinto completar el 100% de tu viaje en bicicleta, a completar el 90% en bicicleta, pero saltarte el 10% más desafiante.

¿Cómo puede ser que esté a punto de pasar tanto peligro sólo por ego?
Por un momento me acuerdo de las historias de montañistas que insisten en hacer cumbre en circunstancias peligrosísimas sólo porque no quieren fracasar, y terminan muertos.

No quiero que me pase lo mismo.

Me hago la siguiente pregunta: ¿Qué haría si no tuviera un ego que alimentar?

La respuesta es obvia: ¡¡Tómate un bus a un lugar más seguro!!

Así que eso decido hacer. Por primera vez en África, tomaré un bus. El nuevo destino es Dar es Salaam, al Este de Tanzania. De ahí me puedo tomar un ferry a Zanzíbar, y decidir qué hacer tomando jugo de coco en la playa.

El nuevo plan. Esta vez en bus

Son las cuatro de la tarde, y voy camino a comprar un ticket.
Estoy más desanimado que antes. No puedo creer que esté a punto de subirme a un bus. ¡Derrota absoluta! Acabo de pegarle una patada en los cocos a mi ego. Maldita babosa incapaz de completar desafíos difíciles.

Compro el ticket. Es para mañana a las 7.00 am. Sólo para confirmar, le digo a Barak, el vendedor, que estaré esperando el bus a las 6.50.

-No, no, no. El bus sale de aquí a las 1 de la mañana -me responde en inglés.

-¿¿Qué?? ¡Pero si en el ticket está escrito que tenemos que presentarnos a las 6.30 para salir a las 7!

-Lo sé, pero el bus sale a las 1. Tienes que estar aquí antes de las 1.

Algo no me calza. Decido quedar como alguien que no entiende de números, y preguntarle a Barak cuatro veces consecutivas a qué hora sale el bus. Él insiste en que el bus sale a las una.

-Ok. Confío en ti -le digo-. Estaré aquí esperando el bus en menos de 9 horas.

-Sí, nos vemos.

Paso toda la tarde descansando en una pieza, duermo dos horas, y a las 12 de la noche suena mi alarma para empezar a moverme. Llego al paradero de buses a las 12.40. Aparte de dos tipos que están llorando de la risa viendo videos en un teléfono, el pueblo está vacío. Me siento a esperar.

1 am. El bus no ha llegado.

1:30 am. El bus todavía no llega.

2:00 am. ¿Dónde está el bus? Me duele el culo de estar tanto rato sentado en el cemento.

2:30 am. ¡El bus se ha atrasado una hora y media! ¡Quiero dormir!

Me acerco a los dos tipos que están sentados a unos cuantos metros de mí, y les pregunto a través de Google Traductor si me pueden ayudar llamando a Barak.
Uno de ellos hace como que entiende, y me responde en Swahili: «El Señor es Todo Poderoso. Que el Señor te bendiga».

Creo que este señor no me entendió. Vuelvo a escribir el mensaje, imposible más claro. Además, hago gestos con las manos para que no haya dudas que necesito usar su teléfono.

Me responde: «Salve el Señor Jesús!».

¡¡La mierda!!

A las 3 de la mañana llega un tercer sujeto. Este tipo es mi salvación. No sólo habla un poco de inglés, sino que también tiene plata en su teléfono. Logramos despertar a Barak, quien dice que estará aquí en cinco minutos (cinco minutos africanos = entre 30 minutos y tres días).

3.30 de la mañana. Llega Barak, manejando una moto llena de luces fosforescentes pegadas por todos lados.

-¡Barak! ¡Qué le pasó al bus! -le digo.

-Sorry sorry sorry. Viene a las siete de la mañana.

A continuación, armo una de esas escenas de películas de Hollywood donde un latino enojado grita en español una combinación de insultos que claramente son inentiligibles para cualquiera que no habla español. Es algo más o menos así:

-¡¡LA CONCHATUMADRE!! ¡¡ME DIJISTE A LAS 1!! ¡¡A LAS 1!! ¡¡TE PREGUNTÉ CUATRO VECES!! ¡¡POR LA MIERDA!! ¡¡NO PUDE DORMIR!!

Barak se queda callado. No hay nada que tenga que decir. Y yo ya me desahogué. Así que vuelvo a la pieza donde estaba durmiendo, para descansar otras tres horas antes de la verdadera partida del bus.

7:00 am. ¡Sorpresa! Llega el famoso bus. Está suficientemente viejo como para que uno se pregunte si será capaz de aguantar 1400 kilómetros para llegar a Dar es Salaam. El ayudante del conductor mete mi bicicleta en el maletero con una agresividad que me provoca dolor físico sólo por ver cómo la están maltratando.
Si hay algo seguro, es que mi bici no saldrá viva de este bus.

El bus está lleno. Me sientan en la primera fila. Mi compañera de asiento debe tener unos treinta años, y necesita de todo su asiento y un tercio del mío para que parte de su cuerpo no quede en el pasillo. Pequeña no es. Y no se le ve alegría en la cara, ahora que tendrá que compartir asientos con un hombre blanco por horas y horas. Después de una que otra maniobra, ambos logramos acomodarnos con nuestros cuerpos pegados de hombro a talón. Hay una conexión física entre nosotros, literalmente.

A continuación, 21 horas de viaje en bus.

21. HORAS.

¿Eres capaz de imaginarte cómo es viajar 21 horas en bus por África?

Albert Einstein estaba en lo correcto con su tiempo relativo. Estas 21 horas se convierten para mí en lo que parece ser toda la historia de la humanidad.

Lo peor, es que tengo el reloj justo al frente mío. Veo la hora, y son las 7.10. Observo el paisaje, medito, vuelvo a observar el paisaje, vuelvo a meditar, veo el reloj nuevamente, y son las 7.13. Así de lento pasa el tiempo.
Te acabo de relatar 3 minutos, ahora intenta proyectarlo 21 horas.

Al poco rato, mi compañera de asiento decide que quiere dormir. Pero su respaldo está muy incómodo, así que se gira para quedar con sus piernas en el pasillo y apoyando su espalda en mí. ¿Acaso cree que soy un cojín? Su media tonelada de peso me aplasta a tal punto que me cuesta respirar. Pero acá va lo más raro de todo: me siento cómodo en esta posición.

El bus tiene dos conductores. Cuando uno maneja, el otro duerme de forma tal que, si chocamos, sale por la ventana como si fuera una jabalina

Me pongo los audífonos para entretenerme escuchando un poco de música, pero la batería se agota a la hora. No queda otra que reflexionar sobre los últimos días.

¿Cómo puede ser que mi ego sea tan grande como para haber estado a punto de hacer ese camino mortal en el oeste de Tanzania?

La única razón por la cual hubiese hecho ese camino de mierda era poder decirle al resto del mundo que fui capaz de hacer todo mi trayecto de África en bicicleta, sin el apoyo de vehículos motorizados.

En otras palabras, ya no importa si lo paso bien o mal. No importa si es seguro o peligroso lo que esté a punto de hacer.
Lo único que importa es que el ego sea satisfecho.

Demostrarme a mí y al mundo lo fuerte que soy.

¿En qué momento se me olvidó que lo importante de viajar es  conocer lugares por curiosidad pura, y no satisfacer al ego?

¿Qué otras cosas estoy haciendo por aparentar ser alguien interesante, y no porque realmente me interesan?

Paradas a comprar comida

Este bus, este maldito bus, resulta ser la medicina que necesitaba, y llegó justo en el momento preciso. Es un recordatorio de que debo evitar tomar decisiones por ego y orgullo, y empezar a elegir caminos de vida que realmente me interesan. Dejar de esforzarme por impresionar a otros, y aprender a aceptarme a mí mismo, tanto en lo bueno como en lo malo.

Este bus, este maldito bus, se siente…correcto. En menos de un día, todas mis preocupaciones sobre mi futuro cercano (tse tse flies, lluvias, animales salvajes, etc) desaparecen. Mi cara pasa de ser una de angustia a una  de calma absoluta.
Sí, querido lector. Leíste bien. En medio de este bus de 21 horas con esta señora que me aplasta sin piedad, el lugar más incómodo del universo, encuentro paz interior. Es lo mejor que me he sentido en días. Respiro con calma, duermo entre diez y veinte siestas, disfruto de seguir reflexionando acerca de poco y nada, y contemplo el paisaje. Estoy feliz.

Llego a las 4 de la mañana a Dar Es Salaam. El bus me deja a diez kilómetros del centro, donde quiero dormir. Armo mi bicileta, y empiezo a pedalear. Empieza a caer la lluvia más fuerte que he visto. Es una ducha, más que una lluvia. Las calles se convierten en ríos. Las cañerías subterráneas se inundan, y esto provoca que el agua por la cual estoy pasando sea una mezcla de aguas servidas, tierra, y mierda en general.

Llego a un hotel en el centro de la ciudad empapado, con olor a caca, y con los ojos inyectados en sangre por haber dormido tan mal los últimos días.

Nada de eso importa. Hoy vencí a mi ego. Estoy en paz.

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Juan Pablo Toro
Juan Pablo Toro

Autor Deportista Nómade

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