Es muy fácil afirmar que estamos felices y con actitud positiva cuando todo nos está saliendo bien.
El verdadero desafío es cuando aparecen los problemas y no estamos preparados.
Actitud positiva y fuerza de carácter se ve en aquella persona capaz de mantener la calma cuando las cosas no le están saliendo como quería. Cuando está fuera de su zona de comfort, pero aun así no se queja.
Seguro has escuchado de Roger Federer. Uno de los mejores tenistas de la historia. Posiblemente el mejor. 20 Grand Slams. «El reloj suizo». Algunos dicen que ni transpira cuando juega. Para muchos, yo incluído, perfección en tenis y en vida. Verlo jugar es un regalo.
No conozco a Roger Federer en persona, pero con verle la cara, se nota que es un tipo feliz. Me atrevería a afirmar que Roger es una de esas personas que, sin importar lo que haga en su vida, es y será feliz. Sin importar si tiene 20 grandslams, o cero, o si nisiquera intentó ser profesional. Estoy seguro de que alguien inteligente como él, si no hubiese sido tenista, habría encontrado otro camino para estar contento con su vida.
Ser feliz sin importar lo que uno haga suena como algo bueno. ¿Pero lo es?
Permíteme proponerte el ejemplo de Roger Federer consultor.
ROGER FEDERER CONSULTOR
Imagina a Roger cuando tenía 15 años. Sabe que juega bien tenis, pero no sabe qué tan exitoso podría llegar a ser si es que probase ser un jugador profesional. Viviendo en un país lleno de oportunidades como Suiza, y teniendo tantas opciones, no sabe qué hacer.
Ser tenista profesional es una apuesta arriesgada. El tenis es uno de los deportes más desiguales del mundo en cuanto a reparto de premios. Son miles los que intentan alcanzar el éxito, y tienes que estar entre los cien mejores de esos miles para empezar a ganarte la vida. Y todos entrenan todos los días. Y todos tienen el mismo sueño. La competencia es sangrienta.
Supongamos que alguien le explica al joven Roger lo arriesgado que es ser tenista. El miedo y la preocupación por el futuro invade al suizo. Ser el mejor tenista de la historia es su sueño, pero al mismo tiempo sabe la importancia de ser racional. Sabe que hay otras alternativas que también son buenas. Roger termina decidiendo estudiar administración de negocios en la mejor universidad de Suiza.
Roger es inteligente, así que le va bien durante toda su carrera. Y no solo eso, ¡le gusta estudiar! Le gusta aprender de microeconomía y esas cosas. Además, juega tenis en su tiempo libre. No se podría pedir una mejor vida universitaria.
Roger se gradúa, y encuentra trabajo en una de las mejores consultoras del país. Pasa el resto de su vida desarrollando una carrera profesional como consultor. Llega a ser el gerente general. Le gusta su trabajo en la oficina, gana un sueldo excelente, tiene una casa en los alpes suizos con todo lo que siempre quiso, se casa con una mujer que ama, y tiene cuatro hijos: dos gemelos y dos gemelas. Reloj suizo.
Roger Federer consultor es un hombre feliz, no solo porque tiene todo en la vida, sino porque personas como Roger seguirán siendo felices sin importar lo que hagan.
Por favor, no creas que pretendo criticar la vida de un consultor. El ejemplo que te acabo de dar de Roger corporativo es increíble. Este hombre tiene todo lo que alguien podría llegar a pedir. Una linda familia, necesidades básicas cubiertas, y un trabajo que le gusta. ¡Roger es feliz!
Entonces, ¿A qué voy con todo esto?
En ambas vidas, tanto Roger tenista profesional como Roger consultor, el suizo es igual de feliz. La única diferencia, es que en una de las vidas Roger decidió correr el riesgo de seguir su sueño, y en la otra no.
¡Lo que se habría perdido el mundo si Roger no hubiese seguido su sueño de ser tenista!
En cuánto a él, no hay problema. Porque como consultor es feliz.
Pero para todos los amantes del tenis, habría sido una tragedia.
Todos esos partidos que nos hicieron gritar y emocionarnos, que no habrían pasado. Todas esas personas que inspiró alrededor del mundo a través de su ejemplo impecable dentro y fuera de la cancha. Toda esa gente que ha ayudado a través de su fundación, la cual financia con lo que ha ganado en su carrera. Toda esa gente a la cual Roger les da sentido en sus vidas. Aquellos que lo siguen casi como si el suizo fuera un mesías.
No se puede medir todo el bien que Roger Federer le ha hecho a este mundo como tenista. Sólo cabe agradecerle el hecho de que corrió el riesgo de seguir su sueño.
Escribí este artículo porque no tengo una opinión clara respecto al ejemplo que acabo de dar.
¿Importa seguir tu sueño, si sabes que hay otros caminos mas seguros que también te pueden hacer feliz? ¿O conviene elegir un camino más prudente?
¿Acaso es tu deber hacia los demás seguir tu sueño si es que crees que hay una chance de que el mundo estará mejor gracias a que corriste el riesgo? ¿O no te debería importar en tu decisión el posible impacto que puedas llegar a dar?
En otras palabras, antes de que Roger Federer hubiese decidido qué hacer con su vida, ¿debería haber tomado en cuenta que había una chance de que alegraría la vida de tanta gente con su tenis? ¿O se debería haber preocupado sólo por alcanzar una buena vida sin tomar en cuenta el impacto en el mundo? Claramente no tenía cómo saber que llegaría a ganar 20 Grand Slams. Pero seguramente sabía que había potencial dentro de él.
No sé si deberíamos tomar en cuenta el impacto en el mundo que podríamos llegar a dar cuando tomamos decisiones, o si deberíamos preocuparnos por nosotros mismos.
Pero algo que sí creo, es lo siguiente: el mundo es mucho mejor gracias a todos esos deportistas que se atrevieron a seguir su sueño. Y lo mismo digo de escritores, artistas, músicos, emprendedores, bailarines, fotógrafos aventureros, y todas esas otras personas que tenían una idea que querían llevar a cabo, que sabían que era arriesgada y que había una chance enorme de fracasar, pero aun así eligieron intentarlo.
Porque sabían que, si no lo intentaban, se arrepentirían al final de sus vidas.
Voy a tratar de aburrirte lo menos posible hablando de tenis, pero necesito un poco de contexto:
Mi tenista favorito es Rafael Nadal. He visto cientos de sus partidos. Lo que más me gusta de verlo jugar, es su actitud de gladiador. Corre y lucha como ningún otro. Esa misma actitud da como resultado incontables batallas inolvidables. Si me preguntas cuál es mi partido favorito de Rafael Nadal, no sería capaz de decidirme entre un puñado que llegan instantáneamente a mi cabeza. Su final en Roma 2005. Su final en Wimbledon 2008. Su final en Australian Open 2012. Cuartos de final contra del Potro, Wimbledon 2018. Cuartos de final contra Thiem, US Open 2018. Etc.
Soy tan fanático de Nadal, que también veo alguna de sus entrevistas en Youtube. Por lo general son aburridísmas. Siempre le preguntan lo mismo y él responde lo mismo.
Pero hay una pregunta que de vez en cuando le hacen, y que siempre me ha llamado la atención: ¿Cuál ha sido el partido más emocionante de tu vida?
Uno se espera una respuesta rápida y emocionante. Un partido que lo haya hecho sufrir más que nunca. Una descripción vívida de cómo fue la experiencia para él.
Me encantaría saber cómo fue el partido visto desde sus ojos. Los nervios. El ambiente. El cansancio físico y mental.
Pero siempre me sorprendo al ver que Nadal no tiene respuesta.
Se queda callado, pensativo. Como si nunca hubiera tenido tiempo para pensar en su pasado.
Finalmente, termina respondiendo algo tipo «Roma 2006 vs Federer» y no entra en detalles. Sólo dice que fue «una victoria muy especial frente a un gran jugador», o lo que sea que su asesor le dijo que respondiera.
Es decepcionante.
Puede ser que Nadal no responda bien a esas preguntas porque tiene problemas para expresarse. No creo que sea el caso.
Mi teoría es, que son tantos los encuentros emocionantes que ha tenido, tantas las batallas, tantas las experiencias inolvidables, que cuando Nadal piensa en su pasado, su cabeza explota.
Son demasiados los años de intensidad. Demasiados los años de aprovechar cada momento de su vida. Demasiados los momentos inolvidables.
Es imposible para él decidirse por un evento puntual.
Si tienes un partidazo inolvidable a lo largo de toda tu vida, la pregunta «¿Cuál fue tu mejor partido?» es fácil de responder. ¿Tienes diez partidazos? La pregunta sigue siendo fácil de responder. ¿Doscientos partidazos? Buena suerte eligiendo tu mejor partido.
Además de que su pasado sea tan impresionante que sea frustrante evaluarlo, existe otro factor a por qué Nadal no se decide por su mejor partido: su presente es tan extraordinario, que no tiene tiempo para pensar en el pasado. Sólo tiene atención para el presente y el futuro próximo.
Dicho esto, acá va mi «teoría Rafael Nadal» para medir una vida extraordinaria.
«Teoría Rafael Nadal»
Existen tres niveles de extraordinariedad:
El primel nivel, es una persona que ha desperdiciado su vida. Nunca siguió sus sueños. Nunca hizo lo que le gusta. Nunca tuvo experiencias inolvidables. Nunca tuvo grandes desafíos. Nunca tuvo grandes problemas que resolver. Pasó casi todo su tiempo viendo tele o redes sociales.
Nivel de extraordinariedad: bajísimo.
Si le preguntas a esa persona cuál fue el mejor momento de su vida, no te responde, ya que no tiene recuerdos memorables.
El segundo nivel de extraordinariedad, es una persona que ha tenido una que otra experiencia inolvidable.
Tiene buenos recuerdos, pero tan sólo un puñado en cada aspecto de su vida. Uno que otro viaje que le cambió la vida. Uno que otro logro del cual se siente orgulloso/a. Un par de encuentros deportivos que jamás se le olvidarán. Una que otra relación amorosa especial. Uno que otro desafío/problema enorme que logró solucionar. Una que otra historia divertida. Uno que otro libro o película que le cambió su visión del mundo. Hasta incluso, puede ser que se haya entrenado por seis meses para subir el Everest, y lo haya logrado. Obviamente, fue su cumbre más especial.
Nivel de extraordinariedad: normal.
Si le preguntas a esa persona cuáles han sido los mejores momentos de su vida, es fácil para él/ella responder. Tan sólo tiene que elegir entre un puñado de eventos.
Sabe cuál fue su mejor viaje, su mayor logro, su mejor partido, el pololeo que recuerda con más alegría, el problema más grande que ha solucionado, su libro favorito, etc.
Me atrevería a afirmar que la gran mayoría de las personas nos encontramos en este nivel.
El tercer nivel de extraordinariedad, es el nivel Rafael Nadal.
Es una persona que ha tenido tantas experiencias extraordinarias, y su presente es tan emocionante, que no es posible para él/ella pensar en su pasado.
El montañista que ha escalado por todo el mundo, y que no puede decidir cuál fue su cumbre favorita. El viajero que ha conocido todos los países del mundo, y que no puede decidir cuál es su país favorito El escritor que ha publicado 50 novelas, y que no puede elegir su obra favorita. El lector que ha leído más de 1000 libros, y que no puede decidir cuál es el que más recomienda. El emprendedor que ha hecho decenas de negocios. El artista que ha hecho miles de obras de arte. El surfista que ha disfrutado de surfear todos los días de su vida. El actor que ha sido parte de decenas de películas. El tipo que le han pasado miles de historias divertidas. Hasta incluso, una persona que no se ha enfocado en una sola actividad, sino que ha tenido una mezcla de todo lo mencionado anteriormente.
Nivel de extraordinariedad: altísimo.
Si le preguntas a esta gente cuáles fueron los mejores momentos de su vida, se comportan como Rafael Nadal. Son tantas las memorias, que no tienen respuesta. Prefieren seguir en el presente.
Creo que todos deberíamos buscar alcanzar un nivel de extraordinariedad Rafael Nadal en nuestras vidas.
Que sean tantas las experiencias inolvidables, y tan emocionante nuestro presente, que no tengamos tiempo para reflexionar sobre nuestro pasado.
Y que, al final de nuestras vidas, cuando estemos descansando en la cama de del hospital a punto de morir, miremos hacia atrás y seamos capaces de decir: «Tuve una vida extraordinaria».
Mi película favorita es Forrest Gump. Me gusta pensar que, además de entretenida, nos da buenas lecciones de vida.
Hay una escena que resalto por sobre todas las demás. Forrest Gump se encuentra cruzando los Estados Unidos trotando por cuarta vez . Está sucio y tiene barba de ermitaño. Se le acercan unos periodistas:
Periodista 1: «Señor, ¿Por qué está trotando? Periodista 2: «¿Está trotando por la paz mundial? Periodista 3: «¿Está trotando por los derechos de las mujeres? Periodista 4: «¿O por el medioambiente? Periodista 5: «¿O por los animales?» Periodista 6: «¿O por las armas nucleares?»
Forrest Gump: «¡Sólo sentí ganas de correr!»
A esto, yo le llamo el «Principio Forrest Gump». Hacer las cosas por el hecho de hacerlas. No por plata. No por likes en Instagram. No por mostrarle al mundo que eres exitoso/a. Que el único objetivo sea alimentar tu curiosidad. Interés puro.
Si vas a viajar a las Pirámides de Egipto, que sea porque las quieres ver con tus propios ojos. Curiosidad pura. No porque quieres sacarte la foto famosa. Pregúntate lo siguiente: Si no pudieras sacarte una foto y tampoco contarle a tus amigos que fuiste a un lugar, ¿Irías?
Si vas a correr una maratón, que sea porque quieres saber cómo se siente llegar a «la pared» psicológica del kilómetro 30, o el dolor en las piernas que tienes cuando llegas a la meta. Que no sea porque quieres poder decirle al mundo que lograste correr 42 kilómetros. Eso es ego hablando por tí. Si nadie pudiera saber que corriste la maratón, ¿la correrías?
Si vas a escribir un blog que se llama «Deportista Nómade», que sea porque disfrutas hacerlo. Disfrutas mejorar tu escritura y aclarar las ideas en tu cabeza. Que no sea para pagarte un viaje, o hacerte famoso. Si sabes con 100% de seguridad que nadie lo leerá, ¿lo harías?
Juntarte con amigo/as que realmente te interesan. Conocer a una persona porque estás auténticamente interesado/a en conocerla. No para aumentar tu red de contactos. Practicar un deporte porque te encanta. No porque quieres hacerte famoso. Tocar un instrumento porque lo disfrutas, y por ninguna otra razón.
¿Y por qué no ayudar a juntar fondos para el medio ambiente corriendo por Estados Unidos? Hay muchas opciones más directas y efectivas para ayudar al medioambiente que correr por Estados Unidos. Si quieres correr por Estados Unidos, corre por Estados Unidos. Si quieres trabajar por el medio ambiente, trabaja por el medio ambiente.
Que el premio de hacer algo sea hacerlo. Nada más. No necesitas de plata o fama para disfrutar escribir un libro, o hacer un deporte, o lo que sea que te interese.
La plata, la fama, o cualquier otra razón que puedas llegar a tener, termina contaminando ese interés puro que tenemos por hacer las cosas. Nos hace convertirnos en el deportista frustrado porque no se volvió famoso. El músico deprimido porque no es capaz de ganarse la vida con su hobby. El escritor presionado para terminar su libro en tan sólo un par de meses. El padre que tuvo hijos a pesar de que no quería, sólo por aparentar tener una vida perfecta. No nos damos ni cuenta, y terminamos odiando aquello que nos encantaba.
Pero entonces, ¿Cómo ganamos un sueldo? No buscar ganar plata haciendo eso que nos gusta. Buscar un trabajo que sea útil para la sociedad, que nos pague lo que necesitamos para vivir, que no sea un estrés constante, y que nos dé tiempo para hacer lo que nos gusta. Después del trabajo, tendrás libertad absoluta para disfrutar de escribir, tocar un instrumento, pintar, hacer un deporte, o lo que sea que te guste hacer. Harás esas cosas porque te gustan, y no porque estás obligado a hacerlas. Como dijo Toni Nadal en su charla TED: «No busques hacer lo que te gusta. Busca que te guste lo que hagas».
Sigamos el «principio Forrest Gump» de por qué hacemos las cosas.
Al igual que mucho de lo que escribo, esta idea no es mía. Y no recuerdo de a dónde la aprendí. ¡Pero me fascina!
¿Tienes una meta que te encantaría lograr?
De ser así, seguro también tienes la parte mala de esa meta: el miedo al fracaso.
Obviamente a nadie le gusta fracasar. Te deja la confianza en el piso.
Pero tengo malas noticias. Existe algo mucho, mucho peor que fracasar: no haberlo intentado.
Tener una meta y no intentar conseguirla se encuentra en un nivel más bajo que haber intentado y fracasado en el proceso.
Cuando no lo has intentado, eres alguien que ni siquiera fue capaz de tomar un mínimo de acción. Ni siquiera fuiste capaz de enfrentar por un minuto los miedos que tenías.
La persona que intenta y fracasa, muere sin arrepentimientos. La persona que ni siquiera intenta, muere arrepentida. Presa por su cobardía.
No hay nada peor.
Si tienes una meta y todavía no has intentado conseguirla, estás en el nivel más bajo de todos. Llamarte a ti mismo «Fracasado/a» es un derecho que tienes que ganar tomando acción. Es el siguiente nivel.
En otras palabras: Desde el punto de vista de alguien que ya ha conseguido sus metas, el fracaso es algo malo. Desde el punto de vista de alguien que ni siquiera ha intentado conseguir su meta, el fracaso es algo bueno.
Lo sé. Hay muchos problemas que surgen del fracaso. Quedas con la confianza en el piso por varios días. Aumentan tus inseguridades y tu ansiedad. Y tienes miedo de ser una de esas personas que se pasan toda su vida intentando alcanzar una meta, y nunca la logran. El actor que nunca llegó a Hollywood. El futbolista que nunca llegó a las grandes ligas El cantante que nunca se hizo famoso Etc. Nadie quiere ser esa persona.
Para prevenir eso, te ofrezco una posible solución:
La regla de los diez intentos.
Creo que el nombre lo explica todo, pero por si acaso, entraré en detalle.
¿Tienes una meta que te gustaría lograr? La regla de los diez intentos consiste en que puedes rendirte sólo si has fracasado un mínimo de diez veces intentando alcanzar esa meta.
El objetivo de esta regla es no rendirse antes de tiempo.
Si lo intentaste diez veces, y todavía no has logrado lo que querías, te has ganado el derecho a llamarte fracasado. Puedes morir sin arrepentimiento.
Una de las mejores partes de esta regla, es que se puede usar para todo lo que quieras. No sólo el deporte:
¿Quieres tener el trabajo de tus sueños? Tienes que asistir a un mínimo de diez entrevistas de trabajos que siempre has querido tener. O hablarle a un mínimo de diez personas que ya tienen ese trabajo, para que te den consejo. O aplicar al mismo trabajo un mínimo de diez veces en distintas ocasiones.
¿Quieres ser un tenista profesional? Tienes que tratar de calificar a un mínimo de diez campeonatos profesionales. Este ejemplo me duele, porque fue exactamente lo que yo no hice. Jugué un total de dos clasificaciones, me fue pésimo, y me rendí.
¿Quieres terminar una maratón? Tienes que correr un mínimo de diez carreras distintas, con sus debidos meses de preparación.
¿Siempre has querido salir con un/a modelo/a? Tienes que invitar a salir a un mínimo de diez.
¿Quieres publicar un libro? Tienes que escribir un mínimo de diez libros y contactar a un mínimo de diez editoriales con cada uno de ellos.
Es muy importante mencionar que, si la meta es muy importante para ti, diez intentos puede ser poco. A veces no es suficiente para poder llamarte fracasado. Por ejemplo: Si realmente es importante para tí ser tenista profesional, tienes que jugar mucho más que diez clasificaciones profesionales. ¿Treinta? ¿Cincuenta? ¿Cien? No lo tengo claro. Pero pueden pasar años antes de ver resultados. Además, tienes que hacer todo el entrenamiento correspondiente e invertir en la indumentaria necesaria para poder decir que lo intentaste. Si no, lo único que hiciste fue perder el tiempo.
Si realmente es importante para ti vivir con una pareja, tienes que salir con mucho más de diez mujeres/hombres. Si me preguntas a mí, en este caso me pondría una regla de los cien intentos como mínimo. Si cien mujeres/hombres te rechazan, puedes aceptar vivir solo. Al menos sabrás que lo intentaste.
¿Quieres tener el trabajo de tus sueños? Diez intentos es poquísimo. Estamos hablando de una de las decisiones más importantes que tienes que elegir: dónde pasarás gran parte de tu vida. Cincuenta entrevistas como mínimo.
Diez intentos puede ser poco, pero al menos es un punto de partida para no rendirse antes de tiempo. Es impresionante la cantidad de veces que nos rendimos al primer intento. Es autosabotaje en todo su esplendor.
Otro aspecto importante de mencionar: en vez de medir tu fracaso en número de intentos, puedes medirlo en tiempo. Hugh Jackman, recién graduado de periodismo en la universidad, se dijo a sí mismo: «Intentaré actuar en Hollywood hasta que cumpla 31». Le fue bien en el primer año. Consigue un trabajo part time que te pague lo mínimo que necesitas, y asiste a entrevistas de trabajos soñados por un mínimo de tres años. Dedícate a un deporte durante cinco años. Dedícate a escribir libros durante diez años.
Por último, no puedo terminar este artículo sin antes mencionar una de las formas de autosabotaje más tóxicas de todas: hacer como que lo intentas, cuando en verdad sabes que no lo hiciste. Si te dicen que tienes que pasar años participando en clasificaciones de torneos de tenis, y te rindes al par de meses, te estás autosaboteando. Sigues en el nivel de gente que no lo intentó. O si te dicen que para ser tenista tienes que pasar horas y horas entrenando, alimentarte bien, ir al gimnasio, y elongar, y tú lo único que haces es pegarle a la pelota, te estás autosaboteando. Nuevamente, sigues en el nivel de gente que no lo intentó. Para contar un intento fallido en un tus diez fracasos, tienes que intentarlo con toda la pasión y esfuerzo que se necesita.
En resumen: Regla de los diez intentos para rendirse. Ganar el derecho a llamarse fracasado. Por una vida sin arrepentimientos.
Cuando hablamos sobre tener confianza en nosotros mismos, existe una creencia completamente equivocada.
Tendemos a pensar que uno nace con cierto nivel de confianza, y no hay mucho que hacer al respecto. Un nivel de confianza que quizás puede aumentar un poco si nos rodeamos de gente que nos impulsa hacia arriba, pero esto tendría un límite. Aquella persona que nació con la confianza de Johnny Bravo, que disfrute de su suerte. Aquella persona que nació con la confianza de Igor (el burro de Winnie Poo), te deseo todo lo mejor.
En la realidad, el escenario es mucho más positivo de lo que pensamos. La confianza en uno mismo es una habilidad que se aprende y se desarrolla con el tiempo. ¿Y cómo se aprende? Con horas y horas de práctica en lo que sea que quieras tener más confianza.
En otras palabras, ser competente en una habilidad te da confianza en esa habilidad.
¿Te das cuenta de lo que significa esto? Lo único que separa a una persona que no tiene confianza de una persona que sí la tiene, son horas de práctica. Los genes pueden importar al principio, pero con el paso del tiempo, dejan de ser relevantes.
Cuando se trata de desarrollar confianza, el deporte es un caso especial. Es un campo de entrenamiento perfecto para mejorar la confianza en uno mismo. No sólo te hace ver mejor físicamente, estar de buen humor, y tener más energía (tres requisitos claves para tener confianza). Es mucho más que eso.
La confianza que ganas haciendo un deporte se traspasa a otros aspectos de tu vida.
Es por eso que es tan común ver a un boxeador profesional que se mueve por la vida como si fuera bueno para todo. La confianza que tiene por ser hábil en su deporte se traspasa a todo lo demás. Sociabiliza como si nadie fuera más interesante que él, seduce como un Don Juan, hace negocios como Jeff Bezos, y cuenta chistes como el Coco Legrand.
Para explicar cómo el deporte mejora la confianza en nuestras vidas, pondré el ejemplo de un tipo de treinta años que nunca ha hecho deporte, y que quiere empezar a ir al gimnasio. Llamémosle Juan Pablo. ¿Quién se puede llamar así?
Juan Pablo está obeso. Subir las escaleras al segundo piso de su casa es todo un desafío. No se atreve a sacarse la polera cuando va a la playa, no se atreve a hablarle a una mujer, y por distintas razones de la vida, está convencido que no es bueno para nada. Por cómo lo ve él, su vida es un desastre. Siente que no tiene control sobre sí mismo.
Si Juan Pablo logra no rendirse después de un par de semanas, su proceso sería más o menos así:
1)Primeras dos semanas: dolor en todo el cuerpo y vergüenza absoluta. Ir al gimnasio no puede sentirse peor. Juan Pablo siente como que lo están observando en todo momento. Cree que los demás están riéndose de él, porque es notorio que no sabe qué está haciendo. Camina de un lado a otro haciendo ejercicios que todo el mundo sabe que no sirven. El hecho de que su polera XXL está empapada por sudor y que huele mal tampoco ayuda. Lo único que hace que Juan Pablo siga yendo al gimnasio, es que sabe que el infierno por el que está pasando se sufre un poco menos que el infierno que vive cuando no hace nada por su vida. Sabe, también, que los resultados llegan después de meses, así que lo único que tiene que hacer es seguir presentándose a entrenar. Sabe, por último, que al menos lo está intentando. Y eso se siente bien.
2)Primeros dos meses: Juan Pablo está preocupado. Lleva dos meses yendo al gimnasio como si fuera una ceremonia religiosa infaltable, y aún no ve resultados. Todo ese sufrimiento físico y aguantar las burlas por nada. Su confianza está en el piso. Decide que tiene que cambiar la estrategia. No tiene plata para pagarle a un entrenador, así que decide aprender por sí solo qué necesita para mejorar su estado físico. Se sorprende al descubrir que no es necesario pasar años estudiando el cuerpo humano para aprender lo básico que necesita para mejorar su salud. Con una hora viendo tutoriales en youtube y uno que otro libro, es más que suficiente. Más adelante, si se obsesiona con el tema, puede entrar en detalle sobre biología, nutrición y esas cosas. Se da cuenta que su salud depende de muchos más factores que sólo subirse a una bicicleta estática. Aprende la importancia de dormir bien para mejorar la salud. Aprende, también, qué tiene que hacer para dormir bien. Aprende la importancia de hacer movilidad articular para calentar bien antes de hacer ejercicio, con el objetivo de prevenir lesiones. Aprende la importancia de levantar pesas y hacer cardio. Y aprende también cómo hacer cada una de esas cosas. Aprende la importancia de elongar al final del entrenamiento para soltar los músculos. Aprende la importancia de alimentarse bien. Ahora entiende mejor qué es lo que provoca los antojos y cómo prevenirlos, qué le hace bien y qué le hace mal, los beneficios del ayuno intermitente, y otros.
Ahora se siente más motivado. Todavía no ha visto resultados y todavía no tiene confianza en sí mismo, pero ahora entiende el por qué de las cosas. Sabe lo que tiene que hacer; ahora sólo queda aplicarlo. No hará más el ridículo levantando mancuernas de dos kilos en el gimnasio.
3)Primeros seis meses: la situación empieza a mejorar. Juan Pablo empieza a ver resultados. Nuestro amigo está más delgado y a la vez más fuerte. Tiene más energía y se siente de buen humor. Ya no pasa vergüenza en el gimnasio, ya que sabe que está haciendo lo correcto. Los resultados lo demuestran. Un día, descansando entre series de presbanca, Juan Pablo guarda su celular y se atreve a mirar a su alrededor. Se da cuenta que todas las personas en el recinto están en su propio mundo, preocupados por sus propios problemas, tratando de tener una vida decente al igual que él. Más aún, se da cuenta que probablemente la gente nunca se estaba riendo de él. Estaban enfocados en ellos mismos. Y si algún tipo efectivamente se estaba riendo, ¿qué importa?, ¿qué pedazo de idiota puede ser tan desagradable como para reírse de alguien que quiere mejorar su vida? Su opinión no puede ser relevante. Se atreve a caminar a lo largo del gimnasio. Mira a los ojos a un anciano que está haciendo cardio en la elíptica, y le dice «Hola». Se ponen a conversar. Juan Pablo descubre que la gente es inmensamente buena y simpática si él toma la iniciativa, mira a los ojos, y saluda.
4)Primer año: Juan Pablo está mejor que nunca. Alcanzó la meta que se había propuesto. Y lo mejor de todo, es que, después de cientos de entrenamientos y horas de aprendizaje, tiene clarísimo qué hacer y qué no hacer cuando va al gimnasio. Sus horas de práctica le han dado confianza en sí mismo.
Además, surgen dos efectos secundarios que no esperaba:
I)Gente se le acerca a pedir consejo: amigos, familia, y hasta desconocidos del gimnasio se acercan a Juan Pablo a preguntarle qué hizo para tener tan buenos resultados. Él les explica con peras y manzanas, ya que tiene clarísimo, gracias a su experiencia, lo que se necesita para tener mejor salud. Que la gente se acerque a pedir consejo refuerza más aún la confianza que tenía Juan Pablo desde antes. Es un círculo vicioso.
II)La confianza que ganó en el gimnasio se traspasa a otros aspectos de su vida: saber que es capaz de hacer algo difícil todos los días como ir al gimnasio, y tener claro qué se necesita para tener buena salud, lo lleva a comportarse con confianza en todo lo demás.
Se atreve a hablarle a desconocidos, y descubre que sociabilizar también es una habilidad que se puede aprender y desarrollar.
Se atreve a hablarle a la mujer que le gusta, y descubre que seducir es otra habilidad que se aprende y desarrolla con la práctica.
Tiene más confianza en el trabajo, con su familia, en otros hobbies, y en todos los aspectos de su vida.
Tiene control sobre sí mismo.
A pesar de que ya alcanzó sus objetivos, Juan Pablo sigue entrenando cinco veces a la semana. Sabe que la vida es mejor cuando se tiene cierta dosis de sufrimiento voluntario.
Horas de práctica le dieron a Juan Pablo la confianza que estaba buscando.
¿Quieres tener confianza para cierta habilidad? Practícala una y otra vez. Cientos de horas de práctica te harán sentir que sabes lo que estás haciendo.
¿Quieres tener confianza en tu vida en general? El deporte es un campo de entrenamiento perfecto para ello. La confianza que obtendrás a través de la práctica te llevará a tener confianza en todo lo demás.
Hace mucho tiempo que quería escribir sobre el sufrimiento. No sólo porque me parece un tema muy interesante y que nos involucra a todos, si no que además quería ponerme a prueba. ¿Soy o no capaz de escribir lo que pienso del sufrimiento? Si no soy capaz, significa que no tengo claras mis ideas.
En este artículo quiero intentar responder tres preguntas: ¿Por qué existe el sufrimiento? ¿Cuál es el gran problema del sufrimiento? ¿Cómo podemos usar el sufrimiento para mejorar nuestras vidas?
¿Por qué existe el sufrimiento?
Me empezó a obsesionar el «por qué» del sufrimiento un día que me encontraba leyendo historias de sobrevivientes del Holocausto.
Décadas después de todo el martirio que tuvieron que pasar en los campos de concentración, un periodista les preguntó a un grupo de sobrevivientes acerca de cuál había sido el mejor día de sus vidas.
Muchos de ellos respondieron que el día más feliz de sus vidas fue cuando fueron liberados del campo de concentración.
¿No te parece impresionante? No mencionaron el día que se casaron, o cuando vieron nacer a su hijo/a, o cuando se gradaron de la universidad, o quién sabe qué. Eligieron el día en que el sufrimiento más grande de sus vidas se acabó. Cuesta creerlo, pero a la vez no. Hace sentido.
Seguí investigando. Esta vez, estuve escuchando historias de pacientes que sobrevivieron al cáncer. Cada uno de ellos te toca el corazón con sus relatos. Pero lo que más me sorprendió de todo, es que habían ciertas afirmaciones que se repetían una y otra vez: «El cáncer me ayudó a aprender a apreciar los pequeños detalles» Ej: poder moverse, poder estar al aire libre, poder disfrutar una comida, poder ir al baño sin que alguien te acompañe, etc. «Si tuviera que repetir todo el proceso, no cambiaría nada».
¿Me están diciendo que, si a estas personas les dieran la oportunidad de volver al pasado y saltarse el infierno que vivieron por el cáncer, rechazarían la oferta? Nuevamente, cuesta creerlo. Y nuevamente, hace sentido. En otras palabras, esta gente valora el sufrimiento por el que tuvieron que pasar.
Tanto los que sobrevivieron al Holocausto como los que sobrevivieron al cáncer tienen algo en común: su felicidad vino después de haber pasado por una época de sufrimiento.
Otros ejemplos de gente que disfruta después del sufrimiento: La persona que encuentra un trabajo después de meses endeudado y sin empleo. La persona que renuncia a su trabajo después de años de infelicidad. La persona que encuentra una pareja después de años estando soltero/a. La persona que se divorcia después de años de un mal matrimonio.
Felicidad después del sufrimiento.
Empecé a pensar en mi propia vida. Nunca he tenido cáncer u otra enfermedad terminal, así que no pretendo comparar el dolor que he pasado con esta gente tan valiente. Pero he tenido suficientes operaciones e idas a la urgencia como para decir que algo he sufrido. En mi casa se ríen de todas las veces que me han tenido que llevar a la clínica.
Empecé a pensar en los mejores días de mi vida. Se me ocurrieron varios momentos valiosos: aventuras que tuve viajando, triunfos deportivos, juntas memorables con los amigos y la familia, el día que terminé mi primer retiro Vipassana, el día que me gradué, y otros.
Pero hay dos momentos que, sin lugar a dudas, son los que recuerdo con más alegría.
1)Diciembre de 2016: El día posterior a una operación de urgencia que tuve porque se me perforó el intestino delgado. Estaba acostado en la cama de la clínica. El dolor, insoportable. Con suerte podía caminar para ir al baño. Y se me habían arruinado todos los planes que tenía para el verano. Sin embargo, a pesar de mi estado de salud, pocas veces me he sentido tan bien. Sabía que la había tenido cerca, así que me sentía agradecido por el sólo hecho de estar vivo. Además, toda mi familia me fue a ver. Mis papás, mis hermanos, mis abuelos, mis tíos, mis primos. Tengo que admitir que era raro tener peor salud que mi abuelo de casi 90 años. Él de pie, yo acostado. Mis amigos también fueron a verme. Uno de ellos trajo cartas para jugar «Uno», y al rato les tuve que pedir que se vayan porque pensé seriamente que me matarían de la risa.
2)Junio de 2019: El día que el doctor me dijo que mi lesión en la muñeca había sanado. Un año y tres meses previo a esto, mi muñeca empezó a doler como nunca. Empecé a ir al doctor dos veces a la semana por meses, y pasé por quién sabe cuántas sesiones de kinesiología. Nada ayudaba a disminuir el dolor. Traté con terapias alternativas. Acupuntura, quiropraxia, y hasta me puse imanes alrededor del cuerpo. Pero no había caso. El dolor no se disipaba. Las cosas empeoraron un día en que le dije al kinesiólogo: «Seamos positivos. En el mejor de los casos, ¿Cuánto tiempo me queda para volver a jugar tenis? ¿Dos meses? ¿Seis meses?» Él me respondió «Nunca volverás a jugar». Me desplomé en la camilla. Después de eso, perdí toda mi confianza. Rápidamente fui cayendo en un espiral de lesiones a lo largo de todo mi cuerpo. En un par de meses me lesioné el tendón de Aquiles, me quebré el menisco en mi rodilla derecha (que me tuve que operar), y me dio pubalgia. Pasé por mi propio infierno. El único momento del día que no sentía dolor, era cuando dormía. Poco a poco, fui cambiando mi mentalidad frente al problema. Me hice responsable de lo que me estaba pasando. Empecé a comer más sano, a elongar, a hacer yoga, a meditar. Prácticas que me hacían más sentido que ponerse agujas en la frente, o imanes en la espalda. Finalmente, luego de más de un año en lo que lo único que soñaba era estar sano, el doctor que me venía tratando revisó mi última resonancia magnética y me dijo que mi muñeca había sanado por completo. Y que podía volver a jugar tenis.
Volví a mi casa y lloré de felicidad por horas.
Entonces, mi respuesta a por qué existe el sufrimiento es la siguiente: El sufrimiento es el infierno por el que necesariamente tenemos que pasar para poder disfrutar del cielo.
Esto es lo que algunas personas llaman «el principio de contraste». Sólo se aprecia realmente lo bueno cuando has pasado por lo malo. Necesitamos de lo malo para tener un punto de comparación. Para saber qué tan valioso es lo bueno.
Es parte de nuestra naturaleza dejar de apreciar lo bueno cuando lo damos por sentado. No sabemos valorar nuestra salud hasta que la perdemos. No sabemos apreciar nuestra familia y amigos si no hemos pasado un tiempo lejos de ellos, o si nunca hemos perdido a alguien cercano. No sabemos apreciar la comida y el agua si nunca hemos pasado hambre y sed. No sabemos apreciar nuestras posesiones si no sabemos lo difícil que fue conseguirlas a través del trabajo.
Es una de las gran maldición del ser humano. Lo único que deseamos es dejar de sufrir. Una vida sin problemas. Pero si, en un caso ideal, alcanzamos una vida sin problemas, no la sabemos apreciar, ya que necesitábamos del sufrimiento para ello.
Y siendo que necesitamos del sufrimiento para apreciar lo bueno,
¿Cuál es el gran problema del sufrimiento?
No es un solo gran problema. Son dos grandes problemas.
1)No importa cuánto sufrimiento tuviste en el pasado. Tarde o temprano, tevuelves a acostumbrar a lo bueno.
Si existe Dios y tiene sentido del humor, esta es una de sus bromas más pesadas. Cuando sané de la operación del intestino, pasé por meses de alegría máxima. No me importaba cómo me iba en la universidad o cualquier otra de esas metas que por lo general me importaban. Lo único en lo que pensaba era que estaba sano. No necesitaba nada más.
Pero cuando ya llevas varios meses sano, se te olvida el infierno por el que pasaste. Poco a poco, vuelves a dar por sentado tu buena salud, y llegan esos otros problemas superficiales que tenías desde antes.
Lo mismo me pasó con la muñeca. Pasaron meses en los que cada vez que jugaba tenis era la persona más feliz del mundo, sin importar si ganaba o perdía. El sólo hecho de poder jugar, siendo que me dijeron que jamás lo haría, me parecía un milagro. Pero, lamentablemente, volví a acostumbrarme a mi buena salud. Ya no la disfrutaba.
Sé que esto no sólo me pasa a mi. No he revisado la ciencia que hay detrás, pero aseguraría que acostumbrarse a lo que tenemos es otra maldición más que tenemos todos los humanos.
La única solución a este problema es recibir dosis de sufrimiento periódicas que nos recuerden que lo que tenemos es valioso.
2)No importa cuánto te digan que algo que tienes es valioso. Tienes que sufrir tú mismo para aprender a disfrutarlo.
Jamás vas a apreciar lo que ya tienes sólo porque alguien te hizo ver que era valioso. No importa cuánto te lo digan o cómo te lo digan.
Un ejemplo de esto es cuando eras niño y te decían: «Agradece que tenemos comida en la mesa. Hay niños en África que pasan hambre todos los días». No importa cuánto te lo repitan, la comida te seguirá pareciendo igual de insignificante.
La vida sería más fácil si pudiésemos aprender a apreciar lo bueno a través de historias que nos cuentan. Pero no es posible. Cuando se trata de realmente apreciar lo que ya tenemos, las palabras no sirven. Tenemos que sufrir.
Quizás estás pensando «¡Ey! Pero yo nunca me he enfermado o tenido lesiones, y aun así disfruto de tener salud todos los días». Sí, es posible que la disfrutes. Pero ni te imaginas cómo podrías llegar a disfrutar tu salud cuando la has perdido por un tiempo.
En resumen, he dicho lo siguiente: El sufrimiento es necesario para poder disfrutar de lo bueno. Necesitamos sufrir cada cierto tiempo para no volver a acostumbrarnos. No importa cuánto te digan que lo tienes todo. Tienes que sufrir tú mismo para apreciar lo que ya tienes.
Dicho esto, salió la pregunta más importante:
¿Cómo podemos usar el sufrimiento para mejorar nuestras vidas?
Por favor, si leíste todo el artículo hasta ahora, no te rompas la pierna voluntariamente para recordar lo valioso que es caminar. Y por favor no quemes tu casa para apreciar lo valioso que es tener una cama y un techo.
Existe una técnica para sufrir sin la necesidad de tener que pasar por un accidente o una catástrofe. Y es la siguiente: Sufre voluntariamente para volver a disfrutar lo que sea que ya estás acostumbrado, pero sin hacerte daño.
Sufrimiento voluntario para ser feliz.
Ojo: por favor lee de nuevo la parte de «no hacerse daño». Si es que llegas a ese nivel, te estás perjudicando, no ayudando.
Esta técnica se explica mejor con ejemplos:
Para recordar lo valioso que es tener salud, sufrimos voluntariamente a través de hacer deporte. Cuando se trata de usar el deporte como medio para sufrir voluntariamente, me enfocaría en esos ejercicios en los que uno no lo pasa tan bien en el momento que lo haces.
Por ejemplo, cuando vas a esquiar, la bajada es un placer para tus piernas. Y cuando juegas tenis, disfrutas de cada golpe. Pero cuando trotas, o subes un cerro, o vas al gimnasio, mientras lo practicas estás sufriendo. Cualquier persona que te diga que disfruta tener una pesa de 80 kilos a punto de aplastarle el pecho, o cualquier persona que te diga que disfruta tener dolor en todo su cuerpo en el kilómetro 30 de una maratón, está mintiendo. Esa persona está sufriendo. En el momento se siente mal, ya que la actividad es todo un desafío físico. Pero al final, se siente increíble. Disfruta del solo hecho de poder estar de pie. De tener la salud para hacer algo difícil.
Para recordar lo valioso que es la comida, sufrimos voluntariamente a través del ayuno. Está de moda hacer ayuno intermitente. Acá hay que tener mucho cuidado. Pero todos podemos recibir uno que otro beneficio de pasar unas cuantas horas sin comer.
Para recordar lo valioso que es nuestra familia y amigos, sufrimos voluntariamente alejándonos de ellos por un tiempo. Uno de los mejores beneficios de salir a viajar. Pocas cosas se sienten tan bien cuando vuelves a tu casa después de un largo tiempo.
Para recordar lo valiosas que son nuestras posesiones, sufrimos voluntariamente abandonándolas por un tiempo. Sal a acampar a las montañas, sin señal. O sal a viajar muy ligero, con menos de lo que necesitas.
Para recordar lo valioso que es nuestro tiempo libre, sufrimos voluntariamente haciendo cosas que no podemos evitar. Este es el único beneficio que conozco de hacer trámites, o tener un trabajo demandante.
Debemos recordar una y otra vez la gran paradoja del sufrimiento: Si buscas evitar el sufrimiento, sufrirás. Si tú vas al sufrimiento, dejarás de sufrir. No tiene sentido evitar algo que es inevitable. Conviene enfrentarlo. Sufrir voluntariamente para ser feliz.
¿Y qué hay del sufrimiento involuntario? También es parte de nuestras vidas, y está fuera de nuestro control. Lo único que podemos hacer es aceptarlo, y prepararnos física y mentalmente para enfrentarlo. El sufrimiento voluntario, en este caso, es un campo de entrenamiento para el sufrimiento involuntario. Sufrir haciendo deporte nos mantiene fuertes para cuando perdamos la salud por accidente/enfermedad. Hacer ayuno nos prepara para cuando falte comida. Ducharse con agua fría nos prepara para aguantar mejor el frío. Vivir por mucho tiempo en carpa nos prepara por si alguna vez lo perdemos todo. Pasar tiempo solo nos prepara por si algún día estamos obligados a estar solos.
No busquemos una vida llena de comodidades en la que sale todo bien. Es irreal, y no la disfrutamos. Busquemos una vida con altibajos. Busquemos una vida en la que sufrimos voluntariamente para disfrutar de lo bueno, y prepararnos para lo malo. Sal a trotar bajo la lluvia. Ensúciate. Pasa frío y calor. Levanta cosas pesadas. Explora tus límites.
Para terminar, una frase del Dalai Lama en su libro «El arte de la felicidad»: «La negativa a aceptar el sufrimiento como algo natural puede conducirnos a considerarnos víctimas y a echar a los demás la culpa de nuestros problemas, una receta segura para llevar una vida desdichada«.
Antes de viajar, prometí que jamás sería de esas personas que le ponen nombre a su bicicleta. No quiero encariñarme con cosas materiales.
Pero no pude evitar darle nombre a esa voz negativa que vive dentro de mi cabeza: mi amigo Calamardo.
Mi amigo Calamardo es todo un personaje. Aquí va una pequeña descripción de él:
Calamardo es una de las muchas voces que viven dentro de mi cabeza. Se comporta sorprendentemente parecido al calamar de Bob Esponja (de ahí el nombre), y es posiblemente la voz más poderosa de todas.
Acepté a Calamardo como mi amigo por la única razón de que vive dentro de mí, y jamás me podré deshacer de él. Es parte de mi esencia. Pero más que nada es uno de esos amigos que estoy obligado a tener, más que un amigo que quiero tener. El tipo es un desagrado. Su misión en la vida es recordarme una y otra vez que todo me sale mal, que soy un fracasado, y que nunca lograré alcanzar mis metas. Si llega a surgir una señal de optimismo por parte de alguna otra voz de mi cabeza, Calamardo se asegura de entrar en la escena y darle una paliza. Cualquier idea o plan que se me ocurra, a Calamardo le parece una estupidez.
Además, Calamardo se siente incómodo todo el tiempo: se queja frente al más mínimo dolor, se preocupa por la más ridícula de las noticias, y se impacienta por todo. Podría pasar todo el día quejándose por problemas que no existen. ¿No dormí suficiente? Calamardo se hace cargo. ¿No he comido en horas? Bienvenido Calamardo. ¿El sillín de la bicicleta es incómodo? Seguro Calamardo tiene algo que decir.
Una de las cosas que menos me gusta de Calamardo, es que muchas veces no me permite apreciar los buenos momentos. A veces me encuentro pedaleando en medio de un paisaje increíble. Campo, montañas y un cielo despejado. Pero como hay viento en contra, Calamardo grita y grita sin parar, impidiendo que pueda parar a disfrutar de mi entorno por un segundo.
Otra cosa que no me gusta de Calamardo: no sé qué es lo que quiere. No sé cómo llegó a mi cabeza, ni tampoco sé por qué está ahí. Me encantaría saber cuáles son sus motivaciones. A veces pienso que su misión en la vida es destruirme. Lo que sí sé, es que, si escucho sus consejos, siempre me recomienda hacer cosas que me hacen sentir pésimo: quedarme sentado en el sillón viendo tele, perseguir sueños que no me apasionan, buscar un trabajo seguro y una vida aburrida, rendirme en medio de un desafío físico, y muchas otras.
No hay nada peor en mi vida que hacerle caso a Calamardo. Cada vez que lo escucho o sigo sus consejos, me siento enfermo. Siento como que estoy yendo por un mal camino. Me convierto en un idiota nivel Peter Parker cuando se pone el traje de Venom.
Cada vez que Calamardo gobierna mis pensamientos y acciones, soy una persona que sufre. No soy feliz. Así que si me preguntas si soy una persona feliz, yo te respondo “Sí. Soy feliz. Siempre y cuando Calamardo no esté presente”.
Dicho todo esto, siendo que soy una persona tan feliz cuando Calamardo no gobierna mis pensamientos, hace un par de meses decidí fijar un nuevo objetivo para mi viaje actual: derrotar a Calamardo a como dé lugar.
Mis horas de bicicleta por el desierto de Irán se convirtieron en un estudio de la mente. El paisaje, aburrido como zapato, ayudaba al no tener vistas que me pudieran distraer de mi análisis. Empecé a observar a Calamardo en detalle. Escuché cada basura que salía de su boca. Estudié su rutina. Por qué algunas veces aparece a molestar, y otras veces no. Qué es lo que me ayuda a que no esté. Poco a poco fui descubriendo secretos de él.
Mis descubrimientos preliminares sobre Calamardo:
1)Existen prácticas básicas que previenen que Calamardo tome el poder.
Hay ciertas prácticas saludables que, si me preocupo de llevar a cabo todos los días, Calamardo se va de vacaciones: Dormir. Comer saludable. Actividad física moderada. Meditar. Escribir en un diario. Juntarme con buena gente.
Pero esto lo sabía desde antes del viaje. No es interesante. Lo que yo quería, era saber cómo derrotar a Calamardo cuando estoy fuera de mi zona de comfort. Cuando las cosas me están saliendo mal. Cuando llevo ocho horas seguidas pedaleando con viento en contra. Cuando no siento mis pies por el frío que hace. Cuando estoy mojado por la lluvia. Cuando me duele el culo por el sillín. Cuando tengo una herida por el roce en esos sectores donde nunca llega el sol. Cuando tengo hambre y/o sueño. Cuando tengo un problema difícil de resolver.
Es super fácil controlar a Calamardo cuando todo está saliendo bien. El verdadero desafío es controlarlo cuando las cosas están saliendo mal.
2) A Calamardo le gusta la rutina.
Durante mi viaje en bicicleta, siempre aparece en las mismas situaciones: Cuando despierto en las mañanas Cuando hay viento en contra. Cuando estoy en medio de una subida. Cuando estoy en un camino malo. Cuando hace frío, cuando tengo hambre. Cuando hay muchos camiones en el camino. En otras palabras, Calamardo aparece cada vez que las cosas no están tan bien como a mi me gustarían. Sólo basta con una cosa que esté saliendo mal para que él empiece a quejarse.
3)Nunca podré deshacerme completamente de Calamardo
Este fue un descubrimiento difícil de aceptar. Me hice la siguiente pregunta: ¿Qué pasa si deshacerse de Calamardo para siempre es una tarea biológicamente imposible de lograr?
Sin contar esas historias de monjes budistas legendarios que se iluminan en las montañas, nunca he escuchado de una persona libre de sufrimiento. ¿Qué me hace pensar que yo seré el primer occidental de la historia en dejar de sufrir? Hasta el Dalai Lama dice en su libro «El arte de la felicidad» que una de las mejores decisiones que podemos tomar es aceptar el sufrimiento como parte de nuestras vidas en vez de tratar de evitarlo.
Al buscar derrotar a Calamardo para siempre, me estaba fijando una meta imposible de lograr. Consideré la opción de irme por un par de décadas a meditar a una cueva del Himalaya con una túnica roja, pero la descarté de inmediato. Me gusta demasiado la cultura occidental y los tallarines con salsa de tomate como para hacerme monje.
Decidí fijarme una nueva meta: ¿Qué pasa si, en vez de buscar derrotarlo para siempre, diseño una estrategia para vencerlo cada vez que aparezca?
Eso me gustó más. Aprender a pelear contra Calamardo para ganarle todos los días.
Descubriendo la estrategia final para derrotar a Calamardo
Pasaron semanas en las que probé todo tipo de tácticas. Sonreír y mantener lenguaje corporal positivo. Repetir Mantras. Meditación sobre la bicicleta. Cantar en voz alta. Etc. Algunas de esas tácticas le hacían daño a Calamardo, pero ninguna de ellas lo mandaba a dormir por el resto del día.
Finalmente, descubrí un nuevo patrón. Todos los días, a las 5 de la tarde, cuando ya llevo horas y horas andando en la bicicleta y estoy cerca de parar a descansar, Calamardo no está. Lo sé. Es algo difícil de creer. Justo en la hora en la que estoy más cansado y me siento más incómodo, Calamardo se va a dormir. Hace frío, estoy cansado, y me duele todo, pero no hay una voz quejándose en mi cabeza. Cuando Calamardo no está, pierdo la noción del tiempo. Me enfoco más en los detalles. Siento paz. Fuerza. Como si nada me pudiese vencer. Veo a mis alrededores, y disfruto del atardecer. Cuando Calamardo no está, la vida es buena.
Este descubrimiento fue la pieza que faltaba en el puzzle. Existe una sola forma de derrotar a Calamardo: mediante el agotamiento.
En otras palabras: enfrentarlo, y permanecer en la pelea hasta que él se rinda por lo cansado que está. Y se vaya a dormir.
En el momento que se me ocurrió esta estrategia, supe que era la correcta. Hacía sentido. Desde ese entonces la aplico todos los días, y funciona.
Ganar por agotamiento me gusta por dos razones. La primera razón, es que se siente bien no estar tratando de encontrar atajos cuando se trata de algo tan importante como dominarse a uno mismo. La segunda, es que ganar por agotamiento es la estrategia que usa mi ídolo Rocky Balboa para ganar sus peleas de box. Llevar al rival hasta el último round. “Going the distance”.
¿Pero cómo se le gana a Calamardo por agotamiento?
Muy simple. Lo único que tienes que hacer es lograr que Calamardo se sienta “escuchado”, al mismo tiempo recordando que nada de lo que tiene para decir es relevante. Continúas con tu vida, confiando en que lo que haces está bien. Es la misma actitud que tiene un papá cuando está escuchando la historia sin sentido que le está contando su hijo de cinco años. Es la misma actitud que tiene esa señorita del Servicio al Cliente cuando tú le cuentas todos tus problemas. Ella te escucha, pero al final del día no hace nada por ti.
Lo que sea que Calamardo diga, tú te sigues moviendo. Llega un minuto al final del día en el que Calamardo no tiene más energía. Lleva todo el día gritando, y tú no le has hecho caso en nada de lo que dice. Se da cuenta que no le conviene seguir peleando, porque sabe que no va a ganar. Decide ir a acostarse, y despertar energizado al día siguiente. Quizás mañana tú despertarás cansado y más débil, y él te destruirá.
Nunca venceré de una vez por todas a Calamardo. Es una batalla de todos los días. Una de las pocas batallas que vale la pena pelear para ganar a como dé lugar. Porque ese es el camino para una vida extraordinaria.
Así que, desde que sé que tengo que pelear contra él todos los días y que también sé cómo ganarle, mi día a día mientras viajo en bicicleta es más o menos así:
Despierto en la mañana. Estoy cansado por el día anterior. Calamardo aparece de inmediato, y me sulica que descanse. Yo le respondo que no, y me levanto. Él me deja tranquilo hasta que preparo todo y empiezo a pedalear.
Frente a la más mínima molestia, Calamardo aparece de nuevo. Yo sufro y sufro, hasta que noto su presencia, y recuerdo que tengo que vencerlo. Le digo “¡¡HOLA CALAMARDO!!, y eso suele comenzar la batalla.
La pelea dura todo el tiempo que esté sobre la bicicleta. A veces, me deja descansar cuando paro a almorzar. Otras veces no.
Las tardes son más fáciles. Mi cuerpo está más cansado, pero Calamardo también. Su voz es más y más débil. Leva todo el día tratando de tomar el poder, pero no le he hecho caso.
Finalmente, Calamardo se rinde. Se da cuenta que le conviene ir a acostarse y tratar de vencerme al día siguiente. Por mi parte, no sé si seré capaz de ganarle o no mañana. Quizás despertaré más fuerte. O quizás despertaré débil, y él ganará. Pero no importa. Es momento de celebrar mi victoria.
Esas horas en las que Calamardo no está son lo mejor de mi vida. Se siente como que tuve una victoria no sólo física y mental, sino también espiritual. Salí de mi zona de confort, y triunfé. Ahora toca disfrutar del premio. Disfruto de la calma que siento dentro de mí. No importa si hace frío o calor. Ya nada molesta. Disfruto de la naturaleza a mi alrededor. Me fijo en el viento, en el cielo, en los árboles, en los pájaros. Me digo a mí mismo: “Aaaaaah, así que así de linda es la vida cuando no tienes una voz que se queja todo el tiempo”.
Sé lo que estás pensando, querido lector. ¿Por qué alguien se molestaría en vencer a una voz tan insoportable? ¿Tantas horas de pelea y de incomodidad, solo para sentir un poco de calma al final del día? ¿No es más fácil quedarse en la casa, cómodo, con una mente más estable?
Te respondo con otra pregunta:
¿Existe otra pelea más importante de ganar que la que tenemos dentro de nosotros?
A principios de 2021 leí un libro que me cambió completamente la forma en que veo el deporte: «El juego interior del tenis», de W. Timothy Gallway.
No voy a tratar de resumirlo ni citarlo, ya que cualquier intento mío por explicar de qué se trata sería un desastre. Lo que sí pretendo, es explicar cómo ha cambiado mi visión del deporte ya casi un año después de haberlo leído.
Importante: el libro se llama «El juego interior del tenis», y habla todo el rato de tenis. Pero las enseñanzas se pueden llevar a cualquier otro deporte, y hasta incluso la vida.
Antes de empezar, un poco de contexto. Llevo toda mi vida jugando tenis. Mis papás me enseñaron a jugar a los cuatro años. Ni me acuerdo cuando empecé. El 2004, cuando tenía 8 años, vi las finales de los juegos olímpicos de Atenas, en donde el Nico Massú ganó doble medalla de oro para Chile luchando como gladiador. Desde ahí, el tenis para mí se convirtió en una obsesión. Lo más importante en mi vida. Me metí a tantas clases de tenis como habían en el club donde juego, y más tarde me inscribí a distintas academias para competir en alto rendimiento.
Siendo sincero, si me comparo con la gente que ha practicado lo mismo que yo, siempre he sido malo. No tengo ninguna habilidad especial. Antes me dolía aceptarlo, pero con el paso de los años he aprendido a aceptar la realidad. Pero de que disfruto jugar, disfruto.
Suficiente resumen de mi experiencia tenística.
Siempre le he dicho a la gente que el tenis me ha enseñado muchas cosas. Que me ha enseñado a luchar hasta el último punto, a ser un buen ganador y un buen perdedor (o al menos intentar serlo), a ser positivo cuando las cosas no están saliendo bien, a no quejarse, etc. Y es cierto, el tenis me ha ayudado a mejorar en esas cosas. Pero en el fondo, siempre sentí que decía eso porque todo el mundo dice lo mismo, y no porque realmente lo pensaba. Nunca me detuve a pensar qué es lo que realmente me da y que me quita el tenis, hasta que leí «El juego interior del tenis».
Después de terminar el libro empecé a cuestionar todo lo que pensaba sobre el tenis, y el deporte en general. Tuve una «crisis existencial deportiva».
¿De qué sirve ser competitivo? ¿Es algo bueno? ¿Qué es lo malo de jugar tenis, o practicar un deporte? ¿Cómo puedo aprovechar el deporte al máximo para crecer como persona?
Después de pensar un poco, y apoyándome en todo momento con el libro, llegué a las siguientes respuestas:
¿De qué sirve ser competitivo? ¿Es algo bueno?
Ser competitivo puede ser algo muy bueno, o muy malo. Es una espada de doble filo.
Puede ser bueno si te lleva a sobrepasar tus límites, a conocer cómo funciona tu cuerpo y mente cuando te estás exigiendo al máximo, y si te lleva a crear momentos inolvidables. Puede ayudar a darle más intensidad a tu vida, más color.
Puede ser malo si te lleva a querer ganar como sea (haciendo trampa o portándote mal), a ser envidioso, a ser egocéntrico, o a creerte mejor que los demás sólo porque ganas partidos o sacas podio.
¿Qué es lo malo de jugar tenis, o practicar un deporte?
Se me ocurren varias cosas. Pero hay un aspecto malo del deporte que es el rey de todos los venenos: cuando asociamos cómo hacemos un deporte a cómo somos como personas.
Muchas veces pasa que cuando hacemos un deporte con tanta dedicación empezamos a medir cómo somos como personas a través de qué tan bien hacemos ese deporte.
Si estamos mejorando constantemente y tenemos buenos resultados cuando competimos, pensamos bien sobre nosotros mismos. Tenemos mucha confianza.
Si llevamos mucho tiempo sin mejorar o estamos perdiendo cada partido que jugamos, tenemos la confianza en el piso.
El deporte, en este caso, se convierte en una obsesión tóxica. Tenemos que ganar partidos con tal de recordarnos que somos buenas personas o relevantes en el mundo.
Es por eso que es tan terrible jugar partidos contra tus propios amigos: si te ganan, en el fondo piensas que son mejores personas que tú.
En la realidad, asociar cómo hacemos un deporte a qué tan buenas personas somos no tiene sentido. Deberíamos recordarnos eso antes de cada práctica/partido.
Pegarle bien a una pelota con una raqueta no te hace mejor internamente. No te hace ser más humilde, o más compasivo, o más empático, o más alegre, o más de lo que sea que hace a una buena persona. Correr rápido una maratón no resolverá los problemas que tienes con tu familia y amigos. Esos se resuelven conversando. Y si te ganan en lo que sea que te gusta competir, eso no significa que la otra persona es mejor que tú.
La pregunta más importante:
¿Cómo se puede aprovechar al máximo un deporte para crecer como personas?
El deporte es un medio extraordinario para sacarte de tu zona de comfort. Y es ahí, cuando estás incómodo, cuando estás en el límite del cansancio, o cuando te está ganando alguien que no te debería ganar, o cuando te duele algo que nunca te duele, cuando tienes una oportunidad para crecer como persona.
Es muy fácil estar alegre, calmado, y simpático cuando todo está saliendo bien. El verdadero desafío es permanecer en un buen estado anímico cuando las cosas están saliendo mal.
Ya que llevamos todo el rato hablando de tenis, usémoslo como ejemplo. Esta es mi propuesta: que tu motivación no sea ganar el partido. Que tu motivación sea usar un partido para crecer como persona.
Si normalmente te enojas cuando tu rival te grita en la cara o te insulta, y ahora eres capaz de permanecer en calma, estás creciendo como persona.
Si normalmente te quejas y tiras la raqueta cuando no te sale un tiro, y ahora te concentras en mantener la calma sin importar cómo juegues, estás creciendo como persona.
Si normalmente te pones a dar todo tipo de excusas cuando pierdes un partido, y ahora eliges permanecer callado y felicitar a tu rival porque fue mejor que tú, estás creciendo como persona.
Si normalmente te ríes de tu rival cuando le ganas, o te dedicas a jactarte de lo bueno que eres, y ahora eliges felicitar a tu rival y levantarle el ánimo, estás creciendo como persona.
Si normalmente no soportas que un amigo te dé consejos para mejorar, y ahora aceptas los consejos sin importar quién te los está dando, estás siendo más humilde, y estás creciendo como persona.
Todos los ejemplos que acabo de dar tienen dos factores en común:
1)Practicar mejorar como persona en situaciones difíciles es inmensamente incómodo. Se siente como una tortura. Por algo se le dice «salir de la zona de comfort» Te desafío a escuchar pacientemente el consejo de un tipo al que le acabas de ganar 6/0 6/0, sin callarlo. Me pasó el año pasado, y fue un martirio.
2)Todos estos ejercicios de carácter nos llevan a mejorar nuestras vidas en general, fuera del deporte. Si los practicamos lo suficiente, nos volvemos personas más pacientes, más optimistas, más calmadas, y más humildes. Se podría decir que el deporte, en este caso, es un campo de entrenamiento para la vida real.
Fijarse como objetivo mejorar en un deporte para ganar partidos o competencias te lleva a una pieza llena de medallas y trofeos. Puede ser algo bueno, pero con el tiempo esas copas pierden valor. Son recuerdos de un pasado distante.
Usar el deporte como medio para salir de la zona de comfort es mucho más valioso. Nos entrega una oportunidad para crecer como personas. Nos acerca cada vez más a una vida extraordinaria.
Aprovechemos el deporte al máximo para crecer como personas. Y si de paso, como efecto secundario obtienes buenos resultados, buenísimo. Pero que ese no sea el objetivo final.
He leído varios libros de desarrollo personal que hablan sobre cómo fijarse metas. Todos ellos dicen más o menos lo mismo: «Elige una meta grande que te motive a superar tus límites».
«Si todos dicen lo mismo, supongo que hay que hacerles caso», pensé.
Elegí correr una maratón.
Las dos primeras veces que empecé a entrenar, me lesioné en menos de dos semanas. Fracasar me hizo sentir débil y frustrado. El tercer intento fue exitoso. El 2 de Agosto de 2020, mismo día que nos liberaron de cuarentena, desperté a las 4 am y corrí una maratón por calles cercanas a donde vivo. Obviamente terminar la distancia me hizo sentir bien. Pero la alegría de haber «logrado la meta» duró poco y nada. Haciendo el balance general, la experiencia no fue buena.
El problema está cuando trato de responder por qué corrí los 42 kilómetros.
Si durante el entrenamiento me preguntabas por qué quería correr 42 kilómetros, te habría respondido: «Quiero saber qué se siente llegar a esa barrera mental de los 30 kilómetros que todo el mundo habla. El famoso muro». Pero te habría estado mintiendo.
Mi verdadera razón era que quería ser capaz de decirle a la gente que había corrido 42 kilómetros. Quería que me dijeran «¡Estás loco!» o «¡Cómo lo hiciste! Yo no sería capaz». Quería recibir admiración.
¿Existe alguna actitud más egocéntrica?
Gasté todo ese tiempo entrenando, todo ese rato sufriendo, sólo para alimentar mi ego. Lo peor, es que ni siquiera me gusta trotar en la calle.
Empecé a pensar en todas las metas que me estaba poniendo tanto dentro como fuera del deporte. ¿Cuáles de ellas quiero cumplir sólo para que la gente me apruebe? ¿Cuáles de ellas son realmente importantes para mí?
Empecé a pensar en todo el tiempo que me podría ahorrar si elijo con más cuidado mis metas.
Desde ese momento, prometí que haría todo lo posible por elegir metas basadas en lo que realmente quiero. Buscar vencer al ego.
Aprender a elegir metas no fue tarea fácil. A falta de encontrar lo que buscaba en libros, tenía que armar una estrategia para elegir metas a la medida. Una que fuera más útil que «Elegir una meta grande que te motive a superar tus límites».
Finalmente, diseñé lo que necesitaba.
Es un ejercicio de papel y lápiz. Tiene ocho pasos, hacerlo toma aproximadamente entre diez y veinte minutos, y se basa en lo siguiente:
Primero definir cómo te gustaría ser, y luego elegir metas que ayuden a convertirte en esa persona.
En otras palabras: primero elegir las metas intrínsecas. Luego elegir las metas extrínsecas.
Es una alternativa a las recomendaciones clásicas. Puede usarse para todo tipo de metas, no sólo deportivas. Pero antes de empezar, es importante mencionar que no basé el ejercicio en ningún estudio psicológico ni nada. Solamente hice lo que me parecía lógico, y hasta el momento me ha dado buenos resultados. Quizás te sirve, o quizás no. Y quizás se te ocurre un paso que podría agregar. En ese caso, escríbeme!
Acá vamos.
Paso 1: Describe cómo te gustaría ser.
¿Cómo sería la versión ideal de ti mismo/a?
Escribe tres a cinco características personales que te gustaría tener, y que actualmente no tienes.
Recuerda: Este ejercicio está orientado a elegir metas que te ayuden a convertirte en lo que te gustaría ser. Dicho esto, no tiene sentido mencionar las características que te gustan de ti, pero que ya tienes. Por ejemplo, si te gusta ser generoso, pero ya lo eres, entonces no es necesario mencionarlo en la lista.
Ojo: acá no estamos escribiendo lo que te gustaría hacer o tener. Acá estamos definiendo cómo te gustaría ser.
Por ejemplo, tres de las cinco características que escribí son Sabio, Creativo y Aventurero. Tres características que me encantaría tener, y que actualmente no tengo.
También puede ser Generoso, Sociable, Activo, Compasivo, Alegre, Auténtico, Perseverante, Mentalmente estable, Divertido, Tranquilo, Sano, Honesto, Sencillo, etc. Hay miles de características. No soy tan creativo como para mencionar todas.
Un ejemplo de lo que NO debería ponerse en este paso: corredor, empresario, artista, viajero, millonario, etc. Estas características estarían relacionadas a lo que haces. Son extrínsecas. No se refieren a lo que eres por dentro.
Paso 2: Define con tus propias palabras cada una de esas tres a cinco características.
Este es el paso más difícil. Por ejemplo, es muy fácil mencionar «Sabio» sin saber a qué te estás refiriendo. Puedes tener una definición muy distinta a «Sabio» comparado con lo que sale en el diccionario, o a la definición que tiene otra persona.
Lo importante aquí es cómo defines tú cada característica, porque eso es lo que realmente quieres.
Lo que sea que hayas escrito, defínelo con tus propias palabras. Si no eres capaz de escribirlo en una hoja, significa que no lo tienes claro.
Por ejemplo, mi definición de «Sabio». Un Sabio:
Sabe mucho de muchos temas distintos.
Tiene curiosidad constante por lo que pasa alrededor suyo y en el mundo en general.
Se cuestiona lo que la gente da por hecho.
Tiene una mirada amplia. Piensa en soluciones a problemas con distintas perspectivas.
Sabe cómo pensar. Sabe cómo formular las preguntas correctas.
Si no tienes palabras para describir una característica, puedes ayudarte pensando en alguna persona o algún personaje que la tiene. Ejemplo: Generoso como la Madre Teresa. Aventurero como Bear Grylls. Luchador como Nicolás Massú. Alegre como Guido Orefice de La Vida es Bella (pueden ser personajes ficticios) Tranquilo como un monje budista. Sencillo como un campesino. Divertido como el Bombo Fica.
Y si puedes entrar en detalle sobre esa característica que tiene la persona, mejor aún. Por ejemplo: Divertido como el Bombo Fica: Exagera al momento de hablar, usando distintas voces y volúmenes para mantener entretenida a la gente. Cuenta historias que son entretenidas en todo momento. Y se ríe de sí mismo.
Paso 3: Pregúntate por qué cada una de esas características son importantes para ti.
Este es el paso más importante.
¿Por qué cada una de esas características es importante para tí? Debería haber una razón más profunda que «Quiero ser generoso porque me dijeron que era lo correcto».
Volvamos al ejemplo del Sabio. ¿Por qué ser Sabio es importante para mí?
Ser Sabio te ayuda a disfrutar más de tus experiencias. Te ayuda a disfrutar más de lo que observas. Una persona que sabe de nubes disfruta más de las nubes que alguien que nunca ha aprendido de ellas.
Un Sabio tiene más facilidad para solucionar problemas, ya que tiene las herramientas necesarias en su cabeza. Eso lleva a sufrir menos. Una persona que sabe cómo evitar lesiones tiene menos probabilidad de lesionarse.
Ser Sabio se siente bien. Es emocionante. Se pasa bien aprendiendo cosas nuevas.
Un Sabio aprovecha a máximo el cerebro, esa herramienta tan valiosa y única que se nos dio.
Lo que sea que hayas escrito, debería tener un por qué.
Paso 4: Ordena las características de más importante a menos importante.
Este paso también es difícil. Quizás hayan dos características que sean igual de importantes para ti. En ese caso, hay que hacer lo mejor que se pueda. No es el paso más importante.
Paso 5: Acciones.
Ya tienes más claro cómo te gustaría ser. Ahora hay que tomar acción para convertirte en esa persona.
Responde la siguiente pregunta: ¿Qué cosas no he hecho, y me encantaría hacer?
Menciona todo lo que te interesa, pero subraya las tres que más dan vuelta por tu cabeza.
Puede ser empezar tu propio negocio, salir a viajar, aprender a tocar un instrumento, correr una maratón, casarte, tener un hijo, practicar un deporte nuevo para tí, crear una página web con un nombre ridículo como Deportista Nómade, etc. Aquí si que hay miles de opciones.
Si no se te ocurre ninguna cosa que te gustaría hacer, puedes reformular la pregunta: ¿Qué cosa odio no haber hecho todavía? Otra opción: ¿Qué me provoca envidia en otra gente?
Paso 6: Filtra esas acciones.
De todas esas cosas que mencionaste en el paso 5: ¿Cuáles de ellas insistirías en hacer si nadie nunca sabrá que las hiciste?
Este filtro es clave. Quizás descubres que te gustaría ser emprendedor sólo para que la gente te mire con admiración, y no porque realmente te interesa (mi caso con correr una maratón).
Paso 7: Elige la meta.
Ya tienes claro cómo te gustaría ser. Ya tienes claro tres cosas que te gustaría hacer, y las filtraste para asegurarte que no las quieres hacer por ego.
Ahora, responde la siguiente pregunta:
¿Cuál de esas cosas que te gustaría hacer es la que más te ayuda a convertirte en lo que quieres ser?
Por ejemplo: Correr ultra maratones te puede ayudar a ser más duro de mente, más humilde y más aventurero. Viajar puede ayudar a conocerte más a ti mismo, a ser más valiente, a ser más aventurero, y a ser más sabio. Tener un hijo/a puede ayudarte a ser más generoso, más preocupado por los demás, más paciente, y muchas otras cosas más que no se me ocurren. Emprender puede ayudarte a ser más sociable, más perseverante, más arriesgado, más humilde, etc.
Aquella meta que más te acerque a eso que quieres ser, es tu nueva meta. En mi caso, salió viajar por el mundo en bicicleta.
Último paso: Repetir el ejercicio cada cierto tiempo.
Las preferencias van cambiando con el tiempo.
Quizás hay una característica que anotaste, pero que después de unos meses ya adquiriste. Quizás hay una característica que anotaste, y que después te das cuenta que en verdad no era tan importante. Quizás hay una característica que no anotaste, y que ahora es muy importante para ti. Quizás hay algo nuevo que quieres hacer, y que supera a la meta que habías elegido.
Para terminar, una pequeña reflexión:
Piensa en todo el tiempo futuro que puedes ahorrar si eliges una meta correcta. Una meta que te acerca a lo que quieres ser, y no una que quieres cumplir sólo por status.
Piensa en todo el tiempo futuro que puedes ahorrar gracias a sentarte la tarde de un sábado a pensar qué es lo que realmente quieres.
Todo el tiempo que te ahorras por no elegir la carrera universitaria incorrecta. Todo el tiempo que te ahorras por evitar un trabajo que no te acerca a lo que quieres ser. Todos esos meses de preparación para una maratón que te ahorras ahora que sabes que no tiene sentido correrla.