Rwanda relatado en fotos

Apenas crucé la frontera entre Uganda y Rwanda llegué a un pueblo donde el equipo de futbol local estaba jugando un partido, y la gente se subia a los arboles para poder ver algo
Tipico puesto de frutas a orillas del camino. Estas fueron las primeras personas que vi que no me pidieron plata
Acampando a orillas del lago Kivu. Estaba nublado, pero al otro lado del lago a ratos se veía el Congo
Típico bote en el lago Kivu
Empezando el famoso Congo Nile Trail. Un camino brutal!
Empujando la bici por horas en el Congo Nile Trail
«Give me money!»
«Give me money!»
Típica casa a orillas del camino
Niños que me ayudaron a empujar la bici sin pedirme plata
Almuerzos contundentes por un dólar o menos
Trucksurfing
Campos de té repartidos por Rwanda
A Rwanda le dicen «The land of a thousand hills»
No he visto gente mas dura que esta. Empujan la bicicleta con este peso por horas!
Tantas subidas y gente pidiendo plata empieza a agotarme
Pero los paisajes son paradisiacos
Completamente agotado
Llegué a la capital y estuve dos días descansando en un hostal con una pareja de suizos cicloturistas que estaban tan cansados como yo
Después del descanso en Kigali, camino a la frontera con Tanzania
Pasé gran parte de la noche cruzando un pantano terrorífico, y logré esconderme a orillas de una plantacion de platanos para acampar
Ultimo día antes de cruzar a Tanzania, haciendo las paces con los rwandeses

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Uganda relatado en fotos

Celebrando un cruce exitoso a Uganda
Durante tres días vi estas casas a orilla del camino…
…y este paisaje
La bicicleta como medio de transporte para cargarlo TODO
Gente trabajando en el campo a orillas del camino
Me pregunto en qué momento este señor dice «Creo que no cabe otro repollo en la bici»
Nunca jamás volveré a dormir en un Bar-Motel
Llegada a la capital, Kampala, completamente drenado emocionalmente ya que me tocó ver a un hombre muerto en el camino
Después de descansar en Kampala empiezo a disfrutar más de Uganda
Llegué al ecuador, y un señor se coló a mi foto
Uganda y Rwanda tienen la mejor fruta que he probado
Me encontré con un italiano que me recomendó intentar cruzar a Rwanda a pesar de que la frontera está cerrada. Eso significa una semana de pedaleo por montañas
Spanish omelette era mi forma de recordar que soy de occidente
Típico pueblo en Uganda
En Uganda venden Rolex en todos lados. Es chapati (una especie de tortilla) con huevos, tomate y repollo. Comía al menos dos al día
Las vacas tienen cuernos gigantes
El Matoke es un puré de plátanos verdes que se come muchísimo en Africa
Respeto
Cada vez que paraba a comer en estos lugares pensaba que quizás me enfermaría
Miel natural deliciosa que venden a orillas del camino
Los ultimos días en Uganda consistieron en subir, subir y subir por uno de los caminos más bonitos que he visto
Pedaleando a orillas del lago Buyonyi, cerca de la frontera con Rwanda
Estos niños me ayudaron cargando mis bolsos para salir de un lugar horrible que me metí
Lago Buyonyi
Las subidas no terminan nunca, pero no hay apuro
Este bosque natural parecía brocoli a gran escala
Ya a punto de anochecer, desde la cima de la montaña puedo ver toda la vista panorámica de la región. Sin lugar a dudas de los lugares más bonitos en los que he estado

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Kenya relatado con fotos

Llego al aeropuerto de Nairobi a las 3 de la mañana. Armo la bicicleta. Salgo del aeropuerto, y a menos de 200 metros de la salida veo una zebra! Buen comienzo de mi primera aventura en África
Después de tres noches en Nairobi, empieza el pedaleo. Esta foto es saliendo de Nairobi
Mucho verde saliendo de Nairobi
Y mucho barro. Me quedé atascado!
Debido a la lluvia, decidí pagar 5 dólares por una pieza en mi primera noche post-pedaleo
Diluvio en mi segundo día
Antes de llegar a África, otros ciclistas me habían recomendado pedir acampar en colegios
Hell’s Gate National Park al amanecer. Felicidad pura!
Jirafas
Búfalos. Uno de estos embistió hacia mí
Comidas por menos de un dólar
Típico ciclista que se ve en el camino
atardeceres en Kenya
Parece un precipicio común y corriente, pero es un cráter enorme
típica parada a tomar té con chapati. Me volví adicto!
camino a Kaptagat, donde entrenan los mejores maratonistas del mundo. Misión: conocer a Eliud Kipchogue. Escribí una historia de esta aventura
típica tienda que se encuentra en cada pueblo. Es decepcionante lo poco que tienen para vender
Llegué a Kaptagat ya de noche, y empapado por la lluvia. En gran arte de África hay poco y nada de luces para iluminar las calles, lo cual provoca un escenario terrorífico
Llego a un campo de entrenamiento que resulta ser el equivocado. Eliud Kipchogue vive en otro. Pero me invitaron a alojar!
Sacerdote en Kaptagat
A la mañana siguiente llegué a Global Camp, donde entrena Eliud Kipchogue. Él no estaba ahí, así que decidí esperarlo un día mientras conocía a varios de los mejores corredores del mundo (que estaban impresionados por mi bicicleta)
Campeón mundial de 21km intentando subirse a mi bicicleta
el gimnasio de Global Camp. Ojo: aquí entrenan los mejores corredores del mundo!!!
Kaptagat es prácticamente una calle con un par de casas que apenas de sostienen
El mesero corre 42 km en 2 horas y 15 minutos
la cocina de Global Camp
6 am. Aquí es donde el grupo sale a correr en las mañanas
Finalmente. Eliud Kipchogue. Primer humano en bajar las 2 horas en una maratón
típico puesto de frutas a orillas del camino
El mismo día que me fui de Kaptagat conocí a un sueco que también viaja en bicicleta llamado Axel, y juntos fuimos alojados por una familia keyata
Camino a Uganda
Otra familia que me dejó acampar en una pieza en construcción, y me invitaron a comer!
Iglesia. Ese mismo día crucé a Uganda

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Oman relatado en fotos

Después de menos de una semana en Emiratos Árabes, cruzo la frontera para entrar a Omán. Empiezo a pedalear por esta calle, que me hace pensar en dónde carajo me metí
La primera noche acampé afuera de esta mezquita. Lo bueno de hacer esto es que tienes agua y baño. Lo malo son los cantos a las 5 am
Un calor brutal, ese que te marea
mi respuesta al calor. Creo que nunca podré modelar en un desfile
Me reencontré con Charlotte y Jordi, franceses que conocí en Irán y que vienen pedaleando desde París (si ves un mapa verás que es un laaaargo camino)
Ese mismo día nos reencontramos con la cyclofamily: papá, mamá y tres niños menores de diez años recorriendo el mundo en bicicleta. Acampamos juntos
7 franceses y un chileno pedaleando por Omán
Mezquitas lindísimas que se ven en todos lados
Típico pueblo omaní
Difícil descansar con estos cabros!
Nos entrevistaron a orillas del camino para un canal omaní
En esta mezquita me separé de los franceses para ir a visitar a Saeed, un amigo de Omán que conocí en Turquía
La cultura omaní da vuelta alrededor de las palmeras. Están a lo largo de todo el país
atardeceres que no se olvidan. Calma. Silencio
Sé que no se ve bonito, pero es el lugar perfecto para acampar. Noche estrellada, silencio, solitud, buena temperatura
lentejas con verduras y salsa de tomate. El plato que más cocino cuando acampo
Estas son las casas típicas de Omán. Están en todos lados. Una obra de arte!
derrotado por el calor. Y eso que estoy en invierno
finalmente me encontré con Saaed (a la izquierda), y pasé cuatro noches con él, sus amigos, y su familia
Me llevó a conocer una casa tradicional omaní en Al Awabi, usada por cientos de años
peces que te comen lo malo de los pies
Con Saeed y su hermano Muhannad. Es difícil conocer gente más buena
fuerte en Al Awabi
Típico paisaje Omaní. Desierto y palmeras
En Omán se come en el suelo, con la mano, y compartiendo todos juntos una misma bandeja. Se convirtió en mi forma favorita de comer
Con la familia y los amigos de Saeed
Después de despedirme de Saeed y su gente, pasé unos días subiendo montañas con un bajón anímico tremendo. Es difícil despedirse de gente tan buena
Pasé por unos pueblos cubiertos por polvo
Tenía estos atardeceres todos los días
Omán es el país perfecto para acampar. En tres semanas no pagué alojamiento
Alemán que viaja con bicicleta plegable. Cuando se aburre, hace dedo y se sube a un auto
¿La mejor acampada en Omán?
Conocí a otra pareja de franceses que viaja en Tándem
Estas cafeterías están en todos lados. En ellas trabajan pakistaníes y bangladeshes (o como sea que se diga), y venden todo menos café
Llegué a Sur, una ciudad que está en la costa. Este amable señor me dejó acampar en su restorán
reencuentro con la cyclofamily
Acampamos a orillas del mar, y decidimos relajarnos y no hacer nada por dos noches
Cuando me hacen imaginar un momento feliz, voy directamente a estos días a orillas del mar
Me volví a separar de la cyclofamily para llegar más rápido a Muscat (la capital). Tengo un vuelo que tomar
Camino a Muscat
Mezquita en Muscat
Pasé tres noches con amigos de Saeed en Muscat.
El último día fui con uno de los amigos de Saeed, Sami, a andar en kayak. Al día siguiente tomé el avión a Kenya

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Iran relatado en fotos

Después de tres semanas de recuperación porque me sacaron el apéndice, tomo un bus para salir de Armenia a tiempo y me alojo en una casa tradicional en Tabriz (al norte de Irán)
Tres días recorriendo Tabriz, intentando acostumbrarme a la cultura iraní
Irán es barato. Este plato cuesta menos de un dólar
Ya recuperado post operación, empecé a pedalear en dirección Sur-Este. La primera noche encontré una casa abandonada para protegerme del frío
Paro en un pueblo, y esta comunidad de escaladores me invita a comer pescado. Uno de ellos es fanático del Che Guevara
Camino en el norte de Irán
Una camioneta para en medio del desierto. El hombre sentado al lado mío me invita a alojar en su casa
Imponiendo moda
Esta pieza olía tan mal que me ardía la nariz cuando respiraba
Durante una semana pedaleé por un paisaje desértico donde a lo lejos se veía una montaña. De repente se veía uno que otro pastor de ovejas
Algo positivo del desierto es que uno aprende a apreciar los detalles más pequeños, como el cielo en este caso
Tocó acampar escondido detrás de una plaza. Dormí unas dos horas debido al frío
A la mañana siguiente…
La gente para a orillas del camino para pedirme fotos
Después de cientos de kilómetros llego a Qom, una de las ciudades más conservadoras de Irán. Lindísima!
Fui a conocer su templo principal. Ningún turista
Mujeres vitrineando
Después de Qom, la siguiente ciudad era Kashan
Cada ciudad tiene su propio bazaar (mercado) similar a este, donde te pierdes entre medio de los caminos
Fue en Kashan donde conocí a la ciclofamily. Remi y Kiara pedalean por todo el mundo con sus tres niños, Thomas, Romanne y Elise
En Irán hay que usar pantalones en todo momento
Mi lata de emergencia. Siempre llevo una de estas conmigo en caso de no encontrar comida en muchos kilómetros
Siguiente ciudad: Isfahan
Típica bicicleta que se ve en Irán
Después de Isfahan, 500 kilómetros de pedaleo por el desierto para llegar a Shiraz
La primera noche me alojé en un pueblo que se parecía a un castillo de arena Me invitaron a un cumpleaños y me hicieron tomar quién sabe cuántos shots
En medio de la nada encuentro a Bora, un turco que viene caminando desde Istanbul y se dirrige a Delhi. No habla porque hizo un voto de silencio. Al día siguiente lo arrestaron por una semana
Cruzando una montaña hacía tanto frío, que me refugié adentro de un túnel para volver a sentir las manos y los pies. Gajes del oficio
Esa nochellegué a un pueblo y fui invitado a un matrimonio!
Es la única foto que tengo del matrimonio. No se podía usar el teléfono
Fue aquí donde un tipo me intentó atropellar a propósito. Escribí una historia contando el incidente en detalle
Asustado y con poca confianza en la humanidad post casi atropello, este amable hombre me invitó a alojar y me calmé un poco
Antes de llegar a Shiraz decidí desviarme para visitar la ciudad de Persépolis
Persépolis
Poco antes de llegar a Shiraz. Completamente agotado
Descanso en Shiraz
Este lugar es muy turístico. La gente viene a sacarse fotos para Instagram
Estos son cuadros tejidos. No es pintura
Paro en un pueblo, y un amable señor me invita a tomar café, a jugar pool, a comer y a alojar en su casa
También me invitó a celebrar Yalda (la noche más larga del año) con su familia
En cada pueblo que paro la gente me pide fotos
100 km de pedaleo resfriado
Pedaleé un aproximado de 2000 kilómetros para llegar al sur de Irán, donde hace calor a lo largo de todo el año. Y tomé un ferry a Isla Hormuz
Esta isla es muy especial. Cubierta por rocas de distintos colores, y con playas bonitas
Los últimos tres días me volví a reunir con la cyclofmily para cruzar juntos en ferry a Dubai, UAE
A punto de subirnos al ferry que nos llevará a Dubai, Emiratos Árabes Unidos

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El muerto que me hizo pensar sobre la muerte

Esta historia viene con meses de atraso, pero mi excusa es que fue especialmente difícil de escribir, por dos motivos:

1)A ratos pienso que lo que vi no debería haberme afectado tanto.
Pero lo hizo, y no hay nada que hacer al respecto.

2)Tengo 26 años. Soy demasiado joven como para escribir sobre la muerte. ¿No debería estar pensando en vivir? Cualquier pensamiento que salga sobre mi cabeza sobre este tema será algo básico.

Finalmente, decidí compartir lo que he pensado sobre la muerte porque, gracias a tanto pensar y leer sobre ella, he encontrado paz que nunca antes había sentido.
Además, quizás tu leerás esto y me ayudarás con nuevos puntos de vista sobre el tema.
Acá vamos:

23 de Febrero de 2022.

Me encuentro pedaleando por Uganda, rodeando el famoso lago Victoria.

No puede ser, ¿Otra subida más? ¿Cuántas llevo? ¿Quién carajo diseñó la geografía de este país? ¿No pensó en hacer alguna parte plana? ¿Y por qué tengo tan irritado el culo? ¿Será por pedalear con tanta humedad?

Hasta el momento, Uganda se ha sentido como un puñetazo en la guata.

Llevo tres días subiendo y bajando lomas. Es siempre lo mismo. Te demoras diez a quince minutos en subir hasta la cima, donde encuentras un pueblo diminuto, desabastecido y lleno de gente que cuando te ve pasar, te grita «¡Mzungu!»(hombre blanco en swahili), y luego toca bajar por dos minutos para llegar al comienzo de la siguiente subida, que es igual a la anterior.

Una loma está bien. ¿Dos? No hay problema. ¿Pero veinte? ¿Treinta? Me estoy volviendo loco. A ratos echo de menos el paisaje plano y desértico de Irán. Echo de menos también a su gente simpática. Aquí en Uganda una de cada tres mujeres me mira con cara de culo, y los conductores de mototaxi que están de pie en cada esquina me tiran besitos para llamarme la atención.

tuve esta vista por días. Al rato uno se aburre

Las piernas me están fallando. Lo único que me causa ilusión, es saber que queda poco para llegar a Kampala, la capital. Quizás podré encontrar un hostal con otros viajeros y señal de internet, y descansaré. ¿O estoy pidiendo mucho?

Son las seis de la tarde, y llego a un pueblo llamado Lugazi. No sé qué tiene este lugar, pero se siente una energía maligna. Es un pueblo triste, decadente. Hay gente que me mira feo.
Tengo ganas de pasar de largo, pero me costaría muchísimo encontrar un lugar para acampar. Lamentablemente tengo que pasar la noche aquí.
Por favor, señor taxista, ¿Podría dejar de tirarme besitos?

típico pueblo en Uganda

Encuentro un Bar-Motel llamado «Pentagon» donde me atiende una señorita que me trata pésimo. Mi instinto me dice «¡Sal de aquí! Nada bueno puede salir de un Motel que además es un bar». Pero la pieza privada cuesta $3.500 pesos chilenos, así que acepto quedarme.

Por lo general yo soy de esos que puede dormir en cualquier lado, pero el Bar-Motel Pentagon es mi límite. La pieza es sucia, el baño no tiene agua ni para lavarse los dientes, y la ampolleta que alumbra todo es roja. Ya sabes, para que los que se hospeden aquí tengan una experiencia sexual con buena iluminación.

mi pieza en el Bar Motel Pentagon

Me cambio de ropa tan rápido como puedo, y escapo del lugar. Necesito comer algo.

De comida, un pollo que se quedará dentro de mi el resto de mis días, ya que nadie puede digerir algo así. Lugazi, maldito Lugazi.

Salgo del restaurant, y a los pocos metros veo cómo una niña de unos catorce años cae al suelo con un ataque de epilepsia. Se retuerce de un lado a otro como si estuviese poseída.

Nadie sabe qué hacer para ayudarla, así que todos nos quedamos de pie manteniendo tres metros de distancia. Paralizados. Al rato, una señora (su madre?) se arrodilla para ayudarla.

¿Sabes lo que hice después de ver esta escena por cinco minutos? No fui a llamar una ambulancia, ni fui en búsqueda de alguien que pudiese ayudar. No. Fui a un puesto de frutas, me compré un mango, y volví al Bar Motel.

Me acuesto en la cama, vacío por dentro. Me calmo a punta de meditación, y me quedo dormido a pesar de la música a fondo que tiene el bar.

A la mañana siguiente despierto urgido. Necesito salir de este pueblo tan rápido como pueda. Además, si es que soy eficiente, podré llegar a Kampala a almorzar.

Voy pedalenado a toda velocidad subiendo y bajando lomas. El camino está lleno de autos y camiones. Cuento los kilómetros para llegar a descansar. De repente, veo a unos cincuenta metros un grupo grande de gente de pie en la mitad de la calle. No quiero meterme a la otra pista, así que reduzco la velocidad, y paso lentamente entre ellos a medida que van abriendo el paso.

Esquivo a dos personas más, y veo en el piso a un hombre muerto. Un riachuelo de sangre fresca sale de su cráneo. Lo único que el resto de los presentes hizo para cubrirlo, fue poner un paño sobre su cabeza. A duras penas logro esquivarlo, pero mis ruedas se manchan con su sangre.

Esto fue la gota que rebalsó el vaso. Una niña con epilepsia, un hombre muerto…No estoy preparado para esto. No, señor. Sigo pedaleando, pero con la mente en otro universo. Quiero escapar de este lugar. Llego a Kampala sintiéndome menos humano que hace veinticuatro horas.

Así llegué a Kampala, después de todo lo que pasó

Esta fue la descripción de los eventos. Ahora vienen las reflexiones.

Lo que creo actualmente, es que ver a ese muerto me afectó mucho porque no estaba preparado para verlo. Me pilló totalmente por sorpresa. Además, entre las innumerables subidas y el mal rato en Lugazi, no estaba fuerte de mente.

Es difícil ver un cuerpo inerte en la mitad de la calle, y no pensar «Este podría ser yo».
Somos seres tan frágiles… ¡Podemos morir en cualquier momento!

Desde ese momento, la imagen de este fallecido ha entrado y salido de mi cabeza cientos de veces . Pensar en la muerte se ha convertido en un ejercicio recurrente mientras estoy sobre la bicicleta.

Era tanta la obsesión en un minuto, que me propuse lo siguiente: «Si voy a pensar tanto en este tema, al menos lleguemos a una conclusión sobre ella que me traiga paz».

En otras palabras, buscar alguna forma de estar tranquilo con el hecho inevitable que, haga lo que haga, puedo morir en cualquier momento.

Hay gente que se da cuenta de la inevitabilidad de la muerte, y actúa como si no le tuviera miedo. No piensan en ella. Viven pasando por riesgos ridículos. ¿Has escuchado de los trajes ardilla?

Personalmente, creo que vivir así es un error. Con este regalo de vida que se nos dio, es un deber por parte de cada uno de nosotros hacer lo posible por conservarla y aprovecharla al máximo.

Hay otro grupo de gente que, al darse cuenta que la muerte es inevitable, se ve completamente invadida por el miedo. Viven sus vidas con un nivel de precaución excesivo, que no les permite hacer aquellas cosas que eran bastante seguras y les harían sentirse vivo/as.

También creo que es un error. Una vida en la que tienes miedo constantemente por cosas relativamente seguras es difícil de disfrutar.

Me gusta pensar que existe un punto intermedio entre los dos extremos anteriores.
Un punto intermedio en el que no nos invade el miedo a la muerte, pero a la vez, le tenemos respeto y estamos consciente de ella en cada momento.
Un punto en el que aprovechamos tanto nuestras vidas, que al momento de morir, aceptamos nuestro fin con tranquilidad.

Después de tanto leer y reflexionar, he llegado a un resumen de tres partes que me ayuda a encontrar tranquilidad. Es una especie de guía práctica que me recuerda lo que realmente es importante.
Cuando me veo gobernado por el miedo a morir, repaso estos tres puntos para volver al balance.

Estos son:

1)¿Qué es lo que me da miedo de morir?

Lo primero es lo primero. Llegar a la raíz de nuestro miedo.

Una vez que decimos nuestro verdadero miedo sin vergüenza, podemos empezar a hacer algo para combatirlo.
Es como cuando un alcohólico va a AA y empieza diciendo «Hola, me llamo Juan Pablo, y soy alcohólico».
Es el primer paso.

Son muchas las opciones que pueden ser la verdadera raíz de nuestro miedo.

Puede ser que crees en un cielo y en un infierno, y te da miedo ir al segundo.

Puede ser que no crees en la vida después de la muerte, y te da miedo dejar de existir.

Puede ser que  estás casado/a y tienes hijos, y te da miedo dejar a tu familia.

O simplemente te da miedo el sufrimiento físico que te dará la enfermedad/accidente que terminará contigo.

En mi caso, no es ninguna de las anteriores. Esos miedos están ahí, pero no son nada comparado con el padre de los temores:

Morir, sabiendo que desperdicié mi vida.

Llegar al final de mis días, y saber que pude haber vivido mucho, mucho mejor.

Saber que se me dio un cuerpo sano capaz de hacer esfuerzos físicos impensables, y en vez de cuidarlo y aprovecharlo, pasé la gran mayoría de mis horas despierto sentado y envenenándome con comida chatarra.

Saber que se me dio una mente sana y sin límites para aprender, y en vez de aprovecharla, nunca dediqué el tiempo necesario a pensar y aprender.

Saber que no cuidé mis relaciones cercanas.

Que no ayudé a otras personas, a pesar de que tuve miles de oportunidades para hacerlo.

Que no conocí este mundo maravilloso en el que vivimos, lleno de paisajes paradisíacos, animales extraños y gente increíble.

Que no aproveché las oportunidades que se me presentaron, porque me dio miedo tomar riesgos.

Que seguí el camino que otros querían de mí, y no el que realmente sentía que era correcto para mí.

Creo que se entiende el punto.

Quizás a ti no te da tanto miedo como a mí desperdiciar tu vida. Quizás otro de los miedos que mencioné (o alguno que no mencioné) ocupa más tu cabeza. Y está bien. Todos somos distintos. Pero creo que es importantísimo detenernos por un minuto, no engañarnos a nosotros mismos, y ser capaz de decir con claridad qué es lo que realmente nos da miedo.

Sólo así se puede encontrar un poco de paz.

2)Memento Mori: Recuerda que vas a morir

Uno de los pilares de la filosofía estoica es recordarnos constantemente que vamos a morir.

Lo sé. Suena como algo retorcido. Pero si lo miras desde cierto ángulo, esto puede llegar a ser muy útil.

Saber que podemos morir en cualquier momento es el mejor recordatorio que podemos llegar a tener para salir a aprovechar nuestras vidas. Nuestro tiempo en este planeta es demasiado corto. ¡No podemos seguir perdiéndolo!

Dejar de juntarnos con gente que nos hace infelices, y dedicar más tiempo a estar con aquellos que realmente queremos.

Dejar de hacer aquello que sólo hacíamos por status social, y salir en búsqueda de lo que realmente queremos hacer.

Dejar de desperdiciar tiempo viendo memes y videos en tik tok.

¿Alguna vez has intentado enderezar tu espalda?

Para lograrlo, tienes que recordar cientos de veces y a lo largo e todo el día que debes tener la espalda recta.

Al principio es incomodísimo. Tienes que forzarlo una y otra vez.

Con el paso del tiempo empiezas a sufrir menos.

Y ya luego de mucha práctica, no necesitas recordarte que debes enderezar la espalda. Lo haces inconscientemente.

Recordar que vas a morir funciona de la misma forma.

Al principio, debes forzarlo. No vendrá naturalmente. Y será incómodo.

Pero si insistes en hacerlo una y otra vez, Memento Mori estará presente contigo en todo momento.

Saldrás a hacer deporte, y recordarás «Puede ser la última vez». Y la aprovecharás al máximo.

Te juntarás con amigos, y conversarás como si nunca más los fueras a ver.

Tomarás un café, y lo disfrutarás como nunca. No puedes dar por sentado el último café de tu vida.

3)¿Qué quiero ser capaz de decirle a San Pedro?

Sin importar si creo o no en la vida después de la muerte, me imagino este escenario a modo de ejercicio:

Muero. Llego a la típica puerta del cielo que aparece en tantas películas y dibujos animados. Hay un guardia custodiándola. Es ruso, serio, y lleva consigo una metralleta AK-47. Me mira de pies a cabeza con desprecio, y sin saludarme, hace una sola pregunta.

«¿Mereces entrar aquí?»

Yo lo miro a los ojos sin miedo, y le respondo:

«La verdad, no sé si merezco entrar al cielo o no. Pero te puedo asegurar lo siguiente:

Se me dio un cuerpo sano, y agradecido por este regalo, decidí aprovecharlo al máximo. Me moví tanto como pude e hice esfuerzos físicos inimaginables. Y al mismo tiempo, lo cuidé para que funcionase como corresponde. En otras palabras, no pude haberle sacado más jugo.

Se me dio una mente sana, y agradecido por este regalo, decidí aprovecharla al máximo. Leí centenares de libros y aproveché cada medio que estaba disponible para aprender tanto como fuera posible. Y al mismo tiempo, utilicé esa mente para crear todo tipo de rarezas y expresar mis ideas. En otras palabras, no pude haberla aprovechado más.

Se me dio una familia y amigos que me querían en sus vidas, y fui capaz de expresar ese cariño de vuelta y dedicarles tiempo. Porque se merecían todo lo mejor.

Se me dieron ciertos privilegios, y fui capaz de agradecer por ellos y aprovecharlos cada día. Porque sabía que eran valiosos, y que otros no los tenían.

Se me dieron ciertas limitaciones, y fui capaz de aprender a vivir con ellas y estar bien. Sin una mentalidad de víctima.

Nací en un mundo impresionantemente hermoso e interesante, lleno de gente increíble, paisajes paradisíacos, y animales extrañísimos, y dediqué el tiempo debido a contemplar este regalo.

Tuve oportunidades para ayudar a otros, y las aproveché.

Me equivoqué mil veces, y fui capaz de aprender de esos errores.

Mi vida no fue perfecta, pero nunca quise que lo fuera. Para mí, bastaba con hacer todo lo que estuviera a mi alcance por no desperdiciarla.»

El ruso se queda mudo. Al cabo de unos segundos, me dice:

«Un poco cursi tu respuesta. Pero me ablandaste el corazón. Pasa».

Eso es todo por ahora. Como dije anteriormente, cuando me encuentro a mi mismo teniendo mucho miedo sobre la muerte, vuelvo a estas tres reflexiones. Especialmente la tercera.

Es difícil de explicar, pero últimamente he encontrado una tranquilidad inmensa sólo por saber que estoy intentando aprovechar mi vida al máximo. Siguiendo mi propio camino.

Sin embargo, me recuerdo constantemente que tengo 26 años, y que me falta mucho por aprender. Estoy seguro de que hay muchas cosas que no sé de este tema. Dicho esto, quiero terminar este artículo haciéndote un par de preguntas a ti, querido/a lector/a:

1)¿Has pensado alguna vez sobre la muerte?

2)Si es así, ¿Qué le agregarías/ cambiarías a las tres reflexiones que escribí?

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Juan Pablo Toro
Juan Pablo Toro

Autor Deportista Nómade

Un ángel llamado Willie

Axel y yo nos dimos cuenta que eran demasiado diferentes nuestros estilos de viaje, así que después de una extraña separación que se sintió tan incómoda como romper una relación amorosa (solo que sin amor de por medio), me encuentro pedaleando nuevamente solo, esta vez por uno de los caminos principales de Mozambique.

Quizás el paisaje no es lo más bonito que he visto, pero me siento bien. Extrañaba estar solo. Y dado que hace cinco días que no vomito, se podría decir que estoy sano. Tengo la confianza más alta que nunca, después de demostrarme a mí mismo que soy capaz de pedalear tantos kilómetros con tan poca comida.

130 kilómetros a lo Lance Armstrong en sus tiempos de monstruo dopado me dejan a las cinco y media de la tarde en medio de la nada. El sol ya se escondió. Tengo que encontrar un lugar para acampar. Por donde sea que mire, veo chozas de barro habitadas por amables mozambiqueños. Difícil que logre esconderme de la gente en algún lugar natural. Tengo que hablar con una familia para pedirles acampar en su jardín.

las casas que se ven a orillas del camino

Hago capenanetú-salistestú-en.el.nombre.de.jesús, y paro afuera de una choza a preguntar si puedo acampar con ellos. Me responden que sí, sin hacer preguntas ni pensarlo dos veces.

Siempre dicen que sí. En nueve meses de viaje, sólo me han dicho una vez que no a una petición de acampada, de ya quién sabe cuántas. Y espero que siga así.

¿No te parece increíble la bondad de la gente?

El dueño de casa es un hombre de mayor edad llamado Julio. Está sentado en una silla de madera en medio del jardín viendo la vida pasar, hablando poco y nada. Tiene un celular Nokia del año 2000 con el que a veces juega para distraerse. No se ve tan sorprendido por el hecho de que un mzungu que viaja en bicicleta le pidió acampar en su jardín.

Aparte de Don Julio, están también todas las mujeres de la casa, una manada de niños, un par de gallos, tres patos, y dos perros extremadamente sucios que no dejan de pelear entre ellos a modo de juego. Es difícil diferenciar cual es la señora de Julio, cuales son las hijas, y cuales son las nietas. Toda esta gente, a diferencia de Don Julio, me miran como si yo fuera lo más raro que han visto en sus vidas. Imagínate la cara que pusieron cuando les dije que dormiría en esa carpa diminuta que ando trayendo.

Converso unos minutos con Don Julio y dos de sus hijos, pero al rato me excuso con que estoy agotado después de tantos kilómetros, y me encierro en la carpa a descansar. Elongo, como un poco de arroz con palta que tenía en mi olla desde el día anterior, y me acuesto a las 7 de la tarde. Hay una música a todo volumen proveniente de un parlante que probablemente fue fabricado antes de Cristo, los patos hacen ruido, y los perros siguen peleando entre ellos. Pero aun así me quedo dormido.

1 de la mañana. Despierto con ganas de vomitar. Hay un olor putrefacto, insoportable. Sé que no me he duchado en días, ¡pero no puede ser que huela tan mal!

Además, uno nunca se queja de su propio olor, ¿No es verdad? O al menos eso me digo a mí mismo cuando trato de convencerme que no huelo tan mal.

Reviso por todos lados qué provoca ese olor, pero no encuentro nada. Salgo de mi carpa a toda velocidad vestido sólo con calzoncillos, y vomito todo. Dejo en el suelo un banquete para los patos.

Vuelve la hipocondría. Esa vieja amiga-no-tan-amiga que me acompaña siempre.

«No puede ser. He vomitado dos veces en una semana. Tengo que tener algo malo. Muy malo. Ébola. Cólera. Lombriz solitaria que deposita larvas en el cerebro. Una bacteria nunca antes descubierta que en el futuro llamarán Juanpablotoritis-19. Coronavirus. Un demonio. ¡O todo lo anterior junto! Mierda. Hasta acá llegamos», pienso.

Vuelvo a la carpa invadido por el terror. Soy un enfermo terminal. Y lo peor, es que sigo sintiendo el olor a putrefacción, y sigo sintiendo náuseas.

¿Qué estará provocando ese olor?

Intento volver a dormir, pero esta vez estoy despierto y con los ojos abiertos a más no poder. No pestañeo por la preocupación. Me doy vueltas de un lado a otro. Encuentro una posición cómoda acostado de lado y con mi cara pegada a la pared de la carpa.

Justo ahí, una masa de varios kilos que no reconozco se apoya en la carpa. Por un momento me choca la nariz.

Un perro. Eso es lo que provoca el mal olor.

Un hediondo perro que jamás ha visto un jabón, y que decidió que el mejor lugar para dormir en todo el terreno era pegado a mi carpa, a centímetros de mi nariz.

Es difícil no querer vomitar cuando llevas horas durmiendo con un perro oloroso tan cerca tuyo.

Espanto al perro, y vuelvo a dormir con alivio. ¡No estoy enfermo!

A la mañana siguiente después de ese susto, sigo con mi rumbo. Quedan 870 kilómetros para llegar a Praia do Tofo. Y prometí que no me daría días libres hasta llegar a ese paraíso.

Don Julio es aquel que está sentado en la silla

Paso los siguientes cinco días pedaleando por la carretera principal de Mozambique. La infame N1 es el peor camino pavimentado que he visto. Tiene tantos hoyos, que da la impresión de que aquellos que construyeron el camino los hicieron a propósito. Y cuando menciono a estos hoyos, imagínate hoyos grandes. Enormes. Suficientemente grandes como para que autos, buses y camiones estén obligados a salir del camino con tal de esquivarlos. Si no, problemas mecánicos asegurados. Cada dos kilómetros se ve un camión en pana, víctima de un hoyo que no logró esquivar. Los que aún sobreviven, van avanzando en zigzag sin importarles el hecho de que por varios cientos de metros estén en el carril contrario.

¿Se nota lo grande que son los hoyos? Capaces de destruir un tanque. Todo el camino es así.

Se podría decir que andar en bicicleta por un camino así es estresante. Los conductores no están preocupados de mi seguridad, están enfocados en no comerse otro hoyo. A cada rato tengo que tirarme a los arbustos con la bici para esquivar a un imbécil que se mete a mi pista. Trato de cantar el Ommmm Maniiii Padmeeee Hummmm de los budistas para relajarme, pero no funciona.

Al peligro del camino, súmale muchísimo calor, un paisaje monótono que consiste en arbustos (el famoso bush), y muy poca comida. Creo que estoy ingiriendo la mitad de calorías que necesito para reponer la energía que gasto cada día. Pero no hay mucho que hacer. Los poblados están desabastecidos y separados por decenas de kilómetros. Y como hace ya más de un mes que se me rompió la cocinilla, no puedo cocinar cuando acampo. Cada noche, antes de dormir, me alimento con un poco de galletas y plátanos, y trato de olvidarme que voy a salir de Mozambique tan delgado como cuando tenía 13 años.

acampando en el «bush» para esconderme de la gente

Suficiente resumen de esos cinco días. No hay mucho más que decir al respecto. Mención honrosa a los mozambiqueños, que son gente relajada y alegre, y a las mozambiqueñas, que además de relajadas y alegres, son hermosas. Y no me gritan «¡¡¡Mzungu!!!!» cada vez que paso al frente de ellas.

Despierto al quinto día habiendo agotado mi suerte. Tengo menos de un litro de agua, y tan sólo un limón para comer. Un limón. Creo que he llegado a un nuevo nivel de miseria. Es mejor no tener comida, que sólo tener un limón. En todo caso, me lo como feliz, tal como si fuera una naranja. ¿Quién come un limón así?

Miro el mapa. Al parecer, estoy en un parque nacional o algo por el estilo. El único rasgo de civilización que hay en cientos de kilómetros es un lodge llamado «Buffalo Camp». Es mi única opción para encontrar comida. Si no, tocará pasar hambre. Denuevo.

Pedaleo 40 kilómetros con un mínimo de energía, pensando en comida y nada más que comida. Llego a Buffalo Camp. Dejo la bicicleta en la entrada, y camino por el lujoso restorán del lodge buscando a alguien que me pueda atender.

Sale de la cocina un señor de unos cincuenta años, blanco, bajo, con anteojos, y una barriga que revela que le gustan los buenos placeres de la vida.

«¡Hola! Soy Willie. ¿Qué puedo hacer por tí?» me saluda en inglés.

Yo me presento, y le digo que necesito comida.

«Lo siento. La cocina está cerrada. Pero podrás encontrar comida en 40 kilómetros.», me dice.

«¿CUARENTA KILÓMETROS? Oh…» Intento disimular la angustia, pero es difícil. Otros 40 kilómetros sin comida serán un festival de sufrimiento.

Me despido, y Willie me acompaña hasta el estacionamiento. Me pongo los guantes y el casco.

«Espera, espera, espera… ¿Estás en bicicleta?» me pregunta. «Volvamos a la cocina. Algo encontraremos para tí».

No le digo nada, pero mi cara de ilusión lo dice todo.

Vamos a la cocina, y Willie empieza a descongelar y cortar todo tipo de alimentos. ¿Qué haces, Willie? ¡Con un pedazo de pan es más que suficiente!

Calienta agua, pica cebollas, fríe chorizos, recalienta porotos… Y mientras tanto, yo mirando. Estoy demasiado sorprendido como para ofrecer ayuda. No se me ocurre otra cosa más que empezar a preguntarle de su vida. Quiero saber más de este ángel que me está preparando comida.

Empiezo la conversación buscando intereses en común. Seguro a Willie le gusta viajar. El tema está en que hay que hacer las preguntas correctamente. Un hombre tan humilde como Willie no te cuenta cosas interesantes de su vida si no haces las preguntas correctas.

Por ejemplo, si le preguntas: «Has viajado?», él te responde «Sí, sí. Bastante». Aburrido.

En cambio, si asumes que alguien como él conoce harto de África, vas directo a los detalles y le preguntas algo tipo «Has estado en la República Democrática del Congo?», la mente de Willie vuelve inmediatamente a su pasado, y su cara cambia por completo. Bingo. Hay una historia que escuchar. Como dice Tony Montana en Scarface: «The eyes chico. They never lie».

Entonces, al principio Willie te va contando historias de cuando viajó en moto por el Congo en los años 70. Y a las pocas semanas se le acabó el efectivo. Y en esos años no habían cajeros automáticos, por lo que retirar ahorros del banco era un martirio. Especialmente en el Congo. Así que Willie se dedicó a hacer trabajos espontáneos en donde estafó a uno que otro congolés. Y cuando se le acababa la comida, detenía la moto, se metía en la selva, y cazaba lo primero que veía. Como dice él mismo: «No importa si es una serpiente, un mono, o lo que sea. Si la carne está fresca, puedes comértela». Con el paso de los meses, logró llegar desde Sudáfrica hasta el Sahara pasando por el corazón de Africa.

Me encuentro en estado de éxtasis escuchando estas aventuras. Gradualmente la conversación va pasando de sus historias de viaje por todo el mundo a temas más y más impresionantes, hasta que, finalmente, menciona que trabajó como mercenario.

¡¿Qué dijiste Willie?! ¡¿Mercenario?!

Justo ahí la conversación se interrumpe porque entra a la cocina un joven de 22 años llamado Tian. Es la mano derecha de Willie. Sudafricano, camina a todos lados a pie pelado, es simpatiquísimo, y según Willie, es capaz de arreglarlo todo. La comida está lista, y nos vamos a sentar al comedor.

El desayuno consiste en papas fritas, huevos, chorizos, cebolla caramelizada, pan con mantequilla de maní y mermelada, y suficiente café como para despertar a un muerto. No lo puedo creer. Yo sólo esperaba un poco de pan. ¡Hace dos horas me estaba contentando con un limón!

Sigo haciéndole preguntas generales a Willie, dejando su pasado como mercenario para cuando lo conozca más.

Me cuenta que nació en Zimbabwe, y que a los dieciocho años peleó en la guerra civil de este país.

Me cuenta, también, que después de eso pasó diecisiete años trabajando como «militar», donde seguro ahí hizo su carrera como mercenario. En esas casi dos décadas, pasó tiempo peleando en la República Democrática del Congo, Seychelles, Tanzania, Rwanda (ayudando a detener el famoso genocidio), Syria, Iraq, Afganistán, Mozambique, y otros.

Después menciona sus años de retirado, en donde armó una empresa constructora y llevó a cabo proyectos a lo largo de toda Africa.

Y continúa sus viajes por todo el mundo, generalmente en moto. Una vez anduvo desde Mozambique a Zanzíbar en 48 horas. Una locura.

Y pasa a revelar sus dos años como piloto profesional de Rally.

Y termina con sus últimos 28 años como dueño de 600.000 hectáreas naturales en Mozambique (Buffalo Camp), donde ha llevado a cabo su sueño de proteger a la flora y fauna, peleando cada día para detener la caza ilegal, y la tala ilegal de árboles nativos.

Por cada frase que sale de su boca, tengo veinte preguntas nuevas. Pero la comida se acaba, y en teoría es momento de dar las gracias e irme. Sin embargo, Willie y Tian no están contentos con sólo haberme preparado comida. Ellos son ángeles, y los ángeles te ayudan hasta más no poder. Me guían a una de las piezas privadas con baño, y me doy mi primera ducha en cinco días.

Ya limpio, ahora sí que es momento de irme. Esta gente me ha dado demasiado. Pero Willie se da cuenta que el pasador de cambios de mi bicicleta no funciona (llevo dos mil kilómetros sin pasar cambios), y le dice a Tian que la arregle.

«¿Tian ha hecho esto antes?», le pregunto a Willie.

«No. Pero Tian sabe arreglar todo».

Deposito mi fé en ti, Tian.

A continuación, me dedico a observar cómo una persona que no sabe arreglar una bicicleta aprende a repararla a punta de prueba y error, sin pedir consejos ni buscar información en internet. Quizás no suena como algo tan interesante, pero resulta ser un espectáculo. Curiosidad en todo su esplendor. En menos de una hora, Tian deja mi bicicleta en la mejor condición que ha estado desde que llegué a África.

Entonces, tengo el estómago lleno por tanta comida. Estoy limpio. Mi bicicleta funciona bien. ¡Suficiente! Es momento de irme. Voy a despedirme, pero Willie me interrumpe.

«Quédate en una de las piezas por esta noche. Necesitas descansar. No te cobraré nada».

Ayayay Willie. ¿Dormir en una pieza de lujo después de días durmiendo en los arbustos con la espalda torcida? ¡No puedo decir que no! Es demasiada la tentación. Además, todavía no le pregunto sobre su pasado de mercenario.

Gracias, Willie.

Paso gran parte de la tarde descansando y conectándome a internet. Poco antes de la puesta de sol, subimos un cooler con cervezas y Coca Cola a la camioneta de Willie, y junto a Tian y otros dos trabajadores vamos los cinco a hacer patrulla contra la tala ilegal de árboles, metiéndonos por caminos de tierra que cruzan el parque.

A lo largo del trayecto, Willie me cuenta cómo consiguió un terreno tan grande en Mozambique. Durante la guerra civil que hubo en este país años atrás, mi anfitrión peleó como mercenario en el bando que ganó. Y cuando los generales tomaron cargos importantes en el gobierno, le preguntaron a Willie qué le gustaría recibir a modo de agradecimiento por su servicio.

«Tierra. Mucha, mucha tierra», respondió. ¿El objetivo? Dedicar el resto de su vida a conservarla. Y eso es lo que ha hecho, desde 1994.

Llegamos a una laguna, y Tian va junto a los dos trabajadores a instalar cámaras en distintos lugares estratégicos. Hay luna llena.

Aprovecho que estoy solo junto a Willie para hacer preguntas más complicadas. Acá van algunas de ellas:

Con todo lo que has visto en el mundo. Con todo lo que has vivido. ¿Cuál es el país más peligroso en este planeta?

«República Democrática del Congo, sin lugar a dudas.»

*Comentario personal: si una persona que ha peleado todas esas guerras y ha viajado por todo el mundo te dice que ese es el país más peligroso, es porque efectivamente es el país más peligroso.

¿Cuál era tu especialidad como mercenario?

«Estudiar al ejército enemigo. Cómo son, y cómo se comportan. Una vez que sabes quiénes son los que están al otro lado, puedes diseñar una estrategia vencerlos. A veces me infiltraba dentro de estos ejércitos como espía.»

¿Cuál es la guerra más sangrienta en la que has peleado?

«Zimbabwe.»

¿Zimbabwe?¿Incluso más que cuando ayudaste a detener el genocidio en Rwanda?

«El genocidio en Rwanda no fue una guerra. Fue un grupo de gente que se dedicó a matar a una minoría con machetes. Cuando nosotros llegamos a detener los asesinatos, estos cobardes (el ejército Interahamwe) escaparon sin luchar.

Zimbabwe es completamente otra historia. Era una guerra sangrienta. Ambos bandos armados de pies a cabeza. Y yo tenía dieciocho años.»

Siendo que has sido parte de conflictos en tantos lugares del mundo, ¿Qué visión tienes sobre la guerra?

«Suele pasar que los medios de comunicación intentan explicar guerras entre países a través de diferencias ideológicas. Es mentira. Te aseguro que siempre la principal causa de conflicto entre países es hacerse el poder sobre recursos naturales.»

No podía faltar la pregunta del millón: ¿Cómo es matar a un hombre?

«Uno no piensa mucho al momento de hacerlo. Es parte del trabajo. Si elegiste la misión correcta, deberías estar peleando junto a los buenos, en contra de los malos. Y cada malo que matas es un bien para el mundo.»

¿Alguna vez te equivocaste de bando?

«Sí. Pero en el momento no lo sabes. Lo importante es siempre intentar tomar la decisión correcta con la información que tienes. Y si más adelante te das cuenta que cometiste un error, debes aceptarlo y seguir con tu vida.»

Llega Tian, y manejamos de vuelta al lodge. En el camino, voy intentando internalizar todo lo que me ha dicho Willie en tan pocos minutos. ¿Cómo puede ser que una persona haya hecho tanto en su vida?

De comida, uno de los mejores pollos asados que he probado. Tan así, que me como uno entero. No sabía que era capaz de una hazaña de ese calibre.

Para qué te cuento lo mal que dormí, con toda esa comida en proceso de digestión.

A la mañana siguiente mi ángel Willie me prepara otro desayuno, me despido de abrazo de él y Tian, y sigo con mi rumbo al sur, con destino a Praia do Tofo. Buffalo Camp se queda en mi corazón.

Fin de la historia.

foto con Willie
foto con Tian

¿Qué reflexiones tengo después de haber conocido a Willie?

Me encanta la idea de que un hombre que me ayudó tanto, y que actualmente hace tanto por conservar la naturaleza, en su pasado haya sido mercenario.

Un ángel para mí. Verdugo para otros.

Esto me recuerda algo importantísimo de la esencia humana: somos seres complejos. Y es ahí donde se encuentra nuestra riqueza. Podemos perseguir distintos intereses, cometer errores, cambiar rumbos mil veces, y aun así tener una vida extraordinaria en donde acabamos siendo un aporte a la sociedad. Los seres humanos no somos buenos ni malos; somos una combinación compleja, que se va moldeando con el tiempo.

Lo importante, tal como dice Willie, es intentar tomar las decisiones correctas con la información disponible en el momento. Y si nos equivocamos, saber seguir adelante.

Aparte de eso, Willie y Tian me recordaron que, cuando alguien necesita de tu ayuda, tienes que dejarlo todo para ponerte en servicio de esa persona. Sin pensarlo dos veces ni esperar nada a cambio.

Gracias, Willie y Tian. Tenía hambre y estaba en malas condiciones, y me ayudaron. Nunca olvidaré lo que hicieron por mí. Espero algún día devolverles la mano, o hacer lo mismo por otro.

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Juan Pablo Toro
Juan Pablo Toro

Autor Deportista Nómade

Intoxicado en Mozambique

Milange, Mozambique. 4 de Mayo de 2022.

Después de un cruce de frontera exitoso, y de un cambio de plata no tan exitoso (nada bueno puede salir de contar billetes en la avenida principal de un pueblo pegado a la frontera), me encuentro pedaleando en Mozambique, el decimotercer país de este viaje en bicicleta.
El sueño de llegar a Ciudad del Cabo, lo más al sur en África, se siente cada vez más cerca.

Milange

Esta vez no estoy solo. Me acompaña Axel, un sueco de veintiocho años con el que viajé gran parte de Malawi.  Tiene bigote, usa una boina francesa, pedalea a una velocidad impresionante, habla con un acento del sur de Estados Unidos, y está tanto o más sucio que yo.
A diferencia mía, a él sí lo lograron estafar con el cambio de moneda. En vez de multiplicar por 58, el despistado dividió por 58.
Es un alivio entrar acompañado a un país tan desafiante como Mozambique.

Mozambique me tiene nervioso. Más que entusiasmado por conocer un nuevo país, me veo más enfocado en la batalla física que tengo por delante. Me siento muy parecido a esa vez que se me ocurrió correr 42 kilómetro. Preparándome mentalmente para mucho dolor.

El problema es que el país es enorme, y sólo me dieron una visa de treinta días. Calculo que tendré que pedalear aproximadamente 1800 kilómetros en un mes para llegar a la capital, Maputo, con tal de cruzar a Suazilandia a tiempo. Eso significa largas jornadas de pedaleo, y pocos días de descanso.
Hasta el momento, lo que más he logrado pedalear en un mes han sido 1600 kilómetros. Recuerdo haber estado absolutamente agotado, y con un dolor de culo que para qué te cuento.

A modo de motivación, decido fijarme un objetivo llamativo: no descansar hasta llegar a Praia de Tofo, aquél paraíso que muchos llaman la mejor playa de África. Está a 1400 kilómetros de Milange. No sé cuántos días me irá a tomar.
Vamos que se puede.

El día está soleado, y el camino está lleno de gente moviéndose por la vida a paso de tortuga. ¿Cómo puede ser que caminen tan lento? ¿Será que lo hacen a propósito, para pasar el tiempo de alguna forma?

Entre contemplar el paisaje y conversar con Axel, empiezo a sentir un dolor de estómago que va y viene. No es fuerte, pero molesta. Sigo pedaleando, haciendo como que no tengo nada.

Poco a poco empiezo a perder fuerza. Me siento tan mal, que a hora de almuerzo a duras penas logro comer Ugali sin nada de acompañamiento, y me tambaleo mientras camino de vuelta hacia la bicicleta.

Parada a comer Ugali. Adivina cuál es el sueco en la foto

Axel está preocupado, notando que tengo una cara de zombie mientras intento seguir pedalenado. Yo le digo que estoy bien, que no pasa nada. Pero sé que algo me cayó mal.

Ya a los 75 kilómetros no tengo más energía. Con suerte logro mantenerme en pie. Le pido a Axel cinco minutos de descanso, y se me ocurre acostarme en el piso para intentar recuperarme. Grave error. El mundo me da vueltas. Además, una nube negra se posiciona justo sobre nuestras cabezas, y se larga a llover.

Nos subimos nuevamente a nuestras bicicletas, y al kilómetro nos escondemos dentro de una sala de clases probablemente abandonada hace muchos años. Sino, pobres niños que tienen que estudiar en esa mierda de edificio.

la «sala de clases»

Quizás ya no nos estamos mojando por la lluvia, pero la situación está lejos de ser buena. Si es que intento ponerme de pie, o caminar un poco, es posible que me desmaye. Tengo que apoyar mi mano en la pared sólo para mantener un mínimo de equilibrio. Inhala, Exhala, Inhala, Exhala. Trata de no vomitar. No puedes vomitar aquí. ¡Estás en la mitad de la nada!

La lluvia se detiene. Axel sale con la bicicleta a buscar agua para ambos. Yo, en cambio, salgo de la sala para vomitarlo todo. Además de la comida que estaba en proceso de digestión, pareciera como si estuviese expulsando de mi cuerpo mis tripas, mis recuerdos de la infancia, y espíritus malignos. Para cuando termino, creo que queda la mitad de mí.

Axel vuelve con botellas llenas, y se sorprende al ver la obra de arte que dejé afuera de la sala. Seguro habrá pensado «¿Acaso todo eso salió de una sola persona?». Sí, señor Axel. Salió de una sola persona.

Varios locales que van por la orilla del camino notan nuestra presencia. A los pocos minutos, la sala de clases se llena de niños y adultos partiéndose de la risa por el hecho de que dos blancos se estén refugiando en un lugar como este. Y la verdad, los entiendo. ¡Estamos en medio de la nada!

Mientras tanto, yo estoy sentado en una banca, manteniendo los ojos cerrados, intentando calmarme. Escuchar risas burlonas no ayuda.
Pocas veces he sentido tanto miedo. Hipocondría en todo su esplendor. ¡Seguro estoy teniendo los primeros síntomas de algo gravísimo! Malaria, cólera, ébola, coronavirus, o todo lo anterior combinado. Quién sabe todo lo que uno se puede llegar a pegar aquí en África.

Estoy intoxicado, en la mitad de la nada, a cientos de kilómetros del siguiente hospital. Si no logro recuperarme por cuenta propia, tendré serios problemas.

Axel logra espantar a la gente. Armamos nuestras carpas, vomito denuevo, bebo un poco de agua, me tomo una pastilla de carbón activado, y me echo a dormir a las seis de la tarde. Si o sí tendré una de esas noches en las que te levantas a vomitar cada diez minutos.

la sala de clases por dentro

Despierto a las seis de la mañana del día siguiente. Pocas veces he dormido tan bien. Y pocas veces me he estado tan débil. Para qué te cuento cómo me cuesta salir de la carpa a hacer pipí.

Tengo las siguientes opciones:

1)Volver a Milange, 75 kilómetros atrás. Pueblo de mierda donde seguro nos encontraremos con los mozambiqueños que nos trataron de estafar.

2)Quedarme descansando en esta «sala de clases». Axel puede salir en bicicleta a comprar comida y juntar agua. Pero aun así es uno de los peores lugares para recuperarse del planeta. La gente nos vendrá a molestar todo el día.

3)Hacer dedo, y subirme con la bicicleta a uno de esos camiones que llevan aproximadamente entre cinco y 4.500 personas en el pickup. Es para no creer toda la gente que puede entrar en un espacio tan pequeño. Iría cientos de kilómetros incomodísimo y posiblemente vomitando a mis compañeros.

4)Seguir avanzando, a pesar de que estoy intoxicado.

Se me pone la piel de gallina con solo pensar en esta cuarta opción. Tantas historias que he leído en el pasado de gente que tuvo que cruzar desiertos sin comida ni agua, o otros que sobrevivieron en la selva, o aquellos que se perdieron en la nieve. Gente que, en contra de su voluntad, se vio obligada a sacar lo mejor de si mismos para seguir adelante y sobrevivir. Esfuerzos que se podrían clasificar como inhumanos.
Quizás yo no estoy perdido en la nieve o en la selva o en el desierto, pero estoy en la mitad de la nada en Mozambique. Seguir pedaleando, para mí, consistirá en días y días del mayor esfuerzo físico de mi vida, con un cuerpo deteriorado que rechaza todo tipo de comida.
Es un desafío suficientemente grande como para pensar «ahora sí que no sé cómo terminará esta historia». Pero por otro lado, algo dentro de mí me dice «Dale nomás, estás más que preparado. Confía en ti».

Lo sé, querido lector/a. Sé que suena estúpido lo que estoy a punto de hacer. Pero tienes que entender que estoy sesgado, más irracional que nunca. Ahora me está guiando la curiosidad por ver cómo funciona mi cuerpo y mi mente en una situación tan dura como esta.
Además, no te preocupes. Si realmente estoy grave, puedo volver a la opción 3, y subirme a esa mierda de camión.

Sé que pasaré hambre. Sé que estaré en un constante estado de sufrimiento mental. Sé que perderé varios kilos de peso en el camino.
Es momento de ir a la guerra.

Desarmo mi carpa y preparo mis cosas a un ritmo desesperantemente lento. Y es que no tengo fuerzas para nada. Pero estoy en un estado de concentración absoluta. No pienso en nada más que «aperra, aperra, aperra». Es como si mi cabeza estuviese en otro planeta. Tengo calma como pocas veces la he sentido.

Me subo a la bicicleta como si fuese un anciano de noventa años. No sé cómo la mantengo en equilibrio. Empiezo a pedalear, con Axel acompañándome en todo momento. Ambos estamos en silencio.

Acá va el primer efecto inesperado de esta historia. Si en el primer kilómetro de pedaleo tengo 90 años, en el segundo tengo 89. Y en el tercero tengo 88. Lentamente, paso de sentirme un pedazo de mierda, a sentirme un pedazo de mierda decorado con una cinta de regalo. Mientras más avanzo, más fuerzas tengo.

Paramos en el primer pueblo que vemos. Nuestra llegada alborota las calles tal como si Daddy Yankee caminase por el centro de Santiago. A medida que caminamos buscando un poco de comida, se junta alrededor de nosotros un ejército de gente, mayoritariamente niños y jóvenes. Nos tratan como famosos, sólo por el hecho de tener una piel más clara.

Me siento a tomar coca cola (que dicen que hace bien para cuando uno está enfermo), y la gente se queda de pie, observando en detalle cómo un hombre blanco toma bebida. Seguramente debe ser algo especial.
Además de la coca, como un poco de pan solo. Logro no vomitar.

parar a tomar Coca Cola

Después de ese pueblo, nos desviamos del camino principal para entrar a un camino de tierra que sirve como «atajo» para ahorrarnos una vuelta que no hace sentido. El «atajo» es de 200 kilómetros. Después de eso volvemos al camino pavimentado.

No entiendo cómo estoy en pie. Más aún, no entiendo cómo me siento tan bien. Estoy de un ánimo increíble, que llega a ser sospechoso. ¡Debería estar de un humor terrible y tirado en el piso! Un poco de pan y coca cola no me puede dar tanta energía. Hace menos de un día no era capaz de pararme de una banca. Seguramente en cualquier momento volveré a perder la fuerza y vomitar. Eso sería lo normal.

el atajo

Seguimos avanzando, y sigo mejorando.
El camino de tierra se convierte a ratos en uno de arena que nos tranca las bicicletas.
Nos toca cruzar ríos con la bicicleta al hombro y el agua hasta las rodillas ya que los puentes están destruídos por quién-sabe-qué motivo.
Hace un calor sofocante que nos debería estar derrotando.
Pero nada de eso importa. Es como si nada nos pudiese frenar.

primera cruzada de río
segunda cruzada de río. Yo estoy al fondo

Nos detenemos a las cinco de la tarde, después de 75 kilómetros. El sol está a punto de esconderse. Aprovechando que nadie nos está viendo, entramos tan rápido como podemos dentro de una iglesia abandonada, con la intención de acampar sin que nadie nos moleste.

¡Seguuuuuro nadie nos va a molestar! ¿Acaso se te olvida que estás en África, Juan Pablo? ¡En África hay gente en todos lados! Todavía no he terminado de armar mi carpa, y la iglesia está totalmente rodeada por niños y mujeres observando todo lo que hacemos.

No tengo problemas con los niños, pero las mujeres me tienen nervioso. Me miran como depredadoras, analizando mis genes blancos de pie a cabeza. Para ellas soy un pedazo de filete asado a la parrilla. Quieren todo de mí. Una de ellas dice «No quiero casarme contigo. ¡Sólo dame un hijo!».

Me escondo dentro de mi carpa, y me echo a dormir a las siete de la tarde. Total de comida ingerida en el día: un pan, una coca cola, tres plátanos pequeños, y un plato de tallarines equivalente a 1/10 de lo que comería normalmente.
Me siento bien, y no tengo hambre.

Segundo día en el atajo.
Más calor, más arena, poco y nada de comida, y todavía sintiéndome bien. ¿Qué está pasando? Es como si le estuviera pidiendo prestada energía vital a Juan Pablo del futuro. Por cada hora de esfuerzo físico que gasto ahora, se me descuenta una semana de vida cuando se anciano.

Cuando hay arena, toca empujar la bicicleta

Llegamos a un tercer río que también tiene un puente destruido. A diferencia de los dos que cruzamos el día anterior, este es imposible de cruzar a pie. Tenemos que pagarle 30 centavos de dólar a unos tipos que nos ayudan a cruzar en canoas echas con la corteza de un árbol. ¿Arriesgar hundirse en un río africano con todas mis posesiones? ¿Por qué no? Me subo al bote sin pensarlo dos veces.

cruzar un río en la corteza de un árbol

A medida que nos adentramos más y más en la mitad de la nada, empiezo a notar algo raro en los niños. Sus estómagos. Están inflados como si fueran globos a punto de estallar. No sé si es verdad lo que voy a decir, pero antes de venir a África alguien me dijo que, cuando un niño se encuentra severamente malnutrido, su estómago se infla. De ser así, es la primera vez que veo niños desnutridos.

¿Alguna vez, cuando eras niño, te dijeron algo tipo: «Come toda tu comida. Hay niños en África que no tienen para comer»?

Recuerdo haber escuchado ese comentario más de una vez. La verdad, nunca me afectó. Al momento de comer, jamás pensé en niños en África a los cuales ni siquiera he visto sus caras. Es una realidad demasiado lejana. Difícil de imaginar.

La situación cambia cuando efectivamente ves a estos niños con tus propios ojos. Es imposible no verse afectado después de tener contacto con esta gente. Tu relación con la comida cambia. Ahora la valoro mucho más. Cuando estoy a punto de comer, efectivamente pienso en aquellos niños que no tienen para comer.

Viajar me ayuda a ver la realidad del mundo, por más cruda que esta pueda llegar a ser.
La frase «ojos que no ven, corazón que no siente» se invierte para convertirse en «ojos que ven, corazón que siente». Me pregunto si este cambio me acompañará cuando vuelva a mi vida normal en Chile. Espero que así sea.

Después de setenta kilómetros, nos detenemos a las cinco de la tarde en un pueblo diminuto. Me siento afuera del único local que vende comida. Me sirvo una Coca Cola medicinal. Axel disfruta de unas galletas. Tenemos que buscar un lugar para acampar.

En ese momento, llega a comprar comida un tipo de unos treinta años llamado Tony. De sólo verle los ojos, algo me da mala espina. No es necesario que diga nada para pensar que está loco, o al menos borracho. Compra un puñado de porotos tratando al vendedor con el más puro desprecio. Es repugnante. Quiero terminar la bebida para irme del lugar tan rápido como sea posible. No me cayó bien el loco Tony.

Acá va la peor parte. Al parecer, Axel no vio lo mismo que yo. Él y el loco Tony se hacen amigos, a pesar de que el 60% de lo que sale de la boca de Tony (un inglés precario) no hace sentido. Da la impresión de que dice cosas sólo para decirlas, aunque no fueran lo que realmente está pensando.

Al poco rato, Axel me pregunta, al frente del loco Tony, si me gustaría acampar en el jardín de este lunático. No tengo otra opción que decir que sí.
Quiero matar al sueco. Un día me ayuda a pasar los vómitos. Otro día me hace acampar afuera de la casa de un psicópata.

Adentrándonos por senderos de arena que salen del camino principal, llegamos a la casa del loco Tony. Es más que nada un bloque de cemento diminuto rodeado por un jardín de arena. Tiene un foco de luz que ilumina la noche (lo cual es sorprendente en estas partes de Mozambique), y no tiene baño. Hay que cagar en las plantas.
Su amable señora se encuentra en la entrada, separando miles de granos de maíz para posteriormente molerlos y cocinar ugali.

Armo mi carpa con decenas de niños mirándome, quienes se dedican a hacer mortales y acrobacias para llamar mi atención. Cuando termino, entro a la casa de Tony para intentar hacer amistades con él y darle las gracias. Al fin y al cabo, el tipo nos invitó a su casa. No puedo ser tan malagradecido.

Algo anda mal. Tony se encuentra acompañado por un sujeto tan loco como él. Están haciendo algún tipo de negocios. Ambos me ven entrar, y me invitan a acercarme.

«Do you wanna see something beautiful?», me pregunta el loco Tony.

«Sure», le respondo. «Por favor que no sea su pene», pienso.

El loco Tony abre un cajón, y me muestra un puñado de rocas de un color rosado. Bellísimas.

«Have you ever seen diamonds this big?», me pregunta.

«No…they are…beautiful….», le respondo.

Ahora sí que estoy incómodo. ¿Alguien me puede explicar cómo el loco Tony consiguió diamantes de ese tamaño? Porque yo no le quise preguntar. No puede haber una historia legal detrás de todo esto.
Quiero que el tiempo se acelere. Quiero esconderme en mi carpa y esperar a que pase la noche sin problemas ni más encuentros con el loco Tony.

El otro tipo se va, y Axel entra a la habitación. También se sorprende al ver los diamantes.

«Guys, you have to eat dinner with me and my wife. It will be ready in two hours», nos dice Tony.

¡Mierda! ¿Qué se hace ahora? Aparte de que estoy con un hambre terrible, no sé si quiero aceptar la invitación a comer de un tipo que me provoca tanto desagrado. Pero rechazarla puede ser visto como un insulto. Yo sólo quería dormir escondido entre medio de unos arbustos. Maldito Axel que me puso en esta situación.

Nos sentamos los tres en unas bancas pequeñas, esperando que los porotos se hiervan. La señora del loco Tony escapó por una hora para ir a ver su teleserie a una casa donde hay televisión. El loco Tony la llama «puta» una y otra vez por haberse ido sabiendo que tenían invitados. Nuestra conversación consiste en Axel y yo quedándonos en silencio mientras Tony dice disparates que nadie es capaz de entender. A veces grita, otras veces se ríe, y otras nos pega palmazos en las rodillas. Cada vez que me pega un palmazo, es como si un dementor me estuviese chupando el alma. El ambiente está tenso como película de terror. Un tipo como Tony es demasiado impredecible como para que estemos tranquilos.

Eventualmente, Axel me ve la cara de incomodidad, y le dice a Tony que estoy enfermo, y que debería ir a acostarme en mi carpa hasta que la comida estuviese lista. Él se quedará con Tony.
Gracias, Axel. Creo que cinco minutos más escuchando a Tony hablar mierda podrían haber terminado en encuentros desagradables entre él y yo.

Dos horas después, me llaman a comer. Estoy un poco mas tranquilo. La señora de Tony es un encanto, pero me da una pena terrible. Tony la sigue llamando «puta» al frente de nosotros. Ella lo mira con más miedo que cariño. Este hogar no está en paz.

A pesar de eso, los cuatro disfrutamos de un plato caliente de porotos con arroz. Es el primer plato caliente y de tamaño decente que como en tres días. Cuando Tony se quiere repetir, le quita comida a su señora.
Les doy las gracias, y me voy a dormir.

Último día de esta historia.
Son las seis de la mañana, y ya tenemos todo listo para partir. Tony nos quiere invitar a tomar desayuno, pero tanto Axel como yo le damos diez excusas distintas de por qué nos tenemos que ir de inmediato. No queremos pasar un solo segundo más en este lugar. No es fácil ser alojado por un tipo que no te cae bien.

creo que esta es la peor foto de mi viaje. ¿Notas la cara de miedo de la mujer de Tony?

Treinta kilómetros de pedaleo por arena nos deja a hora de almuerzo en un pueblo más grade que lo que veníamos viendo. Estoy en éxtasis. ¡Veo un restorán! El primero que encontramos en este «atajo» de tierra.

La dueña del restorán es un amor. Me siento en una mesa y pido un plato de arroz con huevos y ensalada de lechuga que demorará cuarenta minutos en estar listo. Lentitud africana.
Axel se va a caminar para pasar el rato.

Se me acerca un señor de unos cincuenta años.

«Che, te escuché hablar con la señora en español. ¿Eres chileno?», me dice.

«¡¿Quéeee?! ¿Un argentino en este lugar?! ¡¡Qué alegría!!», le respondo.

Nos quedamos conversando un rato. Él me cuenta un poco de su trabajo como geólogo en Mozambique, y yo le cuento un poco de mi viaje. Al final, me dice:

«Che, felicitaciones. Lo que estás haciendo es muy desafiante».
Nos estrechamos la mano, y se va.

Este argentino caído del cielo me deja con una sensación de orgullo que generalmente no suelo sentir.

Me miro las manos, completamente sucias por aceite. Todo mi cuerpo está cubierto por polvo.
Pienso en todo lo que pasó los últimos días.
Pienso en los vómitos a las afueras de la sala de clases, en los niños con malnutrición, en la señorita que quería mi hijo, en los cruces de río, en los caminos con arena, y en nuestro alojamiento con el loco Tony, emprendedor en el comercio de diamantes. No fueron días fáciles, pero se quedarán entre los mejores recuerdos del viaje.

Pienso en lo afortunado que soy.  Si tres días atrás me hubieran dicho que me sentiría tan bien a pesar de haber estado intoxicado y haber comido tan poco, jamás lo habría creído.

 Al parecer, cuando estás en una situación complicada y la única solución es seguir avanzando, el cuerpo responde. ¡Gracias cuerpo!

Quedan aproximadamente 1500 kilómetros para cruzar Mozambique, y 4000 para llegar a Ciudad del Cabo.



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Juan Pablo Toro
Juan Pablo Toro

Autor Deportista Nómade

África y las empanadas de pino

El otro día, esperando mi almuerzo con un hambre terrible, escribí en un post de Instagram acerca de cómo se parece comer una empanada de pino con mi experiencia en África. Lo que escribí fue más o menos así:

«Nada más rico que una empanada de pino, ¿no?

Vas lentamente disfrutando cada mordisco de este maná caído del cielo cuando, de repente, muerdes la aceituna.

¡Mierda! No estabas atento.

El 90% de la empanada es rica, pero siempre va a estar ese 10% maligno -la aceituna- que puede aparecer en cualquier momento y arruinar tu experiencia.

Lo peor, es que nunca sabemos dónde está esa maldita aceituna. Esto provoca una incertidumbre y tensión que hace que tengamos que estar atento todo el tiempo. Comer una empanada de pino puede llegar a ser agotador.

África para mí es similar. Disfruto el 90% del tiempo entre pedalear por regiones bonitas, conocer gente buena y probar platos ricos. Pero existe un 10% maligno, una «aceituna africana», que puede arruinar mi día de un momento a otro. Debido a esto, tengo que estar atento en todo momento.

Esta aceituna africana se manifiesta de diversas formas:

Puedo estar cruzando un parque nacional increíble, disfrutando de ver zebras y jirafas, y de un momento a otro hago enojar a un búfalo que se lanza a correr a toda velocidad hacia mí.

Puedo estar pasando por un pueblo lleno de gente alegre y simpática, y de repente aparece un borracho sin camisa gritando «OEEEE MZUNGU WE WEEE» (no sé qué significa), alzando un machete sobre su cabeza.

Puedo estar tomando una cerveza exquisita al final del día, sin darme cuenta que hay mosquitos portadores de malaria picándome las piernas.

Puedo estar pedaleando por un camino tranquilo, disfrutando de pensar en poco y nada, cuando me encuentro con un enjambre de moscas tse tse que me pica todo el cuerpo y me hace agonizar de dolor.

Creo que se entiende el punto. Tengo que estar atento cada hora del día, con tal de no seguir mordiendo aceitunas.»

Eso fue lo que escribí en Instagram. Pero la descripción no fue correcta. Durante los siguientes días, estuve pensando en una comparación más acertada.

África no es una empanada de pino regular, de esas que son del porte de la palma de tu mano y tienen una sola aceituna.
África es la empanada de pino más grande de la historia. Es deliciosa, pesa dos kilos, y tiene cincuenta aceitunas repartidas en lugares aleatorios.

Esta empanada es suficientemente grande como para cansarse con solo mirarla. Es suficientemente grande como para decir «no puedo creer que pretenda comer algo así». Y tiene suficiente cantidad de aceitunas como para al mismo tiempo observarla con miedo y pensar «este es el desafío más difícil de mi vida».

Además, acabo de comer un aperitivo de papas fritas que llenó gran parte de mi estómago. Seis meses pedaleando por Medio Oriente antes de ir a África no es menor.

¿Por qué comer esta empanada de pino de dos kilos?

No existe un por qué. No existe una razón profunda, algo tipo «esta empanada me llevará a la iluminación». Nada de eso.
Lo único que existe, es curiosidad. Necesito, de todo corazón, saber cómo es comer la empanada más grande de la historia.
Y también me pregunto si soy o no capaz de comer una monstruosidad de este calibre. Si logras comer una empanada de pino de dos kilos, eres capaz de cualquier cosa, ¿no?
En otras palabras, ¿Cómo será cruzar África en bicicleta?

Comiendo la empanada de dos kilos

Entonces te tomas un avión a Kenya, y empiezas a pedalear en dirección a Sudáfrica. Le estás dando el primer mordisco a la empanada. Te das cuenta que tiene un sabor adictivo. Quieres más.

Al par de días te ataca un búfalo. Tu primera aceituna. Logras salir del problema sin daño físico, y sacas dos conclusiones:
1)Tienes que estar más atento para no comer aceitunas.
2)Las aceitunas son malas, pero es posible salir adelante si no logras evitarlas.

Sigues pedaleando por Uganda.
Te estás llenando poco a poco con la empanada, pero sigues estando bien de mente y cuerpo. Sabes que estás recién empezando con este desafío. ¡No llevas ni 1/10!

Entras a Rwanda. El país de las mil colinas, poblado con gente que te dice «Give me money» en vez de «Hello».
Ya estás lleno. Crees que no eres capaz de darle otro mordisco a la empanada. Tu cuerpo y tu mente está empezando a fallar. Es lo más lleno que has estado en tu vida. Pero en un instante de claridad mental, te preguntas «Si sé que no doy más, ¿pero qué pasa si le doy otro mordisco?».
Das ese mordisco, y ves que sigues estando bien, sin ganas de vomitar. Piensas «Interesante, al parecer estoy conociendo nuevos límites».
Sigues pedaleando.

Pasas por Burundi, el país más pobre del mundo.
A lo largo del camino, te encuentras con gente de todas las edades que grita para apoyarte.
Te sientes como si la noticia de que te estás comiendo una empanada de dos kilos se ha hecho famosa, y ahora hay gente intentando alentarte para que logres terminarla.

Después de Burundi, tus primeros días en Tanzania te llevan a una crisis existencial. Al parecer, el cocinero no era muy higiénico, y no se dio cuenta que dentro de la empanada había una cucaracha.
Estás paralizado por el asco, sin saber qué hacer. Tienes dos opciones:
1)Puedes comerte la cucaracha, y seguir con el desafío de completar toda la empanada.
2)Puedes sacar la cucaracha con una cuchara, y seguir con el resto. Lo malo de esta opción, es que no serías capaz de decirle al resto de la gente «me comí toda la empanada».

Después de un tiempo de reflexión, te decides por la opción dos. Sabes que es lo correcto. Si no, habrías estado comiendo esa cucaracha sólo por ego, sólo por demostrarle al mundo que eres alguien fuerte. Este desafío no se trata de eso.
Te tomas un bus que te ayuda a cruzar el trayecto de Tanzania lleno de moscas tse tse que no quieres hacer, descansas unos días en una isla llamada Zanzíbar, y sigues adelante con la bicicleta.

Entras a Malawi junto a tu amigo Axel, un sueco que también ha decidido intentar comer la empanada de dos kilos. Él también está lleno.
Su compañía es motivante. Se siente bien saber que hay otras personas teniendo una experiencia similar a la tuya. Largas conversaciones sobre el pedal te ayudan a seguir comiendo la empanada sin tanto sufrimiento.

Eventualmente, llegas a la mitad de la empanada. 4.000 de 8.000 kilómetros. Es donde estoy ahora, justo antes de cruzar a Mozambique.

Créeme cuando te digo que estoy lleno, pero la empanda sigue estando suficientemente rica como para cada día decir «Un mordisco más. No puedo dejarla ahora». Voy pedaleando por caminos lindísimos potenciado por piernas que no entiendo cómo siguen funcionando, y a cada rato me encuentro con gente maravillosa que me sonríe de oreja a oreja.
África estará lleno de aceitunas, pero tiene un encanto adictivo que hace que siga queriendo estar aquí. ¿Le habrán puesto algún tipo de droga a esta empanada?

Miro hacia atrás, y no puedo creer que ya me he comido un kilo de la empanada. Pienso en lo resistente que me he vuelto gracias a esta experiencia. He comido tantas aceitunas, que ya me estoy acostumbrando a ellas.

Miro hacia adelante, y no puedo creer que me falta comer otro kilo.

Sé que esta otra mitad va a seguir estando rica, pero no puedo negar que estoy lleno. Así que para completar esta segunda parte, planeo seguir usando una estrategia implacable que llevo aplicando desde inicios del viaje:

Un bocado a la vez.

En vez de pensar que me quedan 4.000 kilómetros para llegar a Capetown, me concentro en los siguientes cinco kilómetros que tengo que hacer para llegar al siguiente pueblo. Poco a poco, cinco kilómetros se convierten en diez, y diez kilómetros se convierten en ochenta. Me toma todo el día hacer esta distancia. Y varios días de ochenta kilómetros, tarde o temprano, suman cuatro mil. No me daré ni cuenta, y habré terminado la empanada.

¡Vamos por más!

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Juan Pablo Toro
Juan Pablo Toro

Autor Deportista Nómade

Crecimiento espiritual en…¿¿Un viaje en bus??

31 de Marzo de 2021.

Estoy en Uvinza, un pueblo situado al oeste de Tanzania.
¿El plan? Pedalear mil kilómetros en dirección sur para llegar a la frontera con Malawi.

El plan

Decirte que estoy sufriendo es poco. Se nota la angustia en mi cara y en el lenguaje corporal cabizbajo que tengo. Tengo una mirada  que se pierde en el vacío una y otra vez porque estoy pensando demasiado en mis temores.

La raíz del problema no es el lugar donde estoy ni la gente que me rodea, sino más bien el pronóstico de mi futuro cercano. Los mil kilómetros que tengo que pedalear no son cualquier desafío.

Para empezar, estamos en temporada de lluvias. Eso, combinado con el camino de tierra, provoca un barro que se pega en cada engranaje de la bicicleta, y hasta ahí llegaste. Puedes estar en la mitad de la nada, y quedarte en pana ya que no hay caso con desatascar la bicicleta.

Barro atasca bicicletas

Segundo: esta es una de las regiones más inhóspitas de Tanzania. Entre el pueblo donde estoy y el siguiente hay doscientos kilómetros sin gente. Y la comida en cada pueblo es limitada. Difícil, por no decir imposible, encontrar una lata de atún o porotos para tener reservas en caso de que pase algo en un tramo sin gente.

Tercero: animales salvajes. En la mitad de esos mil kilómetros tengo que cruzar el parque nacional Katavi, que tiene leones, hipopótamos, y otras bestias que feliz me usan de postre. Además, está prohibido cruzar el parque en bicicleta. Si me pillan, estoy en problemas.

Por último, tse tse flies. Unas moscas parecidas a los tábanos que tenemos en el sur de Chile, pero mil veces más malignas. Según mucha gente, son los peores bichos del planeta. Y están a lo largo de cientos de kilómetros que tengo que cruzar.

Entonces, tengo acumulados muchos posibles problemas que, combinados, forman un futuro terrible.

Por primera vez en el viaje, tengo adelante un desafío que no quiero llevar a cabo. No sé a qué le tengo más miedo: a morir, o a ser recordado como el pelotudo que se lo comió un león.

A pesar de todo lo que acabo de decir, hay una voz en mi cabeza que insiste en que vaya al peligro. Esta voz es un viejo enemigo. Es mi ego.
Este enorme ego que tengo me recuerda una y otra vez que tengo que hacer todo mi viaje en bicicleta. De otro modo, no le podré decir al resto del mundo lo aventurero que soy.
Es muy distinto completar el 100% de tu viaje en bicicleta, a completar el 90% en bicicleta, pero saltarte el 10% más desafiante.

¿Cómo puede ser que esté a punto de pasar tanto peligro sólo por ego?
Por un momento me acuerdo de las historias de montañistas que insisten en hacer cumbre en circunstancias peligrosísimas sólo porque no quieren fracasar, y terminan muertos.

No quiero que me pase lo mismo.

Me hago la siguiente pregunta: ¿Qué haría si no tuviera un ego que alimentar?

La respuesta es obvia: ¡¡Tómate un bus a un lugar más seguro!!

Así que eso decido hacer. Por primera vez en África, tomaré un bus. El nuevo destino es Dar es Salaam, al Este de Tanzania. De ahí me puedo tomar un ferry a Zanzíbar, y decidir qué hacer tomando jugo de coco en la playa.

El nuevo plan. Esta vez en bus

Son las cuatro de la tarde, y voy camino a comprar un ticket.
Estoy más desanimado que antes. No puedo creer que esté a punto de subirme a un bus. ¡Derrota absoluta! Acabo de pegarle una patada en los cocos a mi ego. Maldita babosa incapaz de completar desafíos difíciles.

Compro el ticket. Es para mañana a las 7.00 am. Sólo para confirmar, le digo a Barak, el vendedor, que estaré esperando el bus a las 6.50.

-No, no, no. El bus sale de aquí a las 1 de la mañana -me responde en inglés.

-¿¿Qué?? ¡Pero si en el ticket está escrito que tenemos que presentarnos a las 6.30 para salir a las 7!

-Lo sé, pero el bus sale a las 1. Tienes que estar aquí antes de las 1.

Algo no me calza. Decido quedar como alguien que no entiende de números, y preguntarle a Barak cuatro veces consecutivas a qué hora sale el bus. Él insiste en que el bus sale a las una.

-Ok. Confío en ti -le digo-. Estaré aquí esperando el bus en menos de 9 horas.

-Sí, nos vemos.

Paso toda la tarde descansando en una pieza, duermo dos horas, y a las 12 de la noche suena mi alarma para empezar a moverme. Llego al paradero de buses a las 12.40. Aparte de dos tipos que están llorando de la risa viendo videos en un teléfono, el pueblo está vacío. Me siento a esperar.

1 am. El bus no ha llegado.

1:30 am. El bus todavía no llega.

2:00 am. ¿Dónde está el bus? Me duele el culo de estar tanto rato sentado en el cemento.

2:30 am. ¡El bus se ha atrasado una hora y media! ¡Quiero dormir!

Me acerco a los dos tipos que están sentados a unos cuantos metros de mí, y les pregunto a través de Google Traductor si me pueden ayudar llamando a Barak.
Uno de ellos hace como que entiende, y me responde en Swahili: «El Señor es Todo Poderoso. Que el Señor te bendiga».

Creo que este señor no me entendió. Vuelvo a escribir el mensaje, imposible más claro. Además, hago gestos con las manos para que no haya dudas que necesito usar su teléfono.

Me responde: «Salve el Señor Jesús!».

¡¡La mierda!!

A las 3 de la mañana llega un tercer sujeto. Este tipo es mi salvación. No sólo habla un poco de inglés, sino que también tiene plata en su teléfono. Logramos despertar a Barak, quien dice que estará aquí en cinco minutos (cinco minutos africanos = entre 30 minutos y tres días).

3.30 de la mañana. Llega Barak, manejando una moto llena de luces fosforescentes pegadas por todos lados.

-¡Barak! ¡Qué le pasó al bus! -le digo.

-Sorry sorry sorry. Viene a las siete de la mañana.

A continuación, armo una de esas escenas de películas de Hollywood donde un latino enojado grita en español una combinación de insultos que claramente son inentiligibles para cualquiera que no habla español. Es algo más o menos así:

-¡¡LA CONCHATUMADRE!! ¡¡ME DIJISTE A LAS 1!! ¡¡A LAS 1!! ¡¡TE PREGUNTÉ CUATRO VECES!! ¡¡POR LA MIERDA!! ¡¡NO PUDE DORMIR!!

Barak se queda callado. No hay nada que tenga que decir. Y yo ya me desahogué. Así que vuelvo a la pieza donde estaba durmiendo, para descansar otras tres horas antes de la verdadera partida del bus.

7:00 am. ¡Sorpresa! Llega el famoso bus. Está suficientemente viejo como para que uno se pregunte si será capaz de aguantar 1400 kilómetros para llegar a Dar es Salaam. El ayudante del conductor mete mi bicicleta en el maletero con una agresividad que me provoca dolor físico sólo por ver cómo la están maltratando.
Si hay algo seguro, es que mi bici no saldrá viva de este bus.

El bus está lleno. Me sientan en la primera fila. Mi compañera de asiento debe tener unos treinta años, y necesita de todo su asiento y un tercio del mío para que parte de su cuerpo no quede en el pasillo. Pequeña no es. Y no se le ve alegría en la cara, ahora que tendrá que compartir asientos con un hombre blanco por horas y horas. Después de una que otra maniobra, ambos logramos acomodarnos con nuestros cuerpos pegados de hombro a talón. Hay una conexión física entre nosotros, literalmente.

A continuación, 21 horas de viaje en bus.

21. HORAS.

¿Eres capaz de imaginarte cómo es viajar 21 horas en bus por África?

Albert Einstein estaba en lo correcto con su tiempo relativo. Estas 21 horas se convierten para mí en lo que parece ser toda la historia de la humanidad.

Lo peor, es que tengo el reloj justo al frente mío. Veo la hora, y son las 7.10. Observo el paisaje, medito, vuelvo a observar el paisaje, vuelvo a meditar, veo el reloj nuevamente, y son las 7.13. Así de lento pasa el tiempo.
Te acabo de relatar 3 minutos, ahora intenta proyectarlo 21 horas.

Al poco rato, mi compañera de asiento decide que quiere dormir. Pero su respaldo está muy incómodo, así que se gira para quedar con sus piernas en el pasillo y apoyando su espalda en mí. ¿Acaso cree que soy un cojín? Su media tonelada de peso me aplasta a tal punto que me cuesta respirar. Pero acá va lo más raro de todo: me siento cómodo en esta posición.

El bus tiene dos conductores. Cuando uno maneja, el otro duerme de forma tal que, si chocamos, sale por la ventana como si fuera una jabalina

Me pongo los audífonos para entretenerme escuchando un poco de música, pero la batería se agota a la hora. No queda otra que reflexionar sobre los últimos días.

¿Cómo puede ser que mi ego sea tan grande como para haber estado a punto de hacer ese camino mortal en el oeste de Tanzania?

La única razón por la cual hubiese hecho ese camino de mierda era poder decirle al resto del mundo que fui capaz de hacer todo mi trayecto de África en bicicleta, sin el apoyo de vehículos motorizados.

En otras palabras, ya no importa si lo paso bien o mal. No importa si es seguro o peligroso lo que esté a punto de hacer.
Lo único que importa es que el ego sea satisfecho.

Demostrarme a mí y al mundo lo fuerte que soy.

¿En qué momento se me olvidó que lo importante de viajar es  conocer lugares por curiosidad pura, y no satisfacer al ego?

¿Qué otras cosas estoy haciendo por aparentar ser alguien interesante, y no porque realmente me interesan?

Paradas a comprar comida

Este bus, este maldito bus, resulta ser la medicina que necesitaba, y llegó justo en el momento preciso. Es un recordatorio de que debo evitar tomar decisiones por ego y orgullo, y empezar a elegir caminos de vida que realmente me interesan. Dejar de esforzarme por impresionar a otros, y aprender a aceptarme a mí mismo, tanto en lo bueno como en lo malo.

Este bus, este maldito bus, se siente…correcto. En menos de un día, todas mis preocupaciones sobre mi futuro cercano (tse tse flies, lluvias, animales salvajes, etc) desaparecen. Mi cara pasa de ser una de angustia a una  de calma absoluta.
Sí, querido lector. Leíste bien. En medio de este bus de 21 horas con esta señora que me aplasta sin piedad, el lugar más incómodo del universo, encuentro paz interior. Es lo mejor que me he sentido en días. Respiro con calma, duermo entre diez y veinte siestas, disfruto de seguir reflexionando acerca de poco y nada, y contemplo el paisaje. Estoy feliz.

Llego a las 4 de la mañana a Dar Es Salaam. El bus me deja a diez kilómetros del centro, donde quiero dormir. Armo mi bicileta, y empiezo a pedalear. Empieza a caer la lluvia más fuerte que he visto. Es una ducha, más que una lluvia. Las calles se convierten en ríos. Las cañerías subterráneas se inundan, y esto provoca que el agua por la cual estoy pasando sea una mezcla de aguas servidas, tierra, y mierda en general.

Llego a un hotel en el centro de la ciudad empapado, con olor a caca, y con los ojos inyectados en sangre por haber dormido tan mal los últimos días.

Nada de eso importa. Hoy vencí a mi ego. Estoy en paz.

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Juan Pablo Toro
Juan Pablo Toro

Autor Deportista Nómade