El problema de las carpas

Esta historia es de antes de los viajes en bicicleta.

Coyhaique, Chile. 26 de Diciembre de 2017.

Me encuentro en el centro de la ciudad empezando un nuevo mochileo en la Carretera Austral. Esta vez estoy acompañado por tres amigos de la universidad. Uno es Fuica y los otros dos se llaman Tomás. Para distinguirlos, les vamos a decir Tomacho y Urce.

¿La idea? Hacer dedo para llegar ese mismo día a la empezada del trekking en la Reserva Nacional Cerro Castillo. Después vendrían cuatro o cinco días de caminata por un valle paradisíaco.

Fácil. Son sólo 50 kilómetros de viaje a dedo para llegar a la entrada. No debería haber problemas.

Es muy difícil que una camioneta nos recoja a los cuatro, así que para que nos lleven más rápido, decidimos que lo mejor que podemos hacer es separarnos en dos parejas. Los Tomases van juntos, y yo me quedo con Fuica. Fuica atrae mala suerte, pero yo no sé esa parte.

Yo había hecho el trekking años atrás, así que antes de separarnos, le aclaro a los Tomases dos cosas:

1)No hay señal en la entrada del trekking, así que no nos podremos contactar.

2)La entrada del trekking está varios kilómetros antes de la Villa Cerro Castillo. Si es que llegan a la villa, significa que la cagaron.

Al poco rato, una camioneta se detiene y se lleva a los Tomases. ¡Todo bien! Ahora sólo faltamos Fuica y yo. Recién ahí nos damos cuenta de que los Tomases se llevaron las dos carpas que tenemos, lo cual nos obliga a encontrarnos nuevamente ese día a como dé lugar. No hay problema. Seguro nos va a ir bien.

Pero la mala suerte que acarrea Fuica se hace presente, y pasan horas sin que nadie nos lleve a dedo.

Son las siete de la tarde. Oscurece en un par de horas. Recién ahí para una segunda camioneta. Nos subimos al pick up, y aguantamos cincuenta kilómetros cagados de frío hasta llegar a la entrada del parque. Menos mal, porque si no nos llevaban no íbamos a poder encontrarnos con los Tomases, y al no tener carpas íbamos a tener que dormir en la intemperie.

El que escribe (izquierda) y Fuica (derecha)

Pero llegamos a la entrada del parque, y nos sorprendemos al ver que estamos sólo Fuica y yo.
¿Dónde mierda están los Tomases? ¡¡Les dijimos que nos esperen en la entrada!!

Nos empezamos a preocupar. Es demasiada la incertidumbre. Necesitamos saber dónde están nuestros amigos, pero al mismo tiempo no tenemos señal en el teléfono para contactarnos con ellos. ¡Mierda!

Lo único que queda es ser racionales. Hay que ponerse en los zapatos de los Tomases y pensar qué carajo hicieron para lograr no estar en la entrada.

Una opción es que hayan pasado de largo y ahora estén en la Villa Cerro Castillo, pero no pueden ser tan weones, porque nosotros les dijimos que se tenían que bajar antes.

Otra opción es que los hayan secuestrado.

La tercera opción es que, al ver que nosotros no llegábamos en varias horas, hayan decidido empezar el trekking y caminar hasta el Campamento 1 para instalar las carpas y esperarnos ahí.
Tiene sentido.

Asumiendo que los Tomases no son tan pavos como para pasarse y que no los secuestraron, Fuica y yo decidimos que lo mejor es ir a buscarlos al Campamento 1.
Y eso hacemos.

Empezamos a caminar, ya haciéndose de noche y sin tener carpa.

El problema ahora es que no sabemos qué tan lejos está el campamento 1, entonces nos puede pasar que caminemos horas y que se haga de noche y que aún no lleguemos, y que no tengamos donde dormir, y que a Fuica lo ataque un puma porque atrae mala suerte, y yo salgo corriendo aprovechando que el puma se está comiendo a mi amigo, y encuentro una cueva en las montañas, y termino viviendo años como un ermitaño preguntándome cómo la historia pudo terminar así.

Pasan dos horas de caminata. En ese tramo tenemos que cruzar tres ríos helados con agua que te llega hasta las rodillas, donde en cada uno hay que darse el cacho de sacarse y ponerse las botas y calcetines.

Se empieza a poner oscuro, y todavía no llegamos al campamento 1. Y no sabemos cuánto queda. Justo ahí vemos una casucha abandonada a orillas del camino. Se ve frágil, suficientemente frágil como para que uno sea capaz de botarla con una patada fuerte. Pero puede servir como reemplazo de la carpa. Fuica y yo decidimos que es mejor dormir ahí comparado con poner el saco de dormir en el pasto. El lugar está sucio y probablemente lleno de caca de ratón portadora de virus Hanta, pero nada que hacer. Comemos tallarines y nos acostamos.

Primera noche, y todavía no encontramos a nuestros amigos.

dentro de la casucha
la casucha por fuera

A la mañana siguiente arreglamos todo rápido, y caminamos con toda la motivación del mundo sabiendo con seguridad que nos encontraremos con los Tomases en el campamento 1.

Un par de kilómetros de caminata y una cuarta cruzada de río nos deja en el campamento 1 y…

¡Sorpresa!

No están los Tomases.

En ese momento pasamos de cambio, y la preocupación que veníamos trayendo pasa a ser preocupación excesiva. ¡¡Dónde están!!

Se pone a llover.

Si o sí tienen que estar en el Campamento 2. Está sólo a un par de kilómetros. ¿Dónde más podrían estar?

Con lluvia y un frío de ese que te hace estar de mal humor, caminamos hasta el campamento 2 para confirmar, con total seguridad, que los Tomases no están en ninguno de los dos campamentos.

Volvemos al campamento 1, porque ahí hay una cabaña de guardabosques que parece estar abandonada. Quizás podemos entrar y servirnos un café y refugiarnos de la lluvia y pensar qué hacer ahora.

Efectivamente, los guardabosques no cerraron la puerta trasera de la cabaña, y Fuica y yo entramos asegurándonos de que nadie nos vea. Si llegase a pasar que nos encuentre un guardabosques inspeccionando el lugar, nos va a llegar un reto tremendo.
Vale la pena el riesgo. Tenemos frío, y no tenemos carpa.

Hay un segundo piso donde podemos poner nuestros sacos de dormir sin que nos vean por las ventanas. Si es que llega un guardabosques quizás podemos quedarnos callados y pasar piola.

Mientras calentamos el agua para hacernos un café, tenemos una sola pregunta dando vuelta por nuestras cabezas:

¿Dónde están los Tomases?

Mientras tanto….la situación de los Tomases

Urce y Tomacho se suben a la camioneta con las dos carpas del grupo, y al cabo de un rato llegan a la entrada del parque. Saben que nosotros venimos detrás, así que se sientan a esperar.

Esperan, y esperan, y seguramente se ponen a tirar piedras a un cartel para matar el tiempo, y probablemente Urce va a las plantas a cagar porque sé que caga hartas veces al día y que no está bien de la guata. Y siguen esperando.

¡Se está haciendo tarde! ¿Dónde están Toro y Fuica? ¿Cómo puede ser que no los hayan llevado en tanto rato? Ellos, al igual que yo, todavía no saben que Fuica atrae mala suerte.

Los Tomases deciden actuar con lo que ellos definen inteligencia, y entran al parque tan sólo unos metros para armar la carpa y esperarnos ahí. Tiene sentido. El tema está en que no quieren armar la carpa justo arriba del camino, entonces se apartan del sendero y se instalan entre medio de unos árboles.

¿Qué tan visibles se instalaron?
Suficientemente poco visibles como para que sus dos amigos, con cuatro ojos sanos, no lograsen verlos y pasaran de largo al Campamento 1.

Entonces, mientras Fuica y yo estamos preguntándonos dónde mierda están los Tomases, los Tomases están preguntándose dónde mierda están Toro y Fuica.

Se ponen en nuestros zapatos para intentar achuntarle a nuestra ubicación. Hay tres opciones:

1)Puede ser que ningún auto nos haya recogido a Fuica y a mí, y que por lo tanto sigamos en Coyhaique.

2)Puede ser que nos hayan secuestrado.

3)Puede ser que hayamos pasado de largo y estemos en Villa Cerro Castillo. Pero Toro no puede ser tan weon, si él mismo dijo que había que parar antes. Él sabía dónde estaba la entrada.

No queda otra que esperar.

Lo bueno, es que los Tomases tienen las carpas para dormir.

Lo malo, es que de toda la comida del grupo sólo tienen las compotas de fruta y unas barritas de cereales. Fuica y yo tenemos los tallarines, la salsa de tomate, y el café.

Pasa la primera noche.

Al día siguiente, Tomás y Tomás pasan toda la mañana esperándonos. Ellos no saben que nosotros estamos haciendo lo mismo, pero en el Campamento 1. Tiene que haber pasado algo malo.

Deciden que lo mejor es que uno de ellos vuelva unos kilómetros en dirección a Coyhaique hasta recuperar señal de teléfono, y así poder contactarse con nosotros.

Urce se pone a hacer dedo, y mientras espera, observa cómo unos arrieros rompen una cerca para hacer pasar unas vacas que tenían en el campo. Qué raro. ¿Por qué habrán roto la cerca? Totalmente innecesario. Llega un camión, los arrieros suben a las vacas, y aprovechan también de subir a Urce.

Acarrean a mi amigo unos cuantos kilómetros, hasta que encuentran señal. Urce intenta llamarnos. No le contestamos, porque Fuica y yo, que estamos en el campamento 1, tampoco tenemos señal. Se sube a una camioneta para llegar de vuelta a la entrada del parque.

De vuelta en la entrada del parque se encuentra con un grupo de arrieros a caballo que, urgidos, le preguntan «¡¿¿Hay visto a unos weones que se robaron unas vacas??!»

«¡¡Sí!!» responde Tomás, «¡Van camino a Coyhaique!»

«¡¡Gracias!!» le dicen los arrieros. Parten galopando a toda velocidad camino a Coyhaique buscando a los ladrones que les robaron las vacas.

Un par de horas después, mientras Urce está intentando comprender lo que acaba de pasar, se encuentra denuevo con los ladrones de vacas manejando el camión. Esta vez van en la dirección contraria. Suben al camión un segundo grupo de vacas. Saludan a Urce y siguen de largo. Tomás está vuelto loco intentando buscar una manera de contactar a los dueños de las vacas a quienes acaba de enviar en la dirección contraria. Pero no hay nada que hacer.

Los Tomases pasan el resto del día esperando, y leyendo, y conversando, y contentándose con compota.

La situación en el Campamento 1

Como no sabemos dónde están los Tomases, no se nos ocurre nada mejor que esperar refugiados en la cabaña del guardabosques en el campamento 1. Suponemos que eventualmente a los Tomases les entrará la lógica y se darán cuenta que nosotros tenemos que estar aquí, que no hay otra opción. No tiene sentido volver caminando a la entrada del parque, porque no tenemos cómo saber si ellos están ahí o no. Son trece kilómetros con varios cruces de río. La flojera nos supera.

Lo bueno, es que estoy acompañado por Fuica. Mi idea es sentarme con él a tomar café y hablar de la vida hasta que encontremos la iluminación espiritual o hasta que lleguen los Tomases. Cualquiera de las dos. Suena como un buen panorama. Pero lo que termina pasando es que por las siguientes dos horas nos dedicamos a discutir sobre potos y tetas, y después Fuica se va a dormir una siesta de seis horas, para despertarse justo cuando la cena de tallarines con salsa de tomates está lista. ¿Cómo puede dormir tanto?

Lo único bueno del día, es que a lo largo de la tarde, mientras Fuica duerme y yo miro el techo, pasan por el campamento otros viajeros caminando en nuestra misma dirección. Cuando les pregunto si han visto a dos sujetos llamados Tomás, afirman haber visto una carpa color azul instalada en la entrada del parque.

¿Cómo podemos asegurarnos de que los dueños de la carpa azul son los dos Tomases? ¡No sabemos de qué color es una de las carpas! Sólo sabemos que mi carpa, que la tienen ellos, es naranja. Quizás la otra puede ser roja, o verde, o quién sabe.

Poco rato después, pasan caminando dos alemanas que están haciendo el trekking en la dirección contraria a nosotros, y que por lo tanto llegarán esa misma tarde a la entrada del parque. Les pedimos ayuda. Ellas aceptan. Escribo en el celular de una de ellas el siguiente mensaje, para que se lo muestren a los Tomases en el caso de que ellos sean los dueños de la carpa azul:

«Hoy es 27 de Diciembre. Estamos en el primer camping, a un día de caminata de Villa Cerro Castillo. Jurábamos que ustedes iban a estar aquí. Si ustedes no llegan mañana 28 al camping supondremos que no se encontraron con la dueña de este celular y están en el pueblo. Entonces caminaremos a Villa Cerro Castillo el 29. Llegaremos ese mismo día o el 30. Abrazo».

Comemos tallarines con salsa de tomates, y nos acostamos a dormir.

Van dos noches sin encontrarnos con nuestros amigos.

Al tercer día pasan más y más viajeros. Todos aseguran haber visto la carpa azul, pero no saben quiénes estaban adentro. Muy probablemente son los Tomases. ¿Serán ellos? ¿Habrán recibido el mensaje? Si no lo reciben, al día siguiente tenemos que despertarnos al alba y hacer una maratón para llegar a Villa Cerro Castillo.

Pasan las horas. Fuica duerme. Yo salgo a caminar, pero al minuto veo lo que yo creo que es caca de puma. Me acuerdo que una vez cuando chico un gaucho me mostró caca de puma, y me llamó la atención ver que la caca tenía pelos.
La cosa es que esta caca también tiene pelos, y no quiero toparme con un puma estando solo, así que vuelvo a la cabaña a observar cómo Fuica duerme.

En la tarde llega a la cabaña el hermano chico de Tomacho. Resulta que él también estaba haciendo un mochileo por la carretera austral. Nos confirma con toda seguridad haber visto a su hermano acampando al principio del sendero, cagado de hambre a pura compota.

Al fin aclaramos que los dueños de la carpa azul al principio del sendero son los Tomases. Ahora sólo nos queda confiar en que las alemanas se encontraron con ellos y les entregaron el mensaje, y a lo largo de la tarde deberían llegar.

El hermano chico de Tomás se va. Fuica sigue durmiendo. Yo me meto a mi saco, pero no puedo calmar la preocupación. Desde el segundo piso se puede ver por un ventanal la entrada del campamento 1, entonces uno puede comprobar si pasa alguien o no.
Me levanto cada diez segundos para revisar si es que han llegado los dos Tomases.

Se hace tarde. Está a punto de oscurecer. ¡¡Cómo puede ser que no lleguen!! Malditas alemanas, seguro no entregaron el mensaje. Hace más de un día que estuvimos con ellas.

Estoy a punto de perder la esperanza. Ya es demasiado tarde. Me levanto por milésima vez para ver la entrada del parque. Grito como nunca.

Los Tomases están entrando al campamento.

«¡¡¡Fuica!!! ¡¡Llegaron weon llegaron!!», bajamos de cabeza al primer piso, y los cuatro nos saludamos de abrazo y gritos, celebrando como si hubiésemos ganado un mundial.

reencuentro con los Tomases

Explicando lo que pasó con los Tomases el último día

Entonces, la primera noche los Tomases no nos vieron e instalaron la carpa azul en la entrada.

El segundo día pasó el problema de los ladrones de vacas, y nuevamente no nos encontraron. Estaban tanto o más preocupados que nosotros. En ningún minuto pensaron que nosotros los habíamos pasado y estábamos en el campamento 1.

El tercer día pasaron todo el día esperando. La preocupación era insoportable. Algo malo nos tenía que haber pasado.

Tipo 7 de la tarde, Urce entra a la carpa. Le llama la atención un papel blanco. Él es ordenado dentro de la carpa, así que por lo general no deja papeles tirados. Lo da vuelta. Es una nota que tiene escrito exactamente lo que yo había descrito en el celular de la alemana. Tomás grita de la emoción, y corre hacia la carretera, donde se encuentra el otro Tomás haciendo dedo para ir a Villa Cerro Castillo a ver si estamos ahí.

«¡¡Para!! ¡¡Fuica y Toro están en el campamento 1!!».

Guardan la carpa a toda velocidad, y parten caminando a las 8 de la noche. Saben que, si no llegan esa misma noche, a la mañana siguiente Fuica y yo partiríamos caminando a Villa Cerro Castillo, porque eso le escribimos en el mensaje.

Resulta que el día anterior las alemanas llegaron a la carpa azul, pero no encontraron a ninguno de los dos Tomases dentro. Probablemente cada uno estaba cagando en el bosque. Esperaron y esperaron, sin saber que ambos Tomás cagan lento. Finalmente, una de las alemanas decidió anotar mi mensaje en un papel, y dejarlo dentro de la carpa con la esperanza de que alguien lo encuentre.

la nota

Urce se demoró casi un día en encontrar el mensaje, pero lo encontró. Y ambos llegaron al campamento 1 una noche antes de que Fuica y yo siguiéramos caminando a Villa Cerro Castillo.

Volviendo al Campamento 1

Después de la alegría del reencuentro, los cuatro amigos entramos a la cabaña del guardabosques para cocinar y dormir.

Lo primero que dice Urce cuando entra a la cabaña es «Está todo lleno de caca de ratón. Tenemos que acampar fuera».

Ese año había un brote de virus Hanta en la Patagonia. El virus se transmite a través de la caca de ratón, especialmente en lugares cerrados. Fuica y yo llevábamos dos días dentro de esa cabaña. Cuando se acostaba en el saco, Fuica tenía al lado de su cabeza un montículo de caca de ratón que alguien había acumulado con una escoba. Y como nosotros no sabíamos identificar caca de ratón, no le dimos importancia.

Pasamos los siguientes días disfrutando de caminar y viajar a dedo por la Carretera Austral los cuatro juntos. Recorrimos las catedrales de mármol, fuimos al glaciar exploradores, nos alojamos con un weon medio loco y caliente, y caminamos una semana en una ruta olvidada donde vivía un gaucho legendario llamado Eraldo Rial, que en paz descanse.

Suena como una buena aventura, pero al mismo tiempo Fuica y yo teníamos presente en todo momento que quizás, en tres meses, empezaríamos a sentir los malestares físicos que te da el Virus Hanta.

Urce, Tomacho, Fuica y yo al día siguiente del reencuentro
Juan Pablo Toro
Juan Pablo Toro

Autor Deportista Nómade

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