El otro día, esperando mi almuerzo con un hambre terrible, escribí en un post de Instagram acerca de cómo se parece comer una empanada de pino con mi experiencia en África. Lo que escribí fue más o menos así:
«Nada más rico que una empanada de pino, ¿no?
Vas lentamente disfrutando cada mordisco de este maná caído del cielo cuando, de repente, muerdes la aceituna.
¡Mierda! No estabas atento.
El 90% de la empanada es rica, pero siempre va a estar ese 10% maligno -la aceituna- que puede aparecer en cualquier momento y arruinar tu experiencia.
Lo peor, es que nunca sabemos dónde está esa maldita aceituna. Esto provoca una incertidumbre y tensión que hace que tengamos que estar atento todo el tiempo. Comer una empanada de pino puede llegar a ser agotador.
África para mí es similar. Disfruto el 90% del tiempo entre pedalear por regiones bonitas, conocer gente buena y probar platos ricos. Pero existe un 10% maligno, una «aceituna africana», que puede arruinar mi día de un momento a otro. Debido a esto, tengo que estar atento en todo momento.
Esta aceituna africana se manifiesta de diversas formas:
Puedo estar cruzando un parque nacional increíble, disfrutando de ver zebras y jirafas, y de un momento a otro hago enojar a un búfalo que se lanza a correr a toda velocidad hacia mí.
Puedo estar pasando por un pueblo lleno de gente alegre y simpática, y de repente aparece un borracho sin camisa gritando «OEEEE MZUNGU WE WEEE» (no sé qué significa), alzando un machete sobre su cabeza.
Puedo estar tomando una cerveza exquisita al final del día, sin darme cuenta que hay mosquitos portadores de malaria picándome las piernas.
Puedo estar pedaleando por un camino tranquilo, disfrutando de pensar en poco y nada, cuando me encuentro con un enjambre de moscas tse tse que me pica todo el cuerpo y me hace agonizar de dolor.
Creo que se entiende el punto. Tengo que estar atento cada hora del día, con tal de no seguir mordiendo aceitunas.»
Eso fue lo que escribí en Instagram. Pero la descripción no fue correcta. Durante los siguientes días, estuve pensando en una comparación más acertada.
África no es una empanada de pino regular, de esas que son del porte de la palma de tu mano y tienen una sola aceituna.
África es la empanada de pino más grande de la historia. Es deliciosa, pesa dos kilos, y tiene cincuenta aceitunas repartidas en lugares aleatorios.
Esta empanada es suficientemente grande como para cansarse con solo mirarla. Es suficientemente grande como para decir «no puedo creer que pretenda comer algo así». Y tiene suficiente cantidad de aceitunas como para al mismo tiempo observarla con miedo y pensar «este es el desafío más difícil de mi vida».
Además, acabo de comer un aperitivo de papas fritas que llenó gran parte de mi estómago. Seis meses pedaleando por Medio Oriente antes de ir a África no es menor.
¿Por qué comer esta empanada de pino de dos kilos?
No existe un por qué. No existe una razón profunda, algo tipo «esta empanada me llevará a la iluminación». Nada de eso.
Lo único que existe, es curiosidad. Necesito, de todo corazón, saber cómo es comer la empanada más grande de la historia.
Y también me pregunto si soy o no capaz de comer una monstruosidad de este calibre. Si logras comer una empanada de pino de dos kilos, eres capaz de cualquier cosa, ¿no?
En otras palabras, ¿Cómo será cruzar África en bicicleta?
Comiendo la empanada de dos kilos
Entonces te tomas un avión a Kenya, y empiezas a pedalear en dirección a Sudáfrica. Le estás dando el primer mordisco a la empanada. Te das cuenta que tiene un sabor adictivo. Quieres más.
Al par de días te ataca un búfalo. Tu primera aceituna. Logras salir del problema sin daño físico, y sacas dos conclusiones:
1)Tienes que estar más atento para no comer aceitunas.
2)Las aceitunas son malas, pero es posible salir adelante si no logras evitarlas.
Sigues pedaleando por Uganda.
Te estás llenando poco a poco con la empanada, pero sigues estando bien de mente y cuerpo. Sabes que estás recién empezando con este desafío. ¡No llevas ni 1/10!
Entras a Rwanda. El país de las mil colinas, poblado con gente que te dice «Give me money» en vez de «Hello».
Ya estás lleno. Crees que no eres capaz de darle otro mordisco a la empanada. Tu cuerpo y tu mente está empezando a fallar. Es lo más lleno que has estado en tu vida. Pero en un instante de claridad mental, te preguntas «Si sé que no doy más, ¿pero qué pasa si le doy otro mordisco?».
Das ese mordisco, y ves que sigues estando bien, sin ganas de vomitar. Piensas «Interesante, al parecer estoy conociendo nuevos límites».
Sigues pedaleando.
Pasas por Burundi, el país más pobre del mundo.
A lo largo del camino, te encuentras con gente de todas las edades que grita para apoyarte.
Te sientes como si la noticia de que te estás comiendo una empanada de dos kilos se ha hecho famosa, y ahora hay gente intentando alentarte para que logres terminarla.
Después de Burundi, tus primeros días en Tanzania te llevan a una crisis existencial. Al parecer, el cocinero no era muy higiénico, y no se dio cuenta que dentro de la empanada había una cucaracha.
Estás paralizado por el asco, sin saber qué hacer. Tienes dos opciones:
1)Puedes comerte la cucaracha, y seguir con el desafío de completar toda la empanada.
2)Puedes sacar la cucaracha con una cuchara, y seguir con el resto. Lo malo de esta opción, es que no serías capaz de decirle al resto de la gente «me comí toda la empanada».
Después de un tiempo de reflexión, te decides por la opción dos. Sabes que es lo correcto. Si no, habrías estado comiendo esa cucaracha sólo por ego, sólo por demostrarle al mundo que eres alguien fuerte. Este desafío no se trata de eso.
Te tomas un bus que te ayuda a cruzar el trayecto de Tanzania lleno de moscas tse tse que no quieres hacer, descansas unos días en una isla llamada Zanzíbar, y sigues adelante con la bicicleta.
Entras a Malawi junto a tu amigo Axel, un sueco que también ha decidido intentar comer la empanada de dos kilos. Él también está lleno.
Su compañía es motivante. Se siente bien saber que hay otras personas teniendo una experiencia similar a la tuya. Largas conversaciones sobre el pedal te ayudan a seguir comiendo la empanada sin tanto sufrimiento.
Eventualmente, llegas a la mitad de la empanada. 4.000 de 8.000 kilómetros. Es donde estoy ahora, justo antes de cruzar a Mozambique.
Créeme cuando te digo que estoy lleno, pero la empanda sigue estando suficientemente rica como para cada día decir «Un mordisco más. No puedo dejarla ahora». Voy pedaleando por caminos lindísimos potenciado por piernas que no entiendo cómo siguen funcionando, y a cada rato me encuentro con gente maravillosa que me sonríe de oreja a oreja.
África estará lleno de aceitunas, pero tiene un encanto adictivo que hace que siga queriendo estar aquí. ¿Le habrán puesto algún tipo de droga a esta empanada?
Miro hacia atrás, y no puedo creer que ya me he comido un kilo de la empanada. Pienso en lo resistente que me he vuelto gracias a esta experiencia. He comido tantas aceitunas, que ya me estoy acostumbrando a ellas.
Miro hacia adelante, y no puedo creer que me falta comer otro kilo.
Sé que esta otra mitad va a seguir estando rica, pero no puedo negar que estoy lleno. Así que para completar esta segunda parte, planeo seguir usando una estrategia implacable que llevo aplicando desde inicios del viaje:
Un bocado a la vez.
En vez de pensar que me quedan 4.000 kilómetros para llegar a Capetown, me concentro en los siguientes cinco kilómetros que tengo que hacer para llegar al siguiente pueblo. Poco a poco, cinco kilómetros se convierten en diez, y diez kilómetros se convierten en ochenta. Me toma todo el día hacer esta distancia. Y varios días de ochenta kilómetros, tarde o temprano, suman cuatro mil. No me daré ni cuenta, y habré terminado la empanada.
¡Vamos por más!
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