Dos eventos extraños que me han pasado en Irán

A continuación, dos historias cortas. No están relacionadas entre ellas. Lo único que tienen en común, es que ambas me pasaron en Irán, ambas son cortas, y ambas son extrañas.

El Profesor.

4 de Diciembre. Llevo todo el día pedaleando por un camino plano y recto que cruza el desierto de Irán. A ratos me recuerda a la pampa argentina. Hace frío, tengo hambre, y no encuentro wifi en ningún lado. Si, lo estoy pasando bien.

Son las 6 de la tarde, y ya es de noche. No siento las manos por el frío que hace. Decido parar en un pueblito pequeño llamado Sgzabad (no te preocupes, yo tampoco sé pronunciarlo correctamente). Confío en que encontraré un hotel, o alguien que me aloje, o una casa abandonada para instalar mi carpa. Si no, pasaré frío. Mucho frío.

Pedaleo por la calle principal del pueblo, buscando a alguien que me pueda ayudar. La gente me mira como si fuera un extraterrestre. Me encuentro con una estudiante de unos dieciséis años. Tiene cara de que sabe inglés.

“¿Qué haces aquí?”, me pregunta en inglés.

Le respondo que estoy buscando algún lugar para dormir.

“Este pueblo es muy pequeño. No hay lugar para dormir”, me responde. “Lo que puedes hacer, es pedalear otros diez kilómetros y llegarás a una ciudad llamada Boinzahra. Ahí El Profesor te puede ayudar”.

“Perdón…¿Qué dijiste?¿El Profesor?”, le pregunto. Me pareció raro la forma en que lo dijo.
¿Qué tiene que ver un profesor con esto? ¿Y por qué habló de él como EL Profesor y no UN Profesor?

La estudiante cambia el tema, me desea suerte, y se va. Yo quedo intrigado.

Por ningún motivo voy a ir a Boinzahra. ¡Estoy cansadísimo! Decido dar vueltas por el pueblito buscando un lugar para acampar. Encuentro una plaza con un par de lugares oscuros en donde puedo pasar desapercibido, e instalo mi carpa.

La noche consiste en yo dentro de mi saco dando vueltas de un lado para otro, intentando sin éxito quedarme dormido por el frío.
¿Quién me obligó a venir a viajar en carpa? Verdad, nadie. Lo estoy haciendo por voluntad propia.
Cosas de la vida.

A veces toca dormir en una plaza

A la mañana siguiente me levanto al primer rayo de sol, y me voy pedaleando a Boinzahra casi quedándome dormido sobre la bicicleta. Mi objetivo es encontrar algún lugar donde pueda tomar un café de esos que despiertan, y quizás, milagrosamente, señal de internet.

Cara de frío y sueño

Boinzahra es grande. Quizás no es una metrópolis, pero varios miles de personas deben vivir ahí. Me toma unos cuantos minutos llegar el centro de la ciudad.

Estoy en medio de la avenida principal, esperando la luz verde de un semáforo, cuando un hombre se acerca corriendo y se para a mi lado. Debe tener unos cincuenta años.

“Hola! ¿De a dónde eres?”, me pregunta en inglés.

Le respondo.

“Déjame ayudarte. Yo soy EL Profesor”.

“Perdón, ¿Qué acaba de decir?”. No entiendo nada. ¿De toda la gente de esta enorme ciudad me acabo de encontrar con EL Profesor? ¿Cuál es la probabilidad de que pase algo así? E insisto, ¿Por qué se refiere a sí mismo como El Profesor, y no Un Profesor? Empiezo a imaginar que el tipo es un gurú o algo por el estilo.

El Profesor cambia de tema. Me dice que lo siga, y yo le hago caso. No se le puede decir que no a EL Profesor.

Recorremos juntos varias cuadras, él trotando, yo en mi bicicleta. Finalmente, me lleva a un restorán lleno de gente. No tiene internet ni café, pero sirven un omelette delicioso. Bien por mi parte.

Le quiero hacer todo tipo de preguntas a El Profesor. Quiero entender lo que está pasando. Me empiezo a preparar mentalmente para tener una experiencia trascendental con este personaje tan misterioso.

El Profesor me pide el desayuno, paga por mí, me estrecha la mano, y se va del local.

Los siguientes treinta minutos son agridulces. El omelette efectivamente está exquisito, pero yo no puedo dejar de pensar en El Profesor. No saber quién es se convierte en una tortura mental que se quedará conmigo el resto de mis días.

El auto negro.

Así como escribí en mi última historia, estaba en medio de un camino en donde pasaban poco y nada de autos, cuando un auto negro que venía en dirección contraria a mí intentó atropellarme. Es lo más cerca que he estado de morir.

Después de una experiencia de ese tipo, quedas aterrado. Tienes la confianza en el piso. No quieres volver a subirte a la bicicleta, porque crees que te van a matar.

Empiezas a buscar todo tipo de recursos mentales que te puedan ayudar a volver a recuperar la confianza. ¿Qué es lo que me ayudó a mí? Darme cuenta que la probabilidad de encontrarme con otro loco psicópata que intente atropellarme es realmente baja. Si me llega a pasar, es porque tengo la peor de las suertes. Así que vuelvo a pedalear, feliz de la vida.

Tres días después, 21 de Diciembre, me encuentro a la salida de un pueblo pequeño ubicado a más de doscientos kilómetros al sur de donde pasó el incidente del auto negro.

La calle está vacía. Aparece un auto negro. No estoy completamente seguro, pero juraría que es el mismo modelo al del primer incidente. Va manejando lento. Cuando estamos a menos de diez metros de distancia, el auto cambia de dirección y va directo a chocarme. Todo pasa tan rápido, que esta vez yo no tengo tiempo para reaccionar. Justo cuando estamos a punto de chocar, el auto vuelve a girar y me esquiva.

Detengo la bici a orillas del camino. No entiendo nada. ¿Me están diciendo que en menos de tres días me han tratado de atropellar dos veces? ¿El mismo auto?

Empiezo a pensar que estoy loco. Quizás el desierto de Irán logró aflojar un tornillo en mi cabeza. No puede ser que sea verdad lo que me acaba de pasar.

Empiezo, también, a imaginarme todo tipo de historias para explicar la situación. Lo único que se me ocurre, es que existe un iraní, dueño de un auto negro, al que por algún motivo yo no le caigo bien. Quizás es un asesino contratado por el gobierno iraní, con la misión de matar turistas que viajan solos. ¿Quién sabe?

Sigo pedaleando, y a duras penas llego a un pueblo llamado Kavar. Quiero encontrar un hotel donde pasar la noche, sentado en una silla junto a la ventana observando la calle, asegurándome que no haya un iraní en un auto negro vigilándome.

Entro a una cafetería, y le pregunto al dueño, Rahim, si es que conoce algún hotel en donde pueda alojarme. Me responde que en Kavar no hay hoteles, e insiste en que por favor me quede a dormir con él y su familia. Yo le digo que bueno ya.

Rahim es un tipo muy simpático. Tranquilo, no como la mayoría de los iraníes. Además de la cafetería, tiene otros dos trabajos con los que mantiene a su familia.

Paso la siguiente hora tomando café gratis, hasta que Rahim y un amigo suyo me preguntan si es que quiero ir a jugar pool. Yo contesto que sí.

Nos subimos los tres a un auto de color negro. Exactamente igual a los dos anteriores.

Vamos en camino a jugar pool, cuando Rahim, quien va manejando, ve que pocos metros más adelante se encuentra un amigo suyo de pie a orillas de la vereda. A continuación, Rahim acelera a toda velocidad, haciendo como que va a atropellar a su amigo. Yo empiezo a gritar.

Lo esquiva a menos de un metro de distancia.

Se empieza a reír por el grito que lancé. Me mira con detención, observando cómo reacciono a lo que Rahim acaba de hacer. Me dice que no me preocupe, que quería hacerle una broma a su amigo.

Yo hago como que me relajo. Pero no estoy ni cerca de estar relajado. Tengo una sola idea en mi cabeza: ¡estoy sentado junto al iraní que me quiere matar!

Lo sé. No puede ser que esté tan loco. Pero después de dos sustos grandes con autos negros en menos de tres días, uno se pone un poco paranoico.

Y bueno. Vamos a jugar pool y lo pasamos bien. Pero en todo momento yo pienso que Rahim me va a enterrar su palo de pool por la espalda mientras estoy desconcentrado viendo si entró alguna de mis pelotas.

Luego Rahim me lleva a comer a un restorán. Me sirven un arroz con pollo exquisito. Lo disfruto, pero pienso en todo momento que el pollo está envenenado.

Luego me lleva a la casa de su padre. Toda su familia está ahí. Su señora, sus hijos, sus hermanos, sus cuñados, sus sobrinos, y por supuesto, sus papás. Están comiendo juntos, celebrando Yalda, la noche más larga del año. Son la familia más simpática del mundo. Me reciben como si yo fuera un famoso, sólo por el hecho de ser turista. Me dan té y queque y más té. Lo paso increíble con ellos. Pero a lo largo de todas las horas que paso ahí, pienso que, de un momento a otro, apagarán las luces, y la comida se convertirá en un ritual satánico en donde yo soy la cabra a punto de ser sacrificada.

Y finalmente, me lleva a su casa para poder descansar después de un largo día de paranoia. Él y su señora arreglan una cama en una pieza privada para que yo duerma. Les doy las gracias, me acuesto, y apago la luz.

Mi idea es pasar toda la noche con un ojo abierto y el otro cerrado, esperando a que Rahim entre a mi pieza a ejecutarme. Pero a los cinco minutos me quedo dormido. Estoy cansado.

A la mañana siguiente despierto sorprendido por estar vivo. Ahora puedo descartar completamente que Rahim es mi asesino, ya que, si lo fuera, sería el peor asesino de la historia. Tuvo como veinte ocasiones para matarme.

Me despido de él de abrazo, dándome cuenta de lo agradecido que estoy por todo lo que hizo por mí. Antes de partir pedaleando, me regala una bolsa con medio kilo de pistachos salados. Bendición divina.

A la hora de almuerzo, abro la bolsa de pistachos. Se me hace agua la boca. Saco un pistacho, y casi me rompo las uñas tratando de abrirlo. Intento con un segundo, y un tercer pistacho, y también fracaso. Más del 70% de los pistachos de la bolsa son imposibles de abrir. Grito como Luke Skywalker cuando descubre que Darth Vader es su padre, rendido ante la situación.

Quizás Rahim no me mató, pero destruyó mi mente a través de pistachos imposibles de abrir.

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Juan Pablo Toro
Juan Pablo Toro

Autor Deportista Nómade

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2 comentarios

  1. Jajajaja qué buen final! Qué risa me dio eso de que casi te quiebras las uñas intentando abrir un pistacho. Que hiciste con el resto de los pistachos? Quizás podías abrirlos masticando la cáscara.

    Se ve bueno el plato de comida en la foto con Rahim. Me sorprende la hospitalidad y lo acogedores que son. No me queda claro algo. Corroboraste si había sido Rahim el que te había intentado atropellar en dos ocasiones? jajaja le preguntaste? O es una costumbre que tienen los iraníes? Será una de las costumbres que adoptarás de la cultura iraní? Jajajaja si es así, tendré ojo cuando te vea manejando un auto!

    Qué curioso lo del profesor … buena suerte haberlo encontrado. Creo que acá en Chile es más difícil que pasen ese tipo de cosas, quizás estoy equivocado. Depende por donde uno ande y lo que esté haciendo. Quizás si uno está andando en bicicleta solo, la gente también se comportaría así … Te has preguntado como sería la aventura que estás teniendo si en vez de allá la replicarás a lo largo de Chile?

    Por último, hay una duda que me surge. Cuántas veces has tenido que dormir en carpa pero no dentro de una casa particular o recinto privado, sino que en un lugar público como una plaza o un espacio completamente abierto. Cómo relatarías la experiencia? Aún me río cuando recuerdo la historia del perro que te estaba mordiendo la carpa jajaja

    Un abrazo JP, sigue subiendo historias de tu viaje!

    Cuídate!

    1. Me comí los pistachos con las uñas rotas!! Son un vicio.
      Es obvio que los conductores eran distintos, pero aun así, super loco el suceso de eventos, no?
      Lo del profesor: FUE RARISIMO! Quedé descolocado todo el día.
      Sería un sueño para mí recorrer Chile en bicicleta, pero más adelante. Hay otras prioridades.
      Sobre la pregunta de las carpas: no sé.Pero no es lo mejor de viajar. Lo ideal de acampar es encontrar un lugar solitario en la naturaleza!
      Me hiciste reir con lo del perro.

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