Después de pasar seis meses recorriendo Medio Oriente y otros seis meses recorriendo África en bicicleta, estuve cuatro meses viajando por 15 países de Europa antes de volver a Chile.
Acá va un resumen:
Llego en avión a Bucharest, la capital de Rumania. Dejo mi bicicleta en la bodega de la ex asistente de Pieter, el sudafricano que me alojó en Cape Town. El plan es volver por ella en dos meses.
Tres días de descanso en Bucharest. Voy a conocer el edificio administrativo más grande del mundo, que al día de hoy está un 70% vacío. Me alimento de pizza y kebap todos los días.
Tren a Putna, pueblo situado a doce kilómetros de la frontera con Ucrania. Me alojo gratuitamente en un monasterio de cristianos ortodoxos.
Una semana de caminata por Vía Transilvánica, uno de los trekkings más famosos de Rumania. Me duele la espalda por la mochila. Las piernas se van acostumbrando de a poco a volver a caminar después de tanto pedaleo.
Bus nocturno a Budapest, Hungría. No duermo en toda la noche. Llego a las siete de la mañana a bañarme por primera vez en siete días a Szechenyi bath, la piscina más bonita que he visto.
Cuatro noches durmiendo poco y nada en Budapest, la capital de la vida nocturna en Europa. Salgo a bailar todas las noches.
El segundo día en Budapest, me llama uno de mis mejores amigos de Chile. Me dice que se casa en cuatro meses, en Diciembre de 2022. Corto la llamada, y me doy cuenta de inmediato que tengo que volver a Chile. Si no, me arrepentiré por no haber estado en un momento tan importante. Por primera vez sé que mi viaje tendrá un fin.
El cuarto día despierto de una siesta con el siguiente pensamiento: ¿Por qué los exploradores de National Geographic son capaces de ir a lugares remotos en el ártico, y yo no? ¿Cuánto cuesta ir al ártico? Reviso los pasajes, veo que vale poco más de cien dólares, y me compro uno para Octubre.
Bus nocturno a Ljubliana, la capital de Slovenia.
Una semana de trekking por Triglav National Park, uno de los parques más bonitos que he visto. Está prohibido acampar, pero yo no hago fogatas ni boto basura, así que lo hago de todos modos. Me enamoro por un día de una brasilera.
En Triglav se me pierde mi tenedor. Lo reemplazo por uno de madera que me dieron en un restorán, que se puede romper en cualquier momento. Necesito un tenedor nuevo. El tema es que voy a un supermercado, y venden bolsas de diez tenedores. ¿Para qué quiero diez? La otra opción es robarme uno en un restorán, pero sentiría un remordimiento tremendo. Dicho esto, apenas se me rompa el tenedor de madera, tendré comer con la mano.
Hago dedo para viajar al norte de Italia. Una semana de caminata por la región de las Dolomitas. El alojamiento aquí es carísimo, impagable. Se podría decir que es primera vez en todo el viaje que estoy acampando por obligación, y no sólo por gusto. Todas las noches me meto al bosque y me escondo para acampar sin que otras personas me vean.
Dos días de descanso en Milán, la ciudad que menos me gusta en todo el mundo. No sólo es fea y llena de gente fanática del lujo y el consumismo, súmale también que te compras un helado, y los conchsumadres no te dejan sentarte en la cafetería para comértelo. Odio esta ciudad.
Vuelo a Reykiavik, capital de Islandia. Me aloja en su casa una señora que está enojada porque pensó que yo llegaría con la bicicleta. Se siente engañada. El ambiente está tenso.
Cuatro días de caminata por Laugavegur Trail. La idea era pasar siete días caminando, pero un amigo americano llamado Steven me dice que se viene una tormenta, y que tenemos que apurarnos para salir de la montaña antes de quedar atrapados por varios días. Steven es músico, y pasa la mitad de su tiempo en Los Ángeles, y la mitad en Nueva York. Me cuenta que una vez trabajó con Katie Perry, y que es una perra. También me cuenta que una vez comió demasiados hongos, y tuvo una conversación esclarecedora con un dios Azteca.
Una semana de viajar a dedo sin rumbo por Islandia. Entre los muchos personajes que me acarrean, hay: Un político islandés. Dos alemanes que estudian un doctorado de química en Suiza, y que me cuentan sobre las teleseries que se arman en el mundo de los doctorados, y por qué Henry Kissinger es la peor persona de todos los tiempos. ¿Peor que Katy Perry? Un islandés que pasó toda su vida matándose para llegar a un alto cargo en una constructora, y se aburrió, y ahora trabaja cuidando niños difíciles. Gana mucho más, y trabaja la mitad, y no le llegan correos estresantes.
En esa semana de viajar a dedo por Islandia: Veo auroras boreales por primera vez en mi vida. Conozco una cascada impresionante. Toqué todas las puertas de la casa de un pueblito para pedir que me alojen, y todas las personas me dijeron que no, y acampé en un terreno vacío en pleno centro. Pasé tres días intentando hacerme amigos de la gente de un pueblo remoto llamado Isafjorur. No hubo resultado.
Vuelo desde Islandia a Estocolmo. Me aloja por una noche Carlos Pérez, un amigo de mi papá. Me lleva a jugar tenis por primera vez desde Turquía.
Me encuentro con mi papá, mi mamá y mi hermano por primera vez en trece meses. Al minuto, parece como si nunca los hubiera dejado.
Dos semanas de viaje con mi familia. Conocemos Estocolmo, Oslo, los fiordos de Noruega, y Coppenhagen. En Coppenhagen hay una fábrica donde generan energía quemando basura. Sobre esa fábrica hicieron una cancha de ski. ¿No te parece increíble?
Me despido de mi familia. Tren de vuelta a Oslo, porque tengo que tomar mi avión a Svalbard, en el círculo polar Ártico.
Svalbard es una isla que es parte de Noruega. Está en el paralelo 78, dentro del círculo polar ártico. Ahí está el pueblo más al norte del planeta, Longyerbyen.
Algunos datos curiosos de Svalbard: Hay más osos polares que personas. Los locales caminan con escopetas, por lo anterior. Está prohibido ser enterrado en la isla, porque tu cuerpo no se descompone. Hay un ex—pueblo soviético abandonado llamado Pyramiden. En su momento floreció, y puedes ir a conocerlo, e impresionarte de cómo gente pudo haber llegado a vivir tan bien en un lugar así. Acá está la bóveda mundial de semillas. Alberga millones de semillas a modo de plan B en caso de que haya un apocalipsis.
Voy a una fiesta local, y me enamoro por un día de una noruega. Yo también le gusto a ella, pero no hacemos nada al respecto porque tiene novio.
Vuelo de vuelta a Oslo. Tengo que esperar dos días para tomar un vuelo a Bucharest y así empezar a pedalear por los Balcanes. Para aprovechar el tiempo, compro un bidón con cinco litros de agua y me voy a la orilla de una laguna (en pleno bosque) a hacer un retiro de ayuno y meditación solitario de 36 horas.
Vuelo a Bucharest. Recupero mi bicicleta. Me tomo un bus a Sofía, en la capital de Bulgaria.
Desde Sofía comienzo a pedalear haciendo una vuelta por la región de los Balcanes. Es pleno otoño. Todavía hay buen tiempo, y las hojas de los árboles tienen una mezcla de colores otoñales increíbles. Se siente bien volver a la bicicleta. La vida es buena.
Desde Bulgaria, cruzo a Norte de Macedonia. Me encuentro con Stella y Linus, una pareja de alemanes que también lleva un año viajando por el mundo en bicicleta. Acaban de rescatar a un perrito a orillas del camino, y ahora no saben qué hacer con él. Lo nombran “Little Pablo” en mi honor.
Al día siguiente llego a Ohrid, uno de los lugares más lindos de Norte de Macedonia. Me encuentro con Pete Gost, un británico que ha pedaleado más de 130.000 kilómetros por todo el mundo. Él fue una de las personas que me inspiró a hacer esto. Es increíble poder conocer en persona a uno de tus ídolos.
Desde Macedonia, cruzo a Kosovo. La mitad del mundo dice que es un país, y la otra mitad dice que es parte de Serbia. La gente de ahí probablemente piensa “Déjense de webiar y déjennos vivir tranquilos”.
Desde Kosovo, cruzo a Montenegro. Una montaña al lado de la otra me deja completamente agotado, pero pleno por haber visitado uno de los países más bonitos que he visto.
Desde Montenegro, cruzo a Bosnia. En Bosnia hay una línea de tren abandonada que pavimentaron para convertirla en ciclovía. ¡Maravilla! Esta ciclovía me deja en Mostar, donde me quedo a descansar y aprovecho de hacerle mantención a mi bicicleta.
Desde Bosnia, cruzo a Croacia. En Croacia sigue habiendo buen tiempo como para bañarse en el mar y estar en camisa, pero al mismo tiempo ya no hay un solo turista. Tengo todas las islas y playas para mí sólo. Timing perfecto. Soy inmensamente feliz.
Desde Croacia, cruzo de nuevo a Montenegro. Esta vez recorro el país por la Costa, en dirección Sur.
Desde Montenegro, cruzo a Albania. Paso una semana recorriendo este hermoso país lleno de gente simpática en dirección Sur, camino a Grecia.
Cruzo a Grecia. El paisaje es increíble, la gente es simpática, la comida es rica, y no hay turistas. Todos los días acampo en una playa distinta. Lo único malo es que hay una serie de lluvias y tormentas brutales que me destrozan y me tienen constantemente observando el cielo con preocupación.
En Grecia visito una isla llamada Zakyntos. Aquí está Navagio Beach, una de las payas más bonitas del mundo. Para verla hay que subir y subir cerros en bicicleta, y llegas a un mirador que está en la orilla de un precipicio, desde donde se tiene una vista panorámica inigualable. La voy a ver. No hay nadie. El sol calienta a la temperatura perfecta. Me siento en un escalón de piedra a disfrutar del atardecer. Ahí, en plena solitud en uno de los lugares más bonitos que he visto, me doy cuenta de lo afortunado que he sido por todo este viaje. Ha salido muchísimo mejor que cualquier plan que habría podido llegar a imaginar. Soy feliz.
A la mañana siguiente me tomo un ferry a Cefalonia. Aquí vive el papá de Jason, el griego que conocí en el hostal de Rwanda. El papá de Jason me recibe durante dos días. Juntos nos dedicamos a tomar y comer. En una de esas comidas, le digo: “Usted parece ser una persona muy relajada. ¿Alguna vez ha sentido estrés?”. Me responde “Claro que no”, como si fuese una estupidez estresarse. Los griegos saben vivir.
Al finalizar la estadía, le pregunto si no le molestaría si puedo dejar la bicicleta aquí, para que la use el que quiera. Ya no la necesito. Me dice que sí.
Bus a Atenas. Visito el Pantenon, rodeado de cientos de turistas aburridos.
Vuelo desde Atenas a los Alpes Franceses. Le había prometido a Remi y Chiara y sus tres hijos (la cyclofamily con la que viajé en Irán y Omán, por si no te acuerdas) que los iría a ver.
Paso cinco días con ellos. Dedicamos nuestro tiempo a jugar y hacer trekking y comer rico. Me enamoro del estilo de vida que la gente tiene por estos lugares. Saben disfrutar. Le dan importancia al trabajo, pero no tanta. Si hay alguien que está trabajando más de la cuenta, la critican. Saben que hay cosas mucho más importantes, tales como la familia, los amigos, y disfrutar de hacer lo que a uno le gusta en el tiempo libre. Y saben aprovechar al máximo la montaña. Para ello, usan esquís de randonée, esquís normales, trineos, bicicletas, raquetas, y mucho más. Y si salen a la montaña se llevan consigo pan, queso, jamón serrano, y vino. Picnic de calidad.
Tomo un bus a Madrid, porque desde ahí salen vuelos “baratos” a Chile. He estado aquí antes, así que no tengo ansiedad por turistear. De todos modos, paso un día entero recorriendo la ciudad para matar el tiempo. Visito el Museo del Prado. Después, caminando por una de las avenidas principales, veo a una señora de unos setenta años desnuda tendiendo ropa en su balcón. Después de tantas cosas que he visto en este viaje, no me llama la atención.
Me tomo un avión a Chile. Mi mamá no sabe que yo llego de vuelta.
Una forma típica de medir el éxito es cuánta plata tienes.
Hace rato que esta medición se está quedando obsoleta. Se han hecho estudios psicológicos que explican que, una vez que tienes un nivel socioeconómico suficientemente alto como para cubrir las necesidades básicas, tener más plata no te hará más feliz.
En otras palabras, uno siente un alivio tremendo cuando no tiene deudas, y tiene seguros de todo tipo, un hogar, comida para toda la familia, y educación para los hijos. Más allá de eso, tener más plata no aumentará drásticamente tu felicidad.
Aparte de eso, hay varios otros puntos a considerar:
Tener más plata no significa que eres mejor persona. Pienso de inmediato en el típico caso del sujeto que se volvió millonario por estafar a miles de personas.
Muchas de las cosas más importantes de la vida no se pueden comprar: por ejemplo, no se puede comprar amigos y gente cercana que te quiere.
Muchas de las personas más ricas del planeta simplemente heredaron su patrimonio. No hicieron nada para ganarlo.
Siempre es importante considerar que existen problemas asociados a tener más plata: burocracia, problemas familiares por una herencia, acostumbrarse a un estándar altísimo de lujos que te hace sentir incómodo cada vez que no puedes cumplir con él, etc. Problemas que emperoran la vida, más que mejorarla.
Una segunda forma típica de medir el éxito es qué tan bien te va en el trabajo.
Hay dos problemas en esta medición:
Un problema es que si te enfocas sólo en el trabajo tiendes a descuidar otros aspectos importantes de la vida: salud, familia, amigos, hobbies, etc. Por ejemplo: pasar todo el día trabajando buscando que te asciendan a un puesto alto de la empresa, y en el camino dejar de hacer deporte.
No está claro qué significa que te vaya bien en el trabajo. ¿Significa que llegaste al puesto más alto de la empresa? ¿Significa que llegaste al pick de productividad? ¿Significa que el producto/servicio final de tu organización ayuda al mundo? Al no estar claro, es difícil tomar buenas decisiones.
Una tercera forma de medir el éxito es qué tan buena persona eres.
Esta medición está de moda. Una vez escuché una entrevista a Warren Buffett donde le preguntaban cómo medía su propio éxito. Su respuesta fue que se imaginaba en su propio funeral rodeado por gente cercana que lo quería mucho porque era excelente persona.
Es muy válida esta forma de medir el éxito. Sin embargo, también le encuentro el siguiente problema: ¿Cómo se mide qué tan buena persona eres? ¿Quién determina eso?
A diferencia de qué tanta plata uno tiene, esta medición es subjetiva.
¿Una persona es buena si es que está constantemente haciendo favores a los demás? ¿O mejor dicho está siendo complaciente?
¿Para ser buena persona hay que siempre decir cosas positivas que alegren a los demás? ¿O nos debemos permitir aceptar nuestro lado negativo y mostrar también esa parte de nosotros?
¿Una persona que hace buenas acciones por porque busca cumplir con lo que exige su religión es buena? ¿O simplemente se está intentando ganar el cielo?
Una cuarta forma de medir el éxito es qué tan balanceada es tu vida.
En otras palabras, qué tan bien estás en tus finanzas, tus relaciones personales, tu trabajo, tu salud, tus proyectos y tu crecimiento personal.
Muy válida esta opción, pero también le encuentro algunos problemas:
Puede pasar que la vida se empiece a convertir en un constante juego de malabares, donde te preocupas constantemente que no se te caiga la pelota. En vez de andar tranquilo por la vida aceptando la situación actual, estás todo el rato preocupándote por la cosa que no está bien. Algunas veces es que te duele algo, otras veces es que andas mal en el trabajo, otras veces es que te peleaste con alguien, etc.
Puede pasar que tu día se convierta en un checklist interminable. Para estar bien, cada día tienes que checkear meditar, hacer deporte, comer sano, trabajar duro, pasar tiempo con tu gente cercana, dormir ocho horas, etc. Y empiezas a sentirte mal cada vez que te echas al sillón a no hacer nada.
Puede pasar que te conviertas en un perfeccionista, que nunca está contento con lo que ya ha logrado. Que siempre quiere más y más. Que siempre se compara con otros para evaluar qué tan bien está en los distintos ámbitos de su vida. Terminas sufriendo, más que disfrutando el presente.
Una cuarta forma de medir el éxito es qué tanto estás aprovechando tu vida.
O si lo vemos en un período de tiempo más observable, qué tanto estás aprovechando cada día.
Me gusta esta opción, pero también le veo problemas:
Te sientes mal cada vez que estás perdiendo el tiempo. Te sientes mal porque tienes veintiocho años y estás pasando cuarenta minutos en la cama antes de levantarte, sabiendo que podrías estar haciendo deporte o viviendo algún tipo de aventura.
Te sientes mal cada vez que estás realizando trámites aburridos, que lamentablemente todos tenemos que hacer.
Te sientes mal cuando estás trabajando. Piensas que deberías estar aprovechando el día moviéndote o haciendo algo entretenido. Se te olvida que de algo hay que vivir.
Una quinta forma de ver el éxito se compone de dos partes:
I)Qué tan poco sufres los malos momentos.
II)Qué tanto disfrutas los buenos momentos.
Una persona puede estar en un muy mal momento de su vida, y al mismo tiempo está bien porque tiene la fuerza mental para aceptar la situación y seguir viviendo. Por otro lado, una persona puede estar pasando por un muy buen momento, tenerlo todo, y aun así ser miserable.
Usando este tipo de medición, una persona exitosa es aquella que sabe apreciar y disfrutar los buenos momentos, y al mismo tiempo sabe aceptar la situación cuando las cosas no andan tan bien.
El único problema de esta medición, es que está totalmente enfocada en uno mismo. No considera qué tanto ayudas a la sociedad en el día a día.
¿Cuál es mi forma de ver el éxito?
No lo tengo claro. Va cambiando constantemente. He probado cada una de las mediciones listadas anteriormente, y me he encontrado con varios de los problemas que menciono.
Lo que puedo hacer, es listar características que en mi opinión una persona exitosa debe cumplir. Un hombre exitoso:
Es sabio: sabe mucho de distintas materias. Sabe mucho de salud, de plantas y animales, de astronomía, de finanzas personales, de geopolítica, de psicología, y muchas otras cosas. Incluyo esto, porque creo que la vida se aprecia mucho más cuando uno tiene una mente nutrida, que te ayuda a ver cada escenario con distintos lentes.
Es habilidoso: es capaz de hacer bien varios deportes y varios trabajos, es capaz de arreglar y construir cosas, tiene varios hobbies, y es capaz de emprender nuevos proyectos. Incluyo esto, porque pienso que la vida se disfruta mucho más cuando tienes varias habilidades. Dependes menos de otros, tienes más opciones de cosas que puedes hacer, y conoces más gente.
Sabe apreciar los buenos momentos, y sabe también aceptar cuando las cosas no están saliendo bien.
Siente calma en su día a día. No anda moviéndose para todos lados invadido por el estrés.
Está contento con lo que ya tiene, pero al mismo tiempo encuentra la motivación para emprender nuevos proyectos porque le interesa seguir progresando.
Se conoce a sí mismo. Conoce sus fortalezas y debilidades. Reconoce que tiene una parte positiva, y al mismo tiempo una parte negativa. En lugar de negar que tiene una parte negativa, busca aceptarla y entenderla, y desarrolla herramientas para tenerla bajo control. Por ejemplo, reconoce que tiene un ego que muchas veces toma control de la toma de decisiones, y en vez de negarlo busca aceptarlo y tenerlo bajo control.
Tiene suficiente control de sí mismo como para evitar autosabotearse con malos hábitos o acciones.
Tiene una vida balanceada, pero al mismo tiempo logra no caer en intentar ser perfecto, o en la checklist interminable, o sentir que la vida es un constante juego de malabares.
Desperdicia poco su tiempo, pero también logra no sentirse mal cuando se echa en el sillón a descansar.
Es bueno con la gente a su alrededor. Ayuda a otros, les alegra el día. No porque quiere complacer a los demás o porque se quiere ganar el cielo, sino porque realmente le nace tratar bien a los demás.
En ese listado, no considero qué tanta plata tiene la persona, o qué tan bien le va en el trabajo, o qué tan grande es su casa. Es una definición de éxito enfocada en la mente, los hábitos y los comportamientos, más que lo que uno ha logrado. Creo que se puede cumplir con todo lo mencionado, y al mismo tiempo estar viviendo en una cabaña pequeña con lo mínimo para satisfacer las necesidades básicas. Además, dependen de uno mismo.
Para terminar: me pregunto si de partida está bien pensar en qué es el éxito.
¿Es necesario tener que apuntar a lo que uno define como éxito? ¿Habrán personas plenas y felices en este mundo que ni se preguntan qué es el éxito?
Quizás hay gente que en vez de preguntarse qué necesita lograr para vivir bien, simplemente viven. Están en el momento presente. Cumplen con todas las características de una persona “exitosa” sin haber pensado en esas características. Me gustaría conocer a alguien así.
Hoy día fue no de esos días en que no me soportaba a mí mismo. Me costaba trabajar, me costaba moverme por la flojera, ¡me costaba pensar! Me daba vueltas y vueltas por el departamento sin hacer nada.
Primero perdí el tiempo acostado en la cama.
Luego perdí el tiempo sentado en una silla frente al computador, intentando trabajar.
Después me comí un tarro completo de manjar.
Y finalmente pasé dos horas acostado nuevamente en mi cama viendo videos de Youtube en el celular.
Para cuando eran las 6 de la tarde, estaba en un estado de sufrimiento absoluto. Me sentía como un flojonazo incapaz de moverse o tener un pensamiento positivo que cruzara por la mente. Tenía una nube negra por sobre mi cabeza.
Llegó un punto en el que me senté en el borde de mi cama, pensando en qué podía hacer para poder salir de un estado anímico tan malo. Poco a poco, la solución fue aterrizando en mi cabeza.
«¿Qué pasaría si hago un poco de deporte?»
Eso quizás me ayuda. Creo que nunca he terminado una sesión de ejercicio y he dicho «No debí haber hecho deporte».
Me puse mis zapatillas con una flojera tremenda. Arrastré mis pies hasta llegar a una bicicleta de spinning. Me subí a pesar de tener una mente dominada por una voz negativa que lo único que hacía era protestar. Y me puse a pedalear.
¡Sorpresa! Pasan cinco minutos de pedaleo intenso, y todos los pensamientos negativos han desaparecido. Los demonios internos son reemplazados por claridad mental y motivación. Terminan los veinte minutos que me había propuesto, y sigo pedaleando un rato más. No quiero parar. Luego me bajo y hago rondas de flexiones de brazos, sentadillas y abdominales hasta que ya no doy más. Finalmente, voy al sauna de mi edificio y paso 30 minutos dentro, cocinándome.
Para cuando termina mi entrenamiento, soy incapaz de tener un pensamiento negativo. No sería capaz de quejarme por algo ni aunque me esforzase. Me ducho con calma, y después me paseo por mi departamento agradecido por la vida, pensando «¿Cómo puede ser que tenga que aprender todos los días que hacer deporte me hace bien?».
Es impresionante. Hago deporte al menos seis días a la semana. Cada vez que termino de ejercitar me siento increíble. Y aun así, a pesar de que vengo haciéndolo durante años y años, es como si todas las mañanas despertase habiéndome olvidado por completo que hacer deporte me hace bien.
¿Cómo puede ser que se me olvide algo tan importante y que he hecho tantas veces?
¿Cómo puede ser que tenga que recordar todos los días que, si hago deporte, después estaré mejor de salud y ánimo?
En teoría, uno pensaría que seríamos capaces de recordar y adoptar como hábito aquellas actividades que nos hacen tan bien. En la práctica, parece ser como si yo y muchos otros tuviéramos una especie de maldición, que consiste en que la mente se olvida todos los días de aquello que es realmente importante. Y dado esto, tenemos que hacer un esfuerzo todos los días por volver a recordar lo que realmente importaba en la vida.
Mi única explicación para esto es que las cosas que son buenas para el ser humano suelen ser difíciles de alcanzar, mientras que las cosas malas (los placeres desmedidos en general) están a la vuelta de la esquina.
Te doy algunos otros ejemplos de cosas importantes que olvidamos todos los días:
Meditar es increíble para la mente y tu salud en general. Te da un sinnúmero de beneficios incalculables en todas las aristas de la vida. Uno pensaría que, si llevas años meditando, con el paso del tiempo ya no debes ni pensar en hacerlo apenas te despiertas en la mañana. Sin embargo, todos aquellos que llevamos unos cuantos años meditando sabemos que uno debe esforzarse todos los días por cumplir con la práctica, tal como si fueras un principiante.
Leer también es increíble para la mente. Te hace pensar en nuevas ideas, reflexionar, y ver el mundo con otros ojos. Uno se siente bien después de leer. Sin embargo, con tantas tentaciones de cosas con las que podemos reemplazar la lectura (videos de youtube, instagram, una serie, etc), debemos hacer un esfuerzo diario por mantener la lectura.
Dormir es lo mejor que uno puede hacer para el cuerpo y la mente. Todos hemos experienciado lo que se siente despertar después de una noche de dormir ocho horas de corrido. Si tenías un problema que te estresaba antes de acostarte, muy probablemente al día siguiente se ve disminuido o incluso eliminado. Uno pensaría que todos cuidaríamos nuestras horas de sueño como si fuesen invaluables. Sin embargo, termina pasando que nos acostamos mucho más tarde de lo necesario por quedarnos con otras distracciones.
Te podría dar el mismo ejemplo con elongar, pasar tiempo en la naturaleza, escribir en un diario, comer sano, y muchos otros buenos hábitos.
No sé a dónde voy con todo esto que estoy escribiendo. Lo único que quiero comentar, es que pienso que es buena idea intentar recordar todos los días que tenemos una especie de maldición que nos hace olvidar lo que realmente nos hace bien.
En lugar de asumir que ya hemos adoptado un buen hábito, asumir que nunca lo vamos a adoptar al 100%, y que si miramos para el lado por un segundo, van a haber pasado seis meses en los que no hemos leído, ni meditado, ni hecho deporte. Preocuparse de hacer un esfuerzo diario por recordar y hacer lo que nos lleva a una vida con menos problemas, mejor ánimo y mejor salud.
Mantengamos las cosas simples. No es necesario seguir destinando tiempo a preguntarse qué es necesario para tener una buena vida. Está clarísimo. Tú y yo lo sabemos casi que por intuición. No es necesario leernos decenas de libros que nos sigan explicando lo mismo una y otra vez, o escuchar a un gurú.
Hay algunas actividades y hábitos que son esenciales para tener una buena vida. Cada una de ellas nos hacen sentir vivos, que estamos aprovechando nuestro tiempo en este mundo. Son tan buenas, que mencionarlas en un listado parece como algo innecesario, porque son obvias:
Pasar tiempo con gente que queremos: familia, amigos, pareja.
Leer.
Hacer deporte y elongar.
Meditar.
Contemplar la naturaleza.
Jugar con niños, una mascota o amigos.
Pasar tiempo solos para reflexionar.
Dormir.
Comer sano.
Viajar y tener aventuras.
Estas actividades y hábitos son tan positivos, que nunca vamos a escuchar a alguien diciéndonos que no comamos sano, o que no pasemos tiempo con gente que queremos, o que no hagamos deporte.
Son actividades esenciales.
Si estamos haciendo cualquiera de las actividades y hábitos esenciales anteriormente listados, estamos bien.
Hay algunas actividades y hábitos que son nocivos para nuestras vidas. Cada una de ellas nos perjudican ó inmediatamente, ó a largo plazo. Lo peor, es que no somos capaces de darnos cuenta del daño que nos hacen hasta que ya es muy tarde.
Rodearnos de gente tóxica que nos tira para abajo.
Pasar tiempo excesivo en redes sociales.
No moverse.
Drogarse y tomar alcohol.
Comer comida chatarra.
No dormir.
Estas actividades y hábitos son tan malos, que no se pueden defender. Nunca vamos a escuchar a alguien diciendo que lo mejor que podemos hacer es empezar a comer más chatarra.
Si estamos haciendo cualquiera de las actividades y hábitos nocivos anteriormente listados, estamos mal.
Por último, hay algunas actividades y hábitos que están entre lo bueno y lo malo. Dependiendo de las circunstancias y de cuánto tiempo invertimos en ellos se convierten en algo positivo o negativo para nuestras vidas.
Esta vendría siendo la zona gris, porque está entre lo bueno y lo malo.
Por ejemplo, el trabajo: dependiendo de qué trabajo es y cuánto tiempo tenemos que destinarle, esto puede ser la mayor motivación de nuestras vidas, o nuestra mayor fuente de estrés.
Otro ejemplo: ver series, películas, y documentales. Dependiendo del contenido y de la cantidad de horas que le dedicamos, esta puede ser una fuente de aprendizaje y motivación, o una pérdida de tiempo.
En vez de seguir preguntándonos qué se necesita para vivir bien, toda nuestra atención y energía debería estar en maximizar el tiempo destinado a las actividades esenciales, y minimizar el tiempo que perdemos en actividades nocivas.
Uno debería ser capaz de, al final del día, mirar atrás y decir:
«Pasé la gran mayoría de mi día haciendo lo esencial», o «Pasé la gran mayoría de mi día en actividades nocivas. Necesito mejorar mi situación».
Y en cuanto a la zona gris, hay que tener especial cuidado. Monitorearla en todo momento. Revisar constantemente si realmente nos motiva nuestro trabajo, o si estamos intentando convencernos a nosotros mismos de que nos gusta. Revisar constantemente si el contenido que consumimos nos ayuda a aprender y a motivarnos, o si estamos perdiendo el tiempo. ¿Vale la pena entretenerse con una serie sabiendo que el costo es que terminaremos idiotizados?
Un día extraordinario tiene mucho de lo esencial y poco de lo nocivo. Y muchos días extraordinarios son una vida extraordinaria.
Primero: ¿Cómo es para ti una vida extraordinaria?
Definámosla sin límites de ningún tipo:
¿Dónde vives? ¿En un departamento en la ciudad? ¿En una casa en el campo? ¿En la playa? ¿En el bosque? ¿En una van?
¿Cómo te ganas la vida? ¿Eres tu propio jefe, o eres empleado? ¿Cuántas horas a la semana trabajas? ¿Cuántos semanas de vacaciones tienes al año?
¿Tienes pareja? ¿Qué valoras en él/ella?
¿Tienes hijos? En ese caso, ¿Cuántos hijos tienes?
¿Qué tan seguido te juntas con amigos? ¿Qué haces con ellos?
¿Tienes mascotas? ¿Cuántas y de qué tipo?
¿En qué gastas tu tiempo libre?
¿Has viajado? ¿A dónde?
¿Qué desafíos has logrado completar, que te hacen sentir orgulloso?
¿Has creado algo? ¿Qué? ¿Cuánto?
¿Ayudas a otras personas? En ese caso, ¿cómo las ayudas?
**Ojo: No se trata de buscar que una vida sea perfecta. Típico que nos terminamos decepcionando porque nunca llegamos a la perfección.
Se trata de saber más o menos hacia dónde apuntar.
Segundo: ¿Por qué?
¿Por qué definiste que en tu vida ideal vives en la playa? ¿Por qué no otra opción? ¿Qué es lo que ves especial en vivir en la playa? ¿Por qué es tan necesario para ti que la casa sea grande?
¿Por qué en tu vida ideal te ganas la vida siendo el dueño de tu propio negocio? ¿consideraste lo bueno y lo malo de eso? ¿Por qué pusiste seis semanas de vacaciones, y no doce?
¿Por qué escribiste que tienes pareja? ¿Qué te hace pensar que tu vida será mejor con él/ella?
¿Por qué pusiste que en tu vida ideal tienes tres hijos? ¿Por qué no uno, o cuatro, o cero? ¿Qué te hace pensar que tu vida será mejor con tres hijos?
¿Por qué pusiste dos perros? ¿Por qué no más, o menos?
¿Por qué pasas tu tiempo libre leyendo, o haciendo deporte, y no haciendo otra actividad?
¿Por qué pusiste que has viajado a 50 países, y no 150?
¿Por qué pusiste que has logrado completar una maratón, y no otro desafío?
¿Por qué pusiste que has logrado escribir un libro, y no escribir una canción?
¿Por qué pusiste que ayudas a gente en situación de calle, y no otra opción?
**Ojo:Más que encontrar una respuesta correcta a por qué queremos tener tres hijos y no cuatro, esta segunda parte sirve para identificar posibles motivaciones erróneas.
Quizás te das cuenta que escribiste que eres el gerente de una empresa sólo porque quieres que los demás te vean como alguien exitoso, cuando en realidad no hay nada que te motiva de ese camino.
Quizás escribiste que has logrado correr una maratón sólo para decirle a otros que corriste una maratón, y no porque realmente te interesa correr una.
¿Lo escribiste porque realmente lo quieres y te interesa? ¿O porque otros lo esperan de ti?
Tercero: ¿Cuánto cuesta tu vida ideal?
¿Cuánto cuesta vivir donde quieres? No sólo plata, si no también el tiempo y energía que se necesita para juntar esa plata.
¿Cuánto cuesta criar a los hijos que quieres? No sólo plata, si no también el tiempo y energía que requiere.
¿Cuánto cuesta tener las mascotas que quieres?
¿Cuánto cuesta todo lo demás que pusiste?
Quizás aquí te das cuenta que necesitas mucho menos de lo que creías, o quizás mucho más.
Tiempo atrás escuché la historia del gerente general de una administradora de fondos exitosa. Teniendo ya plata para el resto de su vida, se le escuchaba a cada rato diciendo: «Sueño con, algún día, poder irme a viajar en moto por China».
Lo curioso de esta historia es que un viaje en moto por China es sorprendentemente barato comparado con viajes lujosos. Muchos mochileros lo han hecho con pocos ahorros. El gerente se estaba complicando solo.
Por último:
De todo lo que escribiste definiendo tu vida ideal, ¿Qué cosas sabes que, si no las haces, te arrepentirás al final de tus días?
Esta es otra historia de antes de los viajes en bicicleta.
Villa O’higgins, Chile. Enero de 2018.
Después de seis viajes a la carretera Austral, por fin he logrado recorrerla hasta Villa O’higgins, el pueblo que simboliza el final. Si quieres seguir más al sur, para ir a conocer Magallanes y Tierra del Fuego, tienes que cruzar a Argentina por unos cuantos cientos de kilómetros ó cruzar a pie el Campo de Hielo Sur, uno de los glaciares más grandes del mundo. Suena interesante la segunda opción. ¿Quizás para el futuro?
Deberíamos ser cuatro amigos los que estamos aquí, los mismos cuatro protagonistas de la historia de las carpas publicada hace unas semanas: Fuica, Urce, Tomacho y yo. Es el mismo viaje.
Sin embargo, sólo Tomacho y yo llegamos a la meta.
¿Qué pasó?
Fuica tiene mala suerte. Eso pasó.
Siendo cuatro, siempre nos separamos en dos parejas para viajar a dedo. Así aumentan la probabilidad de que un auto te lleve.
Cuando Fuica y yo hicimos dedo juntos, pasó el problema de las carpas, relatado en la historia anterior.
Cuando Tomacho hizo dedo con Fuica, no los llevaron en todo un día. Mientras tanto, a Urce y a mí nos llevó una pareja de mexicanos que nos invitaron a comer y a hacer trekking mientras viajábamos todo el día con ellos.
Y ahora a Urce le tocaba hacer dedo con Fuica. Fuica se enfermó de la guata la noche anterior a la que teníamos que tomar un ferry. ¿Será porque por equivocación cocinamos los tallarines con agua de mar?
El único baño en los alrededores era el que estaba adentro del barco. Fuica entra apurado aguantando la churretera, y se topa con el capitán del barco. Le pide usar el baño. A la salida, le cuenta al capitán que está enfermo. El capitán lo mira de pies a cabeza, y le dice: «¿Sabí lo que te vendría bien? Un whiskazo».
A continuación, el capitán le sirve a Fuica un whiskey y un plato de papas con asado de cordero. Desafío para el estómago cuando uno está sano. Sentencia a muerte para aquel que ya viene enfermo. Fuica come hasta languetear el plato, y con eso firma el contrato en donde acepta tres meses de malestar estomacal a cambio de un poco de cordero. No entraré más en detalles.
La cosa es que mientras Tomacho y yo vamos camino a Villa O’higgins, de paso encontrándonos a cuatro metros con un huemul, Urce y Fuica van de vuelta al norte, camino a Cochrane, donde Fuica irá a un hospital.
Fuica cree que tiene virus Hanta, y la paranoia le hace sentir todos los síntomas que un ser humano puede llegar a padecer. Resfrío, dolor de pulmón, calambres intestinales, dolor de cocos, todo. Urce, que también piensa que Fuica tiene Hanta, pasa todo el camino pensando en qué va a decir en el discurso del funeral de Fuica. No, no estoy mintiendo. ¿Eso es de buen amigo o mal amigo?
Tomacho y yo pasamos dos días en Villa O’higgins, esperando a ver si Fuica se recupera y puede volver. Mientras tanto, pasamos el tiempo caminando por los alrededores y tratando de decidir qué hacer a continuación.
Al segundo día, Fuica decide volver a Santiago, y Urce empieza su camino de vuelta al sur para encontrarse con nosotros. No sabemos cuánto se va a demorar, depende de cuánto lo lleven a dedo.
Ese mismo día, nos llega el rumor de que en el pueblo se está alojando un holandés de dos metros de altura que está preparándose para hacer un trekking olvidado, un camino por las montañas que los gauchos utilizaban antes de que hubiese Carretera Austral para viajar desde Villa O’higgins a Cochrane. Le dicen la ruta de los pioneros.
Suena como la aventura perfecta.
Tomacho y yo partimos a caminar por el pueblo en busca del holandés gigante. Entre que Villa O’higgins es enano y que el holandés efectivamente es grande, nos demoramos unos tres minutos en encontrarlo. Lo saludamos casi que de abrazo, el holandés sonriendo pero al mismo tiempo preguntándose quiénes somos, y la conversación sigue más o menos así (en inglés):
«¿Cómo te llamas?», le pregunto.
«Han». (se pronuncia Jan)
«Un gusto, Han el Holandés. Tú no nos conoces, pero nosotros a ti sí. Sabemos de la caminata que quieres hacer, y queremos ir contigo».
«¡Vamos!».
¿Qué tanto hay que pensarse caminar por una semana con tres desconocidos? ¡Han el holandés está abierto a todo!
Han el holandés nos explica un poco más de la caminata. Nos dice que es difícil, que el camino no está marcado en muchas secciones, y lo más importante, que a lo largo de siete días sólo nos encontraremos con una persona que vive por esos lados. Un gaucho legendario. Su nombre es Eraldo Rial, y vive hace décadas en solitud junto a su ganado.
Ahora sí que la caminata se puso interesante. Conocer al gaucho legendario se convierte en una obsesión para los tres. Suena como una oportunidad única.
Al tercer día llega Urce. Se suma a la idea de hacer la caminata sin pensársela mucho. Compramos toda la comida que necesitamos (tallarines, salsa de tomates y avena para una semana), descargamos una ruta GPS para seguirla en caso de que nos perdamos, y conseguimos a un local (¿villaohigginisense?) que nos lleve en camioneta al comienzo de la caminata a la mañana siguiente.
Está todo listo.
Pasa la noche.
El villaohigginisense con su camioneta nos deja en la empezada.
Uno debería sentirse nervioso estando a punto de hacer un trekking abandonado como este. ¿Qué pasa si alguno tiene un accidente? ¿Qué pasa si nos perdemos? ¿Qué pasa si se nos acaba la comida? No hay señal de teléfono. Es larga la lista de cosas que pueden salir mal. Pero Urce, Tomacho y yo ya tenemos experiencia haciendo caminatas de varios días, y Han el holandés trabajó años como guía de montaña por todo el mundo. Nos sentimos seguros con él. Todo va a salir bien.
Los primeros tres días de caminata resultan ser increíbles, pero a la vez una tortura. Las mochilas están pesadísimas por tanta comida, a ratos llueve, y el camino consiste en bordear dos lagos que están uno al lado del otro. El tema está en que estos lagos no tienen una orilla plana, si no más bien un cerro que cae directamente en el agua. Para bordearlos, los gauchos que utilizaban este camino iban a caballo improvisando la ruta, subiendo y bajando el cerro que cae al lago por donde sea que no hubiesen árboles y rocas. A ratos, llegaban hasta la orilla y metían a sus caballos al agua para poder seguir avanzando.
Para alguien que viaja a caballo, esto no suena tan terrible. Para alguien que va a pie, el caso de nosotros, es agotador. Aparte de todas las subidas y bajadas que parecen no tener sentido, decenas de veces tienes que detenerte, sacarte los bototos, y meterte al agua hasta las rodillas.
Aparte de eso, el camino no está bien marcado. Varias veces al día nos perdemos y tenemos que encender el teléfono para revisar la ruta y así volver al sendero.
Todas las tardes, ya sin energía, armamos las carpas en algún claro donde podamos protegernos un poco de posibles lluvias. ¿Qué hay de menú? Tallarines con salsa de tomates. ¿Es suficiente para suplir las calorías gastadas en un día de caminata? No, ni cerca.
Apenas terminamos de comer, nos ponemos a hablar de comida. Han el holandés escucha con atención y saboreando su propia saliva mientras describimos las delicias que contiene una «pichanga». Papas fritas, salchichas, un poquito de carne, un poquito de chorizo…nada mejor.
Poco a poco comer la pichanga se convierte en una obsesión casi tan grande como la de conocer al gaucho legendario, Eraldo Rial. Decidimos que cuando volvamos a la civilización, en Cochrane, iremos directo a una picada a comer pichanga.
Cuarto día. Conociendo al gaucho
Llueve. No para de llover.
El camino es plano, y cruza un bosque que, después de horas dentro de él, empieza ser monótono y aburrido. Cada uno camina a su propio ritmo, asegurándose que el que venga detrás no tenga problemas. Esto te permite un rato de silencio para reflexionar.
No sé lo que estará pensando Han el Holandés. ¿En comerse una Pichanga?
El Tomacho es filósofo, y probablemente está pensando en la razón de las cosas. O potos quizás.
Urce terminó hace poco con la Tere, su polola, y dadas las circunstancias, cuando está solo su mente se convierte en una fábrica de sufrimiento que se cuestiona las decisiones que ha tomado a lo largo de toda su vida. Por cada paso derecho que da, se lamenta en voz alta diciendo «Teeeeeere (seguido por un paso izquierdo), Teeeeeere (paso izquierdo), Teeeeeere (etc)».
¿Yo? Empiezo a hacer cálculos matemáticos para hacer pasar el rato. Entre sumas y restas descubro que con X tiempo de trabajo puedo ahorrar Y y salir a viajar por el mundo durante Z meses. ¡Suena como una locura! ¿Lo iré a hacer algún día?
Ya empapados y agotados, llegamos a una cabaña enana y apenas en pie que parece estar habitada.
Tiene que ser la casa de Eraldo Rial. ¡El gaucho legendario!
Además de conocer a Eraldo, estamos emocionados porque probablemente Eraldo tendrá una estufa encendida donde podremos calentarnos y secar nuestra ropa. Todo lo que tenemos puesto está mojado.
Tocamos la puerta.
A sorpresa nuestra, nos abre una mujer. ¿Eraldo es mujer? ¡Bien raro el nombre para una mujer! ¿O quizás Eraldo tiene mujer? Igual le quitaría un poco lo legendario. La gracia era que Eraldo vivía completamente solo en las montañas, como un ermitaño.
La mujer nos hace pasar. Adentro nos encontramos con otra mujer, un gaucho joven, y, acostado sobre una banca de madera, Eraldo Rial. El gaucho legendario.
¿Cómo te imaginarías a un gaucho legendario? Nosotros llevábamos cuatro días pensando en cómo sería Eraldo en la vida real. Nos imaginábamos a un señor ya en sus setenta, viejo pero a la vez fuerte como un hombre de veinte. Con una miraba y personalidad reflexiva después de tantos años en solitud. Vestido con boina, poncho y botas, tal como uno se imagina a un típico gaucho de la Patagonia.
Eraldo es viejo, sí. Pero no se ve fuerte. A falta de mejor descripción, está hecho mierda. Lastimado. Parece ser incapaz de poder levantarse de esa banca. No viste con poncho y boina, sino con unos harapos negros y sucios que no se los debe haber cambiado en semanas. Entre la ropa que usa y su barba larga, parece un vagabundo de los que se ven en las calles de Santiago más que un gaucho legendario.
Eraldo nota nuestra presencia, pero se limita a hablar poco o nada. Quizás tiene demasiado dolor y poca energía para recibirnos en su hogar. Sólo se mueve para recibir la calabaza con mate cuando le toca su turno.
Los que lo acompañan resultan ser sus dos hijas y un amigo de las hijas. Han venido a ayudarle por unos días con los toros que tiene Eraldo, porque él está demasiado débil como para trabajar con ellos solo. Resulta que semanas atrás a Eraldo le cayó encima la rama de un árbol, y desde ahí que está semi postrado e invadido por el dolor.
Los cuatro llevaban todo el día dentro de la cabaña tomando mate esperando a que la lluvia pase. Nos sentamos con ellos. La «casa» son dos piezas. La habitación donde duerme Eraldo, y la habitación donde estamos nosotros. Está oscura, sin electricidad, y tiene una cocina al medio que sirve para calentar el agua del mate y a la vez calentar la casa, pero como las ventanas están rotas, nos seguimos cagando de frío. El lugar está lleno de utensilios y pieles colgadas y platos sucios y baldes y webadas.
Pasamos una hora hablando de la ruta de los pioneros y de la vida de Eraldo. Ahí las hijas nos explican que, ya décadas atrás, Eraldo encontró trabajo aquí cuidándole el ganado y el campo a un patrón. Entre que no tenía muchas alternativas, Eraldo «abandonó» a sus hijas para venirse a trabajar solo en las montañas.
Una vez cada seis meses, Eraldo va a caballo a Villa O’higgins para comprar provisiones para los siguientes seis meses. Arroz, papas, hierba mate y cigarros. No se necesita mucho más. El resto del tiempo se lo pasa disfrutando de la solitud en las montañas.
De vez en cuando Eraldo interrumpe la conversación para decir algo, pero lo poco que dice no tiene sentido. Se nota en su forma de comunicarse que los años en solitud le han pasado la cuenta al momento de tener que tratar con otros humanos. Probablemente es una persona reflexiva y en contacto con la naturaleza, pero no tiene las palabras para comunicar lo que siente o piensa de la vida. Sólo le queda vivirla.
Se detiene la lluvia. Es momento de salir a trabajar. Por algo vinieron las hijas de Eraldo y el otro gaucho.
En el ganado de Eraldo hay unos treinta toros. Estos toros son calientes. Tan calientes, que cuando hay una vaca en celos, le dan y le dan sin parar, a tal punto que la pobre vaca muere por tanta brutalidad y calentura. Eso es un problema. Para solucionarlo, hay que capar a casi todos los toros (cortarles los testículos), y dejar a tan sólo uno o dos para que puedan seguir apareándose. Esos toros no capados no saben la suerte que tienen.
Nos preguntan si los podríamos ayudar a capar a los toros.
¿Hay opción de decir que no? Sí. Han el holandés ama a los animales. Es vegetariano. Prefiere no castrarlos si puede evitarlo. Dice que no quiere ayudar.
Yo también llevo toda la vida diciendo que amo a los animales. No soy capaz de entender un rodeo, por ejemplo. Pero dado que estamos en la casa de Eraldo Rial, el gaucho legendario, siento que hay que seguirlo a él sin pensarla mucho y olvidando todo tipo de principios que uno tiene. Tomacho y Urce piensan lo mismo.
Apenas la hija de Eraldo dice que es momento de trabajar, Eraldo se transforma. Se pone de pie así como no hubiese dolor. Se pone las botas, y empieza a liderar la salida. Era como si todos sus malestares hubiesen desaparecido para que él pudiese continuar con la labor de toda su vida. Es tanta la energía que tiene, que es el primero en salir de la cabaña. Tranquiiiiilo, Eraldo. ¡Todavía no se acaba el mate!
Eraldo parte caminando, y yo soy el único que lo sigue. Va tan rápido, que hay que apurarse para seguir su ritmo.
Para llegar a los toros, hay que cruzar un riachuelo que, si te caes, te empapas por completo. El caudal avanza con velocidad. Lo único que hay para cruzar es una rama mojada y delgada que sirve como puente. Eraldo tiene botas y le da lo mismo mojarse, así que pasa como si fuera lo más fácil del mundo. Yo lo sigo, y la rama se hunde dentro del agua, y me termino empapando hasta las rodillas.
Llegamos donde los toros, y poco rato después llega el resto. Han el holandés se quedó tomando mate en la cabaña para no presenciar la masacre que viene a continuación. Los toros están encerrados en un cerco de madera. Si no, al ver la primera capada, saldrían corriendo para intentar salvar sus testículos.
Reparten los trabajos.
Las dos hijas de Eraldo y el otro gaucho están encargadas de lacear a un toro, amarrarlo a un poste, y después amarrar sus patas a otro poste para que quede inmovilizado en el piso, sin posibilidad de defenderse.
El tomacho y Urcelay están encargados de asegurarse de que los toros no se escapen. No tengo idea cómo van a hacer eso.
Yo estoy encargado de mantener una fogata encendida para calentar el metal que sirve para marcar a los toros, así uno distingue quién es el dueño.
Eraldo controlará a los toros, y cortará los testículos y los cuernos.
Capar al primer toro resulta ser una brutalidad. Es un espectáculo digno de olvidar. Entre forcejeos mal hechos, amarras demasiado apretadas, y un exceso de resistencia por parte del toro, la tarea demora varios minutos. Hay sangre por todos lados, y gritos de dolor, y la amarra del cuello está tan apretada que el toro casi queda inconsciente por la asfixia.
Yo trato de no mirar mucho, y me concentro en alimentar el fuego, pero a ratos volteo para ver si Tomacho y Urce están tan horrorizados como yo. Sí, lo están.
Sorprendentemente, cuando más grita el toro no es cuando le cortan los cocos, si no cuando lo marcan con el metal candente. El metal que yo calenté en la fogata.
Llevamos un solo toro. Son treinta.
Pasan las horas. Los testículos se acumulan. Eraldo Rial, el gaucho legendario, efectivamente se comporta como un gaucho legendario. Se mueve entre los toros con total seguridad, así como si no existiera la más mínima posibilidad de que uno de ellos pudiese atacarlo y matarlo frente a todos nosotros. Y te hace sentir esa misma seguridad.
Por cada coco rebanado siento que voy perdiendo más y más el derecho de decir que amo a los animales.
Imagínate ser cualquiera de esos toros, y despertar esa mañana feliz de la vida y probablemente un poco caliente, y no sabes que al final del día vas a perder tus cuernos y tus testículos, y te van a marcar con un metal candente, y pasarás el resto de tu vida desconfiando de cualquiera que se acerque a ti.
Se termina el trabajo. Ya es casi de noche. Armamos nuestras carpas fuera de la casa de Eraldo, y mientras intentamos dormir, escuchamos los lamentos de los toros al otro lado del río.
Pasan toda la noche llorando.
El quinto día consiste en cruzar un valle frío y ventoso. No sé si nos equivocamos o qué, pero tenemos que cruzar suficientes ríos como para perder la cuenta. El agua viene de un glaciar, heladísima, y lo que empieza a pasar es que entre caminar mucho y enfriar nuestros pies con el agua, a todos nos empiezan a doler los pies, a tal punto de que cojeamos con cara de dolor todo el trayecto. A pesar del dolor, no hay muchas más opciones que seguir avanzando cuando estás en el medio de la nada.
El sexto día tenemos que cruzar un río grande. Por lo que habíamos escuchado, la clave está en cruzarlo antes de la cascada, y no después. Suena como algo simple, si sabes dónde está la cascada. Nosotros no lo sabemos. Nos perdemos, y llegamos al río en el peor lugar que uno podría llegar a cruzar, bajo la cascada.
El problema no es caminar por el agua. Para eso lo que hacemos es tomarnos los cuatro de los brazos, y si uno pierde el equilibrio, los otros tres lo ayudan a que no siga río abajo y muera dolorosamente.
Lo que viene después del cruce es lo difícil. Para volver al sendero hay que «escalar» una «pared». Es una bajada que está en el límite entre lo escalable y lo no escalable para gente que no escala, que es el caso de nosotros. Tienes que subir varios metros de altura usando piernas y brazos, y asegurarte de no caerte. Si te caes, cagaste.
Me doy cuenta de que si la pienso mucho, no voy a subir. Me ofrezco para subir primero.
A duras penas, resbalándome y una vez casi perdiendo el control, logro subirla sin accidentes. Urce y Tomacho también la suben sin morir.
Dejamos de último a Han el Holandés, que debe tener unos cincuenta años. Tiene buen estado físico para alguien de cincuenta, pero aun así tiene cincuenta. Y lleva una mochila pesadísima. Y mide dos metros. No está hecho para escalar. Empieza a subir lentamente, cuidando cada movimiento. Cuando llega al final, que es la parte más difícil, le ofrezco mi mano, y Han empieza a perder el control, y por un segundo nos miramos a los ojos ambos invadidos por el terror, sabiendo que estaba a punto de desatarse el desastre. Adiós, Han el Holandés.
No sé cómo, pero Han logra recuperar el control, y termina subiendo hasta el final.
Fiufffff.
Ese mismo día acampamos dentro de un bosque, y ya cocinando los tallarines, escuchamos el ruido de algo gigantesco que camina entre los árboles.
BUM. BUM. BUM.
Todos en silencio. Nos ponemos de pie, para recién ahí ver, a unos treinta metros, al toro más grande de la historia. Es un monstruo de color negro. Suficientemente grande como para que uno naturalmente eligiera no emitir sonidos y a la vez pedir perdón al cielo, por si el toro decide que tú no vas a vivir más. Ese toro hace lo que quiere contigo.
Por suerte, el toro negro sigue caminando, y al rato desaparece.
Nuevamente, fiuuffffff.
Último día. Ya no queda avena, ni salsa de tomates. De desayuno cocinamos tallarines sin nada para darle sabor, y a Urce se le pasan, y están excesivamente blandos. ¡¡Puta madre!!
Diez kilómetros de cojeo nos dejan en el glaciar Calluqueo, hermoso, que simboliza el final de la ruta de los pioneros.
¡Llegamos al final!
Eso sí, seguimos lejos de la civilización, a sesenta y cuatro kilómetros de Cochrane. Nos tiene que llevar un auto. Si no, cagamos. ¡No nos queda comida!
Sólo hay un bus y una van. Nada más.
El bus es de una empresa de turismo que lleva a gente de la tercera edad a lugares bonitos de la patagonia. Entramos, nos hacemos amigos de todos los viejitos y del conductor, les preguntamos si les importaría si nos fuéramos con ellos de vuelta a Cochrane, y cuando nos dicen que ellos estarían encantados, nos empezamos a relajar.
Poco rato después llega la guía turística, le decimos si nos puede dejar subirnos ya que hay asientos vacíos y todos los abuelitos están de acuerdo con que vayamos arriba, y nos dice que no.
Vamos a la van. La última opción. Adelante va el copiloto y el conductor, que se llama Jimmy.
Maldito Jimmy.
Atrás, la van va vacía.
Le preguntamos a maldito Jimmy si es que nos puede llevar de vuelta y nos dice que sí, pero que primero va a subir a su cabañita que tiene por ahí en las montañas para tomarse unos mates.
No hay problema, te esperamos maldito Jimmy.
Pasan cuatro horas en las que nos dedicamos a tirar piedras a un cartel. Está lloviendo, pero no importa mojarse, si igual Jimmy nos va a llevar.
Vuelve maldito Jimmy. Su van viene llena de cosas.
«Perdón, no caben los cuatro», nos dice maldito Jimmy.
Yo intervengo: «Jimmy, nos dijiste que nos podías llevar. Está lloviendo y no tenemos comida, ¡y no ha pasado ningún otro auto en todo el día!».
«Sí, pero no caben los cuatro. Puede entrar uno», responde maldito Jimmy.
«¿Uno? ¡¿UNO?!». ¡¡Puta madre Jimmy!!
«Quizás, si movemos unas cosas, podemos llevar a dos». Nos dice, así como para consolarnos.
Quiero matar a Jimmy. ¡Él dijo que nos llevaría! ¿Eso no se hace! ¿Qué vamos a hacer ahora? ¡No tenemos comida y no ha pasado ningún otro auto! Empiezo a tratar de convencerlo diciendo que intentemos reorganizar la van completa, y Urce ve mi desesperación, y me pide que me calme enfrente a Jimmy.
Rato después, Tomacho y Han el Holandés se suben a la van de maldito Jimmy, y se van. El grupo se separa sin saber cuándo nos iremos a ver denuevo, y qué irá a pasar con Urce y yo.
Apenas se va la van, empiezo a putear a Urce sin ningún tipo de filtro.
«¿¿CÓMO ME DECÍ QUE ME CALME AL FRENTE DE JIMMY?? ¡¡SI TENÍAMOS QUE CONVENCERLO!! ¿ACASO NO TE DAY CUENTA DE LA SITUACIÓN EN LA QUE ESTAMOS? ¡NO HA PASADO NINGÚN OTRO AUTO EN TODO EL DÍA! ¡CAGAMOS!»
Justo ahí pasa otro auto.
Nada de hacer dedo. Urce y yo nos ponemos frente al auto para cerrarles el paso. Es una familia simpática que viene a conocer el glaciar Calluqueo. Les explicamos nuestra situación, y dicen que nos llevarán en unos minutos.
Si bien hace un minuto nos estábamos puteando, ahora Urce y yo nos abrazamos celebrando que nos salvamos. ¡Auto caído del cielo!
64 kilómetros de recorrido nos dejan en Cochrane. Vamos a un camping. Han el Holandés y Tomacho nos ven, y se les ve plena felicidad en sus caras al saber que sus compañeros que quedaron atrás están bien. ¡Qué alivio! Para ellos, subirse al auto de maldito Jimmy fue una tortura.
Armamos nuestras carpas, y vamos a una picada a comer esas pichangas que llevaban una semana en nuestras cabezas. Cada uno se sirve una porción para dos o tres personas.
Somos felices.
La vida es buena.
Tres comentarios para terminar:
Eraldo Rial murió al año siguiente. Es tan legendario, que tiene un documental en Amazon Prime Video llamado «Gaucho».
Un mes después del viaje Urce volvió con la Tere. Se casaron el 2022
Meses después, viendo tele en mi casa, veo un reportaje sobre un tipo que va a la Patagonia en busca de un toro negro gigantesco, que es muy difícil de ver. No logra encontrarlo.
Una regla: No tomar decisiones importantes estando cansado, con hambre o con sueño.
Suena como demasiado simple. Suficientemente simple como para que fuese una de las reglas que acompañan a la regla de oro: no hacer a otros lo que no quieres que te hagan a tí.
Simple, pero no fácil. El problema está en que cuando uno está cansado no tiene la claridad mental para reconocer que uno está cansado.
¿Has visto alguna vez a una persona que, teniendo que tomar una decisión importante, se asegura antes de haber dormido bien y de no tener hambre?
¿Has visto alguna vez a una persona que se detenga en la mitad de una discusión y reconozca que el problema no es el tema por el cual ambos están discutiendo, sino que el problema es que está de mal humor porque durmió poco?
Pasa poco, ¿no? Por lo general no paramos a darnos cuenta que estamos de mal humor. Simplemente estamos de mal humor. Y caemos en un espiral de problemas que crean más problemas.
Cuando estamos cansados, con hambre o con sueño nos volvemos personas irritadas incapaces de pensar con claridad. Creamos problemas donde no hay, tenemos una nube negra encima de nuestras cabezas, y discutimos por temas que no valía la pena discutir.
Somos tan irracionales como ese niño que no para de llorar porque su mamá le dijo que no meta las manos en el enchufe. Todo lo que sale de nuestras bocas crea más y más problemas.
Estando así de negativos e irracionales, no conviene tomar decisiones que puedan cambiar el rumbo de nuestras vidas.
Acortar un viaje que se suponía que iba a durar muchísimo más. Retirarse de un deporte que te encantaba. Renunciar a un trabajo. Terminar una relación. Empezar una discusión que no valía la pena. Etc.
Quizás jamás habrías tomado esa decisión estando descansado y bien alimentado, y la pudiste haber evitado yendo a dormir una siesta o habiendo comido un sándwich.
Estando cansado, con hambre o con sueño la mente se nubla. Es muy alta la probabilidad de que la decisión sea completamente irracional y errónea. Si nos prohíbimos tomar decisiones importantes hasta que estemos seguros que no estamos siendo afectados por cansancio físico, hambre o sueño, reducimos la probabilidad de elegir un camino incorrecto.
Entonces, esta es mi propuesta: la próxima vez que tengamos que decidir algo que sea importante para nosotros, primero detenernos por un minuto a preguntarnos:
¿Me he estado exigiendo mucho últimamente?
¿Dormí bien la noche anterior?
¿Cuándo fue la última vez que comí sano?
Y si nos damos cuenta que sí, que estamos cansados, el próximo paso no sería tomar la decisión que debíamos tomar, sino preguntarnos cómo nos podemos reponer lo más rápido posible. La decisión se postergaría para cuando estemos descansados, bien alimentados y emocionalmente estables.
Si vamos a cambiar nuestras vidas de un momento a otro, que no pase que hayamos sido influenciados por algo tan básico como que nos faltaba dormir un poco más o comernos una manzana.
Hasta el año 2018, lo normal para mí era tener en todo momento algún dolor o lesión en el cuerpo. Pensaba que no había nada que se podía hacer para evitarlo.
Sin incluir una operación de apendicitis, desde el año 2019 no he tenido un dolor que me haya dejado en reposo por más de una semana.
¿Qué cambió?
Resulta que existen algunas técnicas y hábitos muy simples para prevenir lesiones. Si las aplicamos a diario, deberíamos tener menos problemas.
La idea de este artículo es mencionar esas técnicas y hábitos en cada una de las partes que involucran hacer ejercicio y recuperarse: 1) Calentamiento 2) Deporte 3) Preparación física 4) Crosstraining 5) Elongación 6) Descanso 7) Alimentación 8) Sueño
1) Calentamiento
El calentamiento debe hacerse con movilidad articular. Esto no significa elongar quedándose quieto en posiciones incómodas donde sientes que estás estirando un músculo específico, sino mover nuestras articulaciones con cuidado para que entren en calor, y así evitar hacer un mal movimiento sin haber calentado antes.
En el momento de empezar a hacer el deporte uno debería sentirse «suelto», con confianza de que seremos capaces de hacer movimientos complicados con fuerza.
¿Dónde podemos aprender a calentar? Buscando «warm up for insertar deporte» en youtube. Por ejemplo, acá va un video para calentar antes de correr.
2)Deporte
1) El deporte debe hacerse con actitud, sabiendo que puedes hacer fuerza y ser intenso sin lesionarte. Lo que los futbolistas llaman «entrar fuerte».
Por ejemplo: si estás jugando fútbol y te tiras a hacer una barrida con miedo de que te vas a lesionar, aumentan las probabilidades de que te pase algo. Pasa lo mismo con todos los demás deportes.
2) Mientras hacemos deporte, es importante escuchar el cuerpo. Todos los días despertamos distintos por una infinidad de factores: cuánto nos hemos esforzado últimamente, cómo hemos estado durmiendo, nuestra alimentación e hidratación, estrés laboral, relaciones personales, etc.
Si nos sentimos bien, no hay problema para seguir haciendo el deporte.
Si nos sentimos cansados, o molidos, o tiesos, es importante estar atento, sobre todo cuando hacemos movimientos bruscos como agacharse en exceso, golpear una pelota demasiado fuerte, torcer la espalda o abrir mucho las piernas.
Hay veces en las que jugamos un partido, nos exigimos mucho, y al final estamos excesivamente cansados. Quizás todavía no tenemos una lesión, pero sentimos que, si le exigimos un poco más al cuerpo, vendrá un desgarro o tirón. Lo sabemos con seguridad, porque en ese momento hay ciertos movimientos que siempre hemos podido hacer sin problemas, pero que ahora están molestando.
En ese caso, conviene parar a descansar por unos días hasta que volvamos a sentirnos bien. Quizás descansar unos días se sentirá como una pérdida de tiempo, pero es mejor perder dos días que perder seis semanas en las que te tienes que recuperar de un desgarro de gemelo que pudiste haber evitado. Lo podemos ver de otra forma: en este caso, uno no está eligiendo entre parar o no parar. Está eligiendo entre parar voluntariamente por unos días o involuntariamente por unas semanas.
3) Saber parar a tiempo puede llegar a ser todo un desafío, sobre todo si estamos jugando un torneo y ganamos el último partido. Estamos cansadísimos, pero de todos modos queremos jugar la siguiente ronda. Ahí empiezan los problemas. ¿Qué es más importante? ¿Ganar un torneo ahora mismo, o tu salud a largo plazo?
3)Preparación física complementaria
Hay cientos de ejercicios que podemos aplicar para mantener un buen estado físico. Tantos, que la clave estaría en saber filtrar y elegir los ejercicios correctos. Para eso, hay que considerar dos cosas:
1) Los ejercicios que elegimos deben estar enfocados en el deporte que queramos hacer:
¿Jugamos fútbol? El entrenamiento debería estar dirigido a ser mejor futbolista.
¿Corremos? El entrenamiento debería enfocarse en cómo ser un mejor corredor.
Y si no tenemos un deporte específico en mente, el entrenamiento debería ser amplio y variado, enfocado en tener un estado físico que sirva para hacer de todo, sin lesionarnos.
2) Evitar aquellos ejercicios que nos hacen mal:
Teniendo en cuenta que hay cientos de ejercicios para alcanzar un buen estado físico, uno tiene la opción de evitar aquellos ejercicios que duelen y lesionan, y preferir las alternativas que nos hagan bien. Influye muchísimo nuestra genética y los desbalances musculares que tenemos desde chicos.
Ejemplos:
Si queremos tener más fuerza en los pectorales, pero nos duelen las muñecas cada vez que hacemos flexiones de brazos, podemos probar con ejercicios de presbanca, o máquina, o natación, etc. No es necesario aniquilar nuestras muñecas a punta de flexiones.
Si queremos tener más fuerza en las piernas, pero nos duele hacer pistol squats, podemos probar haciendo sentadillas normales en las que no nos agachamos hasta el límite, o estocadas, o hacer spinning, o sentarnos en la pared para sentir cómo se nos queman los quádriceps, etc. Cuando se trata de mejorar fuerza de piernas, aquí sí que hay muchísimas opciones. No vale la pena lesionarse con un pistol squat.
3) Si nunca antes has hecho ejercicio, recomendaría empezar con algún entrenador personal o participar en una clase grupal. Puede pasar que en tu mente sepas cómo debe hacerse un ejercicio, pero en la práctica lo estás haciendo mal porque no estás observando tu cuerpo y nadie te corrige.
4)Crosstraining
Una técnica muy sencilla y tremendamente efectiva para mantenerse sano es hacer crosstraining. En pocas palabras, crosstraining significa ir combinando varios deportes al mismo tiempo en lugar de enfocarse en uno solo, con tal de usar todos los músculos del cuerpo para mantenerse sano.
Cuando nos enfocamos en un solo deporte, siempre ocupamos los mismos músculos y hacemos los mismos movimientos. Esto puede provocar desbalance muscular y desgaste de aquellos músculos y articulaciones que usamos recurrentemente.
Cuando hacemos varios deportes al mismo tiempo, ocupamos todo el cuerpo y hacemos distintos movimientos a lo largo del día. Esto ayuda a que podamos descansar algunos músculos fatigados mientras hacemos otra disciplina, y además nos cansamos menos de cabeza.
Lo importante aquí, es elegir correctamente la combinación de deportes que queremos hacer. El error está cuando uno combina deportes que son demasiado duros para el cuerpo, o cuando combinamos dos deportes que son demasiado parecidos.
Algunos malos ejemplos de crosstraining:
Jugar sólo tenis y padel: de que se pasa bien, se pasa bien. Pero estos deportes se parecen mucho en sus movimientos. Si empiezas a jugar mucho, no le estás dando descanso a tu brazo dominante, y puede llegar lesión de muñeca, codo, hombro, o las tres. Obviamente se pueden combinar, mucha gente lo hace. Lo importante es no hacerlos en exceso, escuchando al cuerpo.
Jugar fútbol y hacer trailrunning: con tanto choque, barridas, piques y patadas, sólo jugar fútbol ya te puede lesionar. Si a eso le sumas salir a correr en el cerro, desgastando aun más las piernas, quizás le estás pidiendo mucho al cuerpo. Después de un tiempo tienes un pinchazo en la rodilla que no sabes por qué llegó.
Un buen ejemplo de crosstraining sería cualquier deporte de alto impacto (tenis, fútbol, rugby, trote, etc) con cualquier deporte de bajo impacto (natación, bicicleta, caminata, golf, etc).
5)Elongación
Afirmaría que la elongación diaria es el hábito más importante para evitar lesiones, junto con saber cuándo parar. Teniendo en cuenta que para muchos de nosotros elongar se siente como una tortura, y que si lo hacemos mal podemos lesionarnos más aún, comparto algunos tips:
Es clave fijar un momento del día donde sabes que vas a elongar. Una opción es elegir al final del día, justo antes de dormir. Si es que tenemos una junta con amigos, podemos hacerlo justo antes del evento, o apenas llegamos de vuelta a nuestras casas. Lo ideal es destinar tiempo de calidad a este hábito, pero si no tenemos tiempo, en diez minutos se pueden hacer maravillas.
Para que elongar no sea tan aburrido, conviene hacerlo mientras vemos una serie, o escuchamos un podcast, o escuchamos música. Es ideal hacerlo sin ninguna distracción porque así nos podemos concentrar en nuestra respiración, pero partir elongando sin distracciones puede significar pedirle mucho a nuestra fuerza de voluntad.
Es posible, y muy común, lesionarse porque hiciste una estirada muy fuerte o un movimiento extraño. Esto se siente mil veces peor que lesionarse haciendo deporte, porque te hiciste daño tratando de cuidar tu cuerpo. En su momento le pedí consejos a un amigo que lleva años haciendo yoga, y me recomendó empezar la elongación de cada día con muchísimo cuidado, evaluando cómo se siente el cuerpo. A medida que el cuerpo se va soltando, uno puede exigirse más.
¿Por cuánto tiempo mantenerse en cada posición? Hay muchos métodos distintos, pero uno de los más comunes es mantener cada posición treinta segundos, y eso repetirlo tres veces. Si no quieres andar contando los segundos, puedes usar la aplicación Tabata, que te avisa cuándo tienes que cambiar de posición. Es gratis.
¿Qué ejercicios elegir para elongar? Pasa lo mismo que en la sección «preparación física». Hay cientos de ejercicios. Conviene elegir aquellos que no nos causan dolor y lesiones. Mantenerse simple. Por ejemplo, no es recomendable ni necesario partir intentando abrirse de piernas por completo. Una opción para elegir tus ejercicios es buscar «Stretching exercises for beginners» en Youtube.
6)Descanso
¿Cuándo descansar?
Nuestros cuerpos son sabios, y nos dan señales de que necesitamos descanso. Algunas de ellas son:
1) Estás durmiendo mal.
2) Te despiertas, y sientes que tu corazón está agitado.
3) Te cansas más de lo normal cuando haces actividades simples, como subir escaleras.
4) No sientes motivación para hacer nada, incluso aquellas actividades que te encantan.
5) Estás de mal humor. Irritable.
6) Bajan tus defensas. Te sientes débil.
7) Empiezas a tener algunas molestias en tu cuerpo.
Si identificamos una o varias de esas señales, quizás nos vendría bien un descanso.
¿Cómo descansar?
Hoy en día está de moda hacer descanso activo. En lugar de tirarse al sillón y no hacer nada en todo el día, lo que uno hace es cambiar el deporte que venías haciendo por actividades de baja intensidad que te permiten seguir moviéndote y así circular la sangre. Y como son actividades de baja intensidad, uno puede hacerlas por varias horas sin problemas.
Ejemplos:
Hacer spinning, pero lento y sin agitar tanto el corazón.
Salir a caminar.
Hacer yoga o elongar.
Subir un cerro, pero muy lento.
Jugar golf.
Etc.
¿Por cuánto tiempo descansar?
A menos que estés excesivamente sobreentrenado o hayas competido en algo demandante como una maratón, después de uno o dos días deberías sentir que la energía y la motivación vuelve al cuerpo. Tu cuerpo debería sentirse fresco, listo para volver. Si no te sientes así, es mejor seguir descansando hasta que vuelva la energía.
7)Alimentación
Habiendo tantas dietas distintas, y teniendo en cuenta que todos nuestros cuerpos son tan distintos, sería un error grave recomendar una dieta única que le sirve a todo el mundo.
Suele pasar que personas que siguen un tipo de alimentación hablan de las maravillas de su dieta, y critican a las otras dietas. Es como si siguieran una religión.
Los que siguen una dieta mediterránea hablan de la importancia de comer moderadamente de todo, y critican a los veganos porque les falta no sé qué vitamina.
Los veganos hablan de las maravillas del mundo vegetal, y de lo malo que es la carne para tu cuerpo.
Hay otros que sólo comen alimentos que uno puede encontrar en la naturaleza y recoger o cazar con tus propias manos.
Sin embargo, hay algunos puntos clave que todas las dietas tienen en común, porque son excesivamente difíciles de llevarles la contra:
Hacen mal los alimentos procesados, comer azúcar, tomar bebida y comer chatarra. Idealmente, estos alimentos deberían ser inexistentes en nuestras dietas.
Hace bien comer verduras, y como tienen pocas calorías, uno puede comer muchísimo de ellas.
Hace bien tomar agua. ¿Cuánta agua? Un indicador típico de que estás bien hidratado es que tu pipí salga transparente.
Y dado que todo lo demás se discute si es bueno o malo, quizás lo mejor que uno puede hacer es seguir comiendo pero en moderación, ¿no?
Por último, algo que se está respaldando con evidencia sistemática al día de hoy es que hacer ayuno intermitente tiene muchísimos beneficios para el cuerpo y la mente. Vale la pena investigar un poco sobre esto, pero al mismo tiempo conviene consultar con un nutricionista, porque parece ser que no a todo el mundo le hace bien.
8)Sueño
Para dormir bien, se necesita:
1)Entre 7 y 9 horas al día. Todos necesitamos tiempos distintos, pero este es el rango comúnmente aceptado. Hay una porción muy baja de la población que se mantiene bien de salud con menos.
2)Pieza completamente oscura y silencio.
3)Ir a acostarse todos los días a la misma hora.
4)Evitar pantallas antes de acostarse. Elegir en lugar un libro, meditar, o una conversación.
5)Evitar tomar café después de las 3 de la tarde.
6)Evitar tomar alcohol para llegar al sueño profundo.
Esta historia es de antes de los viajes en bicicleta.
Coyhaique, Chile. 26 de Diciembre de 2017.
Me encuentro en el centro de la ciudad empezando un nuevo mochileo en la Carretera Austral. Esta vez estoy acompañado por tres amigos de la universidad. Uno es Fuica y los otros dos se llaman Tomás. Para distinguirlos, les vamos a decir Tomacho y Urce.
¿La idea? Hacer dedo para llegar ese mismo día a la empezada del trekking en la Reserva Nacional Cerro Castillo. Después vendrían cuatro o cinco días de caminata por un valle paradisíaco.
Fácil. Son sólo 50 kilómetros de viaje a dedo para llegar a la entrada. No debería haber problemas.
Es muy difícil que una camioneta nos recoja a los cuatro, así que para que nos lleven más rápido, decidimos que lo mejor que podemos hacer es separarnos en dos parejas. Los Tomases van juntos, y yo me quedo con Fuica. Fuica atrae mala suerte, pero yo no sé esa parte.
Yo había hecho el trekking años atrás, así que antes de separarnos, le aclaro a los Tomases dos cosas:
1)No hay señal en la entrada del trekking, así que no nos podremos contactar.
2)La entrada del trekking está varios kilómetros antes de la Villa Cerro Castillo. Si es que llegan a la villa, significa que la cagaron.
Al poco rato, una camioneta se detiene y se lleva a los Tomases. ¡Todo bien! Ahora sólo faltamos Fuica y yo. Recién ahí nos damos cuenta de que los Tomases se llevaron las dos carpas que tenemos, lo cual nos obliga a encontrarnos nuevamente ese día a como dé lugar. No hay problema. Seguro nos va a ir bien.
Pero la mala suerte que acarrea Fuica se hace presente, y pasan horas sin que nadie nos lleve a dedo.
Son las siete de la tarde. Oscurece en un par de horas. Recién ahí para una segunda camioneta. Nos subimos al pick up, y aguantamos cincuenta kilómetros cagados de frío hasta llegar a la entrada del parque. Menos mal, porque si no nos llevaban no íbamos a poder encontrarnos con los Tomases, y al no tener carpas íbamos a tener que dormir en la intemperie.
Pero llegamos a la entrada del parque, y nos sorprendemos al ver que estamos sólo Fuica y yo. ¿Dónde mierda están los Tomases? ¡¡Les dijimos que nos esperen en la entrada!!
Nos empezamos a preocupar. Es demasiada la incertidumbre. Necesitamos saber dónde están nuestros amigos, pero al mismo tiempo no tenemos señal en el teléfono para contactarnos con ellos. ¡Mierda!
Lo único que queda es ser racionales. Hay que ponerse en los zapatos de los Tomases y pensar qué carajo hicieron para lograr no estar en la entrada.
Una opción es que hayan pasado de largo y ahora estén en la Villa Cerro Castillo, pero no pueden ser tan weones, porque nosotros les dijimos que se tenían que bajar antes.
Otra opción es que los hayan secuestrado.
La tercera opción es que, al ver que nosotros no llegábamos en varias horas, hayan decidido empezar el trekking y caminar hasta el Campamento 1 para instalar las carpas y esperarnos ahí. Tiene sentido.
Asumiendo que los Tomases no son tan pavos como para pasarse y que no los secuestraron, Fuica y yo decidimos que lo mejor es ir a buscarlos al Campamento 1. Y eso hacemos.
Empezamos a caminar, ya haciéndose de noche y sin tener carpa.
El problema ahora es que no sabemos qué tan lejos está el campamento 1, entonces nos puede pasar que caminemos horas y que se haga de noche y que aún no lleguemos, y que no tengamos donde dormir, y que a Fuica lo ataque un puma porque atrae mala suerte, y yo salgo corriendo aprovechando que el puma se está comiendo a mi amigo, y encuentro una cueva en las montañas, y termino viviendo años como un ermitaño preguntándome cómo la historia pudo terminar así.
Pasan dos horas de caminata. En ese tramo tenemos que cruzar tres ríos helados con agua que te llega hasta las rodillas, donde en cada uno hay que darse el cacho de sacarse y ponerse las botas y calcetines.
Se empieza a poner oscuro, y todavía no llegamos al campamento 1. Y no sabemos cuánto queda. Justo ahí vemos una casucha abandonada a orillas del camino. Se ve frágil, suficientemente frágil como para que uno sea capaz de botarla con una patada fuerte. Pero puede servir como reemplazo de la carpa. Fuica y yo decidimos que es mejor dormir ahí comparado con poner el saco de dormir en el pasto. El lugar está sucio y probablemente lleno de caca de ratón portadora de virus Hanta, pero nada que hacer. Comemos tallarines y nos acostamos.
Primera noche, y todavía no encontramos a nuestros amigos.
A la mañana siguiente arreglamos todo rápido, y caminamos con toda la motivación del mundo sabiendo con seguridad que nos encontraremos con los Tomases en el campamento 1.
Un par de kilómetros de caminata y una cuarta cruzada de río nos deja en el campamento 1 y…
¡Sorpresa!
No están los Tomases.
En ese momento pasamos de cambio, y la preocupación que veníamos trayendo pasa a ser preocupación excesiva. ¡¡Dónde están!!
Se pone a llover.
Si o sí tienen que estar en el Campamento 2. Está sólo a un par de kilómetros. ¿Dónde más podrían estar?
Con lluvia y un frío de ese que te hace estar de mal humor, caminamos hasta el campamento 2 para confirmar, con total seguridad, que los Tomases no están en ninguno de los dos campamentos.
Volvemos al campamento 1, porque ahí hay una cabaña de guardabosques que parece estar abandonada. Quizás podemos entrar y servirnos un café y refugiarnos de la lluvia y pensar qué hacer ahora.
Efectivamente, los guardabosques no cerraron la puerta trasera de la cabaña, y Fuica y yo entramos asegurándonos de que nadie nos vea. Si llegase a pasar que nos encuentre un guardabosques inspeccionando el lugar, nos va a llegar un reto tremendo. Vale la pena el riesgo. Tenemos frío, y no tenemos carpa.
Hay un segundo piso donde podemos poner nuestros sacos de dormir sin que nos vean por las ventanas. Si es que llega un guardabosques quizás podemos quedarnos callados y pasar piola.
Mientras calentamos el agua para hacernos un café, tenemos una sola pregunta dando vuelta por nuestras cabezas:
¿Dónde están los Tomases?
Mientras tanto….la situación de los Tomases
Urce y Tomacho se suben a la camioneta con las dos carpas del grupo, y al cabo de un rato llegan a la entrada del parque. Saben que nosotros venimos detrás, así que se sientan a esperar.
Esperan, y esperan, y seguramente se ponen a tirar piedras a un cartel para matar el tiempo, y probablemente Urce va a las plantas a cagar porque sé que caga hartas veces al día y que no está bien de la guata. Y siguen esperando.
¡Se está haciendo tarde! ¿Dónde están Toro y Fuica? ¿Cómo puede ser que no los hayan llevado en tanto rato? Ellos, al igual que yo, todavía no saben que Fuica atrae mala suerte.
Los Tomases deciden actuar con lo que ellos definen inteligencia, y entran al parque tan sólo unos metros para armar la carpa y esperarnos ahí. Tiene sentido. El tema está en que no quieren armar la carpa justo arriba del camino, entonces se apartan del sendero y se instalan entre medio de unos árboles.
¿Qué tan visibles se instalaron? Suficientemente poco visibles como para que sus dos amigos, con cuatro ojos sanos, no lograsen verlos y pasaran de largo al Campamento 1.
Entonces, mientras Fuica y yo estamos preguntándonos dónde mierda están los Tomases, los Tomases están preguntándose dónde mierda están Toro y Fuica.
Se ponen en nuestros zapatos para intentar achuntarle a nuestra ubicación. Hay tres opciones:
1)Puede ser que ningún auto nos haya recogido a Fuica y a mí, y que por lo tanto sigamos en Coyhaique.
2)Puede ser que nos hayan secuestrado.
3)Puede ser que hayamos pasado de largo y estemos en Villa Cerro Castillo. Pero Toro no puede ser tan weon, si él mismo dijo que había que parar antes. Él sabía dónde estaba la entrada.
No queda otra que esperar.
Lo bueno, es que los Tomases tienen las carpas para dormir.
Lo malo, es que de toda la comida del grupo sólo tienen las compotas de fruta y unas barritas de cereales. Fuica y yo tenemos los tallarines, la salsa de tomate, y el café.
Pasa la primera noche.
Al día siguiente, Tomás y Tomás pasan toda la mañana esperándonos. Ellos no saben que nosotros estamos haciendo lo mismo, pero en el Campamento 1. Tiene que haber pasado algo malo.
Deciden que lo mejor es que uno de ellos vuelva unos kilómetros en dirección a Coyhaique hasta recuperar señal de teléfono, y así poder contactarse con nosotros.
Urce se pone a hacer dedo, y mientras espera, observa cómo unos arrieros rompen una cerca para hacer pasar unas vacas que tenían en el campo. Qué raro. ¿Por qué habrán roto la cerca? Totalmente innecesario. Llega un camión, los arrieros suben a las vacas, y aprovechan también de subir a Urce.
Acarrean a mi amigo unos cuantos kilómetros, hasta que encuentran señal. Urce intenta llamarnos. No le contestamos, porque Fuica y yo, que estamos en el campamento 1, tampoco tenemos señal. Se sube a una camioneta para llegar de vuelta a la entrada del parque.
De vuelta en la entrada del parque se encuentra con un grupo de arrieros a caballo que, urgidos, le preguntan «¡¿¿Hay visto a unos weones que se robaron unas vacas??!»
«¡¡Sí!!» responde Tomás, «¡Van camino a Coyhaique!»
«¡¡Gracias!!» le dicen los arrieros. Parten galopando a toda velocidad camino a Coyhaique buscando a los ladrones que les robaron las vacas.
Un par de horas después, mientras Urce está intentando comprender lo que acaba de pasar, se encuentra denuevo con los ladrones de vacas manejando el camión. Esta vez van en la dirección contraria. Suben al camión un segundo grupo de vacas. Saludan a Urce y siguen de largo. Tomás está vuelto loco intentando buscar una manera de contactar a los dueños de las vacas a quienes acaba de enviar en la dirección contraria. Pero no hay nada que hacer.
Los Tomases pasan el resto del día esperando, y leyendo, y conversando, y contentándose con compota.
La situación en el Campamento 1
Como no sabemos dónde están los Tomases, no se nos ocurre nada mejor que esperar refugiados en la cabaña del guardabosques en el campamento 1. Suponemos que eventualmente a los Tomases les entrará la lógica y se darán cuenta que nosotros tenemos que estar aquí, que no hay otra opción. No tiene sentido volver caminando a la entrada del parque, porque no tenemos cómo saber si ellos están ahí o no. Son trece kilómetros con varios cruces de río. La flojera nos supera.
Lo bueno, es que estoy acompañado por Fuica. Mi idea es sentarme con él a tomar café y hablar de la vida hasta que encontremos la iluminación espiritual o hasta que lleguen los Tomases. Cualquiera de las dos. Suena como un buen panorama. Pero lo que termina pasando es que por las siguientes dos horas nos dedicamos a discutir sobre potos y tetas, y después Fuica se va a dormir una siesta de seis horas, para despertarse justo cuando la cena de tallarines con salsa de tomates está lista. ¿Cómo puede dormir tanto?
Lo único bueno del día, es que a lo largo de la tarde, mientras Fuica duerme y yo miro el techo, pasan por el campamento otros viajeros caminando en nuestra misma dirección. Cuando les pregunto si han visto a dos sujetos llamados Tomás, afirman haber visto una carpa color azul instalada en la entrada del parque.
¿Cómo podemos asegurarnos de que los dueños de la carpa azul son los dos Tomases? ¡No sabemos de qué color es una de las carpas! Sólo sabemos que mi carpa, que la tienen ellos, es naranja. Quizás la otra puede ser roja, o verde, o quién sabe.
Poco rato después, pasan caminando dos alemanas que están haciendo el trekking en la dirección contraria a nosotros, y que por lo tanto llegarán esa misma tarde a la entrada del parque. Les pedimos ayuda. Ellas aceptan. Escribo en el celular de una de ellas el siguiente mensaje, para que se lo muestren a los Tomases en el caso de que ellos sean los dueños de la carpa azul:
«Hoy es 27 de Diciembre. Estamos en el primer camping, a un día de caminata de Villa Cerro Castillo. Jurábamos que ustedes iban a estar aquí. Si ustedes no llegan mañana 28 al camping supondremos que no se encontraron con la dueña de este celular y están en el pueblo. Entonces caminaremos a Villa Cerro Castillo el 29. Llegaremos ese mismo día o el 30. Abrazo».
Comemos tallarines con salsa de tomates, y nos acostamos a dormir.
Van dos noches sin encontrarnos con nuestros amigos.
Al tercer día pasan más y más viajeros. Todos aseguran haber visto la carpa azul, pero no saben quiénes estaban adentro. Muy probablemente son los Tomases. ¿Serán ellos? ¿Habrán recibido el mensaje? Si no lo reciben, al día siguiente tenemos que despertarnos al alba y hacer una maratón para llegar a Villa Cerro Castillo.
Pasan las horas. Fuica duerme. Yo salgo a caminar, pero al minuto veo lo que yo creo que es caca de puma. Me acuerdo que una vez cuando chico un gaucho me mostró caca de puma, y me llamó la atención ver que la caca tenía pelos. La cosa es que esta caca también tiene pelos, y no quiero toparme con un puma estando solo, así que vuelvo a la cabaña a observar cómo Fuica duerme.
En la tarde llega a la cabaña el hermano chico de Tomacho. Resulta que él también estaba haciendo un mochileo por la carretera austral. Nos confirma con toda seguridad haber visto a su hermano acampando al principio del sendero, cagado de hambre a pura compota.
Al fin aclaramos que los dueños de la carpa azul al principio del sendero son los Tomases. Ahora sólo nos queda confiar en que las alemanas se encontraron con ellos y les entregaron el mensaje, y a lo largo de la tarde deberían llegar.
El hermano chico de Tomás se va. Fuica sigue durmiendo. Yo me meto a mi saco, pero no puedo calmar la preocupación. Desde el segundo piso se puede ver por un ventanal la entrada del campamento 1, entonces uno puede comprobar si pasa alguien o no. Me levanto cada diez segundos para revisar si es que han llegado los dos Tomases.
Se hace tarde. Está a punto de oscurecer. ¡¡Cómo puede ser que no lleguen!! Malditas alemanas, seguro no entregaron el mensaje. Hace más de un día que estuvimos con ellas.
Estoy a punto de perder la esperanza. Ya es demasiado tarde. Me levanto por milésima vez para ver la entrada del parque. Grito como nunca.
Los Tomases están entrando al campamento.
«¡¡¡Fuica!!! ¡¡Llegaron weon llegaron!!», bajamos de cabeza al primer piso, y los cuatro nos saludamos de abrazo y gritos, celebrando como si hubiésemos ganado un mundial.
Explicando lo que pasó con los Tomases el último día
Entonces, la primera noche los Tomases no nos vieron e instalaron la carpa azul en la entrada.
El segundo día pasó el problema de los ladrones de vacas, y nuevamente no nos encontraron. Estaban tanto o más preocupados que nosotros. En ningún minuto pensaron que nosotros los habíamos pasado y estábamos en el campamento 1.
El tercer día pasaron todo el día esperando. La preocupación era insoportable. Algo malo nos tenía que haber pasado.
Tipo 7 de la tarde, Urce entra a la carpa. Le llama la atención un papel blanco. Él es ordenado dentro de la carpa, así que por lo general no deja papeles tirados. Lo da vuelta. Es una nota que tiene escrito exactamente lo que yo había descrito en el celular de la alemana. Tomás grita de la emoción, y corre hacia la carretera, donde se encuentra el otro Tomás haciendo dedo para ir a Villa Cerro Castillo a ver si estamos ahí.
«¡¡Para!! ¡¡Fuica y Toro están en el campamento 1!!».
Guardan la carpa a toda velocidad, y parten caminando a las 8 de la noche. Saben que, si no llegan esa misma noche, a la mañana siguiente Fuica y yo partiríamos caminando a Villa Cerro Castillo, porque eso le escribimos en el mensaje.
Resulta que el día anterior las alemanas llegaron a la carpa azul, pero no encontraron a ninguno de los dos Tomases dentro. Probablemente cada uno estaba cagando en el bosque. Esperaron y esperaron, sin saber que ambos Tomás cagan lento. Finalmente, una de las alemanas decidió anotar mi mensaje en un papel, y dejarlo dentro de la carpa con la esperanza de que alguien lo encuentre.
Urce se demoró casi un día en encontrar el mensaje, pero lo encontró. Y ambos llegaron al campamento 1 una noche antes de que Fuica y yo siguiéramos caminando a Villa Cerro Castillo.
Volviendo al Campamento 1…
Después de la alegría del reencuentro, los cuatro amigos entramos a la cabaña del guardabosques para cocinar y dormir.
Lo primero que dice Urce cuando entra a la cabaña es «Está todo lleno de caca de ratón. Tenemos que acampar fuera».
Ese año había un brote de virus Hanta en la Patagonia. El virus se transmite a través de la caca de ratón, especialmente en lugares cerrados. Fuica y yo llevábamos dos días dentro de esa cabaña. Cuando se acostaba en el saco, Fuica tenía al lado de su cabeza un montículo de caca de ratón que alguien había acumulado con una escoba. Y como nosotros no sabíamos identificar caca de ratón, no le dimos importancia.
Pasamos los siguientes días disfrutando de caminar y viajar a dedo por la Carretera Austral los cuatro juntos. Recorrimos las catedrales de mármol, fuimos al glaciar exploradores, nos alojamos con un weon medio loco y caliente, y caminamos una semana en una ruta olvidada donde vivía un gaucho legendario llamado Eraldo Rial, que en paz descanse.
Suena como una buena aventura, pero al mismo tiempo Fuica y yo teníamos presente en todo momento que quizás, en tres meses, empezaríamos a sentir los malestares físicos que te da el Virus Hanta.
Esta no es una historia de viajes, pero espero que la disfrutes.
Al día de hoy, la Sonia tiene 80 años. Viejita po! Piensa que cuando ella nació, Hitler estaba dejando la cagada en Europa. ¡Menos mal naciste en Chile y no en Polonia, Sonia!
Pero está demás decir que la Sonia no siempre fue viejita. A veces cuesta imaginarse cómo era en su juventud una persona que conoces en su tercera edad. Es como si hubiesen nacido así, viejas.
Efectivamente la Sonia tuvo infancia, y la pasó viviendo con sus papás y sus hermanos. Una familia humilde que salía adelante gracias a que todos aportaban con trabajo desde jóvenes.
Cuando la Sonia tenía catorce años, llegó a su casa una tía que llevaba en sus brazos a una guagua de un par de años. Resulta que a la tía se le había ocurrido tener demasiados niños y no había tanto espacio en su casa, así que le pidió a la mamá de la Sonia que se hiciera cargo del bebé Juan Carlos.
Quizás a ti te sonará raro que alguien entregue a su guagua así nomás, pero al parecer, a la familia de la Sonia no les importó mucho. Recibieron al niño sin pensarlo dos veces.
Desde ahí que la Sonia dice que Juan Carlos es su hermano, a pesar de que no es su hermano.
Sonia y Juan Carlos. Esos son dos de los tres nombres que te tienes que acordar para esta historia.
La cosa es que cuando la Sonia tenía dieciocho años ya estaba trabajando con mi familia. Esto vendría siendo el año 1960. No sé cómo, pero llegó a hacer trabajos de costura para mi abuela, mi bisabuela y algunas tías abuelas que al día de hoy ya deben llevar hartos años bajo tierra.
La Sonia era excelente costurera, pero a la vez se le daba muy bien cuidar a mi mamá cuando ella era tan sólo una niñita. Hace poco le pregunté a la Sonia por esos tiempos, y me decía que mi bisabuela era una mujer jodida y que me mi mamá se portaba bien, así que ella hacía lo posible para pasar poco tiempo con la vieja y más tiempo cuidando a la niñita.
La Sonia pasó los siguientes treinta años trabajando con mi abuela ayudando a mantener a la familia y la casa. En todos esos años ella nunca se casó, y se quedó viviendo con su hermano Juan Carlos y su hermana Tere. Cuando mi mamá tenía 27 y se casó con mi papá, la Sonia se fue a trabajar con ellos para cuidarme a mis hermanos y a mí. Toda una vida con mi familia. Es por eso que tengo la suerte de conocerla.
Suficiente resumen del pasado de la Sonia. Ahora estamos en el año 1992. Ella tiene 50 años. Todavía no lo sabe, pero su vida está a punto de cambiar por completo.
En ese año, la Sonia solía ver caminar por su barrio a una joven embarazada. La Sonia y la joven no eran cercanas, pero se saludaban como buenas vecinas.
Al cabo de unos meses, la Sonia vuelve a ver a la misma joven caminar por el barrio. La diferencia, es que ahora ya no está embarazada. Y tampoco lleva a un niño consigo.
La Sonia no se la pudo con la curiosidad. Se acerca a la joven.
«Qué pasó con el niño?», pregunta la Sonia.
La joven no responde. Dominada por la vergüenza, evita cruzar miradas y se va.
Algo raro está pasando.
La Sonia necesita saber la verdad. Ahora se acerca al abuelo de la joven, y vuelve a preguntar qué pasó con el niño.
«No queremos saber nada de él. No es parte de la familia», responde el viejo, y después continúa: «Si quiere verlo, vaya al hospital».
Eso es lo que hace la Sonia. Junto a su hermano Juan Carlos, se dirigen al hospital que queda cerca del barrio. Perdiéndose entre los pasillos, eventualmente llegan a donde el niño.
Recién ahí entienden la situación.
Resulta que el hijo de la joven nació con Hidrocefalia congénita, una enfermedad en la que se te acumula mucho líquido en el cerebro al nacer, lo cual provoca todo tipo de limitaciones. Pocos días después de nacer, le dio una parálisis cerebral.
Los doctores saben que, sin importar lo que hagan, este niño jamás podrá desarrollar habilidades motrices ni expresarse como las demás personas. Probablemente no vivirá mucho, pero si es que vive, pasará toda su vida entre una cama y una silla de ruedas, sin poder hacer nada de lo que el resto de la sociedad hace. Habrá que darle de comer, llevarlo al baño, limpiarlo, y estar a su disposición en todo momento.
Entonces, cuando la madre vio que su niño nació con una discapacidad, decidió simplificar su vida y abandonarlo en el hospital. Y su familia la apoyó en la decisión.
El niño llevaba cinco meses abandonado en el hospital. Nadie lo registró como hijo suyo.
La Sonia, al entender lo que está pasando, no se la piensa dos veces. Sabe que ella y Juan Carlos deben hacerse cargo del niño. Sino, ¿Qué pasará con él? ¡No pueden dejarlo abandonado en el hospital!
Entonces, gracias a la ayuda de una enfermera que también deseaba que alguien se hiciera cargo del pobre bebé, Juan Carlos va a la oficina de registros para anotar como hijo suyo al niño Juan Andrés. O como todos lo conocemos, Juanito.
Sonia, Juan Carlos y Juanito.
¿Te das cuenta del peso de esta decisión?
Una cosa es tener un hijo. Con tanto cuidado y atención, se nota que no es algo fácil. Por algo se dice que «ser mamá es el trabajo más difícil del mundo». Y cuando veo a mis hermanas cuidando a mis sobrinos, no puedo evitar pensar en que estoy de acuerdo con esa frase.
Otra cosa es adoptar a un niño. Requiere el mismo nivel de cuidado y atención, pero al mismo tiempo no tienes esa conexión entre madre e hijo que te otorga la naturaleza, y no tienes esas similitudes genéticas tanto en físico como en personalidad que vienen de fábrica y que te hacen sentir «yo lo entiendo porque es mi hijo».
Un nivel más allá sería lo que decidió la Sonia con Juan Carlos. Adoptar a un niño con hidrocefalia congénita y parálisis cerebral que requerirá atención completa todo el día todos los días de su vida.
¿Salir con amigas? No es tan fácil. Ahora hay que cuidar a Juanito.
¿Juntarse con la familia? Tiene que ser en la casa de la Sonia, porque es muy difícil mover a Juanito.
¿Salir a caminar por el barrio? Sólo si hay otra persona que esté con Juanito mientras lo hagas.
Sin importar lo que la Sonia y Juan Carlos quieran hacer, ahora hay que pensar en Juanito primero. ¡En un niño que llegó a la vida de la Sonia cuando tenía cincuenta años!
Y no sólo eso. Dejando de lado todo el tiempo y cuidado que Juanito demanda, uno de los desafíos más difíciles de cuidarlo es poder comunicarse con él. Juanito, en el mejor de los casos, puede decir una o dos palabras y mover un poquito las manos. Con esas limitaciones, debes aprender a saber si Juanito tiene hambre, o si quiere dormir, o si está de buen o mal humor, o si necesita ir al baño. También puede pasar que Juanito está inmensamente incómodo en la posición que se encuentra en su silla, pero no es capaz de pedirle a la Sonia que lo ayude a moverse. Y se le terminan formando heridas en la piel.
Sé que todo esto suena difícil. ¿Cómo puede ser que la Sonia y Juan Carlos hayan elegido comprometerse con algo así? Empiezas a entenderlo cuando conoces a Juanito en persona.
Cuando lo visitas por primera vez, lo primero que sientes es compasión y un poco de injusticia. ¿Cómo puede ser que a él le tocó nacer en esas condiciones, y a mi me tocó la suerte de poder moverme y expresarme sin problemas? ¿Cómo podemos vivir en un mundo tan injusto?
Lo segundo que sientes, es que se te llena el corazón. Si bien Juanito no se puede expresar como quisiera, sabes que quiere a la Sonia y a Juan Carlos con toda su alma, y sabes que la Sonia siente lo mismo por él. Entre ellos hay un lazo igual o más fuerte que cualquier madre podría llegar a tener con su hijo. Poder verlos a ellos juntos es un espectáculo que quieres apreciar sin interrumpir, porque sabes que es algo único. Sólo quieres sentarte junto a Juanito y la Sonia y ver cómo se tratan el uno al otro con amor.
El doctor había dicho que Juanito no viviría mucho, así que la Sonia y Juan Carlos deben aprovechar cada día que estén con él. No saben cuándo se les acabará la oportunidad de cuidarlo y quererlo.
Pasa un año.
Pasa un segundo año.
Un tercero.
Un cuarto.
Juanito ya tiene cuatro, y sigue estando bien. No soy capaz de expresar a través de palabras lo lento que son cuatro años. La cantidad de cosas que pasan en ese período de tiempo. ¡Piensa por un momento en qué estabas haciendo hace cuatro años!
Los años siguen pasando. El año 2005, cuando Juanito tiene trece y yo nueve, la Sonia decide que dejará de trabajar con mi familia para dedicarse a tiempo completo a Juanito. Yo lloro y lloro y no paro de llorar, porque no puede ser que ya no veré a la Sonia todos los días. Al mismo tiempo, sé que ella tiene prioridades más importantes que estar conmigo y con mis hermanos. ¡Hay que cuidar a Juanito!
El tiempo pasa. Mientras algunos soñamos con estudiar una carrera universitaria y hacer deporte y viajar por el mundo y emprender, la Sonia se concentra en una sola cosa: Cuidar. A. Juanito. Y a pesar de todos los años que han pasado, lo sigue haciendo con el mismo amor y cariño, y con un poco más de paciencia. Es importante recalcar que la Sonia ya tiene una edad avanzada. No es fácil para ella levantar a Juanito para bañarlo todos los días. Requiere un esfuerzo físico inmenso.
Entre que la echo de menos y que quiero ir a ver cómo está Juanito, empiezo a ir a su casa una vez al mes. Siempre se siente como poco, y que debería ir más seguido. Pero no es fácil ir, porque cada vez que voy quedo conmocionado por ver a la Sonia y a Juanito, y a la vez me pregunto qué estoy haciendo con mi vida.
El 2017 Juanito se gradúa de la escuela para niños con necesidades especiales.
El verano del 2018 Juan Carlos muere. El funeral es tristísimo. Sí, Juan Carlos era una gran persona, y todos lo vamos a echar de menos. Pero a mí lo que más me da pena es que ahora la Sonia se quedó sola cuidando a Juanito. Si antes ya era difícil ocuparse de él, ahora la dificultad se duplicó. Ver a la Sonia llorando de pena y sintiéndose sola en este mundo es algo que no se olvida nunca.
En Diciembre del 2022 volví a Chile después de dieciséis meses de viaje. No había pasado una semana desde mi llegada, y fui directo a ver a la Sonia y Juanito.
Hace poco, la Sonia había cumplido ochenta años y Juanito había cumplido treinta. El niño que «viviría poco» con treinta años. La casa estaba exactamente igual que cuando me fui. La Sonia seguía igual. Juanito seguía igual. Era como si el tiempo se hubiese congelado entre esas paredes mientras yo no estaba.
Le doy un fuerte abrazo a la Sonia, y después entramos a la pieza de Juanito. «¡Juan Pablo!» me dice Juanito. ¡Se acuerda de mí!
Nos sentamos en una cama que está al lado de la de Juanito. Escuchamos música en la radio, porque sabemos que a él le encanta. La Sonia se ve feliz, pero triste a la vez.
Feliz, porque sabe que ha vivido una vida en la que se ha dedicado 100% entregada a los demás. Una vida con sentido.
Triste, porque se siente sola. Echa de menos a Juan Carlos. Sus hermanas y sobrinos no están viviendo en Santiago, así que la vienen poco a ver. La hermana que vive con ella, Tere, no tiene buena salud y pasa todo el día dentro de su pieza.
Intentando expresar lo que siente, me dice «No importa lo que sienta, Juan Pablo. Se acepta la situación. Hay que cuidar a Juanito. Seguir aguantando».
Pasamos un par de horas juntos. Al cabo de un rato, me despido de abrazo de ambos. Como dije anteriormente, me voy conmocionado y preguntándome sobre qué he hecho con mi vida. ¿A quién he ayudado? ¿Cómo puede ser que exista en el mundo una persona tan, pero tan buena como la Sonia?
Cuando escucho a alguien criticar al ser humano, diciendo que somos seres malvados que hacemos cosas terribles, lo primero que pienso es que esa persona no sabe que existe la Sonia y Juanito. No sabe que existe ese nivel de bondad. Y no lo saben, porque personas tan humildes como la Sonia no andan por la vida tratando de hacerse famosas y que la gente sepa de su historia. Son demasiado bajo perfil como para preocuparse de ese tipo de banalidades.
Escribí esta historia porque me gustaría que más gente sepa lo que está pasando en algunos rincones de Chile. Me gustaría que más gente sepa la historia de la Sonia, de lo que ha hecho estos últimos treinta años.
Y si ahora, que estás a punto de terminar de leer, te estás preguntando qué estará haciendo la Sonia en este mismo instante, yo te lo puedo responder con seguridad: