Cómo usar el deporte para crecer como personas

A principios de 2021 leí un libro que me cambió completamente la forma en que veo el deporte: «El juego interior del tenis», de W. Timothy Gallway.

Amazon.com: JUEGO INTERIOR DEL TENIS, EL (Spanish Edition): 9788478084913:  GALLWEY, W TIMOTHY, Vergara Varas, José: Libros

No voy a tratar de resumirlo ni citarlo, ya que cualquier intento mío por explicar de qué se trata sería un desastre.
Lo que sí pretendo, es explicar cómo ha cambiado mi visión del deporte ya casi un año después de haberlo leído.

Importante: el libro se llama «El juego interior del tenis», y habla todo el rato de tenis. Pero las enseñanzas se pueden llevar a cualquier otro deporte, y hasta incluso la vida.

Antes de empezar, un poco de contexto. Llevo toda mi vida jugando tenis. Mis papás me enseñaron a jugar a los cuatro años. Ni me acuerdo cuando empecé.
El 2004, cuando tenía 8 años, vi las finales de los juegos olímpicos de Atenas, en donde el Nico Massú ganó doble medalla de oro para Chile luchando como gladiador.
Desde ahí, el tenis para mí se convirtió en una obsesión. Lo más importante en mi vida. Me metí a tantas clases de tenis como habían en el club donde juego, y más tarde me inscribí a distintas academias para competir en alto rendimiento.

Siendo sincero, si me comparo con la gente que ha practicado lo mismo que yo, siempre he sido malo. No tengo ninguna habilidad especial. Antes me dolía aceptarlo, pero con el paso de los años he aprendido a aceptar la realidad.
Pero de que disfruto jugar, disfruto.

Menos mal no es necesario ser bueno para disfrutar de un hobby

Suficiente resumen de mi experiencia tenística.

Siempre le he dicho a la gente que el tenis me ha enseñado muchas cosas. Que me ha enseñado a luchar hasta el último punto, a ser un buen ganador y un buen perdedor (o al menos intentar serlo), a ser positivo cuando las cosas no están saliendo bien, a no quejarse, etc.
Y es cierto, el tenis me ha ayudado a mejorar en esas cosas. Pero en el fondo, siempre sentí que decía eso porque todo el mundo dice lo mismo, y no porque realmente lo pensaba.
Nunca me detuve a pensar qué es lo que realmente me da y que me quita el tenis, hasta que leí «El juego interior del tenis».

Después de terminar el libro empecé a cuestionar todo lo que pensaba sobre el tenis, y el deporte en general. Tuve una «crisis existencial deportiva».

¿De qué sirve ser competitivo? ¿Es algo bueno?
¿Qué es lo malo de jugar tenis, o practicar un deporte?
¿Cómo puedo aprovechar el deporte al máximo para crecer como persona?

Después de pensar un poco, y apoyándome en todo momento con el libro, llegué a las siguientes respuestas:

¿De qué sirve ser competitivo? ¿Es algo bueno?

Ser competitivo puede ser algo muy bueno, o muy malo. Es una espada de doble filo.

Puede ser bueno si te lleva a sobrepasar tus límites, a conocer cómo funciona tu cuerpo y mente cuando te estás exigiendo al máximo, y si te lleva a crear momentos inolvidables. Puede ayudar a darle más intensidad a tu vida, más color.

Las 10 curiosidades de Nicolás Massú - Canal Tenis
Ser competitivo te puede llevar a una vida más intensa, más apasionada

Puede ser malo si te lleva a querer ganar como sea (haciendo trampa o portándote mal), a ser envidioso, a ser egocéntrico, o a creerte mejor que los demás sólo porque ganas partidos o sacas podio.

Copa América 2015: "dedito" de Gonzalo Jara ya tiene su propia canción  [VIDEO] | FUTBOL-PERUANO | EL BOCÓN
Que no sea necesario hacer esto para ganar


¿Qué es lo malo de jugar tenis, o practicar un deporte?

Se me ocurren varias cosas. Pero hay un aspecto malo del deporte que es el rey de todos los venenos: cuando asociamos cómo hacemos un deporte a cómo somos como personas.

Muchas veces pasa que cuando hacemos un deporte con tanta dedicación empezamos a medir cómo somos como personas a través de qué tan bien hacemos ese deporte.

Si estamos mejorando constantemente y tenemos buenos resultados cuando competimos, pensamos bien sobre nosotros mismos. Tenemos mucha confianza.

Si llevamos mucho tiempo sin mejorar o estamos perdiendo cada partido que jugamos, tenemos la confianza en el piso.

El deporte, en este caso, se convierte en una obsesión tóxica. Tenemos que ganar partidos con tal de recordarnos que somos buenas personas o relevantes en el mundo.

Es por eso que es tan terrible jugar partidos contra tus propios amigos: si te ganan, en el fondo piensas que son mejores personas que tú.

En la realidad, asociar cómo hacemos un deporte a qué tan buenas personas somos no tiene sentido. Deberíamos recordarnos eso antes de cada práctica/partido.

Pegarle bien a una pelota con una raqueta no te hace mejor internamente. No te hace ser más humilde, o más compasivo, o más empático, o más alegre, o más de lo que sea que hace a una buena persona.
Correr rápido una maratón no resolverá los problemas que tienes con tu familia y amigos. Esos se resuelven conversando.
Y si te ganan en lo que sea que te gusta competir, eso no significa que la otra persona es mejor que tú.

The "Did you really think I'd be happy with silver?" Face | Mckayla  maroney, Olympics, Michael phelps olympics
¡Cómo somos como personas y cómo hacemos un deporte son cosas distintas!


La pregunta más importante:

¿Cómo se puede aprovechar al máximo un deporte para crecer como personas?

El deporte es un medio extraordinario para sacarte de tu zona de comfort. Y es ahí, cuando estás incómodo, cuando estás en el límite del cansancio, o cuando te está ganando alguien que no te debería ganar, o cuando te duele algo que nunca te duele, cuando tienes una oportunidad para crecer como persona.

Es muy fácil estar alegre, calmado, y simpático cuando todo está saliendo bien. El verdadero desafío es permanecer en un buen estado anímico cuando las cosas están saliendo mal.

Ya que llevamos todo el rato hablando de tenis, usémoslo como ejemplo. Esta es mi propuesta: que tu motivación no sea ganar el partido. Que tu motivación sea usar un partido para crecer como persona.

Si normalmente te enojas cuando tu rival te grita en la cara o te insulta, y ahora eres capaz de permanecer en calma, estás creciendo como persona.

Si normalmente te quejas y tiras la raqueta cuando no te sale un tiro, y ahora te concentras en mantener la calma sin importar cómo juegues, estás creciendo como persona.

Si normalmente te pones a dar todo tipo de excusas cuando pierdes un partido, y ahora eliges permanecer callado y felicitar a tu rival porque fue mejor que tú, estás creciendo como persona.

Si normalmente te ríes de tu rival cuando le ganas, o te dedicas a jactarte de lo bueno que eres, y ahora eliges felicitar a tu rival y levantarle el ánimo, estás creciendo como persona.

Si normalmente no soportas que un amigo te dé consejos para mejorar, y ahora aceptas los consejos sin importar quién te los está dando, estás siendo más humilde, y estás creciendo como persona.

Todos los ejemplos que acabo de dar tienen dos factores en común:

1)Practicar mejorar como persona en situaciones difíciles es inmensamente incómodo. Se siente como una tortura. Por algo se le dice «salir de la zona de comfort»
Te desafío a escuchar pacientemente el consejo de un tipo al que le acabas de ganar 6/0 6/0, sin callarlo. Me pasó el año pasado, y fue un martirio.

2)Todos estos ejercicios de carácter nos llevan a mejorar nuestras vidas en general, fuera del deporte. Si los practicamos lo suficiente, nos volvemos personas más pacientes, más optimistas, más calmadas, y más humildes. Se podría decir que el deporte, en este caso, es un campo de entrenamiento para la vida real.

Lea HOW SHE GETS IT DONE: Courtney Dauwalter en línea
Usar el deporte para crecer como personas

Fijarse como objetivo mejorar en un deporte para ganar partidos o competencias te lleva a una pieza llena de medallas y trofeos. Puede ser algo bueno, pero con el tiempo esas copas pierden valor. Son recuerdos de un pasado distante.

Usar el deporte como medio para salir de la zona de comfort es mucho más valioso. Nos entrega una oportunidad para crecer como personas.
Nos acerca cada vez más a una vida extraordinaria.

Aprovechemos el deporte al máximo para crecer como personas.
Y si de paso, como efecto secundario obtienes buenos resultados, buenísimo. Pero que ese no sea el objetivo final.

Roger Federer: 'Rafael Nadal is never in a bad mood, he is so polite'
Roger Federer y Rafael Nadal. Ejemplo de dos grandes personas, que además son tenistas

¿Te gustaría apoyarme en mi viaje por el mundo? ¡Regálame un café!

Juan Pablo Toro
Juan Pablo Toro

Autor Deportista Nómade

Aventuras en medio de la nada, y un encuentro cercano con la muerte

14 de Diciembre. Esfahan, Irán. Estoy preparando mi bicicleta para partir pedaleando camino a otra ciudad famosa que queda más al sur, Shiraz.

Entre Esfahan y Shiraz hay 480 kilómetros. Es un poco más de la distancia que hay entre Santiago y La Serena. Estimo que serán cinco largos días de pedaleo por paisajes planos y desérticos, con poco que ver en el camino. Trato de motivarme, pero es difícil.

Empiezo a pedalear sin ganas.

El primer día resulta ser tal como me lo imaginaba. Una carretera llena de camiones, suficientemente peligrosa como para preferir pedalear por un camino de tierra al costado.

Uno de los grandes desafíos que he tenido en Irán es tener que entretener la mente durante horas y horas de caminos planos y paisajes que no cambian.
A ratos, paso por momentos de creatividad. Pienso en historias que quiero escribir, canciones, y hasta incluso discusiones dramáticas como las que uno ve en las películas.
Otras veces mi mente está en silencio. Es como si entrara en «modo avión», y el subconsciente se hiciera cargo de que siga avanzando. No me doy ni cuenta, y he avanzado decenas de kilómetros sin pensar.
Y otras veces pedalear por el desierto se siente como una tortura china. La más leve oleada de viento me hace perder la paciencia. Y me empiezo a fijar en todas esas partes de mi cuerpo que me incomodan por llevar horas y horas pedaleando. Especialmente el culo.

Son las cinco de la tarde, y me desvío del camino para llegar a un pueblo diminuto que se ve a lo lejos. Por lo que vi en un cartel, hay un Ecolodge en donde quizás podré pagar una pieza barata y así salvarme de pasar frío en la noche.

Lo bueno es que naturalmente uno baja los estándares de belleza, y empiezas a disfrutar de estos cerros

Me sorprendo al encontrarme en un pueblo maravilloso. Todas las casas están hechas de un material que debe ser una mezcla de barro con quién sabe qué cosa. Tienen unas formas rarísimas, como si todo el pueblo hubiese sido diseñado por un niño jugando a hacer castillos de arena en la playa.

Todo el pueblo era así

Encuentro el ecolodge. Pago seis dólares por una pieza privada con estufa y sin cama. Problema del frío solucionado.

El Ecolodge. No sé qué tenía de Eco

9 de la noche. Alguien toca la puerta. Tres iraníes, entre ellos el dueño del ecolodge, me preguntan si me interesaría ir a un cumpleaños que están celebrando en el comedor principal. Yo respondo que por supuesto, que no hay mejor panorama que ir a celebrar el cumpleaños de un desconocido de un pueblo que ni siquiera conozco el nombre.

El cumpleaños consiste en aproximadamente treinta hombres del pueblo, música iraní en vivo, y muchísimo alcohol. Y yo que ingenuamente pensaba que en Irán no se emborrachaban.

Apenas entro al comedor, toda la atención se dirige a mí. Olvídense del cumpleañero. ¿Un turista? ¿En este pueblo? No puede ser. Todo el mundo me rodea. Me preguntan mi nombre y de a dónde vengo. Les respondo. Exclaman al unísono «Shiliiiii, Áfricaaaa». No tengo energía para explicarles que Chile no está en África.

Me hacen tomar tres shots de vodka, y me llevan a bailar. Pienso que me van a enseñar pasos iraníes con música iraní, pero no. El DJ elige poner Gangman Style. Así que durante los siguientes tres minutos bailamos todos juntos como ese chino pelotudo del video del 2014.

Después de eso, más alcohol, y más baile. Ahora sí me enseñan pasos iraníes, y hago el ridículo. No puedo parar de reírme. Entre todos ellos hay un pelado que hace uno de los mejores espectáculos que he visto. Bailes de breakdance y caminatas con las manos. Y hasta incluso, pillándome desprevisto, mete su cabeza por debajo de mi culo y me levanta entre sus hombros. Paso las siguientes dos canciones bailando sobre él.

Esto de que me traten como famoso me agota, así que después de un par de horas me despido de abrazo, y vuelvo a mi pieza.

Me acuesto a dormir con una sonrisa en la cara.

Segundo día. Imagínate el peladero más aburrido de pedalear del mundo. Un desierto en donde durante sesenta kilómetros no hay ni siquiera una bomba de bencina como para parar a tomar un café. Absolutamente nada.

Ahí estoy yo. Llevo toda la tarde cruzando ese maldito lugar. No hay nada que apreciar en el paisaje. Y hace mucho frío.

Este paisaje, durante 60 kilómetros

De repente, veo a la distancia un punto amarillo a orillas del camino. De inmediato intuyo lo que es, pero me digo a mi mismo que estoy alucinando. No puede ser verdad. ¡Estoy en la mitad de la nada!
Pero sí, es verdad. Es un viajero caminante, cargando una mochila con una funda amarilla para que los autos lo vean.

Me acerco hasta llegar a su lado, y ambos nos partimos de la risa tras encontrarnos en un lugar tan inusual.

El caminante se llama Bora, y es de Estambul. Partió desde su casa, y lleva diez meses caminando por Turquía e Irán, con destino a Nueva Delhi, India.
Ah, y no habla. Se comunica con señas y una aplicación del teléfono. No le pregunto, pero doy por supuesto que es mudo. El problema es que no tiene pinta de ser realmente mudo.

Yo no soy alguien que cree mucho en energías y cosas esotéricas, pero Bora transmite una alegría y una calma imposible de describir. No es necesario que diga nada para saber con toda seguridad de que este hombre es un sabio.

Pasamos unos cuantos minutos «conversando». Yo hablo, y él responde escribiendo frases cortas con el teléfono.
Le pregunto por qué eligió caminar, y no un medio de transporte un poco menos desesperante. Como mi bicicleta. Me responde que le gusta viajar caminando por dos razones:
La primera razón, es porque quiere aprender a ser paciente.
La segunda razón, es que cuando caminas por días y días, aprendes a rendirte ante el lugar donde estás. Aprendes a aceptar lo que sea que te toque. Sin quejarte. Sin juzgar.
Le regalo toda la comida que tengo (una lata de porotos), y me despido.

Bora. Esas personas que alegran al mundo

Paso los siguientes cuarenta kilómetros disfrutando como nunca este hermoso paisaje desértico.
Paciente.
Rendido ante la situación.

En la noche, ya en un hotel, reviso su página web. Descubro que efectivamente Bora sí puede hablar, pero que ha hecho un voto de silencio. No me parece tan raro. Dos años atrás leí una biografía de un tipo llamado John Francis, quien pasó 17 años caminando por el mundo sin hablar.

Me acuesto por segunda vez con una sonrisa en la cara, pensando en la gente extraordinaria que he conocido los últimos meses.

Tercer día. No más caminos planos. Hoy me toca cruzar una montaña. Avanzo a paso tortuga por una subida que parece nunca terminar.

Por lo general, cuando uno cruza una montaña, el camino está lleno de curvas. Y eso es bueno, ya que no se ve la cima hasta cuando ya estás muy cerca de terminar. Esta subida, en cambio, es recta y empinada. Veo el final durante horas. Se hace eterna.
Se pone a llover, y luego a nevar. Extrañamente, me mantengo de buen humor.
En la cima hay un túnel, y me refugio dentro de él para volver a sentir las manos y los pies. Me abrigo con todo lo que tengo, pero me congelo más aún con el viento de la bajada.

17:30. Estoy a las afueras de un pueblo llamado Ab Barik, a 2000 metros de altura. El sol ya se escondió, y todavía no tengo donde dormir. El alojamiento pagado más cercano está a cien kilómetros de distancia, así que tengo que buscar una alternativa para salvarme del frío. Necesito encontrar una casa abandonada donde instalar mi carpa, o conocer a alguien que me ofrezca alojamiento.

Se detiene una camioneta a mi lado. Empiezo a celebrar. ¡Me van a ofrecer ayuda! Se baja un tipo con su señora, me pide una foto, y se va.

Un minuto después se detiene otro auto. Esta vez son tres iraníes. El conductor me pregunta cómo me llamo y de dónde soy, y al escuchar que soy de Shiliii me empieza a hablar en un chino mandarín perfecto. Resulta que es un guía turístico de chinos. Yo le corrijo, y le explico que Chile es distinto a China, y que son dos países que están bastante lejos uno del otro.

El conductor me pregunta si me gusta la comida iraní, el vino de Shiraz, y bailar. Yo le respondo que sí a todo. Me dice que me quieren ayudar, y que pase con ellos la noche en Ab Barik. Yo le respondo que no tengo mejores planes, así que bueno.

Me terminan llevando a un matrimonio iraní.

Se dice que todo el mundo tiene en su vida quince minutos de fama. Estos fueron los míos.
De un momento a otro, me encuentro en medio del matrimonio, rodeado por diez niños e incontables adultos. Me abrazan, me agarran la chaqueta para ganar mi atención, me piden fotos, me piden que los salude en inglés. Cada paso que doy provoca un movimiento de una horda de gente. A cada lugar donde miro, hay alguien mirándome y sonriendo.
Las madres del pueblo se acercan a mí, y me preguntan si estoy casado. Cuando les digo que no, me presentan a sus hijas.
Yo, mientras tanto, me dedico a sonreír y saludar a tantas personas como puedo, tal como político que se candidatea a presidente.

El iraní que me invitó al matrimonio, Ferredun, trata de controlar a la gente para que yo pueda sentarme a comer. Pero no hay caso.

Paso las siguientes cuatro horas disfrutando de mi fama. Un grupo de jóvenes me lleva a un auto a tomar vino de Shiraz. Otros me sirven comida. Otro grupo me lleva a bailar, y no me dejan descansar hasta que quedo agotado. ¿Cómo les hago entender que ese mismo día anduve en bicicleta durante siete horas en la nieve? ¡Por favor, pesquen a la novia! ¿Y dónde está el novio? Trato de bajar un poco la atención hacia mí, pero es imposible.

De repente, llega el auto con el novio dentro. Todas las mujeres del pueblo se ponen a bailar alrededor del auto, sin dejar que el pobre tipo se baje. Recibo un poco menos de atención, pero sigo teniendo en todo momento unas diez personas pidiéndome fotos o haciéndome preguntas.

Las mujeres bailando alrededor del auto del novio

Ya a las doce de la noche, no doy más. Le pido a dos amigos que me ayuden a salir del lugar sin que la gente me vea. Entro a un auto y me escondo, y me llevan a dormir a la casa de Ferredun.

Gente increíble. Ferredun es quien está tomando la selfie

Ya van tres noches desde que salí de Esfahan. Tres noches en las que me acuesto con una sonrisa en la cara.

Cuarto día. Paso una mañana maravillosa bajando de la región montañosa en la que estoy. Hace más calor que el día anterior, y estoy de muy buen humor pensando en todo lo que me ha pasado.

El camino, además, es bonito. ¡Tiene árboles! Eso sí que se ve poco en Irán. Y casi no pasan autos.

Son las tres de la tarde. Estoy solo, pedaleando a buen ritmo y disfrutando del silencio. La vida es buena.

el camino con «árboles»

Noto a la distancia un auto negro que viene contra mí. Estamos a menos de doscientos metros de distancia, cuando el conductor entra a mi pista y se coloca frente a mí.

Mi primera impresión, es que el conductor vio algo que tenía que esquivar en su pista, y después de unos metros volverá a su lugar. Pero la distancia entre nosotros es cada vez menos, y el tipo no vuelve a su pista.

Estamos a menos de cien metros de distancia. El conductor todavía no se mueve. Me empiezo a asustar. ¿Qué está pasando? Veo todo en cámara lenta. Lo único que tengo para decir, es «Concha su madre, ¡¡¡Concha su madre!!!». ¿Cómo puede ser que no vuelva a su pista? ¡Me va a chocar!

Me orillo tanto como puedo. Si muevo la bicicleta diez centímetros más a mi derecha, salgo del camino hacia unas piedras y arbustos. Quizás el conductor no volverá a su pista, pero al menos tengo un pequeño espacio para pasar sin que choquemos.

Estamos a menos de veinte metros de distancia, y el conductor se aleja más aún de su pista para volver a ponerse en frente mío.

En ese instante entiendo que me quiere chocar a propósito.

Grito a todo pulmón «¡¡CONCHASUMADRE!!». Estoy desesperado. ¡¡Voy a morir!!

Estamos a menos de diez metros, y escucho el ruido del motor acelerando. Reacciono. Me tiro tan rápido como puedo afuera del camino. El auto me pasa rozando la pierna izquierda, y sigue acelerando para escapar. Mientras tanto, yo hago movimientos milagrosos con tal de no caerme hacia las plantas. Logro mantenerme en pie.

No entiendo lo que acaba de pasar. Siento cómo tiembla todo mi cuerpo por el miedo, mientras giro y veo cómo el auto negro se pierde entre las curvas del camino.

Yo no soy un tipo extremo, pero durante los últimos años he tenido un par de encuentros cercanos con la muerte. Más de los que me gustarían. Mientras estudiaba en Santiago me atropellaron dos veces andando en bicicleta, y una vez me tuve que operar de urgencia porque se me reventó el intestino delgado.
Aun así, lo que me acaba de pasar es lo más cerca que he estado de morir. Si yo no me lanzaba fuera del camino, el auto me chocaba a toda velocidad.

Trato de respirar y controlar el miedo, pero es difícil. Mi confianza está en el piso. Nunca nadie me había tratado de hacer daño.

Trato de convencerme de que el sujeto quería hacerme una broma, pero es imposible creer algo así. Si me hubiese querido hacer una broma, se habría desviado a último momento para esquivarme. Pero no lo hizo. En cambio, cuando vio que yo lo estaba tratando de esquivar por primera vez, se redirigió para volver a intentar chocarme con éxito.

Menos mal fracasó.

Vuelvo a subirme a la bici. Mientras avanzo, giro cada cinco segundos para comprobar que el auto negro no viene de vuelta. Siento que me van a chocar en cualquier momento.

Dos kilómetros después llego a un almacén, y me escondo dentro para intentar dejar de temblar.
El dueño del local y amigos suyos tratan de conversarme, pero yo no los escucho. En este momento tengo poca y nada de fé en la gente de este mundo. Es como si de un segundo a otro toda la gente que me rodeaba tuviese malas intenciones. Se me olvidó por completo la hospitalidad iraní. Sólo pienso en el casi-accidente. Me tomo un café, que definitivamente no ayuda a pasar los nervios.

Poco a poco recupero la calma. Me recuerdo una y otra vez que el 99,99999% de la gente en este mundo es buena, y que de vez en cuando uno se encuentra con un psicópata.

Vuelvo a subirme a la bicicleta, con menos miedo que antes. Encuentro un restorán, y le pregunto al dueño si conoce algún hotel que esté cerca. Me dice que no, pero me invita a pasar la noche en una pieza privada con estufa.

Ahmad, el dueño del restorán donde dormí

Me acuesto a dormir, pero esta vez no con una sonrisa. Ya recuperé la confianza en la gente gracias al dueño del restorán, pero no puedo evitar pensar en la muerte.

Me doy cuenta de lo frágiles que son nuestras vidas. No importa si llevas casco y chaleco reflectante. Hay muchas cosas que están fuera de tu control.

Me pregunto qué habría pasado si no hubiese salido del camino en el último segundo.
Me pregunto qué habría pasado si hubiese muerto ahí, en medio de la nada.

Obviamente sería una noticia terrible para mi familia y amigos, o al menos eso me gusta creer. Si no, soy una persona horrenda.

Voy más profundo, y me pregunto cómo juzgaría mi vida si hubiese terminado a los veinticinco años.

Pienso en las cosas que no habría alcanzado a hacer. Los lugares que me habría gustado visitar. Los desafíos deportivos. Escribir libros, Emprender. Tener una familia.

Pienso, también, en las cosas que me arrepiento haber hecho. Mis mayores equivocaciones del pasado.

Duele mucho.

Pero hay un solo factor que me deja tranquilo: que los últimos meses he hecho todo lo posible por aprovechar mi vida al máximo. Y eso no tiene precio.
No puedo determinar cuánto tiempo viviré, pero lo que sí puedo hacer, es intentar aprovechar mi vida al máximo.

Último día. Antes de partir pedaleando, me fijo una meta: sonríele a cada persona que veas, y disfruta el camino. No hay apuro por llegar a Shiraz. Disfruta tu vida.

Durante los primeros kilómetros pienso que cada auto que va en mi contra va a intentar matarme. Pero al rato esa sensación se va.
Avanzo horas y horas por un camino que, sin importar la dirección que tome, se asegura que todo el tiempo el viento esté en mi contra. No importa. Estoy vivo. Soy afortunado.

Paro a almorzar en las ruinas de Persépolis, y me vuelvo a subir a la bicicleta sin más fuerza en las piernas. Estoy agotado.

Mi experiencia en Persépolis consistió en veinte minutos de caminata y veinte minutos de siesta en un banco

No sé como, pero pedaleo los últimos sesenta kilómetros por una autopista llena de camiones que, finalmente, me lleva a mi destino. Shiraz.

Me siento en la cama de mi hostal, que está vacío. Celebro mi llegada comiendo chocolate. Llamo a mis papás.

480 kilómetros en cinco días. Cumpleaños de desconocidos, viajeros caminantes, nieve y montañas, matrimonios iraníes, y un encuentro cercano con la muerte.

Me vendrá bien un descanso en Shiraz.

¿Te gustaría apoyarme en mi viaje por el mundo? ¡Regálame un café!

Juan Pablo Toro
Juan Pablo Toro

Autor Deportista Nómade

Batallas mentales en el Norte de Irán

1 de Diciembre de 2021. Después de un paso averiado por Armenia en donde salí con un órgano menos, me encuentro pedaleando nuevamente. Esta vez en el norte de Irán.

Debería estar feliz. Irán está en mi lista de mis top 10 países por conocer, y al fin lo estoy recorriendo. Además, los locales son muy amables. Ayer en la noche paré a dormir en una ciudad llamada Mianeh, y una comunidad de escaladores me invitó a un restorán a comer un pescado delicioso.
Y para qué decir lo agradecido que debería estar por poder hacer deporte después de tres semanas de reposo por la operación del apéndice.

Sin embargo, no estoy feliz. Pedalear por los paisajes desérticos de Irán se siente como una tortura más que un privilegio. El camino es plano y está lleno de camiones, y no hay nada interesante que ver. Son horas y horas de pasar tiempo solo, sin más entretención que mis propios pensamientos. Canto en voz alta, converso conmigo mismo, y me repito una y otra vez que tarde o temprano empezaré a disfrutar más del desierto. Pero no hay caso de convencerme de algo así.

Días y días de este paisaje

Poco a poco empiezan a nacer las dudas. ¿Por qué estoy haciendo esto?
Estoy andando en bicicleta en Irán.
Solo.
Sin señal.
Recién operado del apéndice.
Empezando el invierno.
En medio de una pandemia.

Tiene que haber aunque sea una razón por la cual esté en esta situación. Estoy seguro de que tenía una, pero ahora mismo no la puedo recordar.

3 pm. Llevo tan solo 60 kilómetros recorridos, pero no doy más. No tengo la fuerza mental para seguir pedaleando por este paisaje horrible. Además, se me acabó el agua. Decido desviarme del camino para rellenar mis botellas en un pueblito que se ve a la distancia.

Justo en ese momento se detiene en el camino un iraní de unos cuarenta años manejando una camioneta. Con un inglés precario me pregunta cómo me llamo, y me invita a alojar en su casa. Así de hospitalarios son los iraníes.
¿Comida gratis? ¿Agua? ¿No pasar frío en la noche? Acepto de inmediato. Me subo a la bicicleta y lo sigo por unos quinientos metros hasta llegar a su propiedad.

Entro a la casa, y me siento incómodo de inmediato. El problema no es mi anfitrión ni sus dos amigos que están tomando té. El problema es que tienen la estufa encendida al máximo. Deben hacer al menos unos treinta grados dentro de la casa, y mantienen las ventanas cerradas, lo cual hace todo mucho más sofocante. Y ni hablar del hecho de que en Irán no es mal visto fumar en lugares cerrados. Me siento en un sillón tan lejos de la estufa como puedo, intentando no marearme por el calor.

Nos ponemos a conversar tomando té. Mis anfitriones se llaman Taher, Meiham y Archbar. Son tres amigos que trabajan juntos cuidando un gallinero enorme que está al lado de la casa. Ninguno de los tres habla un inglés decente como para conversar, pero hacemos lo que podemos usando un traductor del teléfono. Me muestran fotos de sus familias, y yo les muestro fotos de la mía.

Con Archbar (de Negro) y Taher, quien me encontró en el camino

Me preguntan si tengo hambre, y yo les respondo que sí, muchísima. Uno de ellos, Meiham, se levanta de su puesto y va a la cocina. Trae de vuelta consigo una olla enorme y una cantidad ridícula de pan. Nos sentamos en el piso a comer, a menos de un metro de la estufa. Me duele la cabeza.

El contenido dentro de la olla consiste en un caldo de carne que Meiham sirve en un posillo para tomarlo como una sopa. Es tan aceitoso, que uno se siente levemente envenenado cuando el líquido pasa por el esófago. Es realmente difícil de ingerir. Similar a que te hagan comer mantequilla a cucharadas. Además, tampoco ayuda ver que Meiham no para de rascarse la entrepierna mientras sirve la comida.

Una vez terminada la sopa, comemos el resto. Unas papas con garbanzos que estaban al fondo de la olla, y un hueso de vaca que, mire por donde lo mire, no tiene carne pegada a él. Me lo meto a la boca intentando sacar algo de comida con la lengua y los dientes, pero no saco nada.

A pesar de que la comida no es lo mejor, disfruto de pasar tiempo con estos iraníes. Son buena gente, muy bien intencionada. Siento como que podrían aumentar más aún la temperatura de la estufa y darme comida aún más asquerosa, y seguiría prefiriendo estar con ellos que solo en el desierto. Observo a cada uno de ellos con detalle, agradecido. «¡Meiham, por favor deja de rascarte!», pienso.

Pasan tres horas de conversaciones con Google Traductor, y llega la noche. Taher y Archbar se despiden, y se van para sus casas. Me dejan solo con Meiham, que resulta ser el dueño de la casa. Él se va a hacer lo suyo (rascarse y cantar en la cocina), y yo me voy a duchar. Estoy muy cansado, así que preparo mi saco de dormir en la sala principal (no hay piezas en la casa), y me acuesto a leer. Mi plan es quedarme dormido a las diez de la noche, y partir pedaleando temprano al día siguiente.

La casa consistía en esta sala con la estufa y un baño

Diez de la noche. Estoy guardando mi libro y a punto de apagar la luz de la sala, cuando alguien toca la puerta. Es un cuarto tipo, un amigo de Meiham que tampoco habla inglés, y ha venido a conversar y fumar.

Mierda.

Paso las siguientes dos horas esperando a que este tipo se vaya para poder quedarme dormido, desesperado por el olor a cigarro. Estoy de un humor terrible por no poder dormir. ¿Cómo les hago ver lo cansado que estoy? La invitación a pasar la noche se convierte en un desagrado.

Me vuelvo a preguntar, ¿Por qué estoy haciendo esto? No encuentro respuesta. Podría estar en Chile, con mi familia, durmiendo en mi cama y comiendo platos sanos y sabrosos.

El cuarto tipo se va a las doce de la noche, y apagamos las luces. Antes de dormir, sólo siento una cosa: desmotivación.

Despierto a la mañana siguiente cansado y con hambre. Definitivamente no quiero andar en bicicleta, pero tampoco quiero quedarme en esa casa sofocante. Tomo desayuno con Meiham mientras se sigue rascando con obsesión, me despido, y parto pedaleando por el desierto.

Meiham se entretenía cantando por horas

No llevo ni cinco kilómetros, y noto que algo no anda bien. Hay un viento en contra tan fuerte, que tengo una sensación de no estar avanzando.

Respiro profundo. Si hay algo que me hace perder la paciencia cuando ando en bicicleta, es el viento en contra. Es mi peor enemigo.

Insisto en seguir avanzando. Son las doce del mediodía y llevo quince kilómetros. El viento se pone cada vez más fuerte. Me repito una y otra vez que tarde o temprano se va a calmar, y el resto del día será agradable. Pero las horas pasan, y nada cambia.

¿Por qué estoy haciendo esto?

Tengo hambre y estoy cansadísimo por tanta lucha contra el viento, y sigo sin avanzar. ¿Cómo puede ser que no haya un restorán en tantos kilómetros? Paro a descansar a orillas del camino, fundido de cabeza. Tengo una mirada perdida en el pavimento mientras me como el último puñado de almendras que tengo y enfrento mis luchas mentales.

Una de las sonrisas más falsas que he puesto en una foto

Es como si hubieran dos personas distintas en mi cabeza.

Una está completamente loca. No es capaz de decir algo positivo de la situación, e insiste que mande todo a la mierda. Me dice que tengo que ser un idiota para intentar seguir avanzando con ese viento. Es una tortura escuchar lo que dice.

La segunda persona es más práctica. Está a cargo de mi cuerpo, y no dice nada. Lo único que hace es mover las tuercas en mi cerebro para asegurarse de que siga pedaleando, a pesar de que es lo que menos quiero.
La primera persona trata de detener a la segunda, pero no puede.

Me gusta esa segunda persona. No es tan emocional como la primera. En vez de andar quejándose por todo lo que está fuera de su control, hace lo mejor posible por permanecer en movimiento. Sabe aguantar la mierda.

Sigo pedaleando. Doy todo lo que queda de mi estanque, y llego al primer restorán que veo en todo el día. Me como un Kebap. Voy al baño, intentando controlar unas piernas que tiemblan por el cansancio. Llevo cuarenta kilómetros.

Al lado del restorán hay un hotel. Todo indica que debería quedarme ahí a dormir, y eso es lo que en un principio pretendo. A la mañana siguiente  puedo despertarme temprano y pedalear con mejores condiciones.
Pero en el fondo, sé que no es una buena idea. Si paro a dormir ahí, habré fracasado. Me habré rendido ante esa voz que decía que deje de esforzarme.

Me hago una pregunta. ¿Qué quiero ser capaz de decir al final del día?

Hay una sola respuesta. Quiero ser capaz de decir que le gané a esa voz negativa. Quiero ser capaz de pedalear contra el viento, y no sufrir. Quiero demostrar que me puedo dominar a mí mismo.

Salgo del restorán, y me pongo en marcha. Quedan 42 kilómetros con viento en contra para llegar a mi destino, Zanjan.

Algo dentro de mi cabeza hace click. La voz negativa ya no está. Tengo una sonrisa en mi cara. El viento sigue estando igual de fuerte que en la mañana, y a medida que se esconde el sol baja la temperatura. Pero ya no estoy sufriendo. De hecho, ahora estoy disfrutando la situación. En vez de torturarme por cosas fuera de mi control, las acepto. Además, sé que tarde o temprano llegaré a mi destino. ¿A quién le importa si llego a las cinco de la tarde, o a las una de la mañana? Llegar es llegar. Y el paisaje desértico alrededor mío es extrañamente bonito. Sigue siendo el mismo de los últimos días, pero ahora tiene una magia difícil de describir con palabras.

Son las 7 de la tarde. Está oscuro. Quedan menos de diez kilómetros para llegar a Zanjan. Pero no quiero llegar. Quiero seguir enfrentando el viento. Quiero seguir ganándole a mi cabeza.

Entro a Zanjan celebrando como si hubiera completado una maratón. Llego a un hotel en el centro de la ciudad. Una pieza privada cuesta menos de cinco dólares. Me acuesto en mi cama a mirar al techo y contemplar mi día, sin molestarme por el olor a cigarro impregnado en las sábanas.

Siento un relajo inmenso, paz interior. Quién sabe cómo será mañana, pero al menos tengo claro que hoy logré vencer a esa voz débil dentro de mí. Pocas veces me he sentido tan bien.

Paz al final del día

¿Por qué estoy haciendo esto?

Porque me quiero sentir desafiado todos los días. Quiero despertar con un poco de miedo, sabiendo que lo que se me viene es algo que me va a exigir al máximo. Un desafío que no sé si seré capaz de completar.

Porque es en los límites mentales y físicos, fuera de la zona de comfort, cuando realmente nos conocemos como personas.
Es muy fácil estar bien y cómodo cuando todo sale bien. Las personas realmente felices demuestran estar bien a pesar de que las cosas no les salen como quieren.

Porque, al final del día, quiero ser capaz de decir con seguridad que estoy creciendo como persona.
Quiero ser capaz de decir con seguridad que me estoy acercando a una vida extraordinaria.

Ah, y de paso recorrer el mundo.

¿Te gustaría apoyarme en mi viaje por el mundo? ¡Regálame un café!

Juan Pablo Toro
Juan Pablo Toro

Autor Deportista Nómade

Viaja solo para probar no tener responsabilidades

Naciste.
Ni te acuerdas, y te metieron al jardín.
No tienes ni cinco años, y estás en prekinder.
¿Siete años? Ahora hay que entrar al colegio y cumplir con tus tareas.
¿Quince años? Ya estás en media. Tus notas cuentan para la universidad. Ahora si que tienes que estudiar.
¿Se acabó el colegio? Ahora hay que entrar a la universidad y seguir estudiando duro.
¿Terminaste la universidad? Ahora hay que conseguir un trabajo.
Ya tienes trabajo. ¿Y ahora qué?
Ahorra para tu futuro. Estudia un postgrado. Compra una casa. Cásate y cría a tus hijos.
Muere habiendo formado una familia feliz.

Toda una vida cumpliendo con deberes, sin tiempo de descanso.
Toda una vida teniendo que cumplir con algo o con alguien.
Responsabilidades. Responsabilidades. Responsabilidades.

Happiness - Steve Cutts | Satirical illustrations, Money and happiness,  Happy

No estoy tratando de decir que las responsabilidades son malas. De hecho, creo que son buenas y necesarias.

Pero, ¿Nunca te ha dado curiosidad cómo se sentirá una vida sin responsabilidades?

¿Pasar un tiempo sin «tener que cumplir»?

Sal a viajar solo para experienciar una vida sin responsabilidades.

Pasa un tiempo sin trabajos ni estudios, gastando tus ahorros.
Sin emails que contestar.
Sin reuniones.
Sin llamadas por hacer, o lo que sea que se te pida en tu trabajo.
Quizás, mientras viajes, te darán ganas de hacer algo productivo. Quizás querrás escribir, o estudiar para aprender una habilidad nueva, o construir, o cosechar una huerta. Bienvenido sea, siempre que no tengas que hacerlo «por cumplir».
Lo que sea que hagas, que sea por interés propio. Sabrás distinguir qué cosas haces porque realmente te interesan, y qué cosas haces por presión/subsistencia.
Quizás descubres que tus mejores momentos de creatividad surgen cuando no hay nadie a quien cumplir.
Quizás descubres que te hace bien tener responsabilidades laborales, pero menos que las que tenías antes.
O quizás descubres que, sin responsabilidades, no tienes motivación para levantarte de la cama, y que es importante para ti tener que cumplir con algo o alguien. Y cuando vuelvas, estarás motivado a cumplir con lo que se te pida.

Pasa un tiempo en solitario, lejos de tu familia y amigos.
Sin eventos a los que tienes que asistir.
Sin gente a la que tienes que visitar o llamar.
Quizás te das cuenta que eres feliz divagando por el mundo sin tener gente que te amarre.
Quizás descubres que te gusta tener que cumplir con tus cercanos, pero no tanto como antes. Quizás decides, por ejemplo, que ya no estas dispuesto a asistir a bautizos, o baby showers, o lo que sea que no te guste.
O quizás descubres que las responsabilidades con tu gente son lo más importante de tu vida. Y cuando vuelvas de tu viaje, las valorarás mucho más, ya que sabes cómo es no tenerlas.

Pasa un tiempo sin practicar tu hobby.
Sin tener que entrenar, o pintar, o tocar un instrumento, o lo que sea que hagas por entretenimiento.
Quizás descubres que te gusta pegarle a una pelota, pero que no tiene sentido hacerlo toda tu vida.
Quizás descubres que tu equipo de la liga de los domingos no era tan importante como pensabas.
Quizás descubres que hay más en tu vida que ver series cada noche antes de acostarte.
O quizás descubres que ese hobby es aquello que le da sentido a tu vida. Y cuando vuelvas de tu viaje, pasarás más tiempo que antes disfrutándolo.

Pasa un tiempo lejos de tu territorio.
Lejos de tu casa. Lejos de tu auto. Lejos de tu sociedad.
Sin posesiones que cuidar, o trámites por hacer.
Quizás descubres que no te hace sentido pasar tanto tiempo cuidando cosas que no te hace feliz. Y cuando vuelvas, venderás todo lo que no quieres mantener.
O quizás descubres que te encanta cuidar tus cosas. Que te encanta mantener tu jardín, arreglar las cosas que se rompen, limpiar tu auto, y tener tus trámites al día. Y cuando vuelvas, disfrutarás de cumplir con todo ello.

Pasa un tiempo viajando solo antes de tener una relación amorosa. Y antes de tener hijos.
Sin una pareja de la que te tengas que preocupar y llamar.
Sin niños que dependan completamente de tí.
Quizás descubres que te encanta estar solo, y ahora estás seguro que no quieres comprometerte, o formar una familia. Estás bien así.
O quizás descubres que estar en una relación, o tener hijos, o ambas, es lo más importante en tu vida, y estás dispuesto a lo que sea para alcanzar eso que quieres.

Lo que sea que descubras viajando ayudará a mejorar tu vida.

A la vuelta de tu viaje serás capaz de distinguir cuáles responsabilidades quieres tener, y cuáles no.

Serás capaz de distinguir cuáles deberes estabas cumpliendo porque te dijeron que eran importantes, y cuáles son realmente importantes para tí.

No será como cuando entraste al colegio, en donde te dijeron que tenías que cumplir con ciertos deberes, y lo hiciste sin pensar.

Esta vez estarás tu a cargo.

Estarás diseñando una vida a tu medida.

Una vida extraordinaria.

Pasa un tiempo viajando solo, sin responsabilidades.

¿Te gustaría apoyarme en mi viaje por el mundo? ¡Regálame un café!

Juan Pablo Toro
Juan Pablo Toro

Autor Deportista Nómade

Mi primer retiro Vipassana

5 de Febrero de 2020. Llevo ya dos meses viajando por el norte de la India y Nepal. Hace calor, tengo aventuras todos los días, y casi ni se escucha del coronavirus. La vida es buena.

Son las seis de la tarde. Voy viajando en un Tuk Tuk para alcanzar a llegar a mi nuevo desafío: mi primer retiro Vipassana. Voy atrasado, así que estoy feliz de que el conductor vaya manejando a toda velocidad. ¿Cómo puede ser que le saque tanta potencia a esa chatarra?

En India no necesitan montañas rusas para sentir adrenalina. Tienen Tuk Tuks

No sé nada de lo que es un retiro Vipassana. No sé qué tipo de gente va, ni qué es lo que se hace cuando se está ahí. No sé si es un retiro esotérico, o más cercano a lo que sería el Mindfulness. Sólo sé que dura diez días, y que se medita mucho. Y eso es justo lo que estoy buscando: aprender más de meditación.

Empecé a meditar un año atrás, a principios de 2019. Mi práctica más larga hasta el momento ha sido de diez minutos en un día. Cuando me dicen que en el retiro tendré que meditar varias horas cada día, pienso que es una broma. Es imposible que sea capaz de algo así.

Nos alejamos de la ciudad más cercana, Hoshiarpur, y empezamos a cruzar hectáreas y hectáreas de campos. Lindos, pero llenos de basura. En India uno no puede caminar diez metros sin pisar basura.

Llego a las siete de la tarde. Debería haberme presentado en la entrada a lo largo de la mañana. No sé qué me van a decir.

El retiro quedaba en medio de una zona rural cercana a Hoshiarpur, en el norte de la India

Entro a la recepción. Es parecida a una sala de clase del colegio. Hay tres tipos en un banco principal ordenando distintos papeles, y setenta indios sentados cada uno en una silla. 35 hombres y 35 mujeres.

Silencio absoluto. Todos me miran al unísono. Un par de viejos se ríen. Seguro se están preguntando «¿Qué hace un extranjero aquí?». Yo me pregunto lo mismo.

Me llaman al banco principal. El organizador del retiro me dice que sabe quién soy, y que no puedo entrar al retiro. Que llegué tarde. Yo le explico que mandé al menos tres correos avisando que llegaría tarde, y gracias a  eso deja que me quede.

Nos explican las reglas del retiro. Durante los diez días:

  • Está prohibido usar el celular o cualquier tipo de electrónicos. Está prohibido, también, escribir en un diario, leer o escuchar música. Hay que dejar todos los electrónicos en una caja fuerte que abriremos el último día.
  • Está prohibido hablar con otras personas.
  • Está prohibido mirar a los ojos a otras personas.
  • Está prohibido todo tipo de contacto físico.
  • Está prohibido hacer deporte, incluido yoga. Se puede caminar dentro del recinto.
  • Está prohibido comer carne.
  • Se pide vestir con ropa simple. Sin colores llamativos.
  • Se pide abandonar todo tipo de práctica religiosa, con tal de darle una oportunidad a la técnica Vipassana (que, al parecer, no es perteneciente a ninguna religión).
  • Por último: no mentir, no matar a ningún ser vivo, no tener ningún tipo de actividad sexual, no robar, y no tomar sustancias intoxicantes.

Fácil.

Nos explican también temas básicos de organización:

Hay dos recintos. Uno para hombres, y otro para mujeres. Así se previene cualquier distracción.

Hay un comedor que servirá desayuno, almuerzo y té.

Hay un Hall Central, en donde todos nos reuniremos para meditar.

El Profesor estará a cargo de nuestro aprendizaje. Al inicio de cada meditación, hará rodar una grabación de S.N Goenka (el fundador de la organización, que ya está muerto), quien nos dará alguna lección. Y una vez al día nos llamará para conversar y resolver dudas.

Terminan de decir las reglas y el horario. Se me atraganta la garganta. No sólo es una locura todo lo que hay que meditar, sino que también anticipo que me dará mucha hambre. ¿Cómo puede ser que la última comida sea a las 17.00?
Compadezco a los que están en el retiro por segunda vez, ya que a ellos les toca peor: a la hora del té, sólo pueden tomar agua con limón.

El organizador dice unas últimas palabras para calmarnos. Dice que estemos tranquilos; que el retiro es duro, pero que mucha gente lo completa. Y cuando lo logran, se sienten increíbles.
Nos advierte, también, que es muy común que a la gente le dé una crisis el tercer y el sexto día, y que pidan irse para la casa. Si las superamos, estaremos bien.

Eso me sube el ánimo. Si es un hecho que tendré una o dos crisis, entonces lo único que puedo hacer es enfrentarlas y esperar que con el tiempo pasen. ¿O no?

Termina el discurso, y a continuación vamos en grupo al Hall Central a hacer una meditación de una hora pre-retiro. ¿Me están diciendo que haré la meditación más larga de mi vida sin ni siquiera haber empezado el retiro?

Me asignan el puesto que tendré toda la semana. Consiste en unos cuantos cojines para que no duela tanto el culo. Me siento sobre los cojines con los pies cruzados, al igual que todos los demás. Al frente de todos nosotros, también sentado sobre cojines, está el Profesor; un indio ya con sus años de edad, y que con sólo mirarlo te hace sentir calmado. Por lo que cuentan los organizadores, lleva años practicando el Vipassana.

Silencio absoluto. Estamos todos expectantes de lo que vaya a decir el Profesor. Pero este se queda callado.

De repente, se escucha por los parlantes la voz de un hombre cantando. Es tan desafinado, que no controlo la sorpresa y abro los ojos para comprobar si alguien está tan impresionado como yo. Soy el único desconcentrado. Los vuelvo a cerrar. La canción dura varios minutos, y después vuelve el silencio.

Por si te preguntas cómo era el canto

El Profesor abre la boca por primera vez. Habla por un buen rato, pero en resumen, nos dice que nos concentremos en la respiración, que entra y sale por la nariz. Olvidarnos de todo lo demás. Y si llega un pensamiento, observarlo sin juzgar.

Mientras tanto, lo único en lo que estoy pensando es en el dolor que tengo en las caderas. Nunca antes había pasado tanto rato con las piernas cruzadas. Pienso que, si me hacen pasar diez días sentado así, saldré del retiro inválido. O al menos caminando como vaquero.

Termina la meditación, y nos mandan cada uno a sus piezas. Pero antes de ir a dormir, veo que los organizadores consiguen unos respaldos con un poco más de altura para que algunos tipos con problemas médicos puedan estar más cómodos. Yo les digo que tengo las caderas malas, y me entregan un respaldo.

Voy a mi pieza.
Deberían haberme asignado una pieza individual como a casi todos los demás, pero como llegué tarde, tengo que compartir una pieza doble con un indio de unos cincuenta años que hace aproximadamente treinta y siete escupitajos para aclarar la garganta antes de acostarse, y que ronca como si de eso dependiera su vida.
Lo peor de todo, es que ronca irregularmente. Algunas veces pasan dos segundos entre ronquido, y otras veces diez. Si fuera regular sería mejor. Podría acostumbrarme y quedarme dormido con mayor facilidad.
Pero no tengo problemas con él, ya que muchas veces yo también ronco. Eso sí, tengo que admitir que no es fácil compartir una pieza diminuta con un tipo que no conoces, no puedes mirar a los ojos, y no puedes decirle nada.

Me voy a dormir. La cama es de piedra, literalmente. Tengo hambre.

Día 1:

4.00. Suena la campana. Soy chileno, y parte de mis raíces me lleva a pensar que por ningún motivo la primera meditación empezará a la hora. Trato de seguir durmiendo. Mi compañero de pieza empieza a arreglarse a toda velocidad.

4.25. Quedan cinco minutos para que empiece la meditación, y yo sigo en mi cama. Hace frío y está oscuro. ¡No quiero salir! Uno de los organizadores se para afuera de nuestra pieza, y toca la puerta hasta que le abro.
Al parecer, también está prohibido saltarse una de las meditaciones. Si no llegas a tu puesto a tiempo, te van a buscar donde sea que estés.

Me pongo las zapatillas y voy al Hall Central. A las 4.29 am, soy el último en llegar.

La primera meditación resulta ser un éxito. O casi. Yo estoy despierto y concentrado, pero a varios otros se les hace difícil esto de madrugar. Hay un tipo que no para de roncar, a tal punto que uno de los organizadores tiene que sacudirlo cada cinco minutos.

6.30. El tan esperado desayuno. Soy el primero en llegar al comedor. Uno de los organizadores está detrás de un puesto sirviendo todo tipo de platos vegetarianos. Me sirvo tanta comida como puedo y me voy a sentar, sin darle las gracias ni mirarlo a los ojos.

El resto del día fluye bien. Al inicio de cada meditación se escucha por algunos minutos al tipo desafinado cantando, que resulta ser el famoso S.N Goenka. Ahora que sé que el cantante es el fundador de Vipassana, se sufre un poco menos la melodía.

Aparte de eso, se nos repite una y otra vez que nos concentremos en la respiración, que entra y sale por la nariz. Toda nuestra atención debe estar en el triángulo formado por nuestra nariz y la boca. Y si aparece un pensamiento, debemos observarlo sin catalogarlo como bueno o malo. «Observar la realidad tal como es».
Suena fácil, pero es todo un desafío. Mi mente es un monstruo fuera de control, y por más que trato de seguir las instrucciones, no hay caso. Supongo que iré mejorando.

Una de las mejores partes del día es cuando nos dan cinco minutos de descanso entre rondas de meditación. Podemos salir a caminar por el recinto, y tratar de distraernos un rato observando las hojas de un árbol o algo por el estilo.

17.00. Última comida del día. Tengo un hambre terrible, así que espero que nos den un plato contundente parecido al almuerzo. Pero cuando llego al comedor, me decepciono al ver que sólo hay té con leche, y crutones. Despierta mi instinto de supervivencia, y guardo en mis bolsillos tantos crutones como puedo. Si esa es la comida que nos darán todos los días, moriré de hambre.

19.00. Primera Video Clase de S.N Goenka. Resulta que el tipo que fundó la organización es una leyenda. Un sabio. Da una lección valiosa tras otra, y cada cierto rato lanza chistes que nos hace reír a todos. Para cuando volvemos a la última meditación antes de dormir, me siento más motivado que nunca a meditar.

Antes de dormir, me como los crutones.

Un ejemplo de las lecciones de S.N Goenka

Día 2:

El principio de la mañana concurre similar al día anterior. La única diferencia es que sufro cada vez menos escuchando cantar a Goenka, y las meditaciones se me hacen cada vez más largas. Y tengo hambre.

10.00. Llega la primera crisis. ¿No era que la crisis llegaba el día tres y seis?

«Quiero dormir. Quiero comer. Quiero leer. Quiero escuchar música. Quiero hacer deporte. Quiero hablarle a cualquier ser humano. ¡Quiero llamar a mi mamá! El retiro es demasiado duro. ¿Cómo puede ser que el tiempo pase tan lento? ¡Siento que llevo una semana aquí! ¡Y quedan ocho días! No voy a aguantar, es imposible. Esto no es para mí. ¿Cómo le digo al Profesor que me quiero ir?»

Abro los ojos, y miro a mi alrededor. Están todos con los ojos cerrados, meditando apaciblemente. ¿Acaso soy el único pasando por un infierno? ¿Cómo puedo ser tan débil?

Me fijo, también, que están todos los puestos ocupados. Eso significa que nadie se ha retirado. Despierta mi parte competitiva; no puedo ser el primero en irme. Recuerdo, también, lo que me dije al principio: si es un hecho que llegará una crisis, lo único que puedo hacer es esperar a que pase. Sigo meditando, esperando a que pase.

12.00. Rompo mi primera regla en el retiro. Aprovecho que mi compañero de pieza está dando vueltas por ahí, y me encierro con llave a hacer flexiones y abdominales. Necesito hacer algo que no sea enfrentar la mente.

Vuelvo a meditar de buen humor. Pasó la crisis.

El Profesor me llama por primera vez, y me pregunta que cómo estoy. Yo le respondo que bien, concentrándome en la nariz.

Día 3:

El horario es el siguiente:

  • 4.00: Suena la campana para despertarse.
  • 4.30-6.30: Primera meditación en el Hall Central.
  • 6.30-8.00: Desayuno
  • 8.00-9.00: Segunda Meditación en el Hall Central.
  • 9.05-11.00: Tercera meditación en el Hall Central.
  • 11.00-12.00: almuerzo
  • 12.00-13.00: descanso
  • 13.00-14.30: Cuarta meditación en el Hall Central
  • 14.35-15-30: Quinta meditación en el Hall Central
  • 15.35-17.00: Sexta meditación en el Hall Central
  • 17.00-18.00: Hora del té. Última comida del día.
  • 18.00-19.00: Séptima meditación.
  • 19.00-21.00: Video Clase de S.N Goenka
  • 21.00-21.30: última meditación en el Hall Central.
  • 21.30: se apagan las luces en el recinto. A acostarse.

Total de meditación al día: cerca de diez horas.

Hay un tipo que lleva tres días seguidos roncando. Me cuesta controlar la risa cuando lo escucho.

Después de tres días concentrándonos en la respiración que entra y sale por la nariz, toda esa área de mi cara se sensibiliza. Por primera vez logro sentir el aire frío que fluye por sobre mis labios. No estoy seguro de si es algo placentero o no. Se siente raro.

Ya no sufro por las canciones de Goenka, y extrañamente ya no tengo hambre. ¿Acaso me acostumbré a la escasez de comida?

Lo mejor de todo, es que me asignan a una pieza individual. No tengo que aguantar más ronquidos ni escupitajos.

A las 21.30, sin distracciones, ni luces, ni comida en el estómago, y habiendo observado mi respiración por horas y horas, caigo dormido como si la cama de piedra en realidad estuviese hecha por algodón.

Otra historia de S.N Goenka. Sobre cómo trabajar

Día 4:

¿Qué día es? ¿El cuarto? No puede ser. Llevo al menos dos semanas en este lugar. Ya se me olvidó cómo era la cara de mi mamá.

La meditación se pone más interesante. En vez de concentrarnos sólo en la respiración, ahora empezaremos a «escanear» nuestro cuerpo. Eso significa dirigir la atención a cada una de las partes de nuestros cuerpos, partiendo por la cabeza, hasta llegar a los pies.

Lo sé. Quizás no suena tan interesante. Pero después de tres días concentrado en la respiración, lo único que quieres es que te permitan pensar en otra cosa. Los latidos del corazón, aunque sea.

Esto de escanear el cuerpo tiene lo suyo. Te das cuenta que tienes dolores muy leves, y a medida que te concentras más en ellos, duelen más. También te das cuenta que otros lugares de tu cuerpo están bien, y eso se disfruta. Y la ropa se siente incómoda.

Me voy a dormir con la melodía de Goenka en mi cabeza.

Día 5:

10.00 am. Llega la segunda crisis. ¿Por qué me dan antes que a todos los demás?

«No puede ser que recién haya llegado a la mitad del retiro. ¡Llevo un mes en este lugar! ¡Maldito Einstein y su tiempo relativo! ¡Sáquenme de aquí!».

Trato de repetir el mismo proceso de la crisis pasada. Termino la meditación de la mañana, almuerzo, hago flexiones en mi pieza, y vuelvo a meditar. Pero es lo más desconcentrado que he estado en todo el retiro.

Es como si hubiesen hecho un tajo en mi cabeza. Del fondo de mi subconsciente empiezan a salir todas las inseguridades. Todos esos recuerdos incómodos. Todas esas veces que me dijeron algo que me dolió. Las veces que le hice daño a otra persona. Las veces que pasé vergüenza. Y todas esas cosas que no hice, y que me arrepiento por no haberlas hecho.

Me invade un pensamiento que estaba seguro que había resuelto meses atrás: el hecho de que mi ex está con otro. ¿Por qué está con él, y no conmigo?

Trato de pensar en otra cosa. Trato de recordar que no tiene sentido pensar en esas cosas. Pero no hay caso.

Estoy sufriendo, así que dejo de combatir contra mi mente.
Decido dedicar el resto de la hora de meditación para llegar a la raíz del pensamiento de mi ex. Sólo así podré volver a meditar con tranquilidad.

«¿Por qué me duele que mi ex esté con otro?», me pregunta una voz dentro de mi cabeza.

«Porque quiero estar con ella», respondo.

«¡Mentira! Por algo terminaron», dice la voz.

«Pero es que…»

«Di la verdad, Rosa. No hay nadie a quien engañar», insiste la voz.

Pasan unos segundos.

«Me molesta que esté con otro, porque si lo eligió a él, significa que este tipo es mejor que yo. Que lo prefiere a él».

«¡Ka-Boom! Eso estaba esperando que digas», dice la voz, celebrando. «Maldito perro egocéntrico»

«¡Ey! No hay para qué insultar» le digo. Pero tiene razón.

«Es verdad. Perdón. ¿Pero te das cuenta del ego que tienes? Está tan fuera de control, que no te permite disfrutar de meditar tranquilamente. ¿Por qué tienes que demostrarle al mundo que eres mejor que otra persona?»

«Si lo dices con esas palabras…no tiene sentido»

«Muy bien. Y otra cosa más: supongamos que, de alguna forma, es posible medir qué persona es mejor que otra», continúa la voz. «Supongamos que, en un escenario ideal, el actual pololo de tu ex es mejor que tú en todos los aspectos de tu vida. Es más inteligente, más divertido, mejor pareja, y más hábil en todas las habilidades que tienes. Si juegan un partido de tenis, te gana 6/0 6/0»

«No sé a qué quieres llegar…», le digo, sintiéndome insultado.

«Déjame terminar. Supongamos que este tipo es una versión mejorada de ti mismo. Es claro que es mejor que tú, así como lo estás afirmando. ¿No sería eso algo bueno? ¿No sería tu ex más feliz con él?
El mundo está mucho mejor ahora: ella con su actual pololo. Y tú solo, meditando en el norte de la India «, termina la voz.

«No lo había pensado de esa forma…»

«Lo sé. Yo soy la parte sabia de tu cabeza. Pero tranquilo. Ahora que ya sabes que tienes un ego enorme, al menos puedes hacer algo para combatirlo. Es como cuando los alcohólicos dicen ‘Hola, soy X, y soy alcohólico’. Sólo así se puede empezar a sanar».

«Ya veo».

«Di ‘Hola, soy Juan Pablo, y soy un egocéntrico'»

«Hola, soy Juan Pablo, y soy un egocéntrico».

«¡Muy bien! Acabas de cumplir el primer paso para eliminar el ego».

Se termina la conversación.

Vuelvo a meditar, pero esta vez me siento en paz. Tengo una sonrisa de oreja a oreja.
Nunca lo había pensado así: en vez de andar por el mundo negando que tengo ego, aceptarlo, y aprender a vivir con él.

Escucho por milésima vez la canción de Goenka. Ahora la disfruto.

Día 6

¿Cómo puede ser que antes comía tanto en la noche?
¿Y cómo se llaman mis hermanas?
¿Y qué tiene S.N Goenka que canta tan, pero tan bien?

Lo mejor del día es que ahora nos dan una hora de meditación en privado a lo largo de la tarde. Hay una Pagoda (una especie de templo) con piezas similares a las que tiene una cárcel para aislar a los más malos, donde podemos estar solos.

Nunca había participado en un evento tan puntual. Cada una de las meditaciones empieza exactamente a la hora. Es una delicia.

S.N. Goenka es un sabio

Día 7

Me duele todo. Mi cuello es un desastre, y mi espalda debe tener nudos en veinte lugares distintos. Y cada parte duele más aún cuando nos dicen que «escaneemos nuestro cuerpo».

Todo mi cuerpo se está volviendo más sensible. Es tanto lo que dirijo mi atención a él, que empiezo a sentir cosas que no sabía que se podían sentir. Más que nada, me llaman la atención mis pies y el contacto que tengo con la ropa. Es rarísimo.

A ratos, vuelvo a concentrarme en la respiración sólo para olvidarme del dolor. Menos mal tengo este respaldo elevado. ¿Cómo puede ser que los demás aguanten sentados en el piso tantas horas?

Día 8

14.00. Llego a un nivel de concentración absoluto. No escucho ni siento nada de lo que está pasando a mi alrededor. Respiro lento, aprovechando este momento.

De repente, me fijo en algo raro que pasa en mi cabeza. Hace un par de días, me había fijado en los latidos de las venas del cráneo. Pero esta vez está pasando algo distinto.
Es como si hubiera un río de sangre recorriendo todo mi cerebro. Y yo puedo sentirlo. Escucharlo. Se siente muy parecido a cuando uno se pone una concha de mar en la oreja. Es un placer absoluto. Trato de alargar la sensación tanto como puedo, pero a lo más dura dos minutos.

Esta técnica Vipassana es poderosa.

Sobre la fé ciega

Día 9

Nací, crecí, me reproduje, y moriré en este lugar. Llevo toda una vida en el centro de meditación. Mis viajes por la India y Nepal parecen haber ocurrido hace años.

El tiempo pasa más lento que nunca, pero ya no sufro por ello. No hay razón para sufrir. Siento que me estoy volviendo más duro de mente, y a la vez soy más capaz de disfrutar detalles en los que antes no me fijaba.

Por ejemplo, resulta que la hoja de un árbol puede llegar a ser todo un espectáculo si la analizas bien.

Y para qué hablar de las hormigas. Ver cómo caminan de un lado a otro buscando comida es tan entretenido como ver la trilogía del Señor de los Anillos.

Día 10

Nos enseñan una última técnica de meditación. Esencialmente, consiste en que nos hacen pensar en nuestros seres cercanos y desearles felicidad.
Es extrañamente poderosa; dos tipos que se sientan al lado mío tienen lágrimas en los ojos.

Después de una última mañana en silencio, nos permiten mirar a los ojos y conversar con otras personas por primera vez en diez días.

Hay algunos que actúan como si fuera el mejor día de sus vidas. Hablan y hablan sin parar.

Yo, en cambio, tengo un gusto agridulce. Obvio que estoy feliz por volver a escuchar mi voz, pero a la vez sé que extrañaré el silencio. Nunca me había sentido tan enfocado en el momento presente.

No puedo creer que hayan pasado sólo diez días. Sonará como que soy un exagerado, pero me atrevo a afirmar que terminar este retiro es el desafío más difícil que he logrado completar. Más que el colegio. Más que la universidad. Más que cualquier esfuerzo físico que haya hecho antes.

Me siento en un círculo a escuchar historias de mis compañeros.

Uno que vino con su tío cuenta que, tres días atrás, su tío le tocó el hombro mientras pasaban cerca, y que todavía era capaz de sentir el peso del brazo en su hombro. Así de sensible está por tanto escaneo.

Otro se las da de Buddha. Afirma que ahora es capaz de sentir todo su cuerpo al mismo tiempo. Incluido los órganos.

Un tercero afirma que su depresión ha desaparecido en un 70%. Ahora entiende más cómo funciona su mente.

Un anciano cuenta que este es su quinto retiro Vipassana. Yo no lo puedo creer. ¿Ha completado cinco de estos?

Y un último tipo me cuenta que hay gente que hace retiros Vipassana de hasta sesenta días. Ni me imagino lo iluminado que uno sale después de terminar algo así.

El día 10 aproveché de sacar una foto a mi pieza

¿Qué cómo se siente hablar por primera vez en diez días? Bien y mal. Bien, porque al fin uno puede comunicarse con otros.

Mal, porque cuesta mucho hablar. Las cuerdas vocales pierden fuerza cuando no se usan. No alcancé a hablar ni media hora, y estaba agotado.

Día 11

Última meditación. Se siente como cuando uno está en la última recta de una carrera.

El día 11 saqué una foto desde mi puesto. No podía quedarme sin un recuerdo.

Antes de partir, hacemos una fila para hacer aportes voluntarios a la organización. ¿Acaso se me olvidó mencionar que el retiro era gratis?

Nos despedimos del Profesor, y nos vamos cada uno de vuelta a lo suyo en Tuk Tuk, cantando las canciones de S.N Goenka a toda voz.
Si hay un momento en el que me he sentido completamente en paz, es este.

Parece que haré un segundo retiro.

¿Te gustaría apoyarme en mi viaje por el mundo? ¡Regálame un café!

Juan Pablo Toro
Juan Pablo Toro

Autor Deportista Nómade

El peor viaje en avión de la historia, y un primer día adrenalínico

10 de Agosto de 2021. Me encuentro en el aeropuerto de Santiago, empujando un carro que lleva la caja desproporcionadamente grande que tiene mi bicicleta dentro, y llevando en mi espalda una mochila de trekking de 80 litros.

Por fin, después de tanto tiempo esperando, estoy volviendo a viajar.

Para llegar a mi destino, Estambul, tengo que hacer cuatro escalas: Santiago-Houston-Nueva York-Frankfurt-Estambul. Todo el viaje debería tomar cerca de treinta horas.

Avanzo a un kilómetro por hora tratando de abrirme paso entre la gente para hacer el check-in. ¿Por qué está tan lleno el aeropuerto? Es como si hubiesen abierto la frontera después de un año de encierro.

Estoy triste. Sé que llevo toda la pandemia esperando volver a viajar. Pero nunca es fácil despedirse de la familia. A ratos dan ganas de arrepentirse y volver, sin subirme al avión.

Hago una fila enorme, y finalmente me atiende una señorita que definitivamente no está en su día. Me pide el pasaporte, y a continuación me dice que suba a la pesa la caja con la bicicleta.

-Ok, señor. Serían 300 dólares por el equipaje -me dice.

-¡¿300 dólares?! Pero si en la página de United…

-Súbase la máscara, señor. Se le cae -me interrumpe.

Me subo la máscara.

-Le decía que en la página de United afirman que…

-La máscara, señor. Se le cae cuando habla.

Me subo la máscara nuevamente.

-Por favor, déjeme terminar. Le estoy tratando de explicar…

-¡La máscara!

Me saco la máscara y la cambio por una que no se cae. ¿Ahora sí?

-En la página dice que cobran $100 por una caja de bicicleta, y que si hay sobrepeso, cobran $200.

-Bueno. Pero son $300. Y tiene que pagarlos si quiere subir al avión con su maleta.

Pago los $300 dólares.

Me subo al primer avión.
Aparte del robo de las maletas y que me toca atrás el típico niño que decide entretenerse empujando con las piernas el asiento que tiene enfrente, el primer vuelo sale bien.

Segunda escala Houston-Nueva York también resulta sin problemas. Cada vez más cerca de Estambul. Estoy nervioso.

Espero cinco horas en el aeropuerto de Nueva York. El tercer vuelo despega a las diez de la noche. Tengo tanta hambre que como una ensalada césar que me hace sentir casi tan estafado como con el sobrecargo de las maletas.

8 de la noche. Empieza el diluvio, seguido por relámpagos. No hay forma que mi avión despegue. Y aunque la tripulación quisiera despegar, aun así no me subiría. Nunca había visto una tormenta así.
Estoy seguro que suspenderán el viaje, y que nos darán un vale para dormir en un hotel, o algo así. Pero no, nos hacen esperar por si llega a pasar que la tormenta se tranquilice.

10 de la noche. Sigue lloviendo, pero ya no hay relámpagos. Nos piden que subamos al avión.
Estoy de buen humor, pensando positivo. Según mis cálculos, si logramos despegar a las 11 de la noche, todavía alcanzaré a subirme al último avión.
Me siento, y pongo una película. Deberíamos despegar en pocos minutos.

Pasan los minutos. La película avanza, pero el avión no. ¿Qué está pasando? No es normal que se demoren tanto.

-Señoras y señores- anuncia el piloto, hablando en inglés-. Disculpen la demora. Se nos solicitó agregar a un miembro más a nuestra tripulación, pero antes de dejar que se suba, tiene que presentar resultados negativos de un test rápido de coronavirus. Nuestro compañero está yendo a hacerse el test ahora mismo. Estaremos despegando en quince minutos.

«Ah, qué alivio. Si llega en quince minutos, todavía estoy a tiempo», pienso.

Pasan quince minutos. Y veinte. Y treinta. El piloto se pronuncia nuevamente.

-Señoras y señores. Por favor, disculpen las molestias. El laboratorio para hacerse el test estaba cerrado, así que nuestro compañero tuvo que salir del aeropuerto. Ahora mismo va en camino a Nueva York.

«¡¿Acaso dijo Nueva York?! ¡Pero si la ciudad está a cuarenta minutos!»

Me rindo con alcanzar el último avión. Problema de Juan Pablo del futuro. Sigo viendo mi película.

Empieza a hacer más y más calor. La gente alrededor mío se ve notoriamente incómoda. Un tipo sentado dos filas a la derecha transpira como si hubiese salido a trotar. Otra señora pide a la azafata que enciendan el aire acondicionado, pero esta le explica que no pueden hacerlo si el avión no avanza.

Con cada minuto que pasa, el aire se pone más y más sofocante. Las azafatas nos intentan calmar ofreciéndonos algo para tomar. Yo pido un vaso con hielo para ponérmelo en la frente. ¿Cómo puede ser que no nos dejen bajar? ¡Seguro el tipo del test está en pleno Manhattan!

12.30 de la noche. Llevamos dos horas y media dentro del avión, sin que este despegue. Un hombre de treinta años decide ser nuestro líder. Se pone de pie, y enfrenta a una de las azafatas. Empieza a quejarse, como si la pobre mujer pudiera hacer algo al respecto para ayudarlo. Está claro que ha visto muchas películas americanas.
Justo en ese instante, el piloto se pronuncia por tercera vez, y anuncia el despegue.

Paso todo el resto del vuelo tratando de descubrir cuál es el azafato que fue a Nueva York para hacerse un test. Y probablemente no soy el único pasajero que hace lo mismo.

12 de Agosto. Son las una de la tarde. Ya debería estar en Estambul, pero en cambio, recién estoy llegando a Frankfurt. Voy a la recepción de United Airlines para que me ayuden, y estos ofrecen cambiarme de aerolínea con tal de que pueda llegar hoy a las 11 de la noche a Estambul. Acepto, pero tengo un mal presentimiento.

United Airlines to add 3,500 daily flights in December - UPI.com
Viajar con United te cambiará la vida

El último vuelo es con Turkish airlines, y sale bien. Mi plan es bajarme del avión, armar la bicicleta, y pedalear hasta llegar a Arnavutköy, un pueblo con hoteles que queda cerca del aeropuerto (Estambul queda a 52 kilómetros).

Llego al aeropuerto de Estambul, voy casi trotando a recibir mis maletas, y espero al lado de la cinta.

10 minutos. 15 minutos. No aparece ninguna de mis maletas. Ni la caja con la bicicleta, ni mi mochila de trekking.

A este punto, no doy más. He dormido poquísimo entre vuelo y vuelo. Me duele la cabeza. Todo el viaje ha sido nada más que problemas.
Voy a la oficina de Turkish Airlines arrastrando los pies.

Me dan buenas y malas noticas.
¿La buena? Que la caja con la bicicleta estaba ahí, esperándome.
¿Las malas? Que la caja está destrozada. Probablemente se rompió algo dentro. Está llena de hoyos, y muy sucia.
Y mi mochila de trekking no llegó. Está en Frankfurt.

Me dicen que mi mochila llegará al día siguiente, entre las dos y las cinco de la tarde. Yo les trato de explicar que no puedo salir del aeropuerto sin la mochila, y les pido que, al menos, me paguen la estadía en el hotel del aeropuerto. Me responden que no; que tengo que hablar con United Airlines para negociar.

Voy al hotel. Son las 1 de la mañana. Lo único que pienso es en dormir. Estoy dispuesto a pagar lo que sea por una pieza.

El de la recepción me dice que una noche son $160 dólares. Me sale una lágrima, mezcla de frustración e irritación de los ojos.

No sé quién está leyendo esto, pero para mí, pagar $160 dólares por un hotel es un no rotundo.
Mi presupuesto de viaje es de $16 dólares al día. Eso significa que al pagar $160 estoy perdiendo diez días. Sólo por dormir cómodo una noche.
Pero la otra opción es sentarme en un banco a esperar que amanezca, ya que ni siquiera tengo mi saco de dormir para tirarme en alguna esquina poco transitada. Todas mis cosas de camping están en la mochila que se quedó en Frankfurt. No estoy dispuesto a hacer eso.
Pago los $160 dólares, y voy a mi pieza.
Reviso la caja. Por suerte, la bicicleta sigue estando bien. Me ducho, me cambio, y me tiro en la cama.

Mientras doy vueltas y vueltas tratando de calmarme y quedarme dormido, me prometo una cosa:
«Olvidaré todo lo que pasó los últimos dos días. El sobre cargo de la maleta, el atraso en Nueva York, y la pérdida de la mochila. No fue tan terrible. De ahora en adelante empieza mi viaje»

13 de Agosto. Paso toda la mañana caminando de un lado a otro dentro del aeropuerto, buscando gente que me entregue información sobre mi equipaje. Finalmente, a las cinco de la tarde, llega la mochila.

Apenas la recibo, siento que me empieza a subir la adrenalina. No sé qué está pasando. Es como si me estuviera volviendo loco. Ahora que ya tengo todas mis cosas, tengo una sola idea en la cabeza:
«Tengo que llegar a Estambul hoy mismo».

Sé que la idea es una locura. Estambul está a cincuenta kilómetros. En menos de tres horas oscurece, y ni siquiera he armado la bicicleta. Pero este es mi primer viaje en bicicleta. No sé cuánto me demoraré en recorrer 52 kilómetros, y tampoco sé cuánto me demoraré en armar la bici. Tiendo a pensar que llegaré antes del anochecer. «Tarde o temprano llegaré», me repito en la cabeza.

Siete de la tarde. Estoy a punto de terminar el armado. Lo único que falta es inflar las ruedas, y podré partir. Queda una hora para que oscurezca.
Inflo la rueda trasera sin problemas. Pero casi terminando de inflar la delantera, el líquido del sistema tubular empieza a salir por todos lados. Tratando de controlarlo, se me mancha toda la ropa, las canillas, y los brazos. El piso es un desastre. No sé nada de bicicletas, pero estoy seguro que la rueda debe estar mala.
A este punto ya ni me inmuto cuando aparecen nuevos problemas. Ni siquiera me quejo. Instalo una cámara para arreglarla.

10 minutos para las ocho. Después de casi tres horas de armado (maldito novato) estoy listo para partir.

Empiezo a pedalear dentro del aeropuerto, a modo de gesto simbólico que mi viaje acaba de empezar.

Si has llegado hasta aquí, posiblemente estás pensando en lo estúpido que soy. ¿Cómo puede ser que haya partido a pedalear empezando la noche? Estoy de acuerdo contigo.
Pero también tengo que afirmar que, mientras salgo del aeropuerto, no puedo estar más feliz. Después de tres días de problemas y más problemas, al fin soy libre. No importa si es de día o de noche: necesito hacer algo que esté dentro de mi control, y que a la vez me desafíe.

No llevo ni cinco minutos pedaleando, y aparece una jauría de perros. Están furiosos. Me rodean mientras ladran y tratan de morder las ruedas. Trato de hacer como que no están ahí, respirando profundo y concentrado en no parar. Al cabo de unos minutos, me dejan tranquilo.

Me veo obligado a entrar a una autopista. Tengo luces LED y chaleco reflectante para que me vean, pero aun así estoy aterrado. Cuento los segundos hasta poder salir de ese peligro, y entrar a una ciudad.

Al cabo de dos horas, la autopista se acaba, y entro a las calles de Estambul. Me encanta. Todo el mundo está afuera, jugando, conversando, escuchando música. No hay nadie con mascarilla. Es como si el coronavirus no existiera. Tengo una cara de cumpleaños que no me la saca nadie.

Recuerdo que no he comido nada en horas, y paro en un minimarket a comprar uvas. Me siento en la vereda a comer. Las disfruto como nunca. La gente me mira con cara de loco, porque sí, en este momento estoy loco. Pestañeo poco y nada, como Hannibal Lecter.

Subo y bajo una infinidad de lomas. No sé por dónde me está recomendando ir la app Komoot, pero definitivamente no es una ruta inteligente. Me pierdo entre cinco y diez veces, y me veo obligado a empujar la bicicleta por cada callejón empinado. Paso horas cruzando la ciudad.

La única foto que tengo del trayecto aeropuerto-Estambul. Comiendo Kebap

12.30 de la noche. Llego a mi hostal, ubicado cerca de la famosa Hagia Sofía.
Me recibe el dueño, un tipo muy amable. Guardo la bicicleta, me ducho, y me tiro en la cama.
Es como si me hubiesen inyectado cinco tazas de café directo a la sangre. No puedo cerrar los ojos ni parar de reír. Sé que no hay caso que duerma el resto de la noche. Pero no importa.

Empezó mi viaje. Estoy feliz.

¿Te gustaría apoyarme en mi viaje por el mundo? ¡Regálame un café!

Juan Pablo Toro
Juan Pablo Toro

Autor Deportista Nómade

Una alternativa para fijarse metas

He leído varios libros de desarrollo personal que hablan sobre cómo fijarse metas. Todos ellos dicen más o menos lo mismo: «Elige una meta grande que te motive a superar tus límites».

«Si todos dicen lo mismo, supongo que hay que hacerles caso», pensé.

Elegí correr una maratón.

Las dos primeras veces que empecé a entrenar, me lesioné en menos de dos semanas. Fracasar me hizo sentir débil y frustrado.
El tercer intento fue exitoso. El 2 de Agosto de 2020, mismo día que nos liberaron de cuarentena, desperté a las 4 am y corrí una maratón por calles cercanas a donde vivo.
Obviamente terminar la distancia me hizo sentir bien. Pero la alegría de haber «logrado la meta» duró poco y nada.
Haciendo el balance general, la experiencia no fue buena.

El problema está cuando trato de responder por qué corrí los 42 kilómetros.

Si durante el entrenamiento me preguntabas por qué quería correr 42 kilómetros, te habría respondido: «Quiero saber qué se siente llegar a esa barrera mental de los 30 kilómetros que todo el mundo habla. El famoso muro». Pero te habría estado mintiendo.

Mi verdadera razón era que quería ser capaz de decirle a la gente que había corrido 42 kilómetros. Quería que me dijeran «¡Estás loco!» o «¡Cómo lo hiciste! Yo no sería capaz». Quería recibir admiración.

¿Existe alguna actitud más egocéntrica?

Gasté todo ese tiempo entrenando, todo ese rato sufriendo, sólo para alimentar mi ego. Lo peor, es que ni siquiera me gusta trotar en la calle.

Empecé a pensar en todas las metas que me estaba poniendo tanto dentro como fuera del deporte.
¿Cuáles de ellas quiero cumplir sólo para que la gente me apruebe?
¿Cuáles de ellas son realmente importantes para mí?

Empecé a pensar en todo el tiempo que me podría ahorrar si elijo con más cuidado mis metas.

Desde ese momento, prometí que haría todo lo posible por elegir metas basadas en lo que realmente quiero. Buscar vencer al ego.

Aprender a elegir metas no fue tarea fácil. A falta de encontrar lo que buscaba en libros, tenía que armar una estrategia para elegir metas a la medida. Una que fuera más útil que «Elegir una meta grande que te motive a superar tus límites».

Finalmente, diseñé lo que necesitaba.

Es un ejercicio de papel y lápiz. Tiene ocho pasos, hacerlo  toma aproximadamente entre diez y veinte minutos, y se basa en lo siguiente:

Primero definir cómo te gustaría ser, y luego elegir metas que ayuden a convertirte en esa persona.

En otras palabras: primero elegir las metas intrínsecas. Luego elegir las metas extrínsecas.

Es una alternativa a las recomendaciones clásicas.
Puede usarse para todo tipo de metas, no sólo deportivas.
Pero antes de empezar, es importante mencionar que no basé el ejercicio en ningún estudio psicológico ni nada. Solamente hice lo que me parecía lógico, y hasta el momento me ha dado buenos resultados. Quizás te sirve, o quizás no. Y quizás se te ocurre un paso que podría agregar. En ese caso, escríbeme!

Acá vamos.

Paso 1: Describe cómo te gustaría ser.

¿Cómo sería la versión ideal de ti mismo/a?

Escribe tres a cinco características personales que te gustaría tener, y que actualmente no tienes.

Recuerda: Este ejercicio está orientado a elegir metas que te ayuden a convertirte en lo que te gustaría ser. Dicho esto, no tiene sentido mencionar las características que te gustan de ti, pero que ya tienes.
Por ejemplo, si te gusta ser generoso, pero ya lo eres, entonces no es necesario mencionarlo en la lista.

Ojo: acá no estamos escribiendo lo que te gustaría hacer o tener. Acá estamos definiendo cómo te gustaría ser.

Por ejemplo, tres de las cinco características que escribí son Sabio, Creativo y Aventurero. Tres características que me encantaría tener, y que actualmente no tengo.

También puede ser Generoso, Sociable, Activo, Compasivo, Alegre, Auténtico, Perseverante, Mentalmente estable, Divertido, Tranquilo, Sano, Honesto, Sencillo, etc.
Hay miles de características. No soy tan creativo como para mencionar todas.

Un ejemplo de lo que NO debería ponerse en este paso: corredor, empresario, artista, viajero, millonario, etc.
Estas características estarían relacionadas a lo que haces. Son extrínsecas. No se refieren a lo que eres por dentro.

Paso 2: Define con tus propias palabras cada una de esas tres a cinco características.

Este es el paso más difícil.
Por ejemplo, es muy fácil mencionar «Sabio» sin saber a qué te estás refiriendo.
Puedes tener una definición muy distinta a «Sabio» comparado con lo que sale en el diccionario, o a la definición que tiene otra persona.

Lo importante aquí es cómo defines tú cada característica, porque eso es lo que realmente quieres.

Lo que sea que hayas escrito, defínelo con tus propias palabras.
Si no eres capaz de escribirlo en una hoja, significa que no lo tienes claro.

Por ejemplo, mi definición de «Sabio». Un Sabio:

  • Sabe mucho de muchos temas distintos.
  • Tiene curiosidad constante por lo que pasa alrededor suyo y en el mundo en general.
  • Se cuestiona lo que la gente da por hecho.
  • Tiene una mirada amplia. Piensa en soluciones a problemas con distintas perspectivas.
  • Sabe cómo pensar. Sabe cómo formular las preguntas correctas.

Si no tienes palabras para describir una característica, puedes ayudarte pensando en alguna persona o algún personaje que la tiene. Ejemplo:
Generoso como la Madre Teresa.
Aventurero como Bear Grylls.
Luchador como Nicolás Massú.
Alegre como Guido Orefice de La Vida es Bella (pueden ser personajes ficticios)
Tranquilo como un monje budista.
Sencillo como un campesino.
Divertido como el Bombo Fica.

Y si puedes entrar en detalle sobre esa característica que tiene la persona, mejor aún.
Por ejemplo:
Divertido como el Bombo Fica: Exagera al momento de hablar, usando distintas voces y volúmenes para mantener entretenida a la gente. Cuenta historias que son entretenidas en todo momento. Y se ríe de sí mismo.

Paso 3: Pregúntate por qué cada una de esas características son importantes para ti.

Este es el paso más importante.

¿Por qué cada una de esas características es importante para tí?
Debería haber una razón más profunda que «Quiero ser generoso porque me dijeron que era lo correcto».

Volvamos al ejemplo del Sabio.
¿Por qué ser Sabio es importante para mí?

  • Ser Sabio te ayuda a disfrutar más de tus experiencias. Te ayuda a disfrutar más de lo que observas.
    Una persona que sabe de nubes disfruta más de las nubes que alguien que nunca ha aprendido de ellas.
  • Un Sabio tiene más facilidad para solucionar problemas, ya que tiene las herramientas necesarias en su cabeza. Eso lleva a sufrir menos. Una persona que sabe cómo evitar lesiones tiene menos probabilidad de lesionarse.
  • Ser Sabio se siente bien. Es emocionante. Se pasa bien aprendiendo cosas nuevas.
  • Un Sabio aprovecha a máximo el cerebro, esa herramienta tan valiosa y única que se nos dio.

Lo que sea que hayas escrito, debería tener un por qué.

Paso 4: Ordena las características de más importante a menos importante.

Este paso también es difícil.
Quizás hayan dos características que sean igual de importantes para ti. En ese caso, hay que hacer lo mejor que se pueda.
No es el paso más importante.

Paso 5: Acciones.

Ya tienes más claro cómo te gustaría ser. Ahora hay que tomar acción para convertirte en esa persona.

Responde la siguiente pregunta:
¿Qué cosas no he hecho, y me encantaría hacer?

Menciona todo lo que te interesa, pero subraya las tres que más dan vuelta por tu cabeza.

Puede ser empezar tu propio negocio, salir a viajar, aprender a tocar un instrumento, correr una maratón, casarte, tener un hijo, practicar un deporte nuevo para tí, crear una página web con un nombre ridículo como Deportista Nómade, etc.
Aquí si que hay miles de opciones.

Si no se te ocurre ninguna cosa que te gustaría hacer, puedes reformular la pregunta:
¿Qué cosa odio no haber hecho todavía?
Otra opción: ¿Qué me provoca envidia en otra gente?

Paso 6: Filtra esas acciones.

De todas esas cosas que mencionaste en el paso 5:
¿Cuáles de ellas insistirías en hacer si nadie nunca sabrá que las hiciste?

Este filtro es clave. Quizás descubres que te gustaría ser emprendedor sólo para que la gente te mire con admiración, y no porque realmente te interesa (mi caso con correr una maratón).

Paso 7: Elige la meta.

Ya tienes claro cómo te gustaría ser.
Ya tienes claro tres cosas que te gustaría hacer, y las filtraste para asegurarte que no las quieres hacer por ego.

Ahora, responde la siguiente pregunta:

¿Cuál de esas cosas que te gustaría hacer es la que más te ayuda a convertirte en lo que quieres ser?

Por ejemplo:
Correr ultra maratones te puede ayudar a ser más duro de mente, más humilde y más aventurero.
Viajar puede ayudar a conocerte más a ti mismo, a ser más valiente, a ser más aventurero, y a ser más sabio.
Tener un hijo/a puede ayudarte a ser más generoso, más preocupado por los demás, más paciente, y muchas otras cosas más que no se me ocurren.
Emprender puede ayudarte a ser más sociable, más perseverante, más arriesgado, más humilde, etc.

Aquella meta que más te acerque a eso que quieres ser, es tu nueva meta.
En mi caso, salió viajar por el mundo en bicicleta.

Último paso: Repetir el ejercicio cada cierto tiempo.

Las preferencias van cambiando con el tiempo.

Quizás hay una característica que anotaste, pero que después de unos meses ya adquiriste.
Quizás hay una característica que anotaste, y que después te das cuenta que en verdad no era tan importante.
Quizás hay una característica que no anotaste, y que ahora es muy importante para ti.
Quizás hay algo nuevo que quieres hacer, y que supera a la meta que habías elegido.

Para terminar, una pequeña reflexión:

Piensa en todo el tiempo futuro que puedes ahorrar si eliges una meta correcta. Una meta que te acerca a lo que quieres ser, y no una que quieres cumplir sólo por status.

Piensa en todo el tiempo futuro que puedes ahorrar gracias a sentarte la tarde de un sábado a pensar qué es lo que realmente quieres.

Todo el tiempo que te ahorras por no elegir la carrera universitaria incorrecta.
Todo el tiempo que te ahorras por evitar un trabajo que no te acerca a lo que quieres ser.
Todos esos meses de preparación para una maratón que te ahorras ahora que sabes que no tiene sentido correrla.

Valoremos nuestro tiempo.

¿Te gustaría apoyarme en mi viaje por el mundo? ¡Regálame un café!

¿Cuál es la mejor SIM Card para viajar? Ninguna

Si tu objetivo cuando viajas es convertirte en un «Travel Influencer», cómprate la mejor SIM Card que encuentres. Tendrás señal en todos lados, y así podrás subir fotos y videos a Instagram y TikTok donde sea que estés. Tendrás miles de seguidores y provocarás una envidia inmensa.
No lo critico. Cada uno con lo suyo.

Si tu objetivo cuando viajas es conocerte más a ti mismo/a, o salir de tu zona de comfort, o aprender qué necesitas para alcanzar una vida extraordinaria, o todo lo anterior combinado, entonces viaja sin señal.

Viajar sin señal es una de las mejores oportunidades que puedes encontrar para pensar.

Tendrás horas y horas libres para reflexionar, sin distracciones que te impidan disfrutar del lugar donde estés.
Te estarás dando una oportunidad de aprender a disfrutar el presente, sin la necesidad de responder mensajes, subir fotos a Instagram, o revisar tu mail.

Visitarás un parque o un lugar turístico, y no tendrás otra opción que disfrutar de tu entorno.
Observar. Escuchar. Oler. Sentir. Aprender. Divagar.

Estarás en un restorán, y tendrás tiempo para pensar. Mientras todos alrededor tuyo ven noticias o videos en sus teléfonos, tú estarás cuestionándote las cosas que son importantes para ti. Te darán ganas de escribir en un diario todo lo que piensas, con tal de ordenar tu cabeza.

Cuando estés en la calle y quieras descansar, te sentarás en un banco, sin realizar ninguna acción en particular más que estar. Serás uno de los pocos que practican el extinto arte de no hacer nada. Dejarás que tu mente divague libremente. Quién sabe las ideas que tendrás.

Anciano sentado en un banco Fotografía de stock - Alamy
El arte de sentarse y no hacer nada. En peligro de extinción.

De paso, si eres como yo y muchos otros, tendrás síntomas de abstinencia por no haber revisado tus mensajes en horas/días. Y eso es bueno, porque ahora tendrás presente que eres un adicto al celular, y es urgente hacer algo al respecto.

Google declara la guerra a la "adicción al celular" - Revista Algoritmo
Clásica comida en restorán del siglo XXI

Además, puedes cubrir todas tus necesidades básicas sin tener señal.

Puedes descargar el idioma del país donde estés en Google traductor, y así no tendrás problemas comunicándote con la gente.

Puedes descargar un mapa offline de la región donde estés. Los de «Maps.me» son muy recomendados porque la app te permite crear rutas sin señal (para autos, bicicleta, trenes y caminata). Y los de Google Maps son un buen complemento, ya que tienen mejor información de hoteles y restoranes.

Puedes descargar guías turisticas en The Culture Trip, o lo que sea que necesites.

Y en el peor de los casos, puedes entrar a una cafetería a conectarte.

Viaja sin señal.

Para terminar, una pregunta:

¿Cuándo fue la última vez que te sentaste a pensar? Sin internet, sin gente, sin cosas que hacer, sin música, sin ningún tipo de distracción.

¿Te gustaría apoyarme en mi viaje por el mundo? ¡Regálame un café!

Juan Pablo Toro
Juan Pablo Toro

Autor Deportista Nómade

El ritmo de viajar en bicicleta es perfecto

Viajar en moto o auto es una buena opción. Pero podría ser mejor.
Se recorren largas distancias y se visitan muchos lugares, pero se disfruta menos el camino.
El problema es que uno va demasiado rápido.

Si has andado antes en moto, sabes de lo que hablo. Se disfruta la experiencia, pero tienes que estar todo el rato concentrado en el suelo con tal de evitar caerte. Levantar la vista para disfrutar de una cascada mientras andas a 100km/h puede significar un accidente fatal. Además, no se escucha nada más que la corriente de viento pasando por tus orejas.

Lo mismo con el auto. Uno va demasiado rápido. Es muy común pasar cientos de kilómetros sin parar a disfrutar de la vista. Imagínate la cantidad de detalles que puedes estar perdiéndote en cien kilómetros por ir demasiado rápido.

Además, uno va encerrado dentro de una caja en la que no puedes escuchar ni oler lo que hay afuera. Ni sentir el frío, ni sentir el calor. Te limitas sólo a la vista.

Film - Diarios De Motocicleta (The Motorcycle Diaries) - Into Film
Diarios de motocicleta. La moto es una buena opción. Pero puede ser mejor

Viajar caminando o trotando también es una buena opción. Y también podría ser mejor.

Se va con calma, y disfrutas del camino con todos tus sentidos. Tienes todo el tiempo del mundo para apreciar los detalles. Además, estás haciendo actividad física.

El problema es que uno va exageradamente lento.

En un día bueno, uno camina treinta kilómetros. No es suficiente. Puedes pasar varios días cruzando una región con un paisaje que no cambia.

Llegar a ser desesperante.

En el camino con Echegaray Davies, el hombre que recorrió 23.000 kilómetros  a pie - LA NACION
Caminar por el mundo es una buena opción. Pero puede ser mejor

Viajar en bicicleta es el punto intermedio entre viajar caminando y viajar en moto/auto.

Es el ritmo perfecto.

Vas suficientemente lento para disfrutar de los detalles del camino, y a la vez vas suficientemente rápido como para que el paisaje vaya cambiando cada ciertos kilómetros.

De vez en cuando, puedes disfrutar de los otros dos extremos. Cuando cruzas una montaña, vas avanzando casi tan lento como alguien que camina. Y cuando bajas esa montaña, te sientes rápido como una moto.

Otro beneficio, es que no estás encerrado en una caja ni tienes tanto viento en las orejas, así que disfrutas del entorno con todos los sentidos. Hueles los campos de ají, escuchas a los pájaros en los árboles, y pasas por todo el rango de temperatura.

Por último, el hecho de estar haciendo un esfuerzo físico incentiva a querer parar por la más mínima sorpresa.

¿Un paisaje que te gustó? ¿Una cafetería? ¿Alguien que te saludó? ¿Un perro que pide cariño? Si o sí vale la pena parar.

El ritmo de viajar en bicicleta es perfecto.

Bicicleta. El ritmo perfecto

¿Te gustaría apoyarme en mi viaje por el mundo? ¡Regálame un café!

Juan Pablo Toro
Juan Pablo Toro

Autor Deportista Nómade

Objetivo: Capadocia

10 de Septiembre. Me encuentro en Antalya, una de las ciudades más grandes del Sur de Turquía.

Estoy desmotivado. Vengo terminando terminando un paseo de diez días por la costa del mar mediterráneo, una mezcla perfecta entre pedalear y parar a descansar por las playas del camino.

Un buen resumen de mi paso por el Mar Mediterráneo

Lo último que quiero es alejarme de la costa, pero ya tengo un nuevo objetivo, y está justo en el centro de Turquía: Capadocia.

Entre Antalya y Capadocia hay 540km. Es el equivalente a ir desde Santiago a La Serena, y seguir de largo por otros 70 kilómetros.

Ruta Antalya-Capadocia

Sé poco y nada de lo que hay a lo largo de toda esa distancia.
Sé que los primeros días cruzaré un Parque Nacional, que parece que tiene una montaña.
Sé, también, que pasaré por Konya, una ciudad importante de Turquía.
Eso. 540 kilómetros, y conozco sólo dos lugares.

Por más que me trato de convencer de salir de la cama, no hay caso. Me quiero quedar varios días en Antalya, a pesar de que sus playas no son nada comparado con lo que venía viendo.
En el fondo, sé que no tengo ganas de moverme por miedo a lo que me pueda llegar a tocar en esos 540 kilómetros. Necesito algo para motivarme.

De repente, se me ocurre una idea. ¿Qué pasaría si uso estos 540 kilómetros como un desafío físico?

Hasta el momento, me había exigido unas cuantas veces a lo largo del viaje. Pero nunca había llegado a un punto de agotamiento máximo.

¿Qué pasa si, en vez de parar cuando esté cansado, sigo andando? ¿Dónde está mi límite?

Me levanto con un poco más de ganas. «Objetivo: Capadocia» se acaba de poner más interesante.

Antes de partir, pongo una sola regla: tengo que pedalear un mínimo de 80 kilómetros al día, hasta que llegue a Capadocia. No importa si hay una montaña por cruzar, no importa si se oscurece y todavía no he cumplido la distancia. 80 kilómetros, y tengo permiso para parar.

Empiezo a pedalear, y salgo de Antalya. Sufro por saber que, mientras más avanzo, más me alejo del mar. Se acabaron los días playeros.

El primer día es un éxito. Paro en la casa de té de un pueblo a descansar, y el dueño me invita a almorzar una cazuela con pollo exquisita. Y a lo largo de la tarde entro al Parque Nacional Köprulü Canyon.
Tipo seis de la tarde, lo único que quiero es parar. Pero todavía no he llegado a la meta de 80 kilómetros, así que sigo. Al cabo de un rato alcanzo la meta, grito de alegría, y me bajo de la bicicleta pocos metros después.

Encuentro un lugar muy tranquilo para acampar a orillas del camino. Instalo mi carpa, y para pasar el tiempo me voy a caminar por el bosque hasta encontrar un lugar con vista panorámica. Desde ahí, veo pasar helicópteros cargando agua, y decenas de carros de bomberos a toda velocidad.

Me voy a acostar pensando que un incendio me alcanzará durante la noche.

Acampando en el bosque del parque nacional, con carros de bomberos pasando a toda velocidad

Despierto sano y salvo el segundo día. Reviso la ruta. Los primeros 57 kilómetros son subida y nada más que subida. Parece que hay una montaña. Sé que no va a ser fácil, pero me repito una y otra vez que, cuando termine el día, voy a estar al otro lado de esa montaña. Y seré un hombre feliz.

Pedaleo toda la mañana por un bosque lindísimo, sin autos a lo largo del camino. Paro a almorzar en un restorán, habiendo completado 45 kilómetros. Sólo quedan 12 más, y después de eso bajada. ¡Éxito total!

Pescado horrible, pero exquisito

Termino de almorzar, y me subo de inmediato a la bicicleta. Estoy motivado.
Avanzo diez metros, y me detengo. Algo anda mal. No sé por qué, pero por más que empujo con los pies, no puedo mantenerme sobre la bicicleta.

«Debe estar trancada», pienso. Mi bicicleta no es de buena calidad, y muchas veces pasa que la rueda de adelante se frena. La reviso, y compruebo que está funcionando perfecto.

«¿Tan cansado estoy?» es mi segunda conclusión. Pero no me siento cansado.

Reviso la ruta por última vez, y ahí encuentro el problema.

La pendiente es de 15%.

Para los que no saben de inclinación, acá va un punto de comparación:
Con las alforjas, 5% es una inclinación aceptable. Es lo que venía haciendo gran parte del día. Se puede pedalear.
Sobre 8% empieza a ser duro. Se puede pedalear un rato, pero hay que descansar de vez en cuando.
Sobre 10% ya estás en el límite entre pedalear o bajarte a empujar la bicicleta.
15% es una locura. Con suerte se puede empujar la bicicleta.

Empiezo a empujar. Estoy seguro de que la pendiente será así por un rato, y después será más fácil. Tengo que descansar cada veinte metros porque me arden los hombros.

Entre empuje y empuje, avanzo un kilómetro en media hora. Estoy desesperado. El camino no se aplana nunca. Reviso nuevamente la app que me muestra la ruta: a lo largo de los once kilómetros de subida que me quedan, la pendiente oscila entre 10% y 15% todo el tiempo. Eso significa once kilómetros de empujar la bicicleta, sin poder subirme en ningún momento.

Desesperado por la dificultad del camino

Entro en un estado de negación. Después me río como si estuviera loco. Y después me digo una y otra vez que soy un idiota. ¿Cómo puede ser que haga esto voluntariamente? Finalmente, respiro lento para calmarme.

Sigo empujando la bici, parando cada diez metros. Hay un solo factor que me motiva: cuando estaba en Antalya dije que me quería probar físicamente. ¿Qué mejor desafío que este?

Dejo de quejarme, y me quedo callado. Avanzo ridículamente lento.
Pasan tres horas de infierno total. Estoy todo ese tiempo dentro de una cueva mental de dolor. No pienso ni en el final de la subida, ni en el paisaje, ni nada. Lo único que pienso es en poner un paso frente al otro. Fijo una nueva meta: cada ronda de esfuerzo tengo que avanzar un mínimo de veinte pasos antes de parar a descansar por los hombros.

El camino era bonito, pero no estaba fácil disfrutarlo

Cinco de la tarde. Después de tres horas empujando la bicicleta, llego a la cima. Me tiro al piso. Hace mucho frío, pero no importa. Acabo de terminar uno de los desafíos físicos más grandes que me han tocado. Nunca me había sentido tan calmado. Como almendras con Nutella para celebrar.

La vista desde la cima. Lo que se ve del camino es sólo los últimos quinientos metros.
Celebración

El resto de la tarde es un agrado. La bajada es de tierra y muy difícil, pero no importa. Completo los 80 kilómetros. Llego de vuelta a la civilización, e instalo mi carpa en medio de un campo de trigo.

Despierto temprano el tercer día. Molidísimo. Fijo un desafío grande: Konya. Está a 120 kilómetros. Nunca he pedaleado tanto.

A veces toca dormir en el primer lugar que uno encuentra

Empiezo a pedalear. Por suerte, el camino es más plano que el día anterior. Y como vengo acostumbrado a subir y subir, se siente facilísimo.

Llego a las cinco de la tarde a Konya, agotado. Se nota que he venido exigiéndome mucho los últimos tres días. De vez en cuando mis piernas fallan y pierdo el equilibrio. De ahora en adelante es cuando voy a comprobar si soy capaz o no de seguir más allá del agotamiento, o si me quedaré descansando.

Comiendo un metro de Pide en Konya. Se gastan hartas calorías andando en bicicleta

Cuarto día. Despierto destrozado. Es lo más cansado que he estado en todo el viaje. Me duele la cabeza y estoy de mal humor, como si no hubiera dormido la noche anterior. No quiero que nadie me hable. ¿Qué voy a hacer para completar 80 kilómetros?

Salgo de la ciudad avanzando lentísimo. Estoy en una carretera plana y recta, que cruza un paisaje desértico. No puede ser más aburrida. Me demoro toda la mañana en encontrar un poco de motivación, y ya después de almuerzo estoy pedaleando de buen humor y disfrutando el camino.

El camino del cuarto día

Paro en un pueblo fantasma a los 81 km. Deben vivir a lo más diez personas. Ni siquiera tienen un almacén para comprar comida. Instalo mi carpa detrás de un edificio. Quizás el lugar no es bonito, pero es tranquilo. No pido nada más.

Siete de la tarde. Escucho ruidos afuera de mi carpa. Salgo y saludo a un turco con dos de sus hijos que me invitan a su casa a tomar té.

La familia del turco es un agrado. Tiene una señora que no para de sonreir, y unos niños que juegan por toda la casa. Juntos tomamos té, vemos Scooby Doo, y nos hacemos preguntas usando Google Traductor. Al final de la conversación, el turco me pregunta si estaría interesado en creer en Alá, y yo le respondo que no por ahora.

La dueña de casa no quiso sumarse a la foto
Fiel a su religión, el dueño de casa detiene la conversación para hacer sus rezos

Vuelvo a mi carpa. Diez minutos después, escucho ruidos nuevamente. Otro amable turco se había molestado en venir a saludarme y regalarme comida. No lo puedo creer. ¿Cómo pueden ser tan hospitalarios? Me pregunto si seré el primer turista que pasa por este pueblo.
Me pregunto, también, cómo iré a despertar al día siguiente, teniendo en cuenta lo cansado que desperté hoy. No quiero ni saberlo.

la comida que me trajeron a la carpa

Quinto día. Despierto como nuevo. Es como mi cuerpo hubiese decidido resetearse. ¿Así que eso es lo que pasa cuando uno cruza el límite del cansancio? Curioso.

El mismo turco que me regaló comida la noche anterior me invita a tomar desayuno. Pan con salame y queso derretido, y Pepsi. Empiezo a pedalear energizado.

El turco que me invitó a tomar desayuno. No recuerdo su nombre

El camino es feo con F mayúscula. Sigue siendo plano, recto y desértico. Trato de animarme pensando en lo poco que me queda para llegar a Capadocia. Además, al final del día llegaré a una ciudad llamada Aksaray, y podré dormir en algún hotel barato.

Quedan tan sólo diez kilómetros para llegar a Aksaray, cuando escucho un pinchazo. Mi rueda trasera tiene un hoyo enorme, imposible de arreglar con las herramientas que tengo. Estoy en pana.

Primera pana del viaje

Empiezo a hacer dedo, en dirección con la ciudad. Por experiencia propia, sé que pasarán horas antes de que alguien me lleve, teniendo en cuenta que hay que cargar una bicicleta.

Tres minutos después, para un camión con tres maestros de construcción.

«¡Súbete!» me dicen en turco. O eso concluyo que me dice, porque lo siguiente que hacen es subir mi bicicleta al pick up sin cuidado alguno. Me llevan a Aksaray, y arreglo la rueda sin problemas. Duermo en un hotel barato.

Último día. No puedo estar más contento. Me siento como cuando los corredores de fórmula 1 ganan una carrera y dan una vuelta de celebración.

El paisaje del último día

Pedaleo lento, parando a conversar con cada persona que me saluda. Tomo café en tres pueblos distintos. Disfruto del paisaje y de los campos, y al final del día llego a la meta, la famosa Capadocia.

Lo primero que vi de Capadocia

Se pone a llover. Pero no importa. «Objetivo: Capadocia» completado.

Foto triunfal. Sucio, mojado y feliz

¿Te gustaría apoyarme en mi viaje por el mundo? ¡Regálame un café!

Juan Pablo Toro
Juan Pablo Toro

Autor Deportista Nómade